jueves, 30 de septiembre de 2010

Mis alumnos y sus casas domóticas.

Escuchaba hoy a unos alumnos de 4º (en una inconmesurable sustitución que he tenido esta mañana) comentar que circula por Tuenti una página-amiga que dice algo así como yo también he tirado ropa al cesto de ropa sucia por no tener que recogerla. Y los alumnos afirmaban con la seriedad que sólo se tiene a los quince años que la página era buenísima y que se apuntaban ya mismo.

Es más: uno sentenciaba, líder él de la conversación, que era la mejor opción, porque la ropa volvía doblada, limpia y al armario.

Es decir: mi alumno y sus secuaces viven en una casa domótica. Lo sospechaba, pero cada vez estoy más convencida de que viven en la mayor gloria de las altas tecnologías: mamá-robot hace todo, papá-mola me da los caprichos. Podría rubricar con la feliz sentencia de un antiquísimo alumno, cuando le preguntaba qué pensaba hacer después de marcharse del colegio: "¿yo, profe? Nada: vivir de mis padres todo lo que pueda".

Papá, mamá: que vuestros pequeños ya son mayorcitos, que saben mucho más de lo que os hacen creer. Que no os engañen con falsos testimonios de lo dura que es la ESO y la gran cantidad de deberes que hay que hacer... Y que saben entrar en Tuenti con vuestros teléfonos móviles cuando vosotros no estáis...


miércoles, 29 de septiembre de 2010

Un sindicalista me obligaba...

Estimados señores sindicalistas, defensores de los trabajadores, compañeros todos:

Yo pensaba que un piquete en caso de huelga tiene una función informativa. Así que contemplo con estupor -no sé de qué me extraño a estas alturas- las noticias que vomita el telediario. Piquetes informativos, gente de esa liberada por el bien del currito de a pie, quemando autobuses, echando silicona en las cerraduras, parando camiones de mercancías, pegando en ocasiones a algunos que querían ir, un día más, a trabajar.

No sé de qué me extraño. No esperaba más ni menos.

¿Dónde estaban, compañeros, camaradas, líderes sindicales, hace dos o tres años, cuando esto se veía venir y los que veíamos cómo nuestro dinero costaba más de ganar y duraba menos tiempo en nuestro bolsillo, éramos unos catastrofistas antipatrióticos -palabras de nuestro generoso presidente?

¿Dónde os escondisteis cuando desde la escuela concertada muchos os hemos pedido las mismas condiciones que los de la escuela pública -ya, ya, sin puesto de trabajo fijo? Porque trabajamos más horas, tenemos la misma titulación, y cobramos menos. ¿Dónde estás mis sexenios? ¿Por qué a mí me obligan a una formación constante, o a mi centro aplicar una política de calidad? ¿Por qué no al instituto de la calle de abajo? Decid la verdad a la gente: la concertada os sale más barata -a vosotros y a los que os secundan políticamente-; y no veo a vuestros hijos -me consta, muy de cerca- en los colegios del barrio del Raval de Barcelona, en las tres mil viviendas de Sevilla o en el Pozo de Madrid: yo he dado clase a vuestros hijos, yo, de la concertada, de esa que no defendéis, a pesar de querer nuestros votos cuando os convienen.

¿Por qué a sus sesudas señorías, cuando no acuden al Parlamento -su trabajo, les recuerdo-, no les quitan ese día de sueldo? Porque yo, si falto sin justificación, tengo problemas.

No sé de qué me extraño.

¿Y todos esos ilustres nombres de la cultura, figuras relumbrantes de nuestro panorama musical o cinematográfico, que se lanzaron hace años a la calle, defendiendo -decían- montones de derechos? ¿O es que ya los Bardem y compañía ya no son de los vuestros? No nos hagáis perder el tiempo mintiéndonos, por favor...

Contamináis el nombre de democracia y clamor democrático. Se os llena la boca de consignas en nombre de la libertad de expresión, de reunión y de no sé cuántas cosas más. Y ensuciáis la esencia de la democracia: el derecho a ser ciudadano, a ser libre, a poder elegir, a ser protagonista de un país. Vosotros habláis de democracia y libertad y quemáis autobuses e insultáis a los que tienen el derecho a trabajar. Eso es lo democrático.

