sábado, 31 de diciembre de 2011

Horas espesas de Nochevieja.

Me gusta esta sensación de un año que va goteando lo que le queda, como mi botella de aceite cuando sabe que está a punto de acabar en el cubo de reciclado. Las horas estas esperando la cena van más lentas, sí, como si se quisieran quedar pegadas en la esfera del reloj del salón: un ya sí, pero todavía no. Como si la última noche del año tuviera sabor escatológico y ganas de ser diferente. Imagino las agujas ralentizadas y espesas tiic... taac tiiiiic... taaaac tiii-ii-i-c... ta...

Lo mejor para todos en el 2012.

jueves, 29 de diciembre de 2011

Perro candeal.

Gasta ella melena corta de peluquería, de puntas hacia dentro y bien cuidada, blanca de algodón como el pelo lanudo de su perro, níveo de nata montada, al que lleva atado por una lindísima cadena de cuero. Si dueños y mascotas se parecen, tal vez sea este el ejemplo más evidente de los que había visto por la calle.

Bordea ella la acera y un par de insalvables adoquines; me recuerda su silueta y uñas perfectas al buen hacer de Tíamagda, aunque, indudablemente, esta es señora y la del perro, una imperfecta imagen. El perrillo parece casi levitar y anda de puntillas, temeroso de mancharse las patitas con el hielo del mediodía, mientras su dueña sonríe para sí, labios pintados en rosa crema, el apunte apenas de unos pendientes rectangulares de pinzas asomados bajo la cortísima melena. Imagino que en su bolso -beige, a juego con zapatos de justo tacón del mismo color, oscuro y otoñal su traje de chaqueta- esconde la bolsita en la que llevará la barra de pan -lo supongo también pequeño, candeal, de blanca y esponjosa miga, como los rizos laterales de la mascota- cuando regrese a su casa.

martes, 27 de diciembre de 2011

4637'73 razones para desvincularse.

4637'73 euros al mes. Y 2667'5 más cuando su sesuda señoría Iñaki Antigüedad sea portavoz del Grupo Mixto en el Congreso de los Diputados de España. De paso, el voto de abstención de su grupo cuando fue elegido el recién estrenado Presidente, hace apenas unos días; el motivo: su grupo no se siente vinculado con la elección del presidente del Gobierno de España.

En estos días navideños, que deberían ser una llamada extra a la coherencia, pediría yo a este grupo de sesudas señorías que no se sintiera vinculado al sueldo que va a recibir en calidad, los siete, de diputados del Gobierno de España al que no se sienten vinculados. 4637'73 euros al mes, multiplicados por los siete-que-no-se-sienten-vinculados, dan un total de 32.464'11 euros al mes como sueldo. Es decir, más o menos cinco millones de las antiguas pesetas que nos podríamos ahorrar unos cuantos españoles que no nos sentimos vinculados con su presencia en nuestro Congreso español, si sus sesudas señorías no vinculadas hicieran honor a la coherencia que expresan y se marcharan con viento fresco por donde sí entran.

Y en una segunda llamada a la coherencia, tal vez podrían pensar, estos siete-que-no-se-sienten-vinculados, que si están ahí, en el su no-vinculado Congreso, es porque se han aprovechado de las herramientas democráticas de su no-vinculado país al que todavía están pegados. Tanta no vinculación me hace pensar que, tal vez, hubiera sido mejor que hicieran gala de la coherencia vinculatoria que deberían tener, no presentando listas a elecciones, no sentándose en escaños no vinculatorios, no recogiendo con el bolsillo bien abierto 32.464'11 euros al mes entre los siete, dinero procedente de personas que no se sienten vinculadas a ellos.

domingo, 25 de diciembre de 2011

Hoy no me toca Navidad.

Mi amiga Nair me mandó un rápido mensaje al teléfono móvil -invento al que me tuve que adaptar cuando le conocí a Él-; su casa sería, imaginé yo al leerlo, un jolgorio de niños pequeños, bebés, hermanos y muchas canciones, como a ella le gusta. Lo tradicionalmente navideño, vaya, muy del estilo familiar, cariñoso, cercano, preocupado, que rubrica las cenas en su casa.

Apagué momentáneamente el teléfono después. Otros amigos me escribían desde sus ciudades natales, alguno fuera de España -el cumpleaños de Óscar, allá en Honduras- y sabía que se agolparían los mensajes de felicitaciones en el correo electrónico, las redes sociales, puede que hasta en el plataforma digital del trabajo. Tíamagda me explicaba con el detalle que ella sabe lo que prepararía para la fiesta de san Esteban, esa que aquí no se celebra, pero sí en Barcelona, y de paso me enteraba de una boda sorpresa.

Miro a mi alrededor. No hay en casa de mis padres árbol ni luces, sólo las cinco piezas grandes, pintadas a mano, de un amigo de la familia fallecido hace años, encima del piano, en ordenada simetría sobre su tapete blanco. Cuatro bandejas de dulces navideños, cortados y ordenados por mi madre, dos sin azúcar, para el abuelo -porque con casi 90 años uno no tiene porqué dejar las costumbres-, dos para el resto. No confío en los villancicos porque les falta una rima de obligación y no me explican la razón de que ayer, hoy, tenga que estar sentada en esa silla, una bandeja de comida de fiesta, una sonrisa falsa de aquí-no-pasa-nada y el escenario de que ayer y hoy somos mejores porque compartimos mantel de fiesta.

¿Tanto cuesta entender que no me interesan las cenas y comidas familiares y forzosas? Prefiero mi salón, mi mesa negra, las luces de mi árbol, mirar las piezas de mi Nacimiento, quedar con mi amiga para buscar la figura del pastor que me falta, el brillo de mis propias guirnaldas amarillas y rojas y el calor de mis radiadores blancos. Ayer, hoy, toca ser felices. Yo prefiero mañana, pasado, al otro, marcar con rotulador el calendario nuevo de mi cocina: hoy mejor que ayer, menos que mañana.

sábado, 24 de diciembre de 2011

3, 2, 1. Nochebuena.


Esta vez que acordé de comprar el papel con estrellas para el fondo, encontré una cinta plateada para el borde, busqué unos ángeles para la corte celestial y arreglé la mano del segundo pastor. Él y Niña Pequeña pusieron el árbol de Navidad, pero yo siempre he preferido el Nacimiento: las figuras nis recuerdan a aquellas personas que pudieron vivir en directo la llegada del Salvador.


Agradezco a mis vecinos de arriba, los de los chalets de la cuesta, las hojas de sus pinos; a los de al lado, las ramas de las hogueras, y a los de la obra del final de la calle, las piedrecitas del camino.

miércoles, 21 de diciembre de 2011

Pero mira cómo beben los peces.

Suena una vez más el CD de los villancicos infantiles, que sustituye a la música ambiental del salón de mi casa -mucho más tranquila y relajante con sus pajaritos y cascadas...

- Mamá -dice Niña Pequeña.
- ¿Hum?
- Mamá, los peces en el río -afirma.
- ¿Qué les pasa? -pregunto, levantando la mirada de la página de mi libro. He leído tres veces ya la misma línea.
- Pues que está mal, mamá, eso no puede ser -contesta, poniéndose en jarras delante de mí.
- ¿Por qué? Pero miiiiira cómo beeeeben, los peeeeces en el riiiiiío... -empiezo a cantar.
- Eso, mamá, eso es lo que está mal -afirma, poniéndome un dedo regordete en los labios.- ¿No ves que si beben y vuelven a beber se quedarán sin agua del río y dónde irán entonces?

Claro. Si es que es verdad...



lunes, 19 de diciembre de 2011

A veces se oye "gracias".

Tengo alumnos que no son luminosos; de hecho, la mayoría no lo son. Las clases en las que entro -y en las que no- están ocupadas por adolescentes que se aburren y otros que no, o que entienden lo que leen y otros que admiten que se lían con tantas letras. Hay alumnos rebeldes, protestones, armados con coraza hasta los dientes -no sea que te enteres de que son débiles-, rabiosos, dulces, tiernos, responsables, adormilados -el de la esquina de la clase del fondo no lo es: se duerme del todo con frecuencia-; los hay absentistas y otros que no presentan ni un retraso en su pulcra hoja de asistencia. De los que estudian, de los que no, de los que quisieran ya trabajar, de los voluntariosos, líderes, soberbios, cercanos, solidarios, con tendencia a llorar, a gritar, a humillar o a hablar por hablar.

Hoy hablaba largo rato con una alumna que no es luminosa, ni especialmente trabajadora, ni tierna de entrada. Es rabiosa porque yo también lo sería si algunas cosas de la vida me hubieran tratado así, pero es una líder nata y defensora de las causas perdidas -aunque no vayan con ella. Mi alumna sabe que le cuesta estudiar, que es difícil, que le lleva mucho tiempo y que, a veces, hasta le viene grande. No es gran oradora, pero se hace escuchar. No es brillantemente atractiva, pero sabe cómo hacerse ver. Y no tiene un saco de palabras acertadas del que echar mano en cualquier situación, pero suele ir con la verdad por delante. Hoy hablaba con ella porque había metido la pata y se le rompía el rímel de llorar; pataleaba, protestaba y se dejaba llevar por la ira irracional -como todas las iras, en el fondo- como sólo un adolescente enrabietado sabe hacerlo: hasta el fondo, para siempre y de forma irremediable. No tenía toda la razón en lo que decía, pero le dolía por dentro, así que de vez en cuando sí le di la razón, porque, como ella me decía, no hay derecho.

Hoy ha sido un día pesado, lento, de esos de cuando están a punto de llegar las vacaciones, pero cuando mi alumna cerró la puerta de mi despacho para volver la clase le brillaron los ojos al decirme gracias. Por dentro se las di yo a ella.

sábado, 17 de diciembre de 2011

Días de evaluación.

No sé qué les depararán las Musas hoy a mis alumnos, y a lo largo de este fin de semana; tal vez Clío tenga algo de piedad con ellos y les permita aprobar...

Estos dos días en mi cuaderno de notas irán apareciendo las calificaciones de la primera evaluación de todos mis alumnos.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

No voy a luchar contra la persiana.

Se ha roto la persiana del cuarto de Niña Pequeña: exactamente, dos láminas superiores, que permiten pasan mínimamente la luz, pero impiden la apertura total de la ventana. Se ha caído, sí, casi todo el conjunto de la persiana, tras el estor y entre la doble ventana que nos aísla del frío, mientras que el resto se ha liado sobre sí mismo y escondido en el tambor, a salvo de miradas indiscretas. La habitación de Niña Pequeña es ahora un pequeño rincón donde las sombras se intentan adueñar poco a poco del baúl de juguetes y la pizarra magnética, mientras que la luz atraviesa esperanzada entre el hueco de las dos láminas.

- Mamá -llama, mientras se tapa con el edredón rosa, preparada para dormir ya.
- ¿Hum? -contesto, al mismo tiempo que recojo la ropa para la lavadora.
- Mamá, enciéndeme las luces de Hellokitty, que no veo -pide, señalando la fila de minúsculas caritas luminosas que le regaló su padrino por su cumpleaños.

Hoy ganará aliados de colores la luz que se cuela entre las láminas rotas. Abajo brilla la farola del patio comunitario.

lunes, 12 de diciembre de 2011

El juego del tesoro.

Una de las cosas que más me molesta es que me cambien de sitio las cosas en el supermercado. Es como ir a la casa de toda la vida, la de tus padres o la de tus abuelos, y descubrir que la foto aquella ya no está en la tercera estantería de la derecha, que alguien decidió pintar el cuarto azul en blanco sin consultarte a ti antes -que para eso era el tuyo hasta que te fuiste- o poner una cadena de televisión en la que ya no está tu serie favorita.

