jueves, 31 de diciembre de 2015

Adiós, 2015.


31 de diciembre de 2015.
A la att. sr. d. 2015.


Foto de Hautatzen.


Estimado señor:

A la espera de ir agotando las últimas horas de su estancia entre nosotros, aprovecho la presente para agradecerle enormemente su presencia desinteresada y favorable a lo largo de estos doce meses, algunos de los cuales han sido especialmente positivos y dignos de remarcar sus bordes con rotulador; aquellos días del calendario más dignos de pasar bajo el poder de una goma de borrar no se los recordaré, por ser ya cosa del olvido.

Le deseo un buen viaje al otro lado del reloj. 

Atentamente, 

 

martes, 15 de diciembre de 2015

De despedidas anónimas y madrileñas

Adiós.



Las vi por última vez hace una semana; coincidí con ellas, paso a paso, durante todo un largo año: inmutables en las tardes de recogida de los lunes y miércoles, línea 6 del Metro de Madrid. Y me recordaban a la Tíamagda, por lo arregladas e impecables: el cabello peinado como si no fueran las nueve de la noche y sí las de la mañana, las blusas de vestir sin arrugas y el color del atuendo acomodado.

Los últimos meses esperaba ya encontrarme con ellas... Nunca me saludaron, aunque yo acoplé siempre mi paso al suyo al llegar al largo pasillo del cambio de línea: sabía que en la curva se pararían un momento, lo justo para que yo pudiera alcanzarlas y calcular así el tiempo que quedaba para llegar al siguiente tren. Porque nunca, ninguna semana de estos meses, dudé de su puntualidad serena y medida, la de la calma de quien ha convertido en rutina el fin de la jornada: las mismas personas, la misma hora y los mismos comentarios sobre -¡qué sé yo!- compañeros de trabajo y chismes varios.

No pude despedirme de ellas, aunque yo sabía que ese momento llegaría y ya no vería sus cabellos rubios de mayor ni me sorprendería por el tono rojo atrevido de una de ellas. 

- Negre, deberías decirles adiós el último día que tengas que hacer ese viaje -me dijo mi amiga una mañana, entre carpetas y tizas de la sala de profesores.

- ¿Cómo iba a hacer yo eso? -pregunté, sorprendida: no me gusta hablar en público, no me gusta lo que no puedo controlar. No me gustan las sorpresas. 

- Porque escribirás sobre ellas para retener el momento y no lo sabrán... -me respondió, serena como siempre.

La última tarde se cumplió hace hoy casi una semana. Era miércoles y lo que me llevaba, semana tras semana, a un barrio alejado de Madrid, llegaba a su fin; confiaba verlas, acomodar el paso silencioso de mis zapatillas de cuero al taconear firme de ellas y despedirme de cada una -pareja de compañeras, amigas al fin y al cabo, por lo que lunes a lunes pude observar- mentalmente. Pero no las vi y caminé sola por el pasillo, tomé la curva rodeada por desconocidos y las busqué en el asiento de piedra de la derecha, en el que las tres nos sentábamos a dejar pasar los cinco minutos de espera: ellas, hablando del día, yo, leyendo acompañada por ellas...


    

lunes, 30 de noviembre de 2015

Hoy es el cumpleaños de Niña Pequeña (van 9)

Mamá.

- ¿Hum?

- Mamá, dame una pista sobre mis regalos -me dice con los ojos luminosos.

- No puedo, Niña Pequeña, ¡que entonces no serían sorpresa! -le digo, sonriendo.

- Ah. Claro... -me dice, pensativa. 

...

- Mamá.

-¿Hum?

- Mamá, creo que las sorpresas hoy me gustan solamente a medias -me dice, mientras le señala a su oso de peluche favorito los años que hoy cumple: 9 años de noches de otoño frío e invernal. 9 años de una vida por empezar. 


 

miércoles, 18 de noviembre de 2015

Dama y caballero



Ella no lo sabe, pero él ha sacado un peine de brillante carey antes de verla: en la escalera automática, pasándolo ligero con la mano derecha  y repasado cada lado con la izquierda, con la rapidez y precisión que sólo la edad y las canas puede conceder... Apuesto y caballero me lo imaginaba yo, dos o tres escalones más abajo, donjuán entrado en años y raya de pantalón impecable, gris todo, diplomático.

Él no lo sabe, pero ella le espera un vestíbulo más arriba, arreglando coquetamente el fular violáceo, a juego ligero con el traje de chaqueta y sus manos cuidadas de uñas perfectas; se recompone el pelo apenas unos minutos antes de que él llegue a su encuentro.

Se acercó él y a ella se le iluminó la cara, dejándose besar en ambas mejillas. No oí lo que se dijeron, pero adiviné, otro vestíbulo más arriba, que él le había ofrecido, galán, el brazo, y ella se había dejado mecer...

 

sábado, 14 de noviembre de 2015

Tengo un alumno que es un guepardo.


