domingo, 28 de julio de 2013

Carta a Maruja (29): ensaladilla

La ensaladilla es uno de mis platos favoritos; pocas cosas pueden superar el placer que me produce paladear la mayonesa uniendo cada uno de sus pequeños ingredientes. Y he tenido que contárselo a Maruja, porque, mientras preparaba mi comida de hoy, me he dado cuenta de que este, sí, es un plato que puede hacer tambalear el pequeño orden familiar. Lee aquí

 

viernes, 26 de julio de 2013

Indispensable crema.


No imagino cosas mucho más sedosas que la mantequilla, aunque tal vez la suave piel del melocotón tenga casi su tacto fino. Esponjosa y suave, maleable en olas mientras la acaricia el cuchillo romo, para no dañar su graciosa superficie, ligera, sutil, exquisita al paladar que ronronea de placer mientras se deshace en cremosas gotas. De raso y terciopelo dorado, en el dulce matrimonio goloso del ritual del desayuno.

 

lunes, 22 de julio de 2013

¿Qué le pasa a mi correo electrónico?




La bandeja de entrada de mi correo electrónico está vacía, desamueblada: soledad tecnológica por vacaciones, que es como estar desangelado.


 

viernes, 19 de julio de 2013

Horario de abuela, lentitud de niño.

No corras -ordena la abuela desde su atalaya, en el frontal del parque infantil. 

El niño, cargado con sus cinco o seis años de energía, se para, la mira de frente; diría yo que la está analizando, tal vez sopesando las capacidades motoras de su yaya, directamente inversas a la velocidad que podría conseguir en una larga escapada. Parpadea y le veo girar levemente sobre su rodilla derecha. Escapa. 

-¡No corras, eh! -grita aquella, mientras se levanta. El delantal de flores de su falda se mece al viento suave, mientras planta la suela de su zapatilla azul, de mujer mayor, en la arena del parque. Ella, abuela, matrona y por lo tanto, dueña y señora del nieto, a expensas de la madre -que para eso ella crió con soltura, ella solita, sí, que el marido de esto no entiende, a todos sus hijos. 

El nieto vuela ya por la arena, atravesando el tobogán por debajo, sorteando ágilmente a Niña Pequeña, que sonríe mientras observa cómo yaya anda resuelta para coger al nieto. Desfachatez infantil: correr en el parque. El niño se para junto a los columpios, tanteando a la abuela, mihura, vitorina, en esa carrera de capea.

- Que te he dicho que no corras, ¡eh! -continúa la mujer, que no mira, decidida, por dónde va: la misión es capturar al pequeño, devolverle al redil, hacerle obedecer como a un manso. No es la hora de correr en el reloj de la yaya, sino de estar sentado en el borde del parque, junto a ella, luciendo nieto de educación infantil no obligatoria, mirar sólo los columpios, suspirar por el tobogán, esperar a que la abuela decida que ya es la hora de la merienda o de actuar como todos los niños en el parque.

-Mamá -dice Niña Pequeña, desde el banco saltarín.

-¿Hum?

-¿Para qué trae esa abuela al nieto al parque, si no le deja hacer nada? -pregunta ella, con aire extraño.

- Pues eso digo yo, Niña Pequeña: que algunas abuelas se creen que los niños tienen el horario de adultos...

 

lunes, 15 de julio de 2013

Niña Pequeña lo tiene claro (2)

.
A/A sus sesudas señorías.

Muy sres. míos:

Sé que estos días están uds. muy ocupados por serios problemas políticos y no es mi intención importunarles una vez más ni distraerlos de aquellos asuntos que preocupan especialmente a la nación -no hablo del paro, no, ni del 26% de desempleados de ese país, que ya sé yo que están todos en ello, luchando codo con codo para sacar esto adelante...

Sé que están uds. entregando todo su tiempo en asuntos vitales como son tapar su propia corrupción, que no se note quién roba más de sus sesudas señorías o procurar que la opinión pública -que viene a ser como el corrillo de madres de la puerta de mi colegio en hora punta- no se dé cuenta de que los políticos han dejado de ser eso, servidores del país, para ser sus propios amos a expensas del pueblo al que debían servir...

Nada más lejos de mi intención que robarles un minuto de su tiempo. Ni siquiera iré a la casa del pueblo, al Parlamento, no sea que mi presencia allí donde estoy representada -un ciudadano, un voto: participe usted cada cuatro años en el gobierno- no sea bien hallada. Les envío por eso la presente acompañada, sin más, por una nota de atención  de Niña Pequeña, que ya saben uds. que lo tiene claro, pero ¡ella qué sabe!

Por si tienen un momento, vaya, para mirar hacia aquí abajo...


 

jueves, 11 de julio de 2013

Un acto de fe: ir a la piscina.


Esta tarde voy a la piscina. No a una cualquiera, no: a la municipal, aquí al lado, vamos, según bajas, y no con cualquiera, sino con dos vecinas y sus hijos. Y Niña Pequeña. Y yo, naturalmente.

Ir a la piscina con niños es un acto de malabarismo-o el cómo transportar todos los accesorios imprescindibles, absolutamente necesarios para bañarse: manguitos, gafas, toallas varias, chanclas, zapatos de calle, cubo, patito de goma, pelota de Disney- y de fe -la confianza ciega en que nada se perderá, la certeza de no comprender cómo con sólo una pasada de crema factor 50 Niña Pequeña no se quema y yo acabo tiznada en rojo-, y creo que hay pocas cosas que me incomoden más como prepararme para mojarme en un vaso acuático salvo, claro, ir a la playa, con su incomodidad gratuita de arena fina y canallesca, infiltrada hasta los últimos resquicios de la toalla que nunca uso. 

Mi amigo Josémanuel dice que esto de la piscina y de la playa es una involución, que tantos millones de años para salir del agua y acabar ahora volviendo a ella. Pero aquí estoy: el termómetro hierve, el toldo no puede retener ya por más tiempo el rectángulo de sol que se desplaza inexorable por el balcón, las nubes se han quedado suspendidas. 

He encontrado mi toalla azul, la que nunca uso. Hoy, me la llevo.

 

miércoles, 10 de julio de 2013

Carta a Maruja (28): o el no ser.

Asumo que jamás seré como mi vecina Maruja. Lo intento, lo prometo, por estas, pero ella hace cosas tan increíbles que he tenido que escribirle una nueva carta (y ya van 28): pincha aquí para leerla.

 

miércoles, 3 de julio de 2013

Gritando la necesidad de desconectar.

La estantería que guarda mis carpetas del trabajo, el ordenador que no funciona, los botes de bolígrafos y los libros de actividades está pidiendo unas vacaciones. O que la ordene; más bien, que la libere de la carga de vigilar que los folios no se desparramen por el suelo o que los recambios de la impresora se mantengan más o menos en su sitio a lo largo de los diez meses del curso. 

Y seguro que encontraré en alguno de sus rincones los rotuladores -rojo, azul, verde- que perdí en el segundo trimestre y la caja de tizas de colores, porque decidí sustituirla en las clases de Geografía por los mapas proyectados desde la pizarra digital. Hay, además, algunos post-it amarillos que anotaciones que olvidé  y una grapadora que ya no cumple, desde hace tiempo, su función, pero por si acaso, dejo en la segunda balda, no sea que en algún momento me dé tiempo a ver qué le pasa. 

Hasta los muebles del salón piden ya unas semanas de descanso...