lunes, 30 de abril de 2012

Lástima: llueve.

Mamá.

- ¿Hum?

- Mamá, hoy tenemos que ir a clase de Inglés, ¿verdad?

- Claro que sí, Niña Pequeña -respondo, sabiendo que le encanta ir a esa clase.

- Pero está lloviendo... -continúa ella, mirándome fijamente. Le brillan los ojos, que ha achicado como Él cuando tiene alguna cosa preparada. 

- No pasa nada, porque tenemos paraguas -respondo, esperando por dónde va a salir.

- Entonces, mamá, es necesario -recalca- que me pongas las botas de pisar los charcos...

martes, 24 de abril de 2012

37veinticuatrodeabriles

No borraré días, repasaré otros, rotularé más fuerte sentimientos. Hoy es mi cumpleaños.


jueves, 19 de abril de 2012

Querido compañero de carretera...

Querido conductor, estimado compañero de carretera:

Me he dado cuenta de que debes de tener algún problema en el motor de tu coche, ya que con cierta frecuencia tu vehículo acelera repentinamente al llegar a un semáforo -ya sabes, verde, amarillo, colores, cruce- cuando al ámbar está a nanosegundos de pasar al rojo. Ya sabes que los acelerones no son buenos para el motor, que se consume más y que el gasto de gasolina es mayor. Si yo lo digo por ti, que está ahora a un precio que las nubes lloverán gasoil dentro de poco.

Por cierto, revisa los intermitentes también, los dos, sí, porque cuando entras en la rotonda esta de aquí arriba ya veo que no te deben de ir bien, porque no lucen, tactactactac, ni el izquierdo ni el derecho. Imagino que vas a pasar la ITV dentro de poco, deberías mirar esto.

Y las luces de población, querido compañero de carril, las luces, que estos días está nublado cuando nos cruzamos ahí, al salir del garaje, que igual es que hace tiempo que no revisas las bombillas. Ya sabes que seguramente la caja de repuesto está en el maletero de tu voluminoso vehículo, ahí donde la rueda de repuesto. No te preocupes, que el dueño del taller de arriba, junto a la salida de la autopista, es muy amable y en plisplás te las pone que da gusto luego lo bien que se ve todo.

Pero oye, eso sí: te felicito, porque tienes el coche impoluto, vamos, que la pintura metalizada brilla que da gusto, que se ve que te esmeras en el aspecto de tu vehículo. Ni un rayón, ni una pegatina mal colocada, el aspecto desde luego no desmerece.

Un saludo,

lunes, 16 de abril de 2012

Creo que voy a ir a comprar...

¿De verdad que le vas a hacer una foto a la nevera, Negre?

- Sólo al interior, hombre. Esto es un documento gráfico, una fuente de información histórica.

- ¿Nuestra nevera?

- Sí. La imagen de una nevera de la postguerra. Por cierto, que ese turrón de coco del segundo estante no sé yo ya cómo estará...




domingo, 15 de abril de 2012

Misión: los chinos.

Yo sólo quería unas servilletas de papel, unos vasos, una cinta adhesiva grande y ancha.

- Vete a los chinos, que allí tienen de todo -me aconseja mi madre.

- Pero, mamá, que ya sabes que a mí no me gustan esas tiendas, que es que te están vigilando todo el tiempo.

- No digas tonterías, Negre -corta, en costumbre, ella.

Servilletas de papel, vasos, cinta adhesiva. Entro. El que parece ser el jefe está hablando por teléfono, pero me detecta según abro la puerta; me ha localizado, así que voy rápidamente al pasillo donde yo creo -donde yo pondría- los vasos, junto a las jarras de cristal y los platos que parecen algo más duraderos. Noto al fondo del pasillo la mirada del jefe, que no deja de hablar por teléfono.

- Pasillo central. Cambio.

No están los vasos, pero al doblar la esquina, allá al fondo, vislumbro entre un montón de bandejas de plástico y botes falsificados de Hello, Kitty la cinta adhesiva grande y ancha, de forma que me apresuro a por ella.

- Localizada. Pasillo lateral 3. Cambio.

Para despistar al jefe me oculto entre los marcos de madera mal acabados y las Barbies de rubio postizo, pero la mujer del jefe, desde la entrada, me ha localizado.

- Pasillo lateral 4. Cambio.

Huyo silenciosamente por el fondo de la tienda: adaptadores, alargadores blancos o grises, una pila de sillas de plástico y un conjunto informe de botellas vacías de cristal. Me tapan tres cestos grandes, donde se apilan sin orden ni concierto cojines multicolores. Me faltan aún los vasos y las servilletas. ¿Tendré que pedir ayuda teléfonica a mi madre?

- Mamá, conecta el GPS, que no encuentro las servilletas y los vasos, que mira que ya te he dicho que no me gustan las tiendas de los chinos.

