domingo, 26 de febrero de 2012

No tengo finas hebras...

Me lo dijo la peluquera hace tiempo. Yo lo vi hace poco, recién después de la ducha, aunque no le di importancia, tal vez porque a Él le pasa lo mismo o porque soy consciente de que la rueda del tiempo no se puede parar.

Recordé al momento cuando hablé con ella, a la que hacía años que no veía, una larga melena rubia donde unas finas hebras hasta le daban el aire de princesa de libros de fantasía: si hubiera sido hombre me había quedado embobada, mirando el viento jugar entre sus dedos, mientras hacía como que quería recogerse el pelo -y sus finas hebras- en una coleta. Y eso que nunca había llevado el rubio cabello recogido: siempre largo, o en melena sobre los hombros, pero siempre del color de la ceniza blanquecina.

Así que me di cuenta hace poco, sí, e hice memoria de todos aquellos conocidos a los que les empezaba a ocurrir lo mismo. Más o menos de mi edad, casi todos mayores: primos, compañeros, casi hermanos o hermanas, todos habían compartido conmigo antes estudios en el Instituto, viajes, confidencias en un portal. Todos, sí, parece que ahora jugábamos con hebras como las de mi amiga. No era el reflejo de las lamparitas del baño, ni el luminoso del sol sobre mi corto pelo, ni
restos inexistentes de mechas rojizas, como las que hace años llevé. No.

Ya no voy a ignorarlo por más tiempo. Tengo una cana.

jueves, 23 de febrero de 2012

De paños y mangas.

Su hombro está cubierto por un abrigo de paño azul, a la altura de mis ojos; apenas veo más, ya que ella se ha ladeado ligeramente para dejar paso a una cazadora verde algo usada. Mi brazo choca con un suave balanceo con una manga de impermeable también azul, de esos con bolsillos laterales en los que no se puede guardar más que tickets de autobús. Una de las correas de mi mochila ha quedado pisada por un tacón negro con medias oscuras. El sombrero de detrás, una boina ligera, tiene debajo la cabecita de una adolescente. La coleta rubia de una niña argentina me pregunta con deje dulce si es aquí donde tenía que llegar. Se me han ensuciado los cristales de las gafas, pero no llevo la tela encerada para limpiarlos, ni sería este, tampoco, el mejor momento para hacerlo.

La boina ligera se acerca a mi hombro justo antes de que suene el aviso:

- ¿Bajas en la siguiente?

Como respuesta, le sonrío. Hoy estuve con mi amigo Joseantonio y tengo la cabeza llena de ideas para pensar. Son casi las siete de la tarde y mi vagón de Metro se acerca a la estación de Nuevos Ministerios; la manga del impermeable y el hombro con abrigo de paño azul no me han dejado espacio para poder sacar de la mochila pisada por el tacón negro el libro que Él me dejó hace unas semanas.

sábado, 18 de febrero de 2012

Niña Pequeña. Niños Perdidos.

Él le ha preparado la cena, como cada noche. Los acompaño mientras recorto papeles de colores para algo del colegio. Hoy también nos lee un cuento: inventa las voces, se mete en los papeles y es el Capitán Garfio y Campanilla. Niña Pequeña mira los dibujos mientras se come, lentamente, la tortilla francesa -con jamón dentro, como le gusta.

- Y los pequeños Niños Perdidos seguían bailando mientras Campanilla...- dice Él.

- Papá -llama.

- ¿Hum?

Yo recorto. Recorto. Chachachac...

- Yo no quiero ser de los Niños Perdidos porque no crecen nunca.

- ¿Tú quieres crecer, Niña Pequeña? -pregunto. Chachachac...

- Claro, para ser una mamá y poder mandar, como los mayores.

Chachachac...

jueves, 16 de febrero de 2012

Un tesoro.

Junto al buzón, bajo la escalera, hay una pequeña losa que ha cedido. La vi claramente cuando me incliné a mirar si había cartas, sabiendo además que lucharía de nuevo con la cerradura del buzón. La losa es gris, más bien jaspeada -diría mi amiga Belén-, y la esquina de la derecha sobresale. No tiene cemento, nada que la permita agarrarse al bajo de la escalera y encajarse, al fin, entre el escalón y el suelo firme, junto a la papelera.

Seguro que, en realidad, es un escondite de tesoros y piratas: un baúl de madera, una caja vacía de hojalata, mi collar roto, el bolígrafo de la suerte de los exámenes y una brillante bola de Navidad.

martes, 14 de febrero de 2012

Cosas que no se hacen.

La madre agarra firmemente la mano de su hija pequeña mientras corre por el paso de peatones, el semáforo en rojo.

En la esquina de la calle de Madrid por la que más veces he pasado en mi vida, dos chicas de aspecto universitario se refugian del frío con chaquetones, la de la izquierda viste pantalón corto y medias finas negras de cristal.

El señor que me vende de vez en cuando media docena de castañas hoy no está y las puertas de madera verde de su quiosco están cerradas, aunque adivino el delicioso fruto al otro lado.

Llevo paraguas, pero no llueve, tal vez mañana.

No me llamaron de la librería para decirme si llegó ya el libro de texto que solicité y sólo me dio tiempo a recoger un poco la casa antes de marcharme.

Quedaron en mi despacho tres cuadernos aún por corregir y varios trabajos en la bolsa verde.

lunes, 13 de febrero de 2012

Una abuela impone, la nieta dispone.

Estación de Alcalá de Henares -40'49 N, 3'34 O. Son casi las seis y media de la tarde y en diez minutos llegará el tren que me devolverá a mi casa, en otra latitud y en otra longitud; hoy no trabajaba en el colegio, pero sí fuera de él. La mochila que ahora reposa en este lado del banco tiene el peso de varios trabajos y ejercicios de mis alumnos: la ida y la vuelta en el tren es larga y así puedo adelantar la tarea esta invisible de ser profesor -me viene a la cabeza, de nuevo, aquella familia que me preguntó cómo podía estar segura de que los profesores corregían de verdad...

Al otro lado de la vía una mujer tira, literalmente, de una niña, cinco o seis años, tal vez; su nieta, seguramente, que lloriquea al borde del grito llamando a su madre. La mujer no se desespera, aparentemente, imagino que consciente del espectáculo que ya supone su nieta intentando imponer sus propias normas. La niña se para al borde de la escalera del paso subterráneo, mientras que su grito de protesta se expande por toda la estación.

- ¡Mamaaaaá! Nooo, ¡ma-máaaaa!

La abuela se para y sin soltar la pequeña mano, se encara con ella. Su postura se me adivina firme desde este lado de la vía. La mujer mira de reojo a las vías, el tren está a punto de llegar y la nieta se niega a abandonar su reivindicación.

- ¡Ma-ma-máaaa! Que noooo.

Un joven se acerca a la mujer al ver que intenta, en vano, agarrar de la niña por la cintura y transportarla escaleras abajo. El chico sigue adelante, tras mirar por encima del hombro. Casi me apetece dar la vuelta con mi mochila al hombro y cargar con la niña.

- ¡Mamáaaaaa!

Logran las dos bajar dos escalones y la niña, o bien en un despiste, o bien mientras coge aire para la siguiente protesta, parece aceptar la idea de llegar al otro andén. La abuela se gira, tira de ella, la niña se ha hecho fuerte clavando los talones en el tercer escalón, exclamando su grito de guerra: no está dispuesta a acatar más órdenes, se atrinchera en su protesta, señala hacia la puerta mientras la mujer mira ora a un lado, ora al otro. Dos minutos y llegará el tren: no da tiempo.

Entra en la estación el tren. La queja de la niña se pierde en el aire; no veo a la abuela, pero ha perdido la batalla, tal vez la guerra.

- Ma-ma-ma-máaaaaa. ¡Que te he dicho que no, que no quiero!

domingo, 12 de febrero de 2012

La importancia de la merienda.

- Mamá -llama Niña Pequeña.

- ¿Hum?

- Mamá, dame la merienda ya -dice, con toda la seriedad de sus cinco años-. Es que ahora soy Campanilla y si no, no tendré fuerzas para volar.

miércoles, 8 de febrero de 2012

Pues no imprimo, hala.

Es el encargado más o menos oficial de darme los cartuchos de tinta para la impresora, aparato cuasi infernal que decide quedarse sin repuesto cuando hay cuatro archivos en cola... Cruzo así el pasillo, bajo y subo dos escaleras, llamo con cuidado a su puerta, saludo más o menos amable -según la hora.

- Hola, Negre, ¿qué querías? -me dice.

- Hola. Mira, te traigo los cartuchos de la impresora del despacho, para que me des los repuestos.

Se los tiendo. Les da una vuelta entre los dedos. Los sopesa con cuidado, se ajusta las gafas.

- ¿Estás segura de que están vacíos? -me pregunta, como cada vez que pido, por-favor-sea-amable-deme-mi-cartucho-tengo-que-imprimir.

- Segurísima, ha dado el aviso y tengo algunos documentos pendientes.

Vuelve a mirar los cartuchos, no se sí esperando que estos le escupan restos de tinta sobre el cuello de la chaqueta. Ante mi asombro comprueba su peso, uno en la mano izquierda, otro en la derecha, en balanza antiquísima. Finalmente, emite el veredicto:

-Este está vacío, sí -me dice, señalando ligeramente el de tinta de color-, pero este, este -recalca- todavía pesa, así que tiene tinta. Lo que pasa es que no sabes - vuelve a recalcar. A - usar la impresora.

Le sonrío con mi sonrisa menos amable, mientras él se levanta y coge un cartucho nuevo de color. Hoy, mira por dónde, no quiero discutir. Me despido.

La impresora no está de acuerdo con el juicio emitido. El cartucho de tinta negra está vacío, claro. Pero, recalco, no quiero discutir. Imprimiré en casa.

domingo, 5 de febrero de 2012

¿Y tú qué prohibes?

Pero prohibido esperar. Ya no se fuma esperando a nadie a quien quieras, y es mejor ser precavido para no resbalar al ir corriendo de un sitio a otro. Ser cívicos porque no es más limpio quien más limpia, sino quien menos ensucia, y es preferible susurrar palabras al oído de Él.

Pero no esperes. No sé si porque quien espera, desespera sentado en el banco del paseo del centro de mi ciudad -que dejó de ser paseo para convertirse en explanada-, o porque de tanto esperar alguien agotó el tiempo... Prometo mañana resistirme a la tentación de pensar ante mis alumnos que aún hay esperanza o no buscar nada a cambio de unos minutos de espera solidaria. No, no se preocupen, que dejaré de esperar un futuro mejor, no sea que muera en el intento.

- Mamá -pregunta Niña Pequeña, mientras esperamos al pie del cartel a que nos abran la puerta.
- ¿Hum?
- Ahí dice lo que está prohibido -afirma, mientras silabea.

viernes, 3 de febrero de 2012

Viento gélido contra el cuerpo.

No me importa cómo se quede el abrigo: me da igual que no esté perfectamente doblado sobre sí mismo, las mangas perfectas, la capucha remetida o que se marquen los dobleces. El gorro se queda debajo, la bufanda como un ovillo, los guantes de lana de cualquier manera. Hace frío y un viento gélido vuelve rojas las manos con sólo asomarse más allá de las cremalleras. Este autobús está caldeado, lo urgente prima y me acerco a la calefacción, tras dejar todas las ropas de abrigo, de cualquier manera en el asiento de al lado...

miércoles, 1 de febrero de 2012

Yo doy clase de Ciudadanía.

El nuevo ministro de Educación español presentaba ayer las líneas básicas de la reforma educativa que se nos echa encima. Uno de los apartados esgrimidos como bandera, estandarte, promesa electoral o qué se yo es la supresión de la asignatura de Educación para la Ciudadanía, que actualmente se cursa en 5º de Primaria, 2º de ESO y 1º de Bachillerato.

Ayer escuchaba en la radio con atención y curiosidad las primeras opiniones tras las palabras del ministro, y hoy varios de mis alumnos de 2º de ESO me decían, no sin retintín -y olvidando que, básicamente, doy clase de Historia y Geografía-:

- Profe, te han quitado tu asignatura.

- No, que la han cambiado de nombre -les respondía yo, mientras dejaba encima de la mesa libro, carpeta y estuche.

Llevo varios años impartiendo esta asignatura, casi desde que el gobierno anterior la impuso, dividiendo en dos la que ya existía de Ética en 4º de ESO y trasladando parte del temario de la misma a cursos inferiores. Desde entonces, varias han sido las protestas, esgrimiendo razones de mayor o menor conveniencia política, aduciendo que esta asignatura promovía la manipulación de nuestros dulces, preocupados y ocupados jóvenes. Recuerdo, especialmente, a dos familias que una y otra vez lanzaron su cruzada en mi entorno contra Ciudadanía.

- Pero no es contra tí, Negre, eso lo dejamos claro, que tú no eres la culpable de estas cosas -faltaría más, pensaba yo cuando les ponía buena cara.- Si es que el problema es que no nos dejan elegir.

Y yo, más de una vez, argumentaba los comentarios BOCM en mano, demostrando que un profesor sabe más del temario de su asignatura que papá y mamá:

- ¿Y no protestáis contra Sociales de 3º? Si no es por nada, pero gran parte del temario de esta asignatura se estudia en 3º de ESO.

Claro está, que la inmensa mayoría de las familias desconoce las cosas que sus hijos deben estudiar en Sociales. Total, como es una asignatura que no hay que comprender, sólo estudiar... Y por eso no saben que en la asignatura de Ciudadanía de 2º de ESO se estudian cosas tan manipuladoras como la educación vial, la solidaridad, las ONG's, las instituciones políticas de España, el funcionamiento general de la democracia en el mundo, la correcta alimentación y su relación con la salud, la historia y funcionamiento de la Unión Europea y los Derechos Humanos.

Que no me lo invento, que lo dice el Decreto sobