lunes, 30 de noviembre de 2009

Cumpleaños feliz.

Ojos que miran al mundo con la curiosidad del que tiene como misión explorar todo lo que se eche por delante. Con la temeridad que da el todo aún por descubrir y la valentía del que se sabe protegido. Corriendo, descubriendo, devorando la vida que se da a manos llenas.

Aquel día hacía sol, aire frío, con tranquilidad pese a todo porque nos íbamos a conocer; con el tiempo, a querernos, ya se sabe. La noche se hizo larga y se acabó rompiendo: hoy fue un día de bebés muy guapos, dijo alguien.

Y hoy Niña Pequeña ha cumplido 3 años.


domingo, 29 de noviembre de 2009

No ver los cuentos sin la magia de niño.

Llevo un año recordando mis cuentos infantiles -qué remedio- y es a la luz de los ojos adultos cuando me doy cuenta del mundo mágico de los niños. Los personajes de las historias que a mi hija le encantan ahora viven, a los ojos de un noniño historias dramáticas: Hansel y Gretel a punto de ser devorados por una bruja y engañados a través de su inocencia por chucherías, la abuelita devorada por el lobo, el patito que no es tal rechazado por todos -un bullying de esos que ahora nos crispan-, la princesa que sufre malos tratos por su madrastra...

Leía con curiosidad, por eso, este artículo sobre Mickey Mouse en el blog Siglos Curiosos. Quién fuera niño...


sábado, 28 de noviembre de 2009

Sábado temático.

Hoy comenzábamos el fin de semana temático en casa: Rut cumplirá tres años -añitos, añazos- el próximo lunes. Este sábado comenzaba la celebración con la comida de su padrino en mi casa, primera tarta adelantada y vela con fuerte soplido y mejores deseos. Lo mejor, claro, para ella, los regalos; para los padres, oir de su padrino que qué grande está.


viernes, 27 de noviembre de 2009

El Mago de Oz.

El cuento de esta noche que eligió Rut antes de dormir fue una adaptación infantil de El Mago de Oz. Uno de mis libros de juventud favoritos...

Sigamos el sendero de baldosas amarillas:






jueves, 26 de noviembre de 2009

¿Qué le pasa al calendario de mi cocina?

Hace varios días que vengo observando que el calendario de mi cocina debe de estar mal. No lo comprendo, porque siempre, mensualmente y con resolución, cambio la hoja correspondiente para observar el cúmulo de días que me espera, nuevo, a estrenar, lleno de cosas que aún no me ha dado tiempo a descubrir...

Y no cuadra con lo que veo en una conocida calle madrileña, cuando varias tardes a la semana me dirijo a la universidad para seguir estudiando -por las mañanas, en un lado, por las tardes volviendo a ser alumna... Antes de llegar a la esquina, ya he visto varios ositos polares, bolas plateadas y estrellas que parecen salidas del Reino de las Nieves. Pero allí, en la esquina, justo al cruzar, se encuentra el escaparate que descoloca mi calendario. Un escaparate enorme, inmaculado, de enormes ventanales, aprovechando el edificio el solar de otro que se derrumbó hace años, niños maniquís perfectos en sus caras, edulcorados o tan bien educados que ni gestos hacen.

Y entre ellos, falsos árboles con cintas doradas... y juego de luces azules y blancas cayendo en cascada. La verdad es que el efecto es bonito -otra cosa, el gasto de energía, claro- y me gusta, es agradable ver el jueguecito de las luces que me hace creer durante unos segundos que ya llegó la Navidad.

Pero es que en mi calendario pone que el próximo domingo empieza el Adviento y que Navidad sigue siendo el 25 de diciembre. Así que, o el escaparate prefiere saltarse un tiempo litúrgico o mi calendario está estropeado...

martes, 24 de noviembre de 2009

Hojas secas.

Bajaba esta noche del autobús y me despejaba este frío... Hoy no tuve suerte y el conductor dejó todas las luces de su vehículo encendidas; se ve que no era noche para dejarse llevar pensando en lo ocurrido a lo largo del día... Los lunes son horas de muchas reuniones y de preparar esas docenas de cosas que nadie sabe que los profesores hacen, pero que están ahí y son necesarias para que todo funcione. Prefiero mis clases, francamente, con su nosesabequéocurrirá.

Bajaba del autobús y me envolvía en mi bufanda nueva. Me la he regalado esta tarde porque me la he merecido: el día fue cansado, arrastraba como sombra indeseable toda la carga de la semana pasada, su trabajo pendiente. Y pensaba que mi marido tenía razón: no te veo el fin de semana, estás a lo tuyo. Es cierto. Lo lamento. Se me acumuló la tarea, esta semana voy con prisa, los días deberían tener más horas.

O no. Las llenaría.

Llegaba a casa, mi bufanda hasta arriba: soy friolera. Me acompañaba crujir -me gusta esta palabra- de hojas secas -me gustan también: naranjas, marrones, los colores de la tierra. Imposible llegar al portal sin que nadie se diera cuenta; mis pasos, las hojas, me delataban. No me importa. Me gusta este medio otoño que quiere ser medio invierno y no puede.


viernes, 20 de noviembre de 2009

Humeando rabia.

Me miran con brillantes, más bien chispeantes ojos... Rugen sus tripas y se incomodan a mi paso, lento, seguro, desafiante incluso. Los noto fríos y atentos, deseando saltar sobre mí, incómodos por mi presencia que les impide avanzar, vigilantes de mis pasos pausados y retadores... Miro a izquierda, derecha, y ahí están, chirriantes, agresivos, humeando rabia por parar...

Y es que hoy crucé por un paso de peatones...


Hoy estuve con Elia.

Esta mañana fue una de esas en las que, por un momento -y en el trabajo- se me regaló una sonrisa: vino Elia de visita. Yo había dejado a una adolescente y se apareció una joven madura que encuentra poco a poco su espacio, bloc bajo el brazo, ilusión y un montón de sueños... Elia me ha regalado esta mañana una breve charla, un montón de sonrisas, algunos recuerdos y mucho cariño...

Un regalo. Hacía varios años que no la veía, pero todavía ella recuerda, según me ha dicho, que el colegio fue una buena etapa de su vida, llena de vida. ¿Qué mejor para un profesor que escuchar esto de un alumno?

Y no os olvidéis de visitar su blog.

martes, 17 de noviembre de 2009

De lunes.

Regresaba desde Madrid a mi casa la tarde del lunes ya bien entrada la hora de la cena -cosas de los lunes, primerizos de la semana, traidores... Cuando vuelvo en aquel autobús -que suele ser siempre el mismo, repetitivo y con idéntico conductor que conoce casi ya nuestros nombres-, mis compañeros de viaje no están para muchas conversaciones. Va la gente poco a poco, sin prisa, sin pausa, lenta pero de andar apresurado noseaquesevayaelbus.

Cuando estudiaba en la Universidad todas las mañanas, puntualmente a las 7:55 me encontraba a un grupo de adolescentes. Todos los días, pasara lo que pasara. Nunca supimos nuestros nombres, pero el encuentro matutino nos hizo reconocernos y saludarnos. Siempre, en la puerta de la Policía Municipal. Llegué a preocuparme cuando alguna mañana uno de ellos no estaba...

Los lunes me pasa lo mismo. También otros días, pero las tardes cansadas de los lunes-noche tienen el aspecto especial de quien dejó atrás hace horas el fin de semana -que, para mí, suele estar lleno de cosas que hacer y trabajo atrasado. El conductor, que lo sabe, deja su auto en penumbra, un detalle para quien echa la penúltima cabezada del principio de semana. A mí a veces me gusta, me relaja, me deja pensar, otras me incomoda, porque voy con prisa de estudiar y aprovecho los minutos contados.

Al llegar a casa, mi marido, que está en todo, ya se encargó de mi hija -baño, cena, cuento, jesusito y a dormir. Y aunque la noche es mía y Rut siempre me llama a mí en la larga madrugada, es de agradecer sólo tener que sentarse y cenar.


domingo, 15 de noviembre de 2009

Reconocerse por un nombre de sueño.

Ayer mis tíos le regalaron a mi hija una muñeca.

Y mi hija lleva, por lo tanto, dos días jugando a que es mamá, imitando no sé muy bien a quién -es hija, nieta, sobrina única. Tan contenta, pone a su bebé tumbado en el sillón, en su cama, en su carrito, en un cojín o en cualquier lugar que considera cómodo y apropiado. Le quita el chupete y espera con ojos abiertísimos y sin pestañear a que la muñeca le diga algo así como mammma, y entonces ella, con sonrisa resplandeciente, dice "¿Ves? Ha dicho mamá, soy yo y quiere chupete".

Y yo me figuro, entonces, contenta de verla a ella así, que su mirada es deslumbrante porque una muñeca -su bebé- le ha reconocido por su nombre de sueños...


Cosas de niños. Cosas de adultos.

Algunas cosas me molestan.

Como la irresponsabilidad. Y es que no todo es justificable, como el que dos niños -preadolescentes, en plena definición de su libertad: hacer lo que me dé la gana- de mi vecindario hayan optado como el ocio más creativo el romper a base de patadas los dos columpios de bebés que había en mi casa. Lo comprendo: la juventud de hoy es rebelde, irrefenable en sus impulsos, deseosa de construir mundo.

En consecuencia, ejerciendo en pleno uso su libertad -pobre país-, nada mejor que romper porque sí -con alevosía y reconociendo su acción de forma hilarante- los columpios de los niños pequeños. Mis vecinos, que, ya se sabe, todo lo justifican y arreglan diciendo que la culpa es de la escuela, han dictado sentencia: cosas de niños.

Pues eso, que como es cosa de niños, digo yo que me devuelvan mi parte proporcional y justa de la derrama con la que se pagó hace un año ese parque infantil. Porque el dinero, el mío, es cosa de adultos.


sábado, 14 de noviembre de 2009

Como ondas.

Cuando un grupo se despide me recuerda al tirar una piedra a un lago. Ondas concéntricas se difuminan en su superficie, pequeñas olas inquietan la superficie hasta lamer la orilla...

Regresaba ayer desde Valladolid. Volvía a mi centro. Marchaba alguien a Pamplona, Logroño, se dispersaban otros por Andalucía, se repartían algunos por Cataluña... Ondas concéntricas similares desplazándose por ancho y largo.

jueves, 12 de noviembre de 2009

Tostada con mantequilla y mermelada.

Empezaba el día con olor de tostadas con mantequilla y mermelada -de fresa, claro, que si no la tostada no es lo que es... No te planteas la dificultad de la mantequilla hasta que te enfrentas a ella con cuchillo al ristre, la susodicha está fría, no se extiende bien: la tostada va perdiendo su esencia... La mantequilla ya no se derretirá convenientemente, como le corresponde a una tostada de buena categoría...

Hoy caía en la cuenta de que los milagros, los buenos, los de verdad, existen. Yo los he visto. Vi a mi amiga Carmen diciéndole a aquella chica que se levantara y andara, que ella era mucho más y merecía ser mujer... Veo cada día pequeños milagros: merece la pena que andes, que veas, que te levantes, que tires de tí mismo, que saques de tu pequeño corazón aquello que te hace grande, mayor, mejor persona, mejor adolescente, mejor niño... Levanta, camina, no te duermas...

martes, 10 de noviembre de 2009

Ellos están fuera de control...

El trabajo nos ha traído a mi maleta y a mí por unos días lejos de mi ciudad.

¿Y qué hace un profesor lejos de sus aulas? -eso les gustaría saber a mis vecinos, tan curiosos ellos... Reflexionar sobre la cosa educativa, por ejemplo, intentar mejorar o tratar de comprender lo inaccesible de la adolescencia -eso de "mis padres no me entienden" "y yo a vosotros tampoco". Le dábamos vueltas ayer al panorama de los jóvenes de hoy y lo ilustrábamos con el corto de Zoé Berriatúa El despropósito.

Y tal vez demasiado crudo por lo real o por los nombres y apellidos que los personajes de la película Barrio significaban para algunos de nosotros; para muchos. Y me quedaba yo con el personaje rubio, que intentaba salir de la orden del grupo, conocer otra realidad que no la del botellón y la risa floja de sus amigos, con referentes adultos -pero negativos- y la sensación de caos y soledad a su alrededor.

Nos preguntaba el ponente sobre nuestra sensación al ver el cortometraje. No he hablado mucho en esa ocasión, lo admito, porque soy de medir mis palabras y evaluar, más bien, mi alrededor. Pero el sentimiento era claro: situación de falta de control. A los adolescentes la vida caótica e ininteligible se les escapa de las manos y no pueden asumirla; ni absorberla. Tal vez por eso muchos se la beban en botellas de litro... Y me preocupaba -porque para eso también son estos momentos que el trabajo fuera de las aulas brinda a un profesor-: una excesiva humanización -normalización- hace al hombre menos humano...

Y para mí, realmente, el problema de la juventud -que es más bien un dilema: ¿qué hacemos con ellos?- tiene tres letras: mi hija Rut, que va a cumplir 3 años... que en otros rápidos más será como ellos...

domingo, 8 de noviembre de 2009

Noche estrellada.


Mi aliado estas últimas noches ha sido rojo y blanco.

Un termómetro.

Y noches largas, de esas eternas que parece no se acaban nunca, lentas, que se deslizan, gotean interminables, esperando que amanezca -porque cuando empieza la luz parece que todo es más fácil.

Rut tiene anginas.


jueves, 5 de noviembre de 2009

El problema del vocabulario.

El vocabulario nos puede poner en aprietos. Así me ha pasado con la palabra suele.

Ay de mí, ay infelice... Dos compañeras, valientes, osadas como ellas solas, me habían comentado que el alumno solía hacer los deberes en sus asignaturas. Tamaña ofensa no podía pasar desapercibida por la familia. Allí estaba yo, pertrechada detrás de mis fichas, bolígrafo en ristre, agenda como escudero, mientras me llegaba el ataque frontal: ¿¿cómo que suele?? No hubiera sido yo la que me hubiera atrevido a aventurar, ni someramente, que un alumno suele hacer los deberes. Es evidente, meridiano, transparente, obvio, que todos los alumnos hacen siempre -no sólo suelen- las tareas; el problema es que el profesor no se entera ni, por supuesto, está capacitado, para darse cuenta del trabajo constante y diario de todos y cada uno de sus alumnos.

Por eso no entiendo la pretensión de mis dos compañeras al tildar a este alumno de los que sólo suelen hacer los deberes... Por supuesto, obviamente, ha sido un error de ellas. Meridiano, claro, transparente. Y yo, encima, indicando que tal vez sería conveniente que la familia se entrevistara directamente con ellas... Qué osadía. Qué desfachatez.

Y por si no fuera suficiente, llegaba el remate, holgado, sin florituras, de la amenaza implícita y la duda circunstancial de que tal vez yo -pero sólo tal vez, no vayamos a pasarnos- tuviera la culpa de no estar bien informada. Me faltaban datos evidentes sobre el alumno. Obvio. Claro, meridiano, transparente. Menos mal que una está ya curtida en peores campos de batalla.

Habrase visto...

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Hoy volvimos a encontrarnos.

Hoy lo ví de camino al autobús. Con rojo penacho engreído y plumas marrones, su cola insultante y negra con enormes plumones. Se paseaba orgulloso por su camino, sin permitirse hacer ver que sabía que lo observaba -tal vez porque otros muchos se quedaron asombrados ante él.

No es la primera vez que nos vemos. La verdad es que nos conocimos hace tiempo, tal vez tres o cuatro años, cuando me mudé y pasé a vivir cerca de allí. Pero siempre le había oído, más bien -como a otros, con oirlos, sin necesidad de escucharlos, ya les conocemos... Y de vez en cuando, haciendo caso omiso de mi presencia, picoteaba noséqué en el suelo. Estoy convencida de que lo hacía para ser mejor observado y admirado con ojos boquiabiertos por su irreverente presencia. Por atípica. Y eso a pesar de que muchas mañanas, yendo hacia la casa de mis padres, le oía romper el hielo de la madrugada con estruendoso kikireo -no siempre bien visto, haberlas haylas.

¿Quién tiene un gallo por animal doméstico?

martes, 3 de noviembre de 2009

Un teléfono nuevo.

Hoy he tenido que cambiar mi teléfono móvil. La pantalla de mi viejo y fiel teléfono decidió esta tarde que ya no podía más y, agotado por el esfuerzo, se quedó en blanco. No hubo posibilidad de reanimación ni consuelo final; ha acabado en las manos de mi hija, que, imitadora de todo lo que ve, charlaba con amigos imaginarios al otro lado de la línea...

He tenido que cambiar mi teléfono móvil. Y me molesta, por más que a mi marido le encanta ir de compras y le gustan estos juguetitos; yo sólo quería un terminal que me permitiera estar conectada al mundo exterior, apéndice de mi mano aunque no me guste su insolente dependencia.
No, gracias, no me hace falta conexión a internet, bluetooth, revisión y volteo de imágenes y casi una red social única e irrepetible desde mi pantalla, le he dicho a la amable señorita que me mostraba las cajas de teléfonos como quien busca los zapatos únicos de su boda. Sólo quiero un teléfono, porque tengo una niña pequeña y parece que así estás más cerca de ella cuando se pone mala en el colegio y me llaman para avisarme -bien es cierto que también me llaman al trabajo, pero la proximidad hace al teléfono móvil único y ultranecesario...

Y he cambiado mi teléfono, finalmente, porque ahora llamando y conectándote coleccionas puntos como antes yo en mi infancia los cromos de Willy Fogg. Y como eres fiel a las marcas -de toda la vida: los yogures de Danone, los Donuts o el Bollycao-, la marca te regala, me regala, la posibilidad de lucir un flamante teléfono de pantalla roja, brillante hasta ser casi febril. Canjeando los puntos, que eso sí que está bien: cambiaba cromos en mi EGB, cambio puntos con mi compañía telefónica.

No sé si he salido ganando o perdiendo, pero me gustaba mi teléfono antiguo. Me lo había donado mi hermano.

lunes, 2 de noviembre de 2009

¿Dónde está mi mesa?

Debajo de los papeles que se amontonan esperándome tengo una mesa.

Dedicado a mi vecina de enfrente, que es de esas convencidas de que un profesor no trabaja y vive bien...