No sé de qué me extraño. Empiezo a pensar que estáis untados, camaradas, compañeros sindicalistas, liberados todos. Que os han callado la boca a golpe de cheque y talonario de euros. Los derechos, sólo los vuestros. La democracia, la vuestra. ¿Y vuestro deber moral de respetar la libre decisión de los otros?

Camaradas, compañeros, liberados, sindicalistas defensores de vuestros propios derechos e intereses. Por favor, no se molesten en acercase a mí en la próxima votación sindical de mi colegio. No vuelvan a decirme, como aquel -hace unos años- de un sindicato de tirada nacional, que me decía que mi deber era votar -a ellos, claro. Mi deber es ser libre. Gracias.


martes, 28 de septiembre de 2010

Mañana yo no voy a hacer huelga.

Mañana hay convocada una huelga general en España. Y yo no la voy a secundar, lo cual algunos -amigos, enemigos-, lo podrán considerar como un ejemplo de mi escaso apoyo a los derechos de los trabajadores.

La verdad es que yo pienso en los más de cuatro millones de personas que mañana no podrán ejercer este derecho en España, ya que están en el paro -o, como diría nuestro flamante y generoso presidente, "están trabajando para el país desde la formación". Hace unos días leía que cifras oficiales del Gobierno indicaban que en el 2011 acabaríamos con casi cinco millones de parados-estudiantes-trabajadores-por-el-país.

Y, de paso, parece que a unos cuántos se les ha olvidado que difícilmente podrá el generoso presidente español cambiar el rumbo de sus meditadas decisiones económicas, pues han sido impuestas por EEUU, la Unión Europea y el FMI (para que luego me lo quieran vender como que en las potencias europeas se están tomando las mismas medidas: toma, claro, oiga, como que la línea política de Inglaterra, Francia y Alemania es la misma: por eso ya están saliendo, tímidamente, de sus particulares crisis económicas).

No, no voy a hacer la huelga mañana. Porque estoy pensando en mis compatriotas parados-estudiantes-trabajadores-por-el-país. Porque ¿dónde estaban los sindicatos cuando esto empezó? Porque lo de los liberados sindicales es de vergüenza nacional. Porque sus sesudas señorías del Parlamento faltan a su trabajo un día y otro también, y aquí no pasa nada. Porque la gente parece que vota por el aspecto del traje del político de turno en la televisión. Porque no se puede obligar a nadie a hacer un huelga, que es un derecho, pero no un deber, oiga.

Y porque yo mañana por la tarde tengo clase -de lo mío, que ya he empezado- y la ausencia de autobuses me impide llegar delante de mi profesor. Es decir, mi derecho a la educación, la formación permanente del profesorado y mi libertad de poder decidir han sido vulneradas. No me tomen el pelo, por favor: esto está amañado y si no es desde la presión y la amenaza, mañana a la huelga no iría ni el Tato ese...

domingo, 26 de septiembre de 2010

Los paseos sirven para coger piedras.

Mira, mamá: he cogido muchas piedras en el paseo -dice Niña Pequeña, mientras abre su puñito para enseñarlas-. Una... dos... tres... ¡cinco!

- Es cierto, has cogido muchas. Ya no puedes coger más porque no te caben en la mano.

- ¿Cómo que no? -Niña Pequeña se para y me mira extrañada-. ¡Tengo la otra mano todavía!


sábado, 25 de septiembre de 2010

Han pasado quince años y...

No te acuerdas de mí, Negre? -me dice él, sonriente, las manos sobre el manillar del carrito de su bebé.

- Pues... no -digo, rotunda. Lo miro atentamente, analizo su rostro, buscando la mínima pista que me permita un reconocimiento, al menos fugaz, para salir del paso.

- Claro, claro, es que ha pasado mucho tiempo. Yo tenía quince años -me sonríe, invitándome a adivinar quién es. Me dice su nombre, que no me dice nada.

Yo calculo rápidamente su edad, baremo la de sus dos hijas, miro de reojo a su pareja. Compruebo de refilón que la amiga de ella me está interrogando sin preguntarme -ya me he encontrado con ella otras veces y siempre lo hace, aunque no tengo muy claro porqué. Imposible ubicar al chico en un tiempo concreto, de forma que digo como por azar:

- Han debido de pasar como veinte años quizá, desde la última vez que nos vimos -lanzo, a ver si acierto, mientras repaso en décimas de segundo dónde podríamos haber coincidido este joven y yo.