Por eso esta tarde mi desconcierto al ver las bolsas de patatas enfrente de las latas de atún se volvía en enfado progresivo a medida que avanzaba entre los pasillos. ¿Qué lógica es que la permite colocar el pan de molde en diagonal directa con los refrescos azucarados o deja que una mano invisible esconda el papel de aluminio junto a estanterías repletas de comida para perros? ¿Dónde se ha visto que el agua mineral se muestre ahora impoluta enfrente de los yogures, cuando de toda la vida estaba junto a latas de refrescos y botellas de vino?

Ah, nononono, es que así yo no puedo. Si en el supermercado de emergencia de la cuesta de mi casa ahora juegan conmigo al despiste, no sé dónde vamos a parar. No puedo estar diez minutos buscando la sal que las madres que preparan esta semana el Bar Solidario en mi colegio me pedían como agua de mayo para adecentar las pancetas de los bocadillos. Ni mucho menos tener al final que recurrir a una amable señorita para que me indique con paso ágil, pero cansino, dónde se han guardado estas semanas las dichosas servilletas de papel. Acabáramos.

Y encima, no llevaba bolsita de esta de repuesto en la mochila...

viernes, 9 de diciembre de 2011

Qué bien, a la peluquería.

Querida peluquera:

Le agradezco su interés por querer socializarme hoy con el resto de señoras, señoritas y púberes que estaban esta tarde en su establecimiento. Es posible que mi cara de hastío mal disimulado no haya sido lo suficientemente agradecido ante el esfuerzo que ha realizado; pero ya le he comentado en otras ocasiones que yo, sin gafas, no paso ni una hoja de la revista rosa que me ofrece, y que no puedo seguir las amenas conversaciones de sus clientas -no porque no tenga oídos, sino porque ignoro la vida más personal de papel cuché de sus protagonistas.

Sí, sé que lo ha intentado casi todo para convencerme de la bondad de un leve tinte y de lo mucho que mejoraría mi imagen si me dejara crecer de nuevo el pelo hasta la altura de los hombros. Y que tal vez, seguramente, sin duda -vaya- un nuevo corte de pelo desfilado en lateral sería impactante. Si lo sé, claro. Pero, mire, es que yo estoy muy cómoda con mi corte casi masculino, tal vez por costumbre, ¿sabe?, porque la última vez que tuve el pelo largo fue allá hace más de quince años, y yo soy mujer de ideas fijas, una vez que las tengo claras y bien definidas.

Pero no dude que lo podrá intentar con Niña Pequeña, tranquila, porque a ella le encanta eso de sentarse y verse en el espejo, hacerse muecas y responderse con la mirada lánguida que sólo pueden tener las princesas. Ella ha aguantado bien los tirones de pelo y no ha dejado de tocarse su nuevo corte casi a la altura de los hombros, atendiendo a su gran preocupación, como ha dejado claro:

- Mamá, aunque me corten el pelo, ¿mañana podré llevar coletas?

martes, 6 de diciembre de 2011

Presidente de la patronal, ni se le ocurra.

Estimado presidente de la patronal:

Escucho en la medida que el ruido de mi impresora quema y escupe los papeles que usted no está muy de acuerdo con esto de los días de fiesta de esta semana. He creído oir también que, no sólo propone que las fiestas se cambien a lunes, por no sé qué motivos económicos que justificarían la ventura de movilizar los días de la semana, sino que en esta medida iría incluído el día de Reyes.

Mire usted, estimado presidente de la patronal. Yo no entiendo mucho de economía. Bueno, sí, de la microeconomía de mi casa, que hace que compre marcas blancas y espere a poder oir el tintineo modesto de unos céntimos en mi cartera de final de mes. Ignoro, entonces, si movilizar las fiestas mejoraría el rendimiento económico del país, si sería esta la medida apremiante para solucionar la crisis del largo momento que vivimos. Aunque, ya que estamos, esto de cambiar días de la semana me recuerda a aquello bíblico de querer ser como dioses; no podemos dejar el empeño de manipular a los de nuestro alrededor, que aspiramos a cambiar también de sitio los días de la semana.

Pero que mi hija, sí, que Niña Pequeña no pueda disfrutar de su día de Reyes, de su abrir los regalos el día 6 de enero, de romper de manera impulsiva los papeles brillantes que se resisten, de no saber bien por qué paquete empezar, de no poder comprobar después que la magia ha hecho que los camellos se hayan bebido el agua, Sus Majestades la leche y sólo quede un resto de galleta mordisqueada en el plato bajo el árbol y junto al Belén. Por ahí sí que no paso, estimado presidente de la patronal. Y ya le aviso que, si su medida se llevara a cabo, Niña Pequeña el 6 de enero, fuera martes, jueves o santo viernes, no iría ese día al colegio. Y mire que yo soy profesora, ¿eh? Porque el día de Reyes es sagrado, ¿sabe?

Tal vez usted no tenga ya hijos pequeños, es muy posible que no tenga el miedo metido de no poder escuchar los céntimos de los que le hablaba antes -porque no me cabe duda de que el ruido del papel en su billetera seguro que suena distinto. Pero en aras de mejorar la economía nacional, aumentar la productividad de una semana cuyas festividades caen en martes y jueves una vez cada siete u ocho años o por mejorar el sonido de su billetera, por eso, estimado presidente de la patronal, por ahí no paso. Entiéndase con los Bancos, con sus sesudas señorías, con sus ocupadísimos colegas de duro trabajo. Pero el día de Reyes de mi hija, ese, ni se le ocurra tocarlo.

Un saludo.

domingo, 4 de diciembre de 2011

Catorce horas durmiendo.

Noté la primera dentellada el viernes, entre la primera y la segunda clase. Estaba sola, yo entre la mesa y la silla, la carpeta de las notas abierta descuidadamente a un lado y los trabajos pendientes por corregir desparramados desordenadamente encima del escritorio. Supe que debía ser más rápido que él y me arrastré hacia la tableta de pastillas para el estómago: una ahora, rápido, y otra dentro de sesenta minutos, justo antes de comenzar la siguiente clase.

