lunes, 30 de mayo de 2011

Tictac

Y si pudiera parar las agujas del reloj de mi salón, ¿tendría más tiempo para...?

domingo, 29 de mayo de 2011

Una amiga, fin de fiesta.

Se entretiene Niña Pequeña en el pequeño espacio de juego del parque infantil, este de mi más cercano entorno, delimitado por una valla medio rota -debe de ser que papá paga y yo puedo-; a fin de no entorpecer su concentración me he adelantado a sus deseos y directamente cogí pala y cubo, amén de toallitas, botella de agua y un par de cachivaches más. Se sienta al fin ella en el columpio, el más bajo de los dos, mientras emula hacer una tarta de cumpleaños con barro, hojas y un par de palos.

De pronto, aparece su amiga, la Niña del Pelo Rizado, hija de una vecina; se percibe apenas su figura al otro lado del recinto, semioculta por un par de matorrales y una hiedra crecedera. Sin pensarlo dos veces suelta pala, cubo, tierra, hojas y lo que parecía iba a ser mi enésima tarta de barro en un ficticio cumpleaños.

- ¡Mamá! -grita-, ¡voy a ver a mi amiga! ¡Vuelvo en un periquito!

viernes, 27 de mayo de 2011

Des-información a la carta.

Su sesuda señoría, ministra de Sanidad, Política Social e Igualdad -que alguien me explique esta combinación con olor a muesli- ha enviado una propuesta a los medios de comunicación del país, indicando la conveniencia de limitar la información sobre violencia de género a 30 segundos, eliminando imágenes de sangre, sudor y lágrimas, que no aparezca en los titulares ni en los sumarios. Todo en aras de la lucha contra el llamado efecto imitación: evitar dar pistas a otros hombres sobre cómo perpetrar el asesinato de la mala mujer que no cumple sus obligaciones.

Entiendo yo, por tanto, que la labor educativa, social y por el bien común de este extraño Ministerio es, con estas recomendaciones -la propuesta incluye un período de prueba de seis meses-, fomentar el "la ignorancia os hará libres". Aquello de que si no lo veo, no lo siento, no lo creo, no existe. Su sesuda señoría debería pensar, tal vez, acompañada de la treintena de sesudos consejeros ministeriales -y de los miles de euros que se llevarán por la labor-, que quizá la mejor labor es la prevención, la educación, el fomento de la real igualdad de la mujer, el potenciar la labor real educativa de la familia, la conciliación laboral verdadera, el cupo igualitario -estos, que se llenan la boca con la palabra "democracia real ya"- por méritos -no por sexos- en las empresas...

Su sesuda señoría ministra ha debido de estudiar dentro del sistema (des)educativo de la LOGSE...

Lo siguiente tal vez sea proponer el sesgo informativo del terrorismo, las imágenes de cruentas guerras, el control de los dibujos animados -pobres de Tom y Jerry, siempre a la gresca-. Nada de atajar las causas y coger el toro por los cuernos -huy, que se me olvidaba que estos son los antitaurinos para algunas regiones de España.

Si ya hace meses nos indicaban a los padres el riesgo de leer determinados cuentos infantiles a nuestros pequeños...


jueves, 26 de mayo de 2011

Cambio de clase.

Sí, me molestan las personas que se ponen en medio; me incomodan aquellos que tienen vocación de jueves y optan por redimirse en el centro de la sala, andando pausadamente y dejando que el aire les adelante. Quien se regodea en su punto central en un pasillo atestado de adolescentes presurosos es porque deja reposar la santa cruz de la jornada, llevando pesadamente cuaderno de notas, libro, apuntes, estuche y tal vez la agonía de una profesión mal llevada. Es, al fin, irritante saber que los laterales pueden ser ocupados en la prisa por llegar, pero el otro camina tardo, ausente de lo que le rodea.

- Disculpa, compañero.
- ¿Eh? Sí, sí, claro -contesta, asombrado ante mi presencia silenciosa.