- Fuiste mi catequista -me desvela, al final, con una sonrisa de oreja a oreja. Su mujer me mira, buscando mi reacción, la amiga se sonríe.

Acabáramos -me digo. No han pasado veinte años, pero sí quince. Imposible reconocer en él al adolescente aquél... Es decir, por algún extraño motivo, esta semana se cerraba con reencuentros luminosos y jóvenes con fantasmas adolescentes en mi retina...


miércoles, 22 de septiembre de 2010

Tuve una vez un alumno luminoso...

A Niña Pequeña no le gustan las despedidas, tal vez porque percibe en ellas algo de un parasiempre o nuncajamás que no es capaz de asumir aún.

Cuando los alumnos de 4º de ESO se despiden en junio del colegio (algunos, hasta de nosotros también), a veces -no siempre- me ocurre algo parecido a Niña Pequeña. Cuatro años dan para mucho en la vida de un adolescente: son como un abismo entre el niño que entró en el colegio y el casi joven que se marcha. Y cuando se van se llevan consigo mi incertidumbre de qué será de ellos más tarde, mientras dejan tras ellos su imagen quinceañera.

Mi trato con mis alumnos adolescentes es variopinto y tiene textura de cortinaje o de visillo, según los casos: escaso, translúcido, rígido, áspero, cálido, sincero, oportunista... Y hoy vino al colegio Roberto, uno de mis primeros alumnos. Y su textura era luminosa, diez años después de darle yo clase, ocho desde que acabó. Recordaba, mientras hablaba largo con él, que cuando se marchó, fue para mí una de esas despedidas que me costó, consciente de que se alejaba un adolescente -con su coraza, como él me recordaba de nuestras largas charlas en el patio- y tal vez vería después un joven, casi adulto, con gran potencial intelectual y unas cuántas dudas.

Roberto despedía luz para mí, porque era de esos alumnos que lo llevan escrito en la cara, tenía un punto irónico que a mí me hacía gracia cuando hablaba y una mezcla entre la soberbia de saberse buen estudiante -apreciado por varios de sus profesores- y la incertidumbre de no saber muy bien quién era. Y Roberto ha sido muchas veces para mí referente de lo mucho que un profesor puede influir en un alumno, sin darnos apenas cuenta desde el lado de la tiza y la pizarra. Por eso cuando aparecen estos alumnos por sorpresa en el colegio es un regalo... y un estímulo profesional.

Cuando nos despedíamos me recordaba que los profesores solemos hablar más de los alumnos conflictivos o con problemas porque hacen más ruído. Le daba la razón, claro: Elia, Encarni, Helena, Alfredo, Diego o él mismo fueron, cada uno con su estilo, melodías agradables. Y difíciles despedidas.


lunes, 20 de septiembre de 2010

Mis alumnos lo llevan escrito en la cara.

Algunos alumnos lo llevan escrito en la cara. Yo me doy cuenta los primeros días, apenas en la primera semana; vamos, es cuestión de un mínimo de observación y una pizca de experiencia.

Y no me refiero, no, al alumno ese que ya desde la primera hora del primer día de clase de la primera semana ha decidido hacerse notar y destacar: poca gana de trabajo, mucha de dejar claro ahíestoyyo. Y tampoco me refiero a ese otro, unas horas después, lleno de desidia y menos gana que el anterior, al que le ha faltado tiempo para quitarle el bolígrafo a la compañera de delante. Mucha gana, pues de llamar la atención de la alumna (y esta, tonta, cayendo en sus redes de araña como débil mosca alucinada...).

No me refiero a estos alumnos, que casi han empezado el curso como lo dejaron -o peor: más aburridos y desganados, poco confiados en un sistema que les impide, tal vez, hacer lo que realmente desean. Es fácil hablar de ellos, bien porque con frecuencia su comportamiento impide al resto ejercer su santo derecho a ser educados en ser mejores personas, bien porque a veces la Administración decide dejar de lado a los que sí quieren para volcar vanos esfuerzos en quien no lo pretende...