Hago un quiebro mientras la silueta del jefe hace sombra en el pasillo lateral 1; por el tono de voz, parece que está dando apresuradas indicaciones desde el teléfono. Corretea finalmente a mi vera mientras subo las escaleras: al fondo, casi escondidas, objetos insidiosos, están las servilletas. Los vasos se apilan en una esquina. me agazapo mientras cuento los paquetes que me tengo que llevar.

- ¡Atención, atención! ¡El objetivo ha desaparecido! ¡Atención!

Salgo de mi escondite improvisado cargando a dos manos con tres paquetes dobles de servilletas, cinco tubos de vasos de plástico, la cinta adhesiva ancha en la muñeca, a modo de pulsera. Tanteo los escalones: uno, dos, tres, que bajo en diagonal, seguida de cerca por la mirada entreabierta del jefe chino, que no suelta su teléfono. Creo que es un walki, más bien. Mantiene firme la posición en el pasillo central, junto a los perfumes de olor falso. La mujer localiza rápidamente una bolsa grande y teclea números en una vieja caja registradora.

- Ocho con diez -dice.

Estoy convencida de que los números tecleados en las cajas registradoras de los chinos son falsos, al azar, no coinciden etiquetas de los productos con lo que dicen las luces verdes con pinta de juego de marcianitos de las dichosas cajas. Pero cojo la bolsa, los vasos, las servilletas, la conta adhesiva. Un gato dorado se despide de mí desde el borde de la puerta, mientras mueve delante y atrás una pata izquierda.

- Cambio y corto.

martes, 10 de abril de 2012

Pero ¡qué mentira, profe!

Pero, ¿cómo, profe? ¿Qué dices? ¿Pero que era hoy el examen de recuperación? Pero, ¿cuándo lo has dicho? ¡Si no lo dijiste, profe! -protesta el alumno del fondo, a la derecha.

- Profe, profe, que no, venga, que no, que hoy no puede ser -le apoya su amigo, no, mejor, su colega, su compañero de trampas (que no travesuras).

Los miro de refilón (debo acordarme de acercarme a la óptica: esta patilla anda suelta...). Me pregunto si los dos alumnos no se habrán dado cuenta de que ya nadie se cree sus protestas, pero de verdad, en serio, que se ríen de vosotros.

- Claro que lo dije, ¿cómo podéis dudarlo? Estaríais ocupados en otras cosas, no en atender en clase -contesto, con mi mejor cara de inocente.

- Pues yo no pienso escribir nada, profe, que lo tengas claro.

Vamos, clarísimo. Pero desde septiembre que lo tengo...


jueves, 5 de abril de 2012

Mi padre conocía a Mingote.

No recuerdo muy bien, pero tendría siete, ocho, tal vez nueve años cuando empecé a estudiar piano. Mi padre había decidido para mí que debía seguir la estela del suyo, pianista por orden del abuelo, interventor del Banco de España.

- Cuando lo del oro de Moscú -añadía mi padre siempre-, eso es importante, que salió en la portada del ABC de aquellas.

Obviamente, el mejor complemento eran las clases de ballet, aunque ya no en el Conservatorio.

- Así también harás deporte, te formarás en el arte -añadieron en casa, mientras yo veía con horror el maillot rosa y las zapatillitas.

Yo nunca vi muy claro mi futuro como pianista, aunque recuerdo en mi incipiente adolescencia -no fui precoz en eso, afortunadamente para los que me tuvieron que rodear entonces-, que el resto del mundo lo tenía claro.

- Terminas la carrera de piano y luego, si quieres, te pones con otra carrera -me decía la mujer de mi profesor de piano, una tarde que compartíamos, supongo, yo un batido, ella un café. A la vera del Conservatorio había dos cafeterías muy chic, muy monas, muy de art-dèco, en la que esperarían mi salida mis padres.

Siempre es más cómodo que los demás lo tengan claro por ti, por supuesto. Salieron así a la luz, todos aquellos años, las partituras de mi abuelo, hasta sus breves composiciones y aquello de cuando creó un coro de voces poco blancas, en el pueblo, en lo veranos.

- Y nadie sabía nada de música, pero ¡qué bien sonaba todo! -me decía mi padre, orgulloso.

A mí no me gustaban especialmente las partituras aquellas del musiquero -¿sesenta, ochenta, cien años?-. Yo nunca fui capaz de escuchar la música en mi cabeza con sólo leerlas, y lo único que me llamaba la atención era su color amarillento, el leve olor a rancio y el tiempo retenido en las anotaciones del profesor de mi abuelo.

- Yo es que preferiría ir a clases de pintura -decía en todos los principios de curso.

- No va a poder ser, tienes que ir al Conservatorio -respondía, invariablemente, mi padre.

Mi madre, de aquellas, no decía nada, cosa que nunca le he agradecido, porque mi madre será muchas cosas, pero la verdad es que siempre se le dio bien la pintura, y las acuarelas de su casa son su mudo ejemplo. Supongo que le gustaba ir a las cafeterías chic y muy monas de la vera del Conservatorio, y esperar a que acabara mi clase de Solfeo.

- Tú tienes que ser como tu abuelo, o como yo, aunque no me haya dedicado finalmente al piano -me decía mi padre. Mi abuelo no le dejó.

- Es sentar plaza de pobre -le aconsejaba con frecuencia Mingote, amigo íntimo de mi abuelo, profesor de música de mi padre.

Llegó un momento en el que fui yo sola al Conservatorio; nunca me gustó su edificio, ni el frío de sus paredes, ni la ciudad en la que está -aún hoy evito pasar por allí, y no sé si las cafeterías chic y muy monas de su vera siguen abiertas, a pesar de la crisis, porque imagino yo que serán caras. No me gustaba lo que significaba ni lo que me suponía: no poder ir a clases de pintura, dejar aparcados los pinceles, las pasteles, las aguadas y hasta el maloliente aguarrás del óleo, que siempre me dejaba algo de pintura reseca en mi mejor pincel de pelo de marta.


Una tarde tomé la decisión: dejaría de estudiar música.

- Te vas a arrepentir, te arrepentirás de esto toda tu vida -amenazó mi padre. Mi madre siguió muda. Supongo que ya le daba igual, pues tenía otros intereses y un bebé en brazos.

- Puede ser, pero ahora lo dejo. Yo quiero estudiar otra cosa, yo no quiero ser pianista, yo no quiero la música, yo quiero estudiar Historia. Yo quiero pintar.

Creo que fue una decisión de arrebato adolescente, o que, sin saber cómo decirlo, pero lo digo ahora, me quería liberar de una carga que no era mía: la de cumplir el sueño de mi padre porque el suyo no quiso que se asentara en plaza de pobre, como le decía Mingote. Y la de cumplir las expectativas de mi profesor de piano, que lo fue mío todos los años, hasta que en el último momento debió ver que yo no estaba para esas cosas, y me cedió a otro del que no recuerdo nada.

- Mamá.

- ¿Hum?

- Mamá, yo es que voy a ser policía, para poder decir a los coches por dónde tienen que ir.

- Muy bien, Niña Pequeña. Si es lo que quieres, no hay problema.

lunes, 2 de abril de 2012

Aliados del Titanic de mi casa.

Uno de mis vecinos de abajo y mi vecino de enfrente, según se mira en diagonal, son aliados. Bueno, esto ya lo sabía yo, claro, porque además la escalera que nos separa es fuente inagotable de información cuando se saludan: que si el niño me ha suspendido, que si el colegio nuevo está muy bien -hasta tienen enfermera-, que si los nietos vendrán of course, dentro de poco -porque mi vecino de abajo es muy in y muy chic, y les habla a los pequeños en inglés todo el tiempo.

Los dos vecinos, que no sé si la familia entera también, son aliados, e imagino que hasta son amigos de la pareja aquella del perro grande, que no me gusta nada porque a mí esos perros me parecen peligrosos y no-son-para-estar-en-un-piso, como dice mi madre. Pero es que está bien esto de tener aliados a lo largo y ancho de la escalera comunal, y hasta apoyos colaterales en portales anexos; nunca se sabe cuándo se necesitan votos en una reunión de vecinos. Yo es que no voy a las reuniones de vecinos, lo admito, porque luego me encuentro que el acta y lo que se hace al final no coincide, y me enfado, ¿sabe?, y cuando nadie parecía darse cuenta de que tal vez mejor gas natural, que es que aquí ya todo el mundo lo tiene, oiga, y que al final el mantenimiento del butano nos va salir por un pico, pues ya le dije a Él:

- Mira, que mejor que a la próxima vas tú, que eres amigo del vecino de enfrente del otro portal, y luego ya me cuentas.

Y dicho y hecho.

Hoy volvía de hacer unas compras, por supuesto, ya no en el súper de emergencia este de aquí arriba, que no me gusta nada, sino del otro, más arriba aún, pero como están allí trabajando varios antiguos alumnos, pues parece que todo queda en casa.

- ¡Hola, profe! -me saluda uno, mientras empuja el palé de leche desnatada.

Allí estaban los dos aliados, en el portal, comentando la última reunión, algo de nuevo sobre el gas natural y que nadie parece hacer caso de sus consejos, y así nos hundamos todos, y a mí me da igual, decía el vecino de abajo.

- Pues anda, que a mí -le contestaba el otro.- Si esto te lo llevo diciendo años, que aquí no se puede estar. Y eso sí, luego la derrama, que a saber para qué es.

Así, como en el Titanic: aquí no se puede estar, y ya te lo decía yo, y que nos hundimos todos en moléculas de butano que no podremos mantener...