Se sienta al fondo, pero no es como los que se sientan allí, a la derecha. Él tiene la mirada afilada de ironía contenida, y no son los suyos los ojos de aquella otra compañera, rabiosa y hambrienta de miradas: él observa como el guepardo que calcula la fuerza de la gacela más débil, porque sabe que puede y que si quiere, podría cazarla sólo por el gusto de demostrar a toda la sabana de su clase que es la fiera dominante.

Lo adivino ya mayor, pasada esta enfermedad pasajera y necesaria que es la adolescencia y la fiebre de las hormonas, seguro y dueño de sí, caminando con paso decidido por un pasillo de cristaleras, el del undécimo piso del edificio de oficinas, la línea recta de su traje de chaqueta, impecable. Guepardo, al fin al cabo, y seguro que por entonces ya zorro viejo. Supongo que en ese tiempo tendrá la mirada aguda y condescendiente, cediendo el terreno calculado para simular ser quien no es, todo genio, como lo era en el pasillo del tercer piso: nada inocente.

Yo tengo suerte, porque no soy su presa; y como no lo sería, y él lo sabe y yo sé que lo sabe y él sabe que yo lo sé, sólo me mira penetrante y vivo, y se ríe porque los dos sabemos de su habilidad, pero callamos para poder yo observar cómo vigila...

-¿Preparado? -le pregunto, una mañana más, como siempre, mientras él controla su sitio desde el quicio de la puerta.

- Claro, Negre -me responde, con media sonrisa.

   

lunes, 9 de noviembre de 2015

El sabor de las mitades de manzana.


Marcos extiende la mano hacia la bolsa que su abuelo le presenta, blanca, pequeña y que antes debió de ser de aquellas de farmacia; la introduce y saca, radiante, una manzana amarilla y de aspecto jugoso. El abuelo, que, evidentemente, está preparado y se encarga una tarde sí y otra no -o sí- de sus nietos, la corta con un cuchillo limpiamente por la mitad, entregando una parte al niño y otra a la niña.

La pequeña es toda rizos y falsa plisada de colegio privado; un gran lazo adorna la coleta que le hizo su madre por la tarde y balancea cadenciosamente sus zapatos escolares desde el asiento del vagón del Metro. El abuelo le tiende la mitad de la manzana, hermana de la parte que el niño masca y saborea a dos carrillos. 

- Ten cuidado, Marcos. -le dice, mientras muerde - No te comas las semillas. 

El hermano la mira, mordisqueando el borde del corazón de la manzana. 

- Si te comes las semillas, te explico: te crecerá una planta aquí dentro...

 

domingo, 11 de octubre de 2015

¿Cómo chantajea un niño?



Abre la boca poco a poco, aspirando aire silenciosamente e inflando su pequeño pecho de cuatro o cinco años como un diminuto globo de polo azul y blanco; la madre agarra al hermano gemelo con la mano derecha, mientras que con la izquierda da instrucciones a la abuela, que sujeta a duras penas al otro. Sus ojos se convierten en rendijas y parece que hasta el pelo -rubio, ligeramente rizado, largo detrás de las orejas- se eriza un poco. Muda el color de su piel en un rosáceo rubor airado.

- Mamá -dice Niña Pequeña, mientras esperamos, detrás, a que el semáforo pase de rojo a verde. 
- ¿Hum? -digo yo, sin dejar de mirar al niño. 
- Mamá, ese niño va a gritar. Y mucho -sentencia firme, conocedora. 

El niño inhala aire, ahueca el pecho y me parece que hasta se inclina ligeramente hacia atrás, dispuesto a una destrucción masiva, a dejarse oir por encima de las recomendaciones de madre y abuela; adivinando el cambio de color del semáforo, se pone de puntillas, aprieta sus puñitos y libera todo el aire de sus pulmones. Un serpenteante grito infantil afila el espacio detrás de él...


miércoles, 30 de septiembre de 2015

Una historia de trenes.

Me recordó a mí misma años atrás, cuando comenzó mi particular lucha con Popistar para dar de baja el módem usb, tarea que parecía imposible por lo ardua y áspera, o cuando, más recientemente, me debatí al filo de la invisibilidad cibernética: 

- Hola, buenos días. 

- Hola, dígame en qué puedo ayudarle.

- Quería dar un aviso por una incidencia de mi módem... Sí... Espero... Claro, claro, a este otro número... Sí... No: he llamado varias veces. Sí... No: no hay conexión. Sí. Sí... Claro, les da señal de que va bien, pero no...

Joven, morena, moderna, de edad indefinida, en esa neblina que hay entre los veintitantos y los treintapocos, de bolso grande que parece mochila o zurrón quijotesco, móvil en ristre, leggings antiguos, pierna flaca y sin perro corredor. El vagón de tren disculpando la conversación con miradas curiosas.

- Vamos a ver -dice ella-, he llamado ya varias veces, quiero saber el estado de mi traslado.

Acompaña un silencio, un segundo, ella abre grácilmente -como sólo pueden hacerlo ellas, las de entre veintitantos y treintapocos- un barrita moderna y energética, chocolate, muesli, todo herbolario y naturaleza pegajosa. 