No. Hoy me refiero a esa alumna del fondo, la que estaba al lado de la puerta, esa, discreta, callada, todo ojos y curiosidad. Algunos alumnos lo llevan escrito en la cara, sí, y esta alumna -a la que no conocía hasta hoy- tenía marcado en los poros de su piel que quiere aprender. Y, además, me ha dicho, sorprendida ante mi pregunta, que sí, que le gustaba leer. Claro, elemental, obvio y limpio como agua cristalina: ¿cómo a esta alumna no le iba a gustar leer?


domingo, 19 de septiembre de 2010

Como sí, pero todavía no.

Mi madre dice que este tiempo es el peor, porque no sabes qué ponerte; y esto debe de ser una sabiduría popular transmitida -como otras cosas- vía gen femenino de madres a hijas (no me imagino yo a mi hermano preocupado por si ponerse manga corta y chaqueta o manga larga o sudadera o...).

A mí es que este tiempo de casi-otoño-pero-todavía-no no me molesta, la verdad. Como el frío lo llevo mal y el calor me sobra, tengo ya preparada la chaqueta azul fuera del armario... Pero hoy comprobaba en el parque -salieron tímidamente unos rayos de sol, y con ellos, los niños, como setitas- que mi madre es una sabia de la calle y a mis vecinas les pasa lo mismo. El problema, oiga, no es que hay que forrar los libros de los niños o que el mes de septiembre vino cargado de facturas. El problema es qué ponerse...

Esta mañana me unía a la fiebre enloquecida del final del verano, recolocando la ropa de Niña Pequeña estratégicamente, aireando aquellas camisetas de manga larga por si le valen aún, repartiendo pantalones, panas, sudaderas y el por si acaso de manga corta, que aún pueden venir días... Total: el armario lleno igual de ropa, pero en vez de en cajas, todo distribuido en los cajones, por si acaso.

Y nunca me gustó el por si acaso, como sí, pero todavía no. Indecisión constante que no deja claras las cosas ni avanzar...


sábado, 18 de septiembre de 2010

En el ascensor hay poco sitio.

Conozco cada uno de sus rincones porque dejé vagar la mirada por ellos... Hasta el aire tenía forma -cúbica, geométrica. El lugar era más pequeño y claustrofóbico de lo habitual, por mucho que hubiera un espejo para simular espacio...

Ayer coincidí con una persona en un ascensor. ¿Por qué la compañía allí resulta siempre opresiva?


jueves, 16 de septiembre de 2010

Todo es según cómo se mira...

Bien, yo no entiendo nada; debe de ser, sin duda, por esto del principio de curso, que tiene mis sentidos centrados sólo en la novedad...

Así, leo con estupor que el rey de Marruecos y sus secuaces señorías se empeñan en seguir sin aprender Historia, de forma que el que un político español vaya de visita a Melilla es una provocación diplomática hacia el país vecino. Por favor, que alguien le recuerde -al rey marroquí, claro- un poquito de pasado histórico de la zona; yo ya lo hice hace tiempo aquí, pero parece que en vano...

Pero no sólo es eso... Estos días una mente preclara ha dado con la solución definitiva al problema del paro en España -a fecha de hoy, en cotas del 20,3% de la población. El insigne actual presidente del Gobierno ha tenido la desfachatez... digo... la iluminación de decir que los parados en cursos de formación no están parados: trabajan para el país. No miento, lo ha dicho aquí. Claro, que lo que tenemos que hacer los demás es mirar lo del paro con otros ojos. Que se lo digan a las familias que están a punto de gastar toda su ayuda social -que conozco a alguno; oiga, que del cursito de formación no se come...

Yo, que soy muy amante de sus sesudas señorías y alabo el excelso trabajo que hacen por la buena marcha y futuro del país, he decidido aplicar la máxima del presidente en otros aspectos de la vida diaria. Y es que creo que este hombre tiene razón: que sí, oiga, que lo que hay que hacer es ver las cosas con otros ojos. Y así:
  1. No es que en España sea el país donde hay más jóvenes que ni trabajan ni estudian que en toda Europa: es que estos son cuasi adultos esperando una oportunidad. Por eso, mejor ni estudiar ni trabajar, no sea que la oportunidad pase por ahí y estén centrados en otra cosa menos importante...

