viernes, 29 de julio de 2016

¿Qué tal son los hijos de tus vecinos?

Los hijos de mis vecinos -al menos, algunos de ellos-, están acostumbrados a ser llamados a golpe de silbido y terraza por esos padres a los que no les gusta mi trabajo... Algunos de ellos disfrutan de un periodo vacacional sin tener que preocuparse de exámenes de septiembre y me consta que no les importó en su momento acabar de romper los columpios que por aquellas épocas usaba Niña Pequeña y algunos otros que entonces eran como ella, ya que sus padres, claro, se encargarían de pagar los desperfectos comunitarios. No ocurrió, como era previsible. 

Son cosas de críos, yo lo sé, cuando se esconden a jugar a oscuras en el aparcamiento de los bloques, ese al que hay que bajar por unas escaleras. 

Y cosas de críos, me consta, cuando juegan en el mismo aparcamiento con globos de agua, dejando encharcadas las dos plazas de garaje inmediatamente contiguas al grifo que -cosas de críos- dejan a veces abierto...

Cosas de críos, no pasa nada, lo de intentar dar a los cristales de un coche que está aparcando en el garaje comunitario, que iba en broma y no pasa nada, que con pedir luego perdón ya se arregla. 

O cosas de críos, tranquilos todos, cuando ese mismo agua de sus globos se deja caer por las empinadas escaleras, mal iluminadas, que conducen a las mismas plazas de aparcamiento de antes.

Nada que ver con las bicicletas embarradas que dejan esas huellas que la mujer de la limpieza tiene que quitar, día tras día, del portal donde las dejan. Ni con sus competiciones a voz en grito en hora de siesta aprovechando el wifi de algún rellano. 

Cosas de críos, que son llamados a silbidos al rayar la medianoche, para que suban ya a cenar a casa, que dejan para septiembre lo que bien se pudo hacer en el largo invierno o consideran, como sus padres, que los profesores son una especie de lacra social fundada en las vacaciones y la pereza. 

Pero -¡ay!- cuando alguno de esos coches de las plazas de aparcamiento no vea, al entrar despacio, tan despacio como la administración comunitaria solicita por escrito y encarecidamente, a estos críos que, con sus cosas de críos, se exponen día sí y día también al peligro de jugar a escondidas y sin luces, luchar entre globos o regar sin malicia -cosas de críos- las escaleras...

Entonces, me temo, ya no habrá silbido que valga y vendrán los padres, sin globos, a lamentarse entre aguas...



   

miércoles, 27 de julio de 2016

A mí sí me gusta mi trabajo

Hacía tiempo que no la veía, pero hoy nos encontramos en el aparcamiento; bueno, realmente no sé si me vio o me esquivó con la mirada, o hizo como si sí, pero va a ser que no, o quizá pensó que si ella no me miraba, yo me volvería invisible y así no tendría que hacerme frente y saludarme.

Porque debe de ser difícil para ella saludarme ahora, mirarme siquiera, en este tiempo estival, en el que el calor se desgrana perezosamente desde el mediodía y las horas van más lentas... Entiendo su dificultad, pues es madre de dos niños en edad escolar y durante ocho largas semanas -ocho taurinas, lentas y agónicas semanas- tiene que estar pendiente de ellos, día y noche, hora tras hora, y pensar cómo ocupar el tiempo de su retoños, impedir por todos los medios que se aburran en vacaciones, proveerles de distracciones, campamentos, deberes vacacionales y todo lo posible para que estén ocupados -porque, ya se sabe, si el cerebro no está a pleno rendimiento intelectual, busca su desconexión en forma de imaginación y esto, en la adolescencia, vete tú a saber, Negre...

Ella me dijo hace siete años -aún lo recuerdo, pues Él tuvo que salir en mi defensa, que yo estaba harta de oír y tener que escuchar- que no era justo mi horario de profesora, que los niños se aburren en vacaciones, que mira, Negre, a ver entonces quién me entretiene a los niños, que la conciliación laboral consiste en que yo dejara a mi hija con alguien para cuidar a sus pequeños en mi colegio, hasta las ocho de la tarde -otra vez: ocho, ocho semanas, ocho horas-, momento en el que ella  los recogería...