- Sí... Ya he llamado más veces, sí, al número indicado, sí. No... No... 37. 64. 

Medidas que barruntamos no son las de los leggings -aunque podrían serlo, a la vista de sus también moderna y esbelta cintura, veintitantos, treintaypocos

- Me va a decir usted que no he llamado yo a ese teléfono ya. Que me he mudado, oiga, que quiero saber cómo va mi traslado.

Internet. La gloria de la nube. La red galáctica. Popistar. Mi infancia cibernética son recuerdos de un módem sin Sevilla.

- ¿Sabe que le digo? Que me doy de baja. Que llevo ya dos semanas así, que ya está bien. 

Presuponemos que la cosa no ha ido bien. La joven -morena, moderna, veintitantos, treintapocos, 37, 64- hace gestiones con su teléfono tras colgar, mientras masculla injurias, quejas y lamentos que nadie escucha al final de la línea. Una hebra de solidaridad y empatía me encoge el corazón, mientras levanto la vista de mi libro.

- No conseguirás nada por teléfono: escríbelo en Twitter. Las redes sociales, su poder, hazlo público. ya verás -le digo, experimentada clienta insatisfecha. Me mira con sonrisa de medio lado, como quien reconoce en el otro a un compañero de camino y fatigas.

- ¿En serio?

- En serio. Hazme caso. Me lo arreglaron a mí en dos días. La red es muy fuerte. 

Me da las gracias, moderna, urbanita, entre veintitantos y treintapocos. Casi le hubiera pedido que me buscara en la red, para seguir la historia, para escribir sobre ella. 

 

sábado, 12 de septiembre de 2015

Inicio de curso: comienza el duelo.

Hay un nuevo alumno al fondo a la derecha. Como aquel otro, es también moreno, aunque su cabello no se revuelve en guedejas ni muestra honradez en sus ojos, sino la mirada desafiante del león que otea su presa. Aquel confiaba en mi palabra para que su madre le dejara ya salir del colegio y reunir sus sueños rotos de escolar con poco futuro; este otro no me conoce, lo miro y quiero verle, me mira y me provoca: obligación de escolares con poco futuro, ver hasta dónde el profesor está dispuesto a trazar la línea de frontera...

Se recuesta en la pared de azulejos desvaídos, dejando sobre la mesa -otro más- una mochila vacía; canturrea con voz monótona, pero audible, retando a cualquiera a hinchar pecho y plantarle cara. Los otros 30 alumnos respiran el aire tenso de la espera y los dos del fondo me miran de reojo. Me conocen. Ignoro el reto que me lanza en el primer día de clase y el tarareo va cesando durante mi paseo entre los pupitres de sus compañeros. 

- Igual deberías sentarte bien -le digo, con voz amable y marcando bien las sílabas en una bravata-. Por si luego te duele la espalda. 

- No, profe -contesta, cortante, rival-: estoy comodísimo -dice, mientras se abraza a la mochila, ablandada de vacío: sin estuche, sin cuaderno, sin un libro. Adivino que sólo tiene el bocadillo del recreo y, escondido, un paquete clandestino de tabaco.

Han comenzado las clases...

 

sábado, 5 de septiembre de 2015

Hoy, día sin coche.



Hoy fui andando por la calle. Sí. Como suena: tap, tap. Tap, tap. Y la acera era más gris que otras veces, las hojas de los árboles, más amarillas, luciendo ya otoño, el cielo más azul, la gente, más densa. Notaba el vaivén de la mochila en la espalda y oía las espirales de agua de mi botella y hasta el aire hizo un remolino de papeles y bolsas... Caminaba -tap, tap, tap, tap- y el sol brillaba, la calle bullía, un niño arrastró a su madre y hasta me pareció que respiraba...

   

lunes, 31 de agosto de 2015

¿Hay maleducados al volante?


Su cara rezumaba odio: lo vi desde el retrovisor del Negrevercarruaje. Se agarró al volante con la mano izquierda crispada, mientras que con la derecha me señalaba con un índice acusador y sus labios se fruncían una y otra vez en un cúmulo de palabras malsonantes apelotonadas. Lo vi todo, aunque fue por casualidad. 

Oí el motor de su coche -uno pequeño, en gris metalizado, un modelo antiguo, pero que era el coche de ella, pues, seguro él tendría otro más grande, más digno, más- acelerando aún antes de que ella pisara el pedal derecho con furia incontenida, y adiviné que no pondría ni el intermitente para indicar al resto su intención de adelantarme, sin mirar la línea contínua y el horizonte lleno de curvas peligrosas. Se había encontrado conmigo, miserable, en su insignificante vida de conductora de un utilitario y en una carretera secundaria venida a menos. 

Rugió, sí, arañando el asfalto sin dejar marcas, el humo negro y denso del tubo de escape y su rabia envolviéndola como en una niebla demoníaca... 

- Negre, parece que esa de ahí se ha enfadado un poco contigo -dice Él, tranquilo. 