Los afilados dientes se conviertieron pronto en una pinza que me fulminó la boca del estómago hasta bien pasada la cuarta hora de clase; los alumnos de mi tutoría fueron conscientes de que no podía más.

- Tienes mala cara, profe -me dijo una.
- Lo sé -le contesté, apretándome sin disimulo donde el frío de las punzadas era mayor-, pero resistiré.

Una madre quiso saber de su hija después; me revolví en mi asiento mientras enumeraba los porqués de comportamientos y notas. Las punzadas eran cada vez más agudas, concretas, lacerantes. No podía abusar de nuevo de mis pastillas, condenada por hoy a engancharme al aluminio que otras veces me ha permitido aguantar.

- Tienes mala cara -me dice una compañera-. ¿No te vas a casa?
- No -contesto, intentando suavizar mis pasos para que la mordedura sea menor-, me queda una hora.

Él decide, al saberlo, que deja en el salón la maleta de su inminente viaje. Vamos al médico como quien vuelve de la batalla, a rastras, la mano como el caballero en el pecho, seguramente igual de pálida.

- Negre, tienes inflamada la boca del estómago -me dice el médico de urgencias-. Nada que no se pueda reparar con dieta, tus pastillas y, sobre todo, mucho descanso. Es cansancio, sin duda.

Le oigo a duras penas mientras pienso en mi mochila morada, rebosante de trabajos de alumnos por corregir y tres semanas por delante de último ajetreo de final de trimestre. Él no se va, me obliga meterme en la cama. Niña Pequeña se acerca a ver qué pasa, pues también quiere ser enfermera.

- Papá me va a hacer la cena, mamá -me informa.

Catorce horas después me levanto de la cama. La última vez que dormí más de cinco horas fue cuando volví de un largo viaje desde Honduras.

sábado, 3 de diciembre de 2011

Y después Él me regaló flores.


Porque todos se acuerdan del cumpleaños de Niña Pequeña, pero nadie felicita a la madre -me dice Él al otro lado del teléfono, mientras miro de nuevo la cesta de flores que me ha enviado al colegio en plena hora punta de clases y alumnos...


miércoles, 30 de noviembre de 2011

Hoy es el cumpleaños de Niña Pequeña.

Mi querida Niña Pequeña,

hoy, exactamente hoy, a lo largo de la madrugada entre ayer y este momento, tienes ya cinco años. Y como aquella madrugada, tampoco hoy llueve, aunque el sol es frío. Esta vez sí tienes ganas de salir y anunciar a todos que tus dedos ocupan ya toda tu edad, que si no eres de mayor princesa bailarina serás cocinera para hacer sopa y croquetas y que conoces ya todas las letras en su preciso y justo orden.

No sé cuántas personas hacen falta para hacer el número treinta, como preguntas últimamente tantas veces, ni si la hache seguirá siendo muda si la dejamos de escribir, como afirmas. Sé que deseas dormir con un delfín azul -o rosa, mejor, que es el color de las princesas-, que a tu muñeca preferida no se le descoloquen las trenzas y que el peluche rojo, ese perrito que duerme de mentiras, mamá, encima de tu cama, siga esta noche en el mismo sitio en el que lo dejaste esta mañana.

Feliz cumpleaños, mi Pequeña.

lunes, 28 de noviembre de 2011

Ropa de esquiar azul oscura.

Mamá -llama Niña Pequeña.

-¿Hum? -recojo las cuatro bolsitas que me da la amable señorita, de diez llaves moradas cada una, que me han pedido en el colegio.

- Mamá, este señor que no es un señor lleva ropa de esquiar -afirma, rotunda, mientras carga su peso primero sobre un pie, luego sobre el otro.

La miro. El maniquí muestra ropa de seguridad, tan azul como el mono de esquiar de mi vecino...

domingo, 27 de noviembre de 2011

Juego de tronos en la estantería.

Él me ha enganchado a la última película del momento, la saga Juego de tronos. Ya están en la sexta balda de la estantería varios de los libros de la saga, que sé acabaré leyendo.

Y es que el mundo medieval vende y gusta, como les digo a mis alumnos de 2º de ESO. Y si no, que se lo digan a Harry Potter, cuyo salón de la Escuela de Magia y varios de los edificios son recreaciones de edificios góticos ingleses, o al Señor de la Anillos. Cualquiera les dice a estos adolescentes que la Edad Media no fue, ni de lejos, tan oscura...




sábado, 26 de noviembre de 2011

La azotea tiene tejados azules.

Hoy iba en el coche con mi padre y Niña Pequeña, y al llegar a la altura de la rotonda que da paso a la casa del abuelo vi ya de lejos el tejado de su casa.

Cuando era pequeña me gustaba subir a la azotea de la casa de mis padres, cuadrangular y urbanizada, de paredes blancas ocultas entre los tejados azules y grises del vecindario y sus bocas de chimeneas que ya casi nadie utiliza. A lo largo de los años cambiaron y arreglaron el suelo con frecuencia, hasta dar con la tela asfáltica amarronada que ahora lo recubre -supongo que, tal vez, como remedio definitivo para evitar las humedades de los del 4º-. Los vecinos pasaban largas cuerdas de ropa húmeda entre las chimeneas, e intentaba yo adivinar por los colores y las prendas a quién pertenecía cada cosa: las sábanas de dibujos infantiles de los mellizos del segundo, la manta de cuadros del salón de la vecina de enfrente, hasta el cesto de tela de la mascota del realquilado de la otra escalera.

Subir a la azotea era entonces sinónimo de poder abrir la puerta agrisada del trastero de mis padres: un cúmulo de trastos, cestas, bolsas, libros y revistas viejas apilados a golpe de años y polvo. Durante un tiempo hasta hubo una lavadora ya desfallecida de la que mi madre protestaba.