  2. No es que ya hoy, primer día de clase, haya tenido dos alumnos tirados encima de la mesa, sin intención de coger ni el bolígrafo para poner su nombre en una ficha. No. Es que la sociedad les desmotiva y el sistema educativo no se pliega -perdón: adapta- a sus necesidades. Ya. Así acabamos con el fracaso escolar...

  3. No es que España esté metida en Afganistán en una guerra con todas las de la ley -si es que en la guerra se puede hablar de ley-, en el marco de la OTAN. No. Es que es un escenario de violencia bélico y peligroso. Y eso que un conocido mío, destinado allá seis meses, me hablaba, más bien, que le recordaba a su experiencia en Irak...

  4. No es que me vayan a subir el recibo de la luz el mes que viene. Es que la coyuntura mundial invita a una política de consumo y ahorro que hay que incentivar enseñando a los españoles a usar medios alternativos de iluminación. Vamos, que estoy buscando el candelabro que tenía mi abuela en el desván... Como aquellas navidades, en las que nos conminaban a no cenar cordero y sí conejo, porque era -decían- más barato y así ahorrar...
Pues eso, que no entiendo nada. Y eso que no he dicho nada sobre la opinión que me merecen los de los sindicatos, sus liberados y la farsa de la convocatoria de huelga general de este mes...


martes, 14 de septiembre de 2010

¿Profesión? Profesora. Mañana vienen...


Hoy podía oir, a lo lejos -desde el pasillo de arriba- las voces de los más pequeños de mi cole. Un proyecto largamente esperado, como recordaba aquí, por lo que saber que están ellos es emocionante.

Mañana vendrán los alumnos de Secundaria... Comienza oficialmente el curso. E imagino ya la cara de alguno cuando me vea en la puerta de su tutoría -y los de otros, cuando no me vean, claro...


domingo, 12 de septiembre de 2010

El vecino de abajo, hoy muy enfadado.

El vecino de abajo hoy estaba enfadado. Tanto, tanto, que no le ha quedado más remedio que subir los quince escalones que separan su casa del vecino de enfrente -uno de mis vecinos de enfrente, según se mira, en diagonal:

- ¿Pues no ves? ¿Te das cuenta? ¡Es un lugar de juegos! -le dice, airado, en el descansillo.
- Ya veo, ya.
- Claro, que si fuera invierno, pues bueno -apostilla la mujer del vecino de enfrente (según se mira, en diagonal)-. Pero, claro, así, en verano, no puedes cerrar las ventanas.
- Es una vergüenza -continúa el vecino de abajo-. Son los de siempre.
- Lo sé, lo sé: los de siempre, ya lo he visto -afirma con rotundidad y tono cansino el vecino de enfrente (ese, el de la diagonal).
- Pues he puesto la tele a todo volumen para no tener que oir sus conversaciones. ¡Sus conversaciones!

El vecino de enfrente (según se mira, en diagonal), y el de abajo se despiden. Y yo decido, por fin, que es el mejor momento para salir de mi casa, cerrar la puerta y bajar a ver qué pasa. Y es que hoy mis vecinos decidieron hacer una merienda sorpresa a los niños más pequeños del lugar, en la zona cero del parque -entiéndase, la zona de juegos-, lugar estratégicamente situado a la vera de la casa del vecino de abajo -también es mala suerte, oiga: 64 casas y le tuvieron que vender precisamente esa...

Yo sé que los niños molestan -y los preadolescentes, oiga. Aunque los de más de doce años son peores porque ellos lo hacen de manera consciente, sabiendo el poder que tienen de desequilibrar a las mejores mentes. Los niños incordian y seguro que generan rabia bullente en las venas del vecino de abajo, porque se dedican a balancearse en el columpio, tirarse por el tobogán, hacer castillos y sopas con la arena y caerse de vez en cuando. Y estas tareas, claro, son sonadas y sonantes.

Pero sin duda, los peores son los de siempre -entre los que me incluyo, claro, porque Niña Pequeña estaba hoy jugando con los gamberros y sonadores hijos de los de siempre-, con sus atronadoras conversaciones sobre el futuro colegial de sus pequeños, el menú improvisado de la cena o si limpiar o no la cocina el próximo fin de semana. Entiendo por tanto, que el vecino de abajo se haya quedado tan ancho provocando contaminación acústica con su televisión a toda pastilla para no escuchar semejantes atrocidades -aunque lo siento por sus amigos, los vecinos de enfrente según se mira en diagonal, que tienen un bebé de meses y no habrá podido dormir la siesta con semejante escándalo.

Pero como el vecino de abajo estaba hoy tan enfadado por haber invadido su espacio acústico, no me he atrevido a decirle que a mí tampoco me gustan los gritos que da a sus nietos cuando estos le visitan, ni las reacciones del vecino de arriba-arriba, cuando decide insultar a los hijos de los de siempre por jugar en el parque, ni los del otro vecino cuando permite a su hijo tirar latas de refresco vacías desde la terraza. Pero hay categorías: yo soy de las de los de siempre; y Niña Pequeña ha hecho su castillito de arena, por cierto, pegadito pegadito a la verja de la casa del vecino de abajo...


sábado, 11 de septiembre de 2010

Tengo unos libros nuevos.

Tengo libros de texto nuevos -y ya va el quinto cambio editorial en diez años. La semana pasada me los dieron, flamantes, encima de la mesa, en el sitio donde -por inercia- pongo mis trastos del colegio. Ayer mi madre me pasaba, también, el último libro que mi agente de Círculo de Lectores me había traído.

Los libros nuevos son sumamente atrayentes, perfectos en su envoltura de plástico, lustrosos y brillantes. Tienen algo de soberbios, incluso, con la soberbia esa de quien sabe algo que-no-te-voy-a-contar, sus hojas casi cortantes y las esquinas bien guardadas, suaves sus hojas vírgenes. Pero lo mejor es su olor: entreabrir un libro nuevo, sin pretender leerlo aún, pasar las páginas hasta su mismo centro, no forzar su canto, aspirar el aroma que se va perdiendo en segundos. Los libros nuevos huelen a húmedo y a limpio y a agua.

Los he puesto en la estantería. Los unos, los de texto -que también son digitales, por aquello de que parece que así los alumnos aprenderán más y mejor-, encima de mi taquilla. El otro -el de casa, el de verdad-, en la tercera estantería, en doble fila porque apenas caben ya...




Mi vecina me ha indicado esta tarde que buscara otra foto de perfil que hiciera justicia a la retratada. He seguido sus indicaciones.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

Yo hacía construcciones con Lego.

Cuando yo era pequeña mis padres me regalaban con cierta frecuencia cajas de piezas del Lego. Imagino que lo harían de forma temática: los coches, la casa del campo, los piratas,..., más o menos como hago yo ahora con Niña Pequeña, pero mi recuerdo en realidad es el de hacer casas y casas: muros sin tejados donde cobraban pequeñas vidas los muñecos del juego, transformada la gran plancha verde del jardín en la moqueta de un inmenso salón y las batientes azules de las persianas en periódicos ordenadamente colocados en minúsculas estanterías.

Hoy volvía de comprar y he visto una hilera de casas junto al río, allí, donde el-frutero-de-toda-la-vida tenía su tienda justo antes de jubilarse. Y allí estaban mis casitas de Lego, hechas realidad, con su entrada principal en arco blanco y todo: de realidad sus cuatro paredes en ordenados cuadrados y rectángulos y sobre la plancha verde de un minúsculo jardín, dos ventanas en cada pared, verja entreabierta y el visillo de colores como aquel trocito de tela que mi madre sacaba de su costurero para rematar mi casita de piezas. Como si se hubieran perdido sus diminutos pivotes verdes, las flores descansaban -uno, dos, tres, cuatro perfectos pétalos- directamente sobre las puntas de las hierbas.

Las cosas han evolucionado, claro, y Niña Pequeña aprovecha ahora sus piezas de Lego para hacer castillos a sus muñecas. Pero con cuatro paredes marcando su cuadrado y una puerta batiente de celo y cartón.



martes, 7 de septiembre de 2010

Primera quincena de septiembre en el colegio.

¿A qué se dedica un profesor días antes de que vengan los alumnos? Voy a despejar las dudas, para no tener que lidiar -huy, perdón, señorías catalanas, por usar un término taurino- con eso de lostresmesesdevacaciones de los profesores.