- Eso creo -digo, mirando de nuevo al semáforo, esperando que se pusiera en verde...


 

martes, 25 de agosto de 2015

¿Cómo elegir los juguetes de los niños?

Mamá -llama Niña Pequeña, desde la lejanía del asiento trasero del coche. 

- ¿Hum? -pregunto bajo el sonido del intermitente derecho. 

- Mamá, ¿sabes cómo elijo los juguetes que me llevo cada día a casa del abuelo? -dice ella, de carrerilla, casi sin respirar, no sea que no pueda explicarlo.

- ...

- Muy fácil: yo paso la mano por ellos, hasta que me tocan -explica, mientras se pone en el regazo la bolsa llena de muñequitos que esta mañana la acompañarán a la piscina...


 

miércoles, 19 de agosto de 2015

Soy un ladrillo, lo sé.

Explica la RAE qué es un ladrillo:
Ladrillo. (Del dim. del ant. *ladre, del lat. later, -ĕris). 1. m. Masa de barro, en forma de paralelepípedo rectangular, que, después de cocida, sirve para construir muros, solar habitaciones, etc. 2. m. Elemento de construcción semejante hecho de otra materia. 3. m. Labor en forma de ladrillo que tienen algunos tejidos. 4. m. coloq. Cosa pesada o aburrida. ~ azulejo. 1. m. azulejo 2. ~ de chocolate. 1. m. Pasta de chocolate hecha en forma de ladrillo. ~ seco. 1. com. El Salv. Persona que bebe mucho sin embriagarse. ser alguien un ~. 1. loc. verb. Perú. Ser muy trabajador o muy estudioso.

Era tiempo de vacaciones. Él, Niña Pequeña y yo huimos a la playa unos días: lectura, juegos y arena de la playa. Nos acogía -como no podía ser menos- un colegio levantino, reconvertido en zona de veraneo en los meses de verano.

- ¡Mamá! -llama Niña Pequeña, aún mojada por la piscina. 

- ¿Hum? -respondo, mientras busco las llaves...

- Mamá, haz una foto a esto, que seguro que luego escribes sobre ello... -dice, señalándome un ladrillo de la pared; el corto pasillo conduce al comedor. 



Nunca supimos, con la RAE delante, si el invisible adolescente escribió sobre el paralelepípedo rectangular como aburrido o como trabajador...


lunes, 13 de julio de 2015

Estimado Ratón Pérez (otra vez)

A la atención del Sr. D. Ratoncito Pérez. C/ Arenal, 8, (Madrid, España)


Muy sr. mío: 

Por la presente le comunico que, tal y como se preveía para hoy, esta mañana Niña Pequeña se ha visto mermada de una nueva pieza dentaria, concretamente, de un canino inferior izquierdo, que venía ya desestabilizándose desde hacía dos semanas y que, finalmente, ha cedido a la fuerza generada por la correspondiente pieza de repuesto sita aún en el interior de la encía. Se da la circunstancia, además, de que esta tarde la dentista y ortodoncista revisará, una mes más, la evolución bucodentaria de la joven.

Ruego tenga presente este hecho, una vez más, a fin de depositar un pequeño presente en la habitación de Niña Pequeña, la cual, a tal efecto, ha dejado ya preparado un espacio para recibir el tradicional regalo, como viene siendo habitual desde hace unos años. Con vistas a agradecer su trabajo nocturno podrá encontrar un pequeño aperitivo para reponer fuerzas, que esperamos sea de su agrado. 

Agradeciendo de antemano su visita, le saluda

   

jueves, 9 de julio de 2015

¿Hay erizos en tu colegio?



Se agolpaban dos pequeños y su madre, vigilante, alrededor del animal, como protegiéndolo o no sabiendo muy bien qué hacer, porque era terreno del colegio, la rampa de entrada con los coches, la entrada principal, allí donde tantas veces decimos:

- De la valla verde hacia dentro es cosa nuestra...

Pero lo decimos con la boca pequeña, aunque llenándonos el paladar de autoridad fingida, a fin de que padres y madres de retoños nos dejen hacer el poco trabajo que ya se nos permite: hacer como que enseñamos a adolescentes aniñados que prefieren ser mimados y consentidos...

No es la primera vez que animales entran en el colegio; dos veces, hace ya tiempo, una valiente salamandra se acurrucó en un rincón de la escalera, territorio hostil donde los haya, aguantando el corrillo de jóvenes que no han visto de cerca un ternero, mucho menos un anfibio o un pequeño mamífero. Pero este se acurrucaba sobre sí mismo, enroscándose protector en púas suaves al tacto discreto de los niños y el hocico camuflado entre sus patas. 

- Habrá que llamar al Seprona, porque a ver qué hacemos con este animal, que encima, seguramente estará herido... -dice alguien, tecleando ya en el teléfono. Uno del grupo ya le ha puesto nombre: ya es nuestro. Avisan que vendrán a recogerlo, que llamarán para informar de su evolución. 

Llamo a Niña Pequeña, buscando la foto del erizo en mi teléfono. 

