sábado, 21 de febrero de 2015

Segunda. Izquierda. Rotonda.

Tome la segunda a la izquierda. Rotonda -me dice con su voz femenina de sabelotodo. 

La miro de reojo, aquí a mi derecha, en el puesto de copiloto del Negrevercarruaje, donde se acomoda con su apariencia opaca y negra. Imperturbable, me dice de nuevo: 

-Tome la segunda a la izquierda. Rotonda. 

Tres carriles se convierten de repente en cuatro que se bifurcan doblemente -¿quién inventó carreteras que se multiplican sin control y giran sobre sí mismas?- y el horizonte se transforma en señales blancas, azules, rectángulos amarillos y cuadros verdes, números, iniciales, de pronto, cuatro flechas. 

- Tome la segunda a la izquierda. Rotonda -aunque sé que quiere decir ro-ton-da-Ne-gre-ya.

Dudo. Dudo como casi nunca lo he hecho en mi vida, yo, que pienso meticulosamente todas las decisiones que se chocan conmigo y actúo al final con un fragmento suelto de corazón. No hay rotonda, pequeña, y sí dos a la izquierda, y a la derecha, y la salida a una radial que antes no estaba -o sí, porque no me fijo-, cuatro carriles, seis, varias líneas discontinuas y a mí no me gusta conducir. 

- Tome la se-gun-da en la ro-ton-da -me parpadea en una flecha amarilla. 

Sigo recto, porque no sé y deseo ahora mismo que la carretera se pare, el tomtóm recalcule y busque una salida a mi encrucijada de carriles negros y señales de colores. No: no tengo una buena relación con este aparato, que pienso algunas veces que es de pega y me pone a prueba porque no acabo de tomar en tercera las rotondas, como me avisó mi profesor de autoescuela y al que prometí solemnemente que obedecería...


 

martes, 17 de febrero de 2015

¿Y si evaluamos de otra manera?

Hoy voy a anunciar un pensamiento.

Una reflexión docente. Una de mis últimas conclusiones.

Lo mío de hoy es un secreto a voces, una idea que nos ronda a muchos profesores, un algo que tiene de noséqué como contracultural. Un sinsentido, para muchos. Una duda, para otros. Una puerta entreabierta. Una posibilidad. Un noatreverse por si acaso. Una razón para ser un bichoraro. Una conversación oculta en la sala de profesores. Una sonrisa de soslayo. Una afirmación queda en la sesión de evaluación de dentro de dos semanas. Una oportunidad. Una posibilidad. Un grito de guerra. Un reto para la Inspección (des)educativa. Un moda en breve.

Atención.

¿Sí?

Los exámenes no sirven. Sí: los-e-xá-me-nes-no-sir-ven. 

Obsoletos. Olvidados. Fuera de rango. Superados. 

Hay, seguro, otras formas de evaluar, más acordes, que se atengan a habilidades, a capacidades, a las posibilidades de procesar información, a ser realistas en este momento de colonización de lo empresarial en la cosa educativa. Más por eso de trabajar en grupo, ser colaborativo, cooperativo lo llaman. 

Y entonces, ante el próximo -enésimo- cambio educativo que viene, si a los docentes nos piden ser innovadores, mirar habilidades, capacidades, destrezas, ser en grupo... ¿A qué vienen pruebas externas de contenidos memorizables masticados en cómodas preguntas y subapartados?

Y es que alguien debería darse cuenta -lo de caer del guindo de antes- de que los profesores y los alumnos somos los que estamos en las aulas. 

No los políticos. 

Qué país. 

Y ya me callo.


domingo, 8 de febrero de 2015

De pequeñeces.

Una honda es una tira de cuero, la del pequeño David, un tirachinas bíblico, una cuerda de la que pende la piedra que vence a Goliat y su hondo problema, eso que es profundo, bajo en el terreno de las dificultades y vencible: recóndito, intenso en la expansión que el Mal produce, cual telaraña oscura. Honda es aquella parte de tu todo hueco y que rellenas, ahondas, desde el silencio y la soledad querida: lo más profundo, lo más de mí es que es todo y cante, hondo

Desde el escaparate de la tienda de la esquina, que antes fue de paraguas, bolsos y mochilas y ahora se reconvirtió, se anuncia el producto: y venden pequeñas hondas para vencer las dificultades cotidianas, o diminutas adversidades para hacerse fuerte en veinticuatro horas; tal vez -no entré a preguntar- tienen escondido entre los cachivaches que adivino detrás del cristal aquello que terminará con mis huecos y vacíos, aunque será pequeño y pudiera ser que el dependiente no lo encuentre. Y desde el fondo, a lo lejos, un pequeño cante, una minúscula melodía a precio de ganga para acompañarse -el cliente que se aventure: yo, no- a patinar en línea...





 

jueves, 5 de febrero de 2015

Hace frío, sí.

Mi frío invernal sabe a té con leche y manta de cuadros: volutas de humo que aventuran el falso verano de una taza de cerámica.