Yo subía a la azotea en navidades, cuando aún sonaban las voces infantiles de los niños de S. Ildefonso recitando los números de la Lotería de Navidad, o a veces la noche anterior, recién dejada la mochila del colegio en una esquina del cuarto -libros, cuadernos, deberes para vacaciones. Ayudaba entonces a mi padre a bajar las tres cajas altas de cartón fuerte donde estaban guardados los pastores, ovejas y casitas del Nacimiento, herencia de mi abuelo aumentada año tras año en forma de figuritas de barro que a mi padre le gustaba ir comprando -quizá como un regalo merecido a lo largo de todo el año. Las dos enormes maderas de contrachapado fuerte estaban ya en el pasillo de la casa, bajadas por mi madre en algún momento previo de la semana.

Una vez bajados los dieciséis exactos escalones que hay desde la azotea hasta la casa de mis padres, empezaba a desenvolver las figuritas, colocándolas con cuidado sobre el piano que mi padre recibió en herencia de mi abuelo. No sé qué deleite me invadía entonces, al redescubrir -como si yo no lo supiera ya antes-, como si fuera nuevo o desconocido, que en el fondo de la caja se agolpaban corchos que luego serían montañas, el pequeño cedazo para cribar el serrín de los caminos, las ovejas y perritos de barro desconchado, el carnero marrón al que le faltaba una oreja y el pastor aquel que llevaba un cordero sobre los hombros y que mi madre, como cada Navidad, recordaría a quien quisiera oirla, que yo rompí cuando era como Niña Pequeña ahora.

No se ve la azotea desde la rotonda, ni siquiera al pasar el puente. Han cambiado las llaves, creo, porque la cerradura se atrancaba cada final de año. Mi casa tiene ahora, también, una breve azotea, donde se agolpan palomas y lectores de luz. Las cajas de mis figuras de Nacimiento -también de barro, también de las mismas tiendas donde antes compraba mi padre- reposan en sus cajas blancas y plásticos de burbujas, esperando a que pase el tiempo de Adviento que mañana empieza -aunque mi vecino de abajo, a la izquierda, ha decidido ya saltarse este tiempo y colgar de su puerta un rojo pendón que pone "Feliz Navidad".

miércoles, 23 de noviembre de 2011

Huy, que me regañan...

Para creerlo: una alumna a la que no he visto todavía ni sacar el estuche de la mochila me ha regañado por no aprobarla.

- A ver -me dice por encima del hombro-, que si te pones así y no me vas a aprobar, pues no estudio.

Pues eso. Hala. Otra vez el rancho y el coronel.

lunes, 21 de noviembre de 2011

Crepúsculo.

El sábado, cuando me veía rodeada por los vampiros de la penúltima película de la saga Crepúsculo -la sala de cine llena, muchas de mis alumnas en la sesión anterior, Niña Pequeña ya posiblemente acostada por Él-, recordé a una alumna que tuve hace unos años.

Acababa de salir el primer o segundo libro de la historia. Aquel año yo daba clase a un grupo de 4º de ESO, y había un pequeño grupo de alumnas extranjeras, creo recordar que búlgaras; habían superado más o menos la dificultad del idioma nuevo y podían, con menor o mayor acierto, seguir mis clases. Sorprendí a una de estas chicas, al entrar en clase, con el libro de Crepúsculo encima de la mesa.

- Profe, ¿ves? Qué historia tan bonita -me dijo.
- Lo sé, yo también me estoy leyendo estos libros -le contesté, pues una alumna de otra clase me había dejado un ejemplar.

Un alumno comenzó a burlarse de la lectura en cuestión. A su juicio era un libro de niñatas adolescentes que no servía para nada. Posiblemente si este alumno hubiera dedicado unos minutos a leer algo más que los mensajes de móvil que recibía diariamente, habría mejorado su ortografía, tal vez la caligrafía, puede que incluso su dicción -no su educación, pues era, recuerdo, un adolescente envalentonado por mamá- colega, mimado hasta la extenuación.

La alumna se dio la vuelta. La recuerdo en jarras, poderosa, mirando a los ojos a su compañero.

- Yo, al menos, leo -le contestó firme.

sábado, 19 de noviembre de 2011

jueves, 17 de noviembre de 2011

Y Dios nació.

Mamá -dice Niña Pequeña, mientras intento no darle tirones al secarle el pelo.

- ¿Hum? -contesto. Mañana mismo compro suavizante para niños.

- Mamá, ya sé por qué nació Dios -afirma, rotunda y muy seria, mientras me mira desde su reflejo en el espejo de detrás de la puerta.

- A ver, dímelo -le digo. Este año acabo mi carrera de Teología; igual es que todo se pega...

- Claro. Nació porque le necesitábamos.

martes, 15 de noviembre de 2011

Renové el carnet de conducir, sí.

Me costó 60 euros del ala, pero ya lo tengo: un papel tamaño folio, con membrete lateral y superior oficial del Estado, donde se me indica que, provisionalmente, pues usarlo como carnet de conducir hasta que Tráfico me envíe el nuevo, definitivo.

Hace unos días renové mi carnet de conducir. Una compañera del colegio me preguntaba, con sorna, que para qué iba a renovarlo, puesto que no tengo coche ni siento mucho afán por conducir. Cierto. Es más: me atrevo a afirmar que mi carnet, realmente, no estaba tan usado después de diez años -no, no echen cuentas sobre los años que tengo, puesto que no me lo saqué con dieciocho-, sino que lucía en todo su esplendor rosado dentro de la funda azul aterciopelada que me habían dado en la autoescuela. Pero el tiempo pasa para todos, incluso para mi cartulina de tráfico, de forma que pregunté cómo se hacía esto de pasar el trámite.

- Muy bien, Negre -me dice la amable señora-. Estás muy por debajo de la media de fallos en este ejercicio.

- Fenomenal -contesto, con mi mejor sonrisa falsa, esa de lunes por la mañana. Me callo decirle que el videojuego este de las bolitas verdes sobre carriles blancos que se mueven es mucho más sencillo que el Súper-Mario de mi Nintendo, donde ya estoy en la pantalla ocho.

- Muy bien también aquí, porque has parado antes de llegar al final de la línea -me dice, mientras observo la pantalla: una línea blanca terminada en un rectángulo blanco, donde, aparentemente, se esconde una bola blanca pilotada por mí. Genial: no me chocaré en mi coche virtual contra el muro.

Se empeña ella luego en que descifre, sin mis gafas de miope, las enrevesadas letras mayúsculas del fondo de la pared, luminosas e indescifrables sin mis lentes. Claro, mucho mejor cuando me pongo las gafas. Si es que eso ya se lo decía yo, ya, pero tanto empeñarse...

Tras comprobar que no estoy en tratamiento psicológico ni psiquiátrico, -"a pesar de tu profesión", apostilla ella; curiosa mujer, pienso-, que no tengo paranoias, ni oigo voces en mi cabeza, ni me mareo, mi tensión está dentro de los límites normales -más bien hacia abajo-, me firma el tarjetón. 60 euros para mi carnet renovado, foto incluida donde, una vez más, no apareceré con mi mejor perfil.

Cuando mi padre descubre, unas horas más tarde, que a él le costó 80 euros hace dos o tres años en el mismo sitio, se asombra y enrabieta.

- Claro, papá -le comento-. Pero a tí no te hicieron la prueba del videojuego, ni la de la línea, ni tuviste que descifrar las letras del tablero luminoso, y mentiste sobre lo del tratamiento psiquiátrico y no les dijiste que no ves bien del ojo izquierdo ni que has perdido reflejos con el paso del tiempo. Y eso se paga, evidentemente.


sábado, 12 de noviembre de 2011

¿Es posible mejorar?

Mi amiga Maricarmen me decía hoy, cuando me acercaba a casa, que este fin de semana era para nosotros de sólo un día, ya que este sábado los profesores de mi colegio lo dedicábamos a compartir con otros de otros centros un día de convivencia sobre temas de mejora educativa, en la siempre preciosa ciudad de Toledo. Os dejo uno de los vídeos que nos han invitado a pensar...



jueves, 10 de noviembre de 2011

Que se fastidie, que hoy no como rancho.

Imagina tu jersey favorito, tal vez ese azul grueso que te regalaron -sí, en la fiesta de Navidad, es cierto, y cierto también que cuando ya no sabían qué regalarte-; o tal vez el gris perla de punto y cuello alto, o el liso -odias los estampados-, por supuesto de cuello redondo -¿quién inventaría el cuelo de pico?

Imagina un hilo de tu jersey. Ese hilo fino, finísimo, casi discreto, tanto que casi, casi no se ve, aunque bien que te das cuenta todas las mañanas que eliges esa prenda para ir a trabajar. Pero alguien te dijo una vez -tal vez tu madre, o tu abuela, o tu mujer, porque es una sabiduría que se transmite genéticamente- que no puedes tirar de él y arrancarlo, con todas tus fuerzas de recién levantado. Aunque es lo que te gustaría, claro, porque sabes ya que guardarás esta noche el jersey, cuando vuelvas del trabajo, tras acostar a tus hijos, y el hilo seguirá ahí, orillado en la costura del lateral o próximo al cinturón. Pero se te habrá olvidado dentro de siete horas, hasta la siguiente vez.

Imagina que irás con tu hilo tras el desayuno y al trabajo. Que estará contigo toda la jornada en la oficina, en tu tienda, en la fila de espera de la panadería, en el coche. Será, pues, tu aliado más fiel -no obstante, lleva contigo casi desde que te regalaron el jersey. Nunca te atreviste a tirar de él ni mucho menos, a darle esa puntadita que tu madre le habría dado para arreglarlo. Mejor así casi, porque lo doblas un poco, lo pegas descuidadamente en recto a la costura lateral y ni se ve. ¿Quién se va a fijar en tu hilo?

Mis alumnos son a veces como ese hilo. A veces dan ganas de dejarlos junto a su costura particular hasta que dejen de intentar batallas sin futuro contra sus profesores. Por aquello de "peor para ti, profe", que hoy también se repetía tras regañar a la alumna de la izquierda, incapaz de reconocer que se había equivocado con su actitud. Pues eso. Ni una puntadita: mejor dejarla ahí, en su afán de ganar su de antemano batalla perdida, tras cerrar cuaderno y libro, cruzarse de brazos y mirar obcecadamente a un punto cualquiera del techo, mientras yo seguía con mi clase.

Me recordaba a lo que contaba mi padre de la mili: "que se fastidie mi coronel, que hoy no como rancho". Hale.

sábado, 5 de noviembre de 2011

¿Hay que usar paraguas, tal vez?

Trenza el aire antes de caer, amarilla.

- ¡Mamá! ¡Mira! ¡Llueven hojas! -grita Niña Pequeña mientras vamos a su clase de inglés...

jueves, 3 de noviembre de 2011

Podría haber sido peor, pero...

Podría haber sido peor. Podría no haberla visto y estar, a estas horas, viviendo en la ignorancia, ausente de las consecuencias de sus actos, pero sin conocimiento, al fin. Podría haberla visto antes, sí, y estar gastando a estas horas el tiempo en la tarea no reconocida, oscura y poco reconocida de apartarla de mi vida para siempre, pero gastando de mala manera y gana el poco tiempo que tengo para gastar, sí. O podría haber pasado, sin duda, que hubiéramos estado conviviendo las dos como si nada, cada una en un rincón de la casa, o ella, más bien, en el suyo, escondida hasta la hora intempestiva de las brujas, cuando yo estaría luchando con dormirme o apagar el despertador una vez más, ducharme después rápido, correr por la casa antes de irme a trabajar; hubiera salido ella entonces de su escondite, gorda y sedosa en su aspecto grisáceo, gritando su mudo "aquí estoy" para mi horror, mientras yo me ataría rápidamente los cordones de mis botas.

¿Se puede saber para qué limpiamos a fondo, Él y yo, este fin de semana, si esta mañana, de nuevo, un enemigo acérrimo y parece ser que inmortal, se asomaba en forma de pelusa de polvo por una esquina del pasillo?

martes, 1 de noviembre de 2011

Dulces de Halloween.


Yo soy más bien tradicional, ya se sabe: Reyes Magos, fiestas de cumpleaños con bocadillos de crema de cacao y buñuelos de viento para estas fiestas. Pero mi vecina me ha traído una suculenta muestra de dulces de Halloween -fiesta celta a la que pienso renunciar-: terroríficos dedos de ultratumba y almendra, caras de chocolate de gatos de cementerio y el corazón roto de mermelada de fresa de algún muerto viviente.

Por eso, esta vez le he tenido que escribir una carta de agradecimiento. Podéis leerla pinchando aquí.


lunes, 31 de octubre de 2011

Él, yo y el cine.

Generalmente tengo poco tiempo para ver la televisión, mucho menos para ir al cine. Pero hace unos días Él decidió regalarnos un rato lejos de los cuadernos y exámenes de los alumnos, regado con una fuente de palomitas y refrescos de burbujas. Hacía tanto tiempo que no íbamos al cine que la planta de las salas de proyección estaba en obras y la taquilla trasladada momentáneamente en el subsuelo.

Y anoche, vencida por los trabajos de mis alumnos de 1º, me escondía en mi manta de cuadros, mientras paseaba por las imágenes de una de las películas que más me ha hecho pensar últimamente:




...Deseando, en el fondo, algo como esto a unas cuántas personas más o menos cercanas:




Las entradas del cine se han quedado prensadas por un imán en la puerta de la nevera. Hasta la próxima vez.

domingo, 30 de octubre de 2011

Carta a Maruja en Negrevernétika.

Tocó mañana de limpieza general, y así se lo he contado a mi vecina Maruja (pincha aquí para leerlo).

Algunas respuestas de exámenes.

Hacía tiempo que no compartía con vosotros algunas de las respuestas de exámenes de mis alumnos. Si pincháis aquí podéis leer...


sábado, 29 de octubre de 2011

Qué baratos somos...


Querido comentarista anónimo:

Sé que te molesta profundamente que haya gente como yo, sí, un ejemplo de mala profesionalidad, mala trabajadora, mala profesora. Mala estudiante, sin duda, ya que, a pesar de estar terminando una nueva carrera universitaria, no he debido ser capaz -según tú- de aprobar una oposición.

Sé que soy incómoda, sí. Posiblemente tú, que debes de ser amigo o amiga de los sindicatos, votante de algún partido político incapaz de sacar el país de la crisis económica, social, educativa y política, sí, tú, explicas mejor que yo la crisis de la Edad Media, analizas sin duda óptimamente las causas y consecuencias del texto de las 95 Tesis de Lutero, ayudas a hacer sin límite de tiempo el esquema general de la Prehistoria. Seguramente, sí, tú, en virtud de que trabajas en la escuela pública, dedicas más minutos de calidad a la corrección del ejercicio 27 de la p. 48 -ya sabes, ese que siempre se les atranca, el de la pirámide feudal. Tú, sin duda, tienes la solución y la palabra definitiva para arreglar el tema educativo.

Y digo yo, si tan valiente eres, ¿por qué no das la cara? O, mejor, ¿por qué no diste la cara hace ocho años o hace doce, cuando comenzó esta serie de reformas educativas que no han conducido a ninguna parte? Claro, es más fácil esconderse en el anonimato.

Por cierto, ¿sabías cuántos de sus sesudas señorías han estudiado en colegios concertados -por ende, religiosos? Uno de tus flamantes politicastros comunicaba hace unas semanas que se veía obligado a llevar a sus hijos al Colegio Británico -pobrecito- porque donde vive no hay colegios públicos bilingües. Qué curioso que haya siete en su misma ciudad...

Hace dos semanas escuchaba a una alumna del instituto de enfrente quejarse:

- Claro, claro, están luchando por nosotros, y por eso también nosotros hacemos huelga -les decía a sus amigas-. Pero, ¿quién nos va a explicar ahora los temas que han pasado por dados y que entrarán en la selectividad?

Estuve por decirle que cuando uno toma una decisión, debe asumir las consecuencias. Pero, querido comentarista anónimo: que se lo expliquen en su instituto.

jueves, 27 de octubre de 2011

Peor para tí, profe.

Principio de la mañana. Entro en la clase del pasillo principal del edificio, a la derecha. Hoy toca una clase más tranquila: los alumnos del grupo están trabajando bien. El alumno del fondo, a la derecha, pronto se decanta, pues mientras el resto trastea con lápices, cuaderno, libro, rotuladores prestados, él decide mostrarme el escaso interés que tiene por mi asignatura. ¡Ay, qué dolor! Como si a los dioses les importara mucho...

- Llevamos un buen rato de clase y aún no has empezado -le digo-. Saca el cuaderno, abre el libro, siéntate bien, guarda por ahora la agenda -empiezo a ordenar de forma más o menos amigable.

- No quiero -responde. Tenemos la pelea verbal asegurada, me digo.

- ¿Y eso? -me hago la sorprendida, aunque ya le conozco de otros años y sé sus cuatro puntos débiles; entre ellos, ser adolescente, consentido, rebelde porque el mundo me ha hecho así y tú no lo puedes evitar.

- Lo voy a hacer en casa -hace como que busca en la cajonera, encuentra lo que parece el cuaderno de mi asignatura. Miro de reojo, comprobando que los deberes de hace una semana siguen sin estar hechos.

- Ponte al día en lo que queda de clase, haz lo de la semana pasada -le digo, con voz un poco menos amigable. Sus padres son sus colegas, de forma que ya tiene suficiente pandilla.

- No quiero. Te he dicho que lo voy a hacer en casa -dice, mientras me mira con lo que él debe de creer que es una torva y brutal mirada de las nueve y cuarto de la mañana.

- Pues ya sabes cómo va esto -zanjo la cuestión-. Si no trabajas, el perjudicado eres tú.

