jueves, 25 de diciembre de 2014

No es blanca Navidad.


Entre ayer y hoy decidieron por la calle cantar aquello de Blanca Navidad, por más que en esta Navidad no hay ni una nube en el cielo y sí le da suficiente luz solar a la flor de Pascua que me regalaron hace una semana en la floristería de la esquina. Donde yo vivo hay río, sí, pero por más que se empeñaran hoy los niños del coro de la misa de doce, ni un pez para mirar cómo bebe por ver a Dios nacido en este 25 de diciembre. No tengo pandereta ni zambomba, no estoy con mi suegra -y ni se me ocurre darle en mitad de la nuez, como reza otro villancico de estas fechas. A mí lo que me gusta, le decía hoy a Él, mientras preparaba la comida -no yo, que no me gusta y por no saber, ni distingo comino de orégano-, es lo del tamborilero aquel.

- ¿Por qué, Negre, porque mira que hay villancicos más bonitos para estas fechas? -me pregunta, mirándome de reojo con sus ojos azules.

- Porque es el más pobre de todos: por no tener, sólo posee un zurrón y le regala al Niño lo mejor de sí mismo: su canción, a ritmo de tambor -le digo yo sin respirar, del tirón, que cuando estoy inspirada, no hay quien me pare. 

Por eso le he prometido a Niña Pequeña que mañana, cuando paseemos por la Plaza Mayor de Madrid y vayamos de puesto en puesto, buscaremos un pastorcito -mejor, una pastora- que lleve un instrumento musical, y lo pondremos en el Belén de casa, que todavía hay espacio...


 

domingo, 7 de diciembre de 2014

De gatos y gatitas.

Una tarde cualquiera, de esas lluviosas y frío repentino; Niña Pequeña, Él y yo hacemos tiempo antes de entrar en el cine -sesión infantil prenavideña, noche de invierno antes de la cena- y se me van los ojos, quizá por cosa de la profesión, a un grupo de adolescentes cercano: muchas chicas, un par de chicos, una parejita. 

Armados de teléfonos móviles de última generación -a todas luces, mucho mejores que el mío y presumo que regalo de papáymamá, como premio a sus ¿buenas notas?- quizá se hablen entre sí a golpe de teclado de la misma manera que muchos años antes, en las mismas fechas de Navidad apresurada de centro comercial, mis amigos y yo nos quedábamos en las escaleras de un cine que ya cerró, comiendo dulces y hablando entre nosotros: eso sí, con palabras que se las llevaba el viento, porque los teléfonos sólo servían para llamar y quedar en la puerta de la taquilla. 

Niña Pequeña se ha quedado mirando fijamente al grupo y quizá se adivine en el horizonte de seis o siete años futuros en la cara de alguna de las jóvenes o en la melena que se atusa como un gato perezoso una de ellas: con manos hábiles busca los enredos que no existen, pero que ellos -gatos-, miran, ladea y se contonea dulzona alisando su melena castaña y perfectamente lisa, agrupa en una coleta alta, cuidadosa y bien pensada, con el arte de quien se sabe observado por ojos felinos que no se agazapan. 

- Mamá. 

-¿Hum?

- Mamá: esa chica tiene el pelo muy largo -concluye, admirada.

- Sí -sentencio; en sus ojos de ocho años recién estrenados veo las luces de la adolescencia...