Queridos padres, queridas madres, estimados vecinos, pueblo todo: ¿acaso seguís pensando que cuando llegan vuestros hijos al colegio acabamos de bajar de un guindo? ¿Quién decoró la clase? ¿Quién se molestó en buscar el borrador? ¿Quién ordenó las mesas y sillas y preparó la lista? Nimiedades, pensará alguien.

Va más: el misterio de la primera quincena de septiembre: ordena el material nuevo de las editoriales, mira la lista de tus nuevos alumnos y piensa cómo convencerlos de que tu asignatura es superable, programa todo el curso -¿en cuántos trabajos cotidianos se piensa en septiembre lo que tendrás que hacer el próximo junio?-, busca tus libros entre la mudanza del junio pasado, pide tutorías en Orientación, claustro general, reunión con tus compañeros de área -porque sí, oiga, que los que damos la misma asignatura también nos coordinamos-, reunión con el Departamento, reunión con tus compañeros tutores de nivel, atiende estas tres llamadas de padres, hoy visita para ver los exámenes de septiembre -a ver si cuela y papá/mamá logra aprobarte-, la jefa de estudios prepara los nuevos horarios, dale una nueva vuelta a las listas -pensando la mejor combinación del grupo-, atiende de nuevo a estas visitas, papeleo burocrático -en la era de los ordenadores, como dice mi madre- para la Inspección.

Creo que me dejo algo... ¡Ah, sí! Hay nuevos compañeros este curso: hay que ayudarlos.


domingo, 5 de septiembre de 2010

La Guerra de los Columpios.

Un preadolescente -y un adolescente, que es su evolución natural- es un ser extraño que habita con nosotros y pulula a nuestro alrededor sin saber muy bien qué hacer consigo mismo -esto es algo que no percibe, bien porque los adultos no le hemos facilitado que reflexione sobre sí mismo, bien porque el sistema educativo facilita que todo sea fácil y a la carta.

El preadolescente -y el adolescente- no se entiende y la mayor parte de la gente que lo rodea tampoco lo comprende, por aquello de que nosotros ya hace tiempo que pasamos por esta etapa y el cerebro la ha borrado de nuestra mente. Es un ser en proceso de cambio, en el umbral entre el ser el-niño-de-mamá para pasar a ser el proyecto que los demás quieren que sea. Pero una cosa la tiene clara: papá y mamá me van a dar la razón por encima de todo.

Alguno de los que me leen ya estará diciendo "pero si todavía no ha empezado con las clases, ¿a qué viene todo esto?" Vaya por delante que he empezado el curso al doscientos por cien y con una extraña ilusión -que debe de ser fruto de que, con las obras, en mi colegio hay más luz-. Esto viene a que donde vivo hay un puñado de adolescentes y un buen grupo de preadolescentes, para los que sin duda debo de ser el ogro del cuento o la bruja mala, por aquello de que sus impertinencias me sacan de quicio:

(preadolescente en el columpio de niños pequeños, de pie sobre el asiento): ¡Mirad todos cómo me columpio!
(yo): Ya lo vemos. ¿Pagarán tus padres el columpio cuando lo hayas roto?
(preadolescente en el columpio): Yo puedo hacer lo que me dé la gana porque mi padre me deja.
(otro preadolescente a punto de usar el otro columpio): Venga, Niña Pequeña, quítate para que mi amigo y yo nos podamos sentar aquí.
(yo, ya que Niña Pequeña no tiene ni cuatro años y lo de defenderse...): ¿No eres un poco mayor ya para columpiarte aquí?
(preadolescente casi en el columpio y alucinado porque alguien le recrimina): Es que los nuestros se rompieron.
(yo): Pues tú sabes como yo quién los rompió.