Y además, en mi ansia por ganar tiempo al reloj, al ir a toda prisa de un lado a otro del colegio, a sus ojos, soy yo la ocupada, exhausta en la batalla campal de aguantar el tipo ante una jauría juvenil. Y no es por el apremio de que sonó el timbre del cambio de clase. Es para evitar que salga mi nombre en la lista negra de los que llegan tarde... O, tal vez, en la responsabilidad inconsciente de evitar que los alumnos de la clase del fondo se desborden por el pasillo, a riesgo de la integridad física de algo o alguien.

miércoles, 25 de mayo de 2011

Los últimos de Filipinas.

Hoy decidí dedicar unos minutos de la mañana a convertirlos en fructíferos, a darles la vuelta y dejar que pasaran más despacio. De forma perfectamente premeditada me levanté con el firme propósito de hacer de un puñado de rayitas de mi reloj algo saludable, aunque eso supusiera respirar hondo antes de coger el picaporte de una clase o saludar con sonrisa casi amable al primer alumno consentido que me cruzara por el pasillo. Mi empeño casi fugaz fue defender a toda costa que en cada una de mis clases hay, al menos, un alumno dispuesto a aprender y una familia empeñada en educar.

lunes, 23 de mayo de 2011

No me gusta hablar por teléfono.

En el post-it anaranjado pone, en letras grandes, que debía llamar para pedir información. Marco con calma, realmente con pocas ganas -no quiero hacer ese curso de Inglés, no quiero que me digan lo que tengo que hacer. Espero, cuento -como siempre- los tonos.

Uno. Driiiiin, driiiin. Noto cómo mi teléfono marca el número de forma tímida: lo propio en estos casos; no nos conocemos ni ella -la voz que debería contestarme- ni yo. Tal vez estás al otro lado, hablando con tu compañero de trabajo, apuntando con bolígrafo gastado la última anotación sobre alguien que llamó antes que yo. Coge el teléfono, seré amable.

Dos. Driiiin, driiiin. El sonido de mi teléfono se abre paso por las puertas entreabiertas de los despachos, seguro; una oficina, tal vez, de esas de paredes falsas sin techo, gris clásico y moderado. Una papelera cilíndrica y aséptica corta el rebote de un entretono. Te espero un poco más, comprendo que hay gente a la que tienes que atender.

Tres. Driiiin, driiiin. Veo las mesas sin papeles, una silla de ordenador que alguien no encajó bien en su hueco antes de irse, dos post-it amarillos junto a la pared falsa y grisácea, las cortinillas de oficina echadas para evitar el resol de la primavera. No te encuentro; el microondas está bien cerrado, blanco de abandono apresurado.

Cuatro. Driiiin, driiiiin. Mi teléfono se hace notar como onda expansiva, toma la curva cerrada que conduce, seguro, a algún baño -siempre hay algún baño a la vuelta de la esquina. Contengo apenas la respiración: no sé si quiero que me contesten, no sé si quiero que respondan, no sé si quiero, en fin, siquiera hablar contigo.

Cinco. Driiiin, driiiiin. Suena el móvil de forma acerada, tan gris como las paredes de la oficina, tan oscuro como un burócrata cansado. Se para en seco: no hay un baño al otro lado de la esquina, no hay más que polvo en suspensión brillando en entreluz, polvo de hadas brillantes, diría Niña Pequeña. No estás. No quieres contestar. No quieres cogerme.

Cuelgo. Cinco está bien. Te ha dado tiempo a estar y darte cuenta de que te llamaba. No quiero la información. No quiero hacer el curso. Lo he intentado.

domingo, 22 de mayo de 2011

El calendario de la cocina.

Mamá -llama Niña Pequeña, frotándose el ojo derecho por culpa de su alergia.
-¿Hum?
- Mamá, ¿cuántas hojas del calendario quedan para mi cumpleaños? -pregunta cantarina.

Cualquiera le dice que hasta noviembre...

jueves, 19 de mayo de 2011

Un problema medioambiental.