- Ven, mira quién estaba hoy en la puerta del colegio -le digo, enseñándole el retrato del pequeño animal.

- Mamá -dice.

- ¿Hum?

- Mamá, es que es normal que esto pase en mi colegio, porque hay un bosque -dice, correteando de vuelta a su cuarto, sus juguetes, a dar clase a sus muñecas. 

Es cierto.

Hace unos días defendí en el patio mi merienda del ataque de dos ardillas...


 

lunes, 6 de julio de 2015

Los deberes de verano no sirven para nada.

Falta poco para que oiga la máxima del verano: 

- Pues sí, Negre, a ver si empieza el colegio, que los niños se aburren en vacaciones

Espeluznante. 

No será ahora cuando alguien me lo diga, pues todavía madres y padres de retoños y adolescentes viven en la resaca de boletines de notas en los que lo que se pregunta no es cuántas asignaturas has aprobado, sino cuántas has suspendido -por aquello de que lo normal es no superar nada, tal cual están las cosas, que así los jóvenes adultos, acostumbrados desde niños a la máxima de mínimo esfuerzo, pensarán menos. Ellos, los adultos, aún casi no se han dado cuenta de que el colegio acabó y de que los diez meses en los que los profesores se encargan de sus hijos ya han pasado, esos docentes están ahora cargando pilas -o estudiando, o preparando material o convirtiendo lo bueno del curso en mejor, o en olvidar las pesadillas invernales- y sí: les toca a ellos. 

Espeluznante.

Que un vecino, o una amiga, o 140 caracteres me insinúen que un niño se aburre en vacaciones y que lo que tiene que hacer son cuadernillos de deberes de verano, hojas de repaso de cuentas y caligrafías, comentarios de lecturas no elegidas por el pequeño -o el adolescente-,... Señoras, señores: los deberes no valen para nada. O sí. Para acallar conciencias, para inmovilizar aulas o para tener a los niños medio tranquilos un rato en casa. 

- Negre, ¿qué tengo que hacer en verano? -me decía una alumna unos días antes de terminar el curso. Rubia, ojos azules, trabajo impecable todo el curso, capaz de relacionar unas ideas con otras y enlazar aprendizajes previos con nuevos, educada hasta el extremo y candorosa en el trato. Doce años bien llevados, infantiles, dóciles, curiosos.

- Leer, pequeña, leer -le contesté, mientras sostenía su mirada asombrada de dos meses sin trabajo extra que no necesitaba y asomaba una sonrisa en su cara preadolescente. 

Esta, mi alumna, no se aburrirá en el periodo estival. Y me la imagino haciendo los deberes necesarios: horas de lectura en el sofá del piso de la playa, carreras y juegos de pelota y pala a orillas del mar, paseos con helado viendo como atardece, charlas de sobremesa con sus padres o siestas de recuperar energías en la terraza soleada. Y en invierno -ese largo invierno que comienza a principios de septiembre y acaba a finales de junio, laboral, escolar, inmovilista las más de las veces- ya vendrán las tareas, los libros de texto, cuadernos de grapas y evaluaciones. 

Porque de eso, de la utilidad de las evaluaciones -las sumativas, las que todo el mundo entiende, las que deberían ser las menos-, de esas ya hablaré en otro momento...

    

viernes, 3 de julio de 2015

Un trono es una silla.



Mi vecino se ha comprado una silla de madera, plegable y pequeña, que utiliza como un manejable trono y desde la que otea el horizonte de la urbanización, en el pequeño reino de su casa y el diminuto balcón. La silla es el sitial de su poder rumboso y mirada vigilante, que le permite saludar a mi otro vecino, el de enfrente, que se marchaba con maletas huyendo de este calor estival y meseteño para enfrentarse con otro igual de veraniego, pero a la orilla de la playa. 

- ¡Un mes se pasa pronto! -le dice con voz gutural al joven hijo del vecino, rompiéndole la alegría de las recién estrenadas vacaciones. 

La silla, sede canicular, preside la pequeña terraza y desde ahí, imagino, pasará un canal tras otro del televisor en la noche, cuando los niños dejan a los mayores y la reloj va más fresco. 

- Trae una cerveza, cariño -le dice a ella, que no tiene silla...

 

miércoles, 1 de julio de 2015

Hace falta tensión.




Hace falta tensión, Negre -dice al grupo como sólo sabe hacer, enarcando una ceja-. Hace falta tensión -repite, marcando con fuerza la /n/, dejando apenas un nanosegundo entre sílaba y sílaba: tennn...sión. 

Porque la tensión nos empuja hacia delante y nos hace avanzar, Negre -continúa. Y tensión me suena a mí, de repente, en los segundos en que tardo en pasarlo todo meticulosamente al acta que hago durante la eterna reunión, a crisis y a cambios y a estar atentos, en vigilancia para no pasar de puntillas. Tensión, la de mi espíritu ignaciano de buscar en cada día dónde quedó la razón para levantarse. Tensión es movimiento impune a pesar de los rechazos y se desmolda en las vacaciones de un profesor que, cierto, no estuvo diez meses en la mina, pero su alma está ya rota a más cuarenta grados de termómetro de acera.