Por eso, tras una sesuda reflexión he llegado a las siguientes conclusiones:
  1. El mundo gira alrededor del preadolescente.
  2. Romper los columpios de la comunidad de vecinos donde yo vivo es algo que queda impune. Y encima, divertido.
  3. Los padres de algunos preadolescentes pagaron la derrama para poner los columpios y dejar que sus retoños hicieran, por lo tanto, lo que les diera la gana (que eso me dijo la preadolescente bien clarito).
  4. Ya que los preadolescentes de mi comunidad de vecinos quieren hacerse con el poder de los columpios de los niños pequeños de la misma comunidad, exijo la devolución de mi parte de la derrama de hace dos años -una pasta gansa-, ya que todas las tardes que bajo tengo que pegarme dialécticamente con ellos para que Niña Pequeña se columpie. Y esto cansa un poco, oiga.





sábado, 4 de septiembre de 2010

Los niños se aburren en vacaciones.

Como ya he contado hace poco, ha comenzado el curso. Yo lo digo por si alguien no se ha enterado. Esto me lo inspiran ciertos tópicos veraniegos-estudiantiles que he podido oír estas dos últimas semanas:

- Pues sí, nos vamos de vacaciones ahora, a mediados de septiembre.
- ¿Y el comienzo de curso del crío?
- Total, para lo que se hace a principio de curso...

Total, para lo que le sirve al crío en cuestión el comienzo escolar: enterarse de quiénes son sus profesores, cómo evalúan, qué se espera de él en la asignatura, qué material concreto le va a hacer falta, centrarse después de las vacaciones en volver a su entorno casi habitual. Total. Mejor irse de vacaciones con él. Cierto.

- Pues no sé de qué se quejan tanto los profesores: con los tres meses de vacaciones que tienen...

¿Tres meses? ¿En qué comunidad autónoma, oiga? Porque hago las maletas y me mudo, ¿eh? Eso sí que es vida. Yo tampoco sé de qué se quejan. Con lo llevaderos que son los adolescentes... Si a todo el mundo le chifla estar acompañado por un joven hormonado que no se entiende y del que cuesta comprender hasta su última rabieta...

- Las vacaciones de los niños son demasiado largas y se aburren. A ver si empiezan a ir a clase.

Eso digo yo: lo normal es que los niños se aburran. Lo lógico es que los compañeros de clase de Niña Pequeña, por ejemplo, con sus cuatro años, prefieran ir al colegio antes que compartir el tiempo con sus juguetes, dar de comer a las muñecas, pasear el carrito o hacer castillitos de arena en el parque. Si es que es lo normal, ya lo decía yo.

No sé por qué me da que los que se aburren son los padres...


jueves, 2 de septiembre de 2010

A ver si el rey de Marruecos aprende Historia.

Hoy iba a hablar de otro tema, mucho más candente y actual para mí que el que lo que he oído me inspira. Pero estaba el telediario de la noche desgranando el día, cuando una noticia me ha hecho levantar la cabeza de mis tareas escolares: Marruecos expide pasaportes en los que se anexiona Melilla, noticia que podéis leer aquí.

Veamos, por mí que pida quien quiera anexiones o separaciones, siempre que estén legitimadas históricamente y por vías legales. Pero, por favor, que Su Majestad Mohammed VI, rey de Marruecos actualmente, aprenda de una vez la historia de Ceuta y Melilla y la de su país, de paso: no puede anexionarse ni reclamar estas ciudades autónomas, por la sencilla razón de que nunca fueron marroquíes: ¡Marruecos no existía en 1640 -cuando Ceuta pasó de manos portuguesas a castellanas- ni en 1497 -cuando Melilla es controlada por Castilla! Vamos, en dos días empezará a pedir Lanzarote -por cierto, que las Canarias empezaron a ser conquistadas por Castilla en 1402... Una breve explicación histórica la podéis leer en mi otro blog En clase, aquí.

Por lo que veo, no sólo mis alumnos tienen que aprender Historia para aclarar su presente...


miércoles, 1 de septiembre de 2010

Comienza el nuevo curso.

Comienzo de curso con sabor a macedonia: obras en últimos retoques de lo que serán las nuevas clases de Infantil y Primaria -muy a pesar de aquellos que decían, allá por primavera, que no estaría todo preparado a tiempo y por eso se resistían a llevar a sus hijos a mi colegio...- y compañeros nuevos.

Entre ellos, esas, lasdeinfantilyprimaria, brillaban, y me acordaba de mis primeros días en el colegio, la ilusión transformada en empeño, vistiendo yo mi chaqueta de colores...

Por eso tal vez vaya a ser muy bueno que ellas estén entre este cansado claustro...