Hoy me he dado cuenta de que tengo un alumno que es un peligro medioambiental, un agresor altamente contaminante. En una de mis listas de notas, rebosante de calificaciones y anotaciones, su nombre destacaba hoy como la manzana con gusano, dispuesta a destrozar la cesta de mi cocina; su empeño por sobrepasar los límites y convertirse él en el centro de atención, y no la pizarra, las explicaciones, la buscada y definitiva actividad que iluminara las mentes de sus compañeros y el esquema final y esclarecedor de la dificultad de mi clase de Geografía.

Hoy, esta mañana, su batalla era desbordarse como derrame petrolífero y salpicar con negra pez los cincuenta minutos de clase que yo poseía en mi horario. Dispuesta su particular guerra contra mi persona, persuadido sin duda por algún otro compañero escondido en la esquina y alentado por la efímera gloria que hacer ser el centro de atención de un grupo de adolescentes, mi alumno -¿alumno?- optaba desde su consentida libertad en levantarse en medio de la clase, mantener un animado soliloquio, hacerme ver con su cuaderno cerrado la gran importancia que él -y su familia, supongo- asigna a mis clases.

Mi alumno, desgarbado como sólo puede serlo alguien con casi quince años, infame como el que se cree con todo el futuro, era ejemplo de contaminación acústica con sus palabras inconexas, daño visual por esa extraña moda de querer enseñar el límite casi prohibido de una ropa interior, ácido casi puro que iba royendo la poca curiosidad que un estudiante de Secundaria tiene hoy por los estudios. Se llevaba, así, la palma y la gloria de la clase y los aplausos silenciosos de sus compañeros. Un pequeño grupo de irreductibles galos resistía -hoy, siempre, como vienen haciendo desde hace meses- a los enviones de la polución del aula.

La madre que me decía, hace unas semanas, que su hijo -un alumno brillante- tenía derecho a tener ayuda y apoyo, tenía razón. Alguien -ella o cualesquiera de esas familias que piensan como ella- debería decirle al alumno de hoy -y a su familia- que atentar contra el derecho a la educación de los menores es un delito... Estos adolescentes -y sus familias- agreden el medioambiente, a la clase, al grupo, a los alumnos brillantes y a los que no lo son tanto. A estos, sobre todo: porque nadie podrá rescatarlos, sumidos como estamos los profesores, en un inmenso chapapote...

miércoles, 18 de mayo de 2011

Delicias ganadas del norte de España.

Llegamos por fin de cumplir con nuestra primera obligación ciudadana: hacer la declaración de la Renta. Extrañamente, esta vez no he tenido que discutir con ningún burócrata, demostrar que no desfalco desde hace años ni jurar por lo más sagrado que no me he comprado otro inmueble más. Ha sido, además, una tarde agotadora rodeada de pólenes malignos dispuestos a colapsar mis pulmones, trabajo atrasado que se acumula en forma de torres de papeles en la mesa del salón y me lamo aún las heridas hechas por las dentelladas de mis casi nuevos zapatos de rojo mate. Es tarde y Niña Pequeña debe de estar desde hace un par de horas durmiendo ya en su cama, en la casa de sus abus.

Él decide entonces que, por esta vez, no vamos a mirar el papel del endocrino, sino que toca regodearnos en el placer más prohibido. Me mira en silencio, apenas una décima de segundo, y coge el cuchillo de piquitos. "Abre la nevera", me dice, "y sácalo". No me lo tiene que decir dos veces, porque ya he comprendido la señal. Abro la puerta, sonrío para mis adentros, mientras Él abre la bolsa del pan y corta, despacio, dos anchas rebanadas a bisel. Le paso el bote de queso fuerte, de Valdeón: queso casi de Cabrales, el que más me gusta. Pero nos lo hemos merecido.