Desde entonces -siete años- ella disimula, no me saluda y me hace invisible con su mirada vacía. Y es que tengo un defecto: estoy de vacaciones, no voy a mi trabajo, no me ocupo de sus hijos. La he dejado sola, tiene que ver cómo entretener a sus retoños.

Y en septiembre, cuando volvamos a estar en el aparcamiento -cada mañana, cerca de las ocho... ocho semanas, ocho horas...- su hijo pequeño me verá al bajar las escaleras:

- ¡Hola, Negre! -dirá, como viene haciendo desde hace años.

- Hola, pequeño -responderé, ante la mirada silenciosa e invisible de su madre, porque, en el fondo,  a ella no le gusta mi trabajo.

'País...

    

sábado, 23 de julio de 2016

¿Qué dibujo animado serías?

Tarde que promete calurosa y obliga a deshacerse en los hielos del refresco del vaso. Mi amiga me ha invitado a merendar y dejar pasar el tiempo en el patio de su casa; a mi lado, como si nada, una de sus hijas, futura alumna mía, comparte patatas fritas y verano conmigo.

- Oye, elige un dibujo animado -le digo. Vamos a estar juntas el próximo curso: hay que conocerse.

- ¿Por qué? -me pregunta, sin dejar de comer, cansada de todo, patatas fritas.

- Tú elige uno -le replico, sin darle opción. Hay que dejar claras las cosas desde el principio...

Mira al vacío entre patata y patata... Tanto, que temo que se le haya olvidado mi petición o haya decidido no hacerme caso.

- Creo que sería Rapunzel, Negre -dice, al cabo de un rato.

- ¿Por qué?

- Porque estoy siempre encerrada en una torre -me dice, con la seguridad de quien ha tomado una buena decisión.

- ¿Te refieres a que no te dejan hacer lo que quieres y tienes muchas normas? -le pregunto, oteando en el horizonte la adolescencia que llama a las puertas de la casa de mi amiga.

- Quizá. Yo quiero tocar la hierba... -me dice, mientras me mira con unos preciosos ojos claros...

El próximo curso...




 

jueves, 21 de julio de 2016

¿A qué sabe el amor?

Hoy me acerqué a la pastelería. Aún no han arreglado el cruce que es sólo la mitad de lo que pudo ser, y la señal que lo indica sigue siendo, como expliqué aquí una vez, la mitad de lo prohibido -que es como no saber si sí o si no-...Tenía una buena razón: llevar esta tarde al goloso hijo de una amiga una tarrina de helado...

Entrar en esta pastelería es adentrarse en un laberinto de colores y destellos comestibles; fue aquí donde descubrí qué son los macarons, ese dulce de tonos pasteles que una grande -Catalina de Médicis- llevó a Francia en el s. XVI... Me interno en su pequeña sala: cuatro mesas negras altas, con sus taburetes, madre y dos niños pequeños desayunando bollos y leche con cacao; al fondo una mujer pide un café y, de paso, dame también uno de estos para picar. Un abuelo cuenta minuciosamente el dinero necesario para su barra de pan y yo, mientras, paladeo con la vista el frescor de las galletitas francesas aquellas e imagino los sabores de mantequilla de las pequeñas pastas de té. Han arreglado -menos mal- la máquina de refrigeración de los helados y, aunque no hay de chocolate, el hijo de mi amiga quizá quiera degustar el sabor de galletas y queso...

- Hola, Negre. ¿Qué deseas? -me dice la dependienta, sacándome de mi sabroso trance. 

- Hola. Querría.... -Querría... Un corazón de mermelada aposentado como por sorpresa sobre una tarta de queso. Un amor tan dulce que crujiera en trozos de fresa. Un dulce de hilvanados sentimientos... Delante de mí, en la esquina, como si nada, alguien se llevó un fragmento y dejó un corazón roto para degustación de paladares resistentes a tormentas y afectos...