- No, lo eres tú. Si yo no trabajo, peor para tí -sentencia, con su mirada agresiva de primera hora. Seguramente se cree que lanza chispas desde sus oscuras pupilas.

- No, para mí no, porque yo no soy tu amiga -digo, mientras abro mi cuaderno de notas, sabiendo que está vigilando mis movimientos de refilón. Me retiro de la lucha verbal tras blandir bolígrafo rojo y anotar por enésima vez que no hace nada. Por si acaso, no sea que venga papá- amigo o mamá- colega a decirme que lo que pasa es que no comprendo la forma de trabajar de su hijo. Hoy tengo clase en la Universidad, está diluviando, un derrame en un ojo tal vez fruto de la tensión del trabajo, y no voy a pararme a discutir, mira por dónde, sobre el gran inconveniente que supone para mi vida que el alumno del fondo, a la derecha, decida no hacer los tres míseros ejercicios y el comentario de texto de hoy.

lunes, 24 de octubre de 2011

La princesa Niña Pequeña.

Hoy llevé a Niña Pequeña a su pediatra; que no cunda el pánico: una revisión rutinaria donde me indicaron que debía llevarla al oftalmólogo -dados los antecedentes de miopes familiares- a lo largo de sus casi prontos cinco años. En la sala de espera vimos princesas saliendo de sus lápices:



sábado, 22 de octubre de 2011

Llegó el otoño.

Declaro inaugurado mi otoño, tras haber realizado el ritual propio de este día: poner la calefacción (tras constatar que por la mañana ya hace más frío que toda la semana anterior junta), buscar los pantalones de pana de Niña Pequeña (porque el vaquero o los leotardos de colores no han podido evitar hoy que sus pies estuvieran fríos) y comprobar que los árboles que están junto a la hiedra de mi vecino empiezan a amarillear...

Qué gusto poder notar el peso cálido de mi chaqueta gris de lana...

jueves, 20 de octubre de 2011

Luna, lunera y Niña Pequeña.

Mamá -llama Niña Pequeña, mientras mira por la ventana. Nos hemos levantado hace poco; en casa de los abuelos le darán el desayuno mientras yo empiezo mis primeras clases en el colegio.

-¿Hum?

- Mamá, está la luna -afirma, rotunda. Son aún las siete y media y está empezando a amanecer, tímidamente. La luna, gorda, redonda, bien blanca ahí.

- Claro, Niña Pequeña, porque todavía es un poco de noche -contesto, mientras busco su cazadora. Hace frío en el relente.

- Mamá, la luna tiene una estrella al lado -continúa informando. Sé que es Venus, pero ya se lo diré: ¿para qué explicarle que ahí arriba hay estrellas, planetas y otros mundos?

- Claro, Niña Pequeña. Está muy cerca.

- Yo sé porqué está ahí esa estrella, mamá -dice, acercándose-. Es que la luna es una mamá y la estrella es su bebé.

Tiene razón.

lunes, 17 de octubre de 2011

Sin tarjeta SIM

Maldita sea su estampa, sí: la de mi conexión móvil de internet, que decidió ayer dejar de funcionar. Lo probé todo: abrí su tapa, limpié la tarjeta, le traté con cariño, usé las amenazas, desinstalé y reinstalé la conexión, revisé su maraña de claves y hasta leí con fruición el somero manual de instrucciones de la caja. Nada. Un cúmulo de catástrofes y los juguetones deseos de los dioses hicieron aparecer, una y otra vez el aviso: "No se reconoce la tarjeta SIM. Asegúrese de que hay una tarjeta SIM introducida".

Y yo sé lo que es una tarjeta SIM, pardiez, que soy de la generación que veía en la tele los dibujos mangas de los '80, cuando aquellos muñecos de ojos como platos compraban a través de una pantalla y tecleaban frenéticos como si hablaran con otros. Dichosa conexión, que ganas me daban de decirle por teclado -a ver si así me hacía caso- que la tarjeta endiablada estaba introducida en su habitáculo, limpia, resplandeciente en azul y verde, esperando a ser leída para yo traspasar la pantalla.

- La has quemado, Negre, seguro -me dijo Él-, que ya te he dicho yo que no es bueno estar tanto tiempo conectada, que pareces una de tus alumnas.

Maldita sea su estampa. Hoy mismito por la tarde me paso al ADSL con wifi...


viernes, 14 de octubre de 2011

Oiga, ¿no hay tizas blancas?

Subo a la clase, allá en el pasillo, al fondo, a la izquierda. Hoy va lenta la conexión de internet, cosas del directo, de forma que decido rápidamente volver a los métodos de antes; recojo la pizarra digital, calculo el espacio de pizarra verde -tradicional, clásica, de las de toda la vida- y lo que necesitaré para explicar esto que escucha con poco afán mi público adolescente de hoy, el tiempo que queda hasta que suene el timbre avisando del comienzo del recreo. Me da tiempo y hasta podré explicar pausadamente los deberes para el lunes.

No hay tiza blanca en el borde amarillento de la pizarra.

Busco en mi estuche. Nada: ni un resto -y eso que siempre me guardo un pequeño trozo para estas emergencias. El compañero de enfrente me informa a través de la alumna que le envío que tampoco tiene, pero que si quiero una de color naranja no hay problema, que tiene; de refilón veo cómo la profesora de matemáticas, dos clases más allá, pelea con las ecuaciones en tiza amarilla. Así que no me queda más remedio que echar mano de la tizas de colores y selecciono la más adecuada para la clase de hoy: indudablemente, el color rosa le va muy bien a la explicación de las relaciones sociales en la Edad Media.

Suena el timbre. La parte de pizarra no ocupada por lo digital resplandece en rosa: flechas, cuadros y mayúsculas en reluciente polvillo asalmonado. Antes de bajar de nuevo me paso por la clase en la que entraré dentro de media hora, al otro extremo del pasillo. Esta vez alguien me ha dejado encima de la mesa los restos de una tiza amarilla. Explicaré latín de forma luminosa, entonces.

A este paso, la tiza es lo que va a resultar ser una innovación educativa...