Con un cuchillo de punta roma rebaña bien el borde del bote, y una generosa tajada de queso se desprende, extendiéndola luego por la miga del pan. Ya casi puedo sentir su sabor en mi paladar, fuerte, denso, casi agresivo. "Pero no te acostumbres, ¿eh?", ríe mientras ve cómo me regodeo con el improvisado aperitivo. Chasqueo la lengua dentro de la boca, mientras aplasto una gota de queso dentro de ella y siento que se deshace como mantequilla. Hoy -Hacienda, alumnos hiperactivos, exámenes por corregir, insolencias, papeleo administrativo-, me lo he ganado.

lunes, 16 de mayo de 2011

Te aconsejo una entrada educativa...

Juan Antonio González, del Blog Ah de la vida, escribía ayer domingo una entrada sobre las pruebas diagnóstico que se están realizando estas semana en Primaria y Secundaria. No dejéis de leerla, pinchando aquí.

domingo, 15 de mayo de 2011

Mis zapatos solidarios.

Madrugo a pesar de ser domingo, pues por fin he podido quedar con mi amigo Joséantonio tras varios intentos infructuosos. Debo ir en tren y aprovecharé para calmar mi conciencia, corrigiendo un puñado de exámenes atrasados. Hace calor: selecciono la penúltima camiseta que Él me regaló -esas con mensaje, texto e imagen para sonreir-, vaqueros recién lavados, calcetines finísimos negros y chaqueta gris, por si acaso -muy de madres. Abro el armario de la entrada, último estante, caja roja de la derecha, la segunda: zapatos rojos mate regalados por dos amigos el año pasado. Me voy tras engullir una taza de porcelana blanca llena de cereales de chocolate. Bolso negro grande, libro, exámenes, rotulador rojo, calculadora. Me lanzo a la calle.

No doblo ni la esquina y dudo si volver. Los zapatos me arañan, gritan mis pies -siempre demasiado anchos-, pero el reloj me dice que pierdo el tren y los minutos van esta mañana más deprisa que ayer -será cosa de la pila. Voy más despacio, notando cómo el empeine gime y se lastima, el zapato derecho muerde con rabia la parte superior del talón; camino empujando, apretando los tacones menudos para suavizar el roce del agresivo cuero rojizo sobre mi piel -que adivino será de un color similar a estas alturas de la acera. Sé que tengo dos grandes tiritas de por si acaso en lo más profundo de mi bolso.

Mi amigo Joséantonio suele decirme que para entender a las personas debemos ponernos en sus zapatos y que nos duelan las mismas piedras que al resto de los humanos. Sólo así despertaremos una mañana solidarios. Mientras calculo cuánto tardaré en llegar a la estación de tren, me acuerdo de su máxima y decido dejar de ser solidaria por un día entero, a cambio de no desear quitarme estos zapatos asesinos y seguir por la calle en calcetines... Se alivia la presión al subir por el puente, pero la bajada es la penitencia por las notas que pondré a mis alumnos en esta tercera evaluación; casi hasta me planteo hacer parada técnica en casa de mis padres -que me pilla de paso-, pero están las persianas bajadas y sus cortinas corridas.

Ya casi en la puerta de la estación de tren noto que los nervios más superficiales de mis pies han debido de ser lesionados gravemente, pues no noto más que la epidermis doblada sobre sí misma y las dentelladas infames de mis casi nuevos zapatos. En mis pies se solidarizan ahora todos los millones de personas del mundo y prometo limpiar de una vez mis sandalias veraniegas, tarde lo que tarde en la operación. Dos salvadoras tiritas me apañan las inminentes ampollas mientras el vagón de mi tren se bambolea camino a Madrid. Menos mal que Joséantonio vive cerca de la otra estación...

sábado, 14 de mayo de 2011

No, no tengo coche.

Mamá... -llama Niña Pequeña con los ojos sabios.
- ¿Hum? -respondo, mientras le ato el cinturón de seguridad. Vamos en el coche del abuelo y conduce él.
- Mamá, tú debes tener coche -sentencia.
- ¿Por qué? Ya sabes que tu abuelo nos lo deja si lo necesitamos.
- No, mamá -me regaña-. Es el coche del abuelo. Tú eres una madre y las madres tienen coche.

viernes, 13 de mayo de 2011

¿Y mi entrada de ayer?