Y son necesarias personas que mantengan esa tensión, Negre, dice de nuevo. Yo creo que es consciente de que tiene autoridad sobre mí cuando habla, que -efectivamente, como le he oído alguna vez- a él nunca nadie le dice no cuando lo pide, porque decirle eso es como quitarle de golpe el respeto debido o insultar a su presencia constante y callada. Por eso, por su autoridad, afianza la palabra: tensión, tennnsión, y si él lo dice, sin duda será cierto: voltaje, intensidad, fuerza, resistirse a fuerzas que se atraen o se rechazan y no salir huyendo a refugiarse, aunque prefiero, en el fondo, mientras tecleo, aquello de crisis y cambios que hacen avanzar. E imagino que lo dice, él, mi amigo Josémanuel, porque de cambios, crisis, tracciones y vivir intensamente la vida, sabe un rato.

Por si acaso, termino el acta, doy por concluida conmigo misma la reunión, la envió por correo electrónico a quien procede y me niego a asumir, un año más, un cargo colegial que ya no me corresponde.

- Tras hablar contigo, Negre -me dijo hace un mes él, el que fue mi jefe-, ahora entiendo que es por un acto de coherencia. 

Pues eso. Adiós. Hola. Bienvenidos, cambios, tensión, tracciones, voltajes.


   

viernes, 19 de junio de 2015

Hoy, de jabones.

No les hace falta -le dice ella a la otra. Es delgada, morena de tan joven, casi huele aún a Secundaria recién acabada. La otra, de edad indefinida. Reconozco a las dos, quizá por ser de mi misma ciudad, quizá por sus años inconclusos o pudiera ser que sus hijos, pequeños de Primaria, sean alumnos en mi colegio. 

- No les hace falta ningún regalo a los profesores -insiste la joven. La otra le ha contado cómo la clase se ha ido organizando para tener un detalle con la profesora de los pequeños- porque es su trabajo. A mí no me regalan nada por trabajar. 

La otra se remueve en su asiento, quizá asombrada por la sincera de su amiga. A mí todo me huele a buenismo, pero la conversación es pública e interrumpen mi lectura, mientras espero a que Niña Pequeña salga de su clase de natación. Comentan las dos de jabones, fulares y pequeños bolsitos playeros, ella sin mucho entusiasmo -quizá su hijo suspende, habla en clase, le pusieron una llamada de atención por escrito-, la otra arrimada al detalle.

Hoy recordé a ella y a la otra, pues fue día de entrega de notas finales en el colegio, correos de familias, algún buen deseo de verano, gracias furtivos -que no se note mucho- de unos pocos alumnos y de sus padres y madres. Me regalaron un jabón. Un pequeño fragmento de jabón cuadrado, blanco y cremoso, que huele a fruta y a aceite natural y promete suavidades y brillos; casi puedo hundir mis dedos en su cuerpecito de pez y dejarlos desaparecer poco a poco en fruto y mantequilla. Si fuera cera, podría pintarme.

Moldearlo.

No me hace falta el trozo de jabón, de tienda natural ecológica. Pero habla de detalle familiar, recuerdo, gracias, estamos contigo, paciencia, hacer lo que se pueda, querer lo que se debe en forma de crema afrutada y abrazo aromático. 




    

domingo, 14 de junio de 2015

Carta a Maruja (36): baile en la cocina

Llevo unos días observando a mi vecina Maruja, y sé que algo le pasa, aunque hoy buscó la solución a golpe de puchero. Le he mandado una carta, y la puedes leer pinchando aquí



 

miércoles, 10 de junio de 2015

Esclavos del sistema (des)educativo.

Ayer alguien definía para mí qué es el fracaso escolar; afirmaba, con datos, que un niño o un adolescente con unos resultados muy negativos durante, al menos, dos años seguidos, indicaban que no sólo estamos ante un joven vago o desmotivado, sino ante un claro ejemplo de fracaso escolar: un desfase curricular evidente que impedía, a corto plazo, que el sujeto lograra desarrollar unas competencias lingüísticas y matemáticas aptas para desenvolverse en el mundo laboral. Añadía yo que tampoco en lo académico, cuando por alguna de las aulas pululan adolescentes de quince o dieciséis años en niveles académicos de once o doce años...

Hoy me recluyeron en un aula con varios de estos esclavos del sistema educativo. En pleno desarrollo de los exámenes de recuperación y finales -otro debate sería si esta forma de evaluar es útil para alguien, ellos y nosotros-, cansada la familia de tener adolescentes indomables e intelectualmente arruinados, reposaban calentado silla y ocupando el mobiliario escolar que otros aprovechan y pagan. El sistema (des)educativo actual no les deja abandonar, marcharse en busca de aquello para lo que, quizá esta vez sí, valgan, brillen y den esplendor. Pantalones caídos, camisetas con mensajes de esos que molan, profe, flequillo desfilado sobre los ojos y banda sonora incorporada en forma de móvil y auriculares y un futuro que no se puede escribir ya porque dejaron de creer en él en favor de un presente placentero e inmediato.

Hoy, ahora, esta mañana, me encontraba, me encuentro entre ellos y me pregunto qué será de..., si serán capaces, cuando logren la mínima madurez que las aulas les exigen y a las que ellos no llegan, de valerse por sí mismos, sin el escudo de sus familias ni la mirada de sus profesores. Ellos, que chillan su frustración y ganas de ser alguien en forma de conflictos y discusiones, derrumbados ahora -brazo, codo, hombro, dejarse llevar por una vida que no entienden- sobre las mesas verdes de esta clase. Ni silencio interior ni calma exterior, normas, dime qué tengo que hacer, pero suavemente, el mundo escondido en la funda protectora de un teléfono móvil. Es final de curso y hay que excavar firmemente para encontrar una brizna de esperanza...

 
 

martes, 2 de junio de 2015

¿Qué haces con el tiquet del parking?

Frenar el Negrevercarruaje suavemente, equilibrar pie derecho, caja de cambios, la ventanilla que baja automáticamente, el botón que es apretado, el tiquet del garaje y salpicadero. La tentación vencida de sujetar la tarjeta con la boca, como en un suave beso apresurado, como si no fuera posible alargar la mano para dejarla: la prisa por seguir, levantar el pie del freno, acelerar ligeramente, subir -o no- la ventanilla, buscar dónde aparcar en este parking cercano a la estación.

     

viernes, 15 de mayo de 2015

¿Hoy qué ceno?

No suelo ir allí con frecuencia porque me pilla a desmano, aunque trabajan tan bien que hace tiempo pusieron en el interior del establecimiento cuatro banquitos de madera para disfrute de la clientela y evitar el cansancio de la larga cola de hombres y mujeres en espera de su turno para pedir. Cambiaron de local hace años, pero él sigue al frente del negocio, ayudado por su mujer y, desde hace no mucho, por quien creo que debe ser un familiar, que preparar silenciosamente las bandejas de productos en la trastienda con meticulosidad y limpieza. 

Pero el sábado aproveché que era tiempo de recados y de hacer todo aquello que durante la semana se queda atrasado, derivado por la urgencia del trabajo y la ayuda escolar a Niña Pequeña. Llegué pronto, aún las clientas de la mañana no se agolpaban en el pequeño espacio que dejan los mostradores, los cuatro bancos -cuatro- estaban vacíos, examiné el género. Me maravillé, una vez más, de la rapidez del cuchillo de él para cortar -chac...chac...chac- el pedido, la precisión de ella al colocar el resto en las hojas de papel parafinado de rayas blancas y naranjas, ningún movimiento excesivo e inútil, precisión matemática: bandeja, pesa, papel, doblez, bandeja, pesa, papel, doblez, ella y él bailando de forma concisa en el limitado espacio de sus cámaras frigoríficas y mostradores fríos. 

- Mamá-
- ¿Hum?
- Mamá, ¿hoy qué ceno?
- Rollitos de jamón y queso, Niña Pequeña, que sé que te gustan.

Ella se relame mientras sonríe de soslayo -ya sabe, desde hace tiempo, mujer.

- Mamá, ¿a que fuiste a la pollería que te gusta?
- Claro...

    

domingo, 3 de mayo de 2015

Lanza y rocín tras caer enferma en la batalla.

Se me fueron las fuerzas el jueves a mediodía, deslizándose sin prisa y sin pausa mientras yo luchaba en mi batalla particular de tiza y pizarra. Y no pude más. Y tuve que sentarme en aquella silla de profesor, la negra, la que está junto a la mesa grande y que nunca -por costumbre, por norma, porque el profesor debe circular por la clase y hacerse presente a sus alumnos de manera constante- uso. Y se me acabó la energía, la fuerza y la palabra y me rendí y dejé que el dolor me recorriera sin mostrar batalla. Y pedí permiso para marcharme a casa antes de terminar el trabajo, doblada, vencida, pálida y agotada como tierra yerma exprimida. Y yací tres días en cama, defendiéndome contra una fiebre que no parecía mía, pero que lo era, y un estómago que estaba fuera... Y hoy he vuelto de nuevo a coger lanza en astillero y adarga antigua, sin rocín ni galgo corredor. Se acabó el bregar contra molinos de gigantes.

    

domingo, 19 de abril de 2015

¿Cómo suenan los números?

Mamá -llama Niña Pequeña desde su asiento especial, trasero, en el coche. 

- ¿Hum? -digo.

- Mamá, a veces me gusta el seis. ¿Cuál es tu número favorito? -afirma y pregunta; la miro por el espejo retrovisor: está observando el camino a través de su ventanilla.

- No lo sé, Niña Pequeña: nunca me he parado a pensarlo. ¿Por qué te gusta el seis? -le digo, consciente de que hacerle una pregunta tendrá como resultado un torrente de respuestas...

- Porque, mira cómo suena -dice, irguiéndose levemente-: el seis suena suave. ¿Ves?


 

sábado, 11 de abril de 2015

¿Qué es "no"?

No: 1. (infinit.) Limitar, ajustar. 2. (símb.) Déjalo estar. 3. (desus.). Pensar que este presente así mejorará el futuro. 4. (desc.). Impedir que el niño de hoy sea el tirano adolescente del mañana. 5 (adv). Negación, oportunidad, cierre, comenzar de nuevo. 6. (estud). Yo. 7. (v.: mejorar).


 

jueves, 9 de abril de 2015

10 años

Hoy es el día que no quedó marcado en el calendario, porque ni Él ni yo somos de esos, pero quizá esta vez la redondez de la cifra -diez años- nos chispeó la mente y la memoria: 3650 días pisando por el mismo camino. Y -memoria histórica-, una nueva victoria sobre aquellos que no apostaban por nosotros. 


    

lunes, 30 de marzo de 2015

Carta a Maruja (35): lucha no cotidiana.

Una nueva carta a mi vecina Maruja, que se vio envuelta en una lucha que no es la suya. Puedes leer la carta que le he escrito pinchando aquí.


 

viernes, 27 de marzo de 2015

I love books

A veces no hago nada.

A veces me tumbo en el sillón, rojo, de mi salón, amoldo un cojín, estiro una manta, remeto sus bordes para ser una crisálida y me dejo mecer por un libro. Mi libro: aquel que en este momento esté dedicado a mí. O no me dejo mecer del todo, sino que soy arrastrada por él y sus páginas pasan solas y yo no soy más que líneas de una acción real.

A veces me pasan cosas y soy un personaje o una línea me detiene y no me deja seguir y me prohíbe saber qué pasa después y las hojas no tienen anverso ni reverso porque hay que ir más despacio, porque se acaba el libro y entonces estaré huérfana y no podré seguir viviendo...

miércoles, 18 de marzo de 2015

Un viaje de perfume rancio.

Creo que conseguí a tiempo apartar el olor acre de mi mochila, aunque parte de él se quedó impregnado en sus tirantes; lo sentí como vaharada: aguda, amarilla y pestilente, como de quien huye del agua y el jabón, pero claudica al sentarse en el tren, tres asientos más atrás, y su presencia es miasma o pantano -aún no sé muy bien. Lacerante olor, lanza en astillero y adarga antigua, acerado, punzante y sutil hasta lo más hondo de la pituitaria, ofensa olfativa e insulto ciudadano de días sin higiene... Ni el libro que descansaba me libró de ahondar en lo que no era perfume y sí escarnio o afrenta decimonónica...
 
 

sábado, 14 de marzo de 2015

Nieva en primavera.

Ayer nevaba, aunque no en cualquier sitio: en la acera de la izquierda, justo en el chalet que tunean y tunean, al que alguien añade cada mes unos ladrillos en la tapia o unas baldosas en cualquier punto de su amplio jardín. Nevaba en blanco y rosado junto a los botones verdes improvisados de la primavera: nevaba en dulce y se caían tristes los copos y se quedaban las ramas ásperas. Nevaba como en alas trasparentes y delicadas de insecto y dejaba tirantes los árboles... Se anunciaba primavera y los almendros se despistaron, sin darse cuenta...




 

martes, 10 de marzo de 2015

Clientes y educación.

Cuando entró el control de Calidad en los centros educativos las familias dejaron de llamarse para nosotros, profesores, "el padre y la madre de..." para convertirse en clientes, y sus hijos, otros clientes. Hoy he hablado con varios de ellos y me dejaba llevar desde el inicio de la mañana hasta la lenta tarde.

- Hola, Negre. Vengo en realidad a hacer terapia, porque esto es muy difícil -me dice una.

- ¿Qué es difícil? -le digo, aunque me lo imagino: es complicado ser madre de un adolescente o convivir con el cliente pequeño que dejó de serlo...

- Mi hijo, mi hijo, Negre, que ya no sé qué hacer, que mi niño... -empieza.

- No es ya tu niño, cliente, que ahora es adolescente y no quiere normas, pero sí orden, y prefiere que no le digas lo que tiene que hacer, pero sí que le indiques cuándo hacerlo -la interrumpo, riendo por dentro, sonriendo por fuera. 

- Ay... Y cómo pasa el tiempo...

- Y qué rápido -la animo, en la terapia, mientras cierro el cuaderno de notas, porque hoy no es tema.

- Mucho, Negre, mucho... -se lamenta.


Los clientes pequeños también hablan, y me dejan sus tejados, sus cimientos, sus ruinas y a veces hasta su alma, si me descuido, y se me escurre entre el estuche y la agenda de aula.

- Gracias -me dice, una antigua alumna. 

- ¿Por qué? -pregunto, poco acostumbrada...

- Por hacerme sentir que vuelvo a casa -contesta, con sus ojos preciosos de largas pestañas y el corazón en la mano. Vino al colegio a hablar con otros alumnos y encontrarse con su pasado.