Hoy desapareció mi última entrada en el blog, aunque la vi publicada en Facebook -cosas de la red flotante de internet en la que estoy inmersa.

Y como me han robado unas líneas, me siento desnuda.

jueves, 12 de mayo de 2011

Lástima: no será un alumno luminoso...

El alumno de la otra clase del fondo me lo hace saber sin tener que decir nada: mi presencia no es grata en la clase y él es el dueño de la sala, el aire, tal vez del mobiliario entero, mesa del profesor incluída. Posiblemente, porque en varias ocasiones le recriminé atacar al más débil de su grupo y recordarle que, quien mucho recibe -capacidad intelectual incluída-, mucho está obligado a dar.

Así, se gira abiertamente, pone la mochila sobre la mesa y se parapeta tras ella. Adolescente de dieciséis años apenas rayados y soplados en velas de tarta, quiere aparentar ser más de lo que es: joven explotando en hormonas, felizmente aplaudido por su familia y unos cuantos de mis compañeros, que quizá no anotan en sus cuadernos de clase el daño que otros reciben en sus palabras o miradas por encima del hombro.

No va a trabajar en este rato, y así se lo hace saber al resto de la clase, copiando de forma ostentosa los resultados a uno de sus adláteres. Sé, además, que me desprecia, ya que desde siempre le han dicho que es más quien más Matemáticas sabe, y yo sólo explico Historia y Geografía; mientras me mira de refilón, sonrío para mis adentros: él nunca podrá ser un alumno luminoso como Miguel, Helena, Encarni, Elia o Roberto, ya que ellos abandonaron la prepotencia por la dulzura, y la soberbia por la cercanía. Ellos se saben necesitados y por eso están más altos.

La insolencia no está reñida, parece, con las buenas calificaciones. Lo malo será cuando le examinen del ser persona: se le olvidó a este coger apuntes... Y es en estos casos cuando me digo que, afortunadamente, no son mi hijos...

lunes, 9 de mayo de 2011

La raza de los pieles de camello.

Existen entre nosotros miembros de una raza sin par, abundantes, poco discretos, pero constantes en nuestro devenir cotidiano: se trata de la raza de los pieles de camello.

Los miembros de esta raza acostumbran a ir vestidos en tonos oscuros u ocres, al modo del pelo del camello del desierto. La Naturaleza ha hecho de ellos una raza genuinamente femenina y longeva: la mayor parte de sus miembros son féminas que suelen reconocerse unas a otras por la tonalidad de sus prendas de vestir: zapatos en crudo, habitualmente con hebilla o cordón dorado, falda hasta las rodillas en conjunto marrón con la chaqueta de lana de tres cuartos, chal a los hombros o manta en ocre y cuadros, pelo corto con mechas peluqueras en amarillo apagado.

Aunque normalmente sus miembros femeninos están acompañados por especímenes masculinos, estos pasan a un discreto segundo plano, condicionados por el tono ejecutivo y a menudo agresivo de sus compañeras:

- ¿Me deja, por favor? -dice ella, los brazos en jarras, ante la fila que espera con poca paciencia a la apertura de la puerta del tren. El hombre que está detrás agarra las maletas y mira a un punto vacío más allá del pasillo del vagón.

Esta raza tiene una especial dedicación: la de colarse en las filas del autobús o hacerse paso en las prietas masas que esperan al transporte público -bien para subir o para bajar. Su especialización es tal que, mientras hacen petición en tono poco cortés -les va la identidad en lograr su objetivo, plenamente definido desde su nacimiento-, son capaces de ganar posiciones -quinto, cuarto, segundo, primer puesto de la fila-, haciendo uso a veces de medidas agresivas como codazos o excusas que se filtran y clavan en el cerebro de los oyentes:

- Disculpe, disculpe -dice siempre ella, agarrando su bolso ocre con mano cenicienta-: es sólo una preguntita -apunta, adelantando el pie derecho e impulsándose ya con el izquierdo.

Por último, los miembros más preclaros de esta raza, experimentados en la lucha por el espacio vital, suelen reconocerse con el uso de contraseñas cuyo significado el resto de los mortales sólo puede, apenas, intuir:

- ¡Qué desvergüenza, la de estos jóvenes! -grita una, brazo en alto con el bolso de antes a la altura del codo, pues un adolescente ha osado impedir sus acciones de invasión territorial. A este grito, dos o tres mujeres más habrán reconocido en la primera a una de ellas, y se sumarán al grito de victoria: ¡vaya educación!

- Perdone, disculpe, tengo prisa, un momento, por favor -dice otra, agarrando el codo del de delante y aplicándole un placaje lateral que le hará rotar sobre sí mismo, momento en el que ella avanzará terreno por el otro lado. Una o dos personas más, posiblemente, mirarán hacia atrás, valorarán la operación y estirarán hombros y brazos enteros hacia los laterales del cuerpo, dejándola pasar porque se han reconocido en la estrategia...

domingo, 8 de mayo de 2011

Si yo pudiera decir lo que pienso...

Hay cuarenta y dos pasos entre la puerta de mi clase hasta el final del pasillo, la puerta del fondo, el baño de señoras. Cuarenta dos pasos que no resuenan en las nuevas baldosas blancas ni acompañan ni asustan. Son cuarenta dos pasos silenciosos dados uno a uno con las botas marrones -se escapó de nuevo la primavera-, ausentes como buenas clases dadas en mi universidad, mientras dejo la mochila en clase y llevo la botella en la mano, para llenarla de agua con la que tragar la falta de previsión de mis profesores.

Diez, veinte, treinta, cuarenta y dos pasos seguros dados con firmeza silenciada de espera ante exámenes que no quiero estudiar, pero debo hacerlo porque me he dado mi más firme palabra de honor. Cuarenta y dos pasos dados uno detrás de otro sin levantar la vista del suelo, con cuidado de no pisar la línea grisácea que los separa uno de otro, para no perder el ritmo de mis pensamientos, que vuelan hacia la alumna de la clase del fondo que me dijo, por la mañana, que no me molestara en seguir trabajando para ella, ya que no tenía intención de dedicar ni un minuto a mi asignatura.

Qué bueno es decir las cosas claras...

jueves, 5 de mayo de 2011

De cocinitas y cachivaches.

Iba muy ajetreada Niña Pequeña con su cocinita de juguete, transportándola en vacilante equilibrio desde su cuarto al salón, improvisada sala de restaurante de platitos azules y verdes. Traidoramente, se desmonta su parte superior. La mira. Calla. Me mira:

- No pasa nada, mamá -me dice, con seriedad casi filosófica-. Esto lo arreglo yo en un periquito.

lunes, 2 de mayo de 2011

Un tira y afloja.

La rutina se estira y ondula sin posibilidad de solución, oscura como el tabernero de un pueblo, inerte hasta la fosa, disimuladamente de seda mientras envuelve y ahoga. La rutina tiene las hojas amarillentas de mi agenda, siempre llena de cosas y tareas urgentes que eran para ayer o antes, y el color rojizo de la cinta de mi punto de lectura, que siempre espera silencioso para avanzar un poco más. La rutina, al fin, es la vertical de las rejas de la celda diaria y el toldo que, extendido, oscurece mi salón sin tener que ser usado.

Salir de la rutina es, por eso, un acto de valentía con la cara del manolo que un día como hoy, hace doscientos tres años, plantaba cara al ejército imperial en Madrid. Escapar de ella es voltearla, hablar con el de al lado por detrás de su espalda y agarrarse a una esquina, aunque sean los lados de la caja de bombones que hoy Niña Pequeña y Él me trajeron, para quitar el sabor agridulce de un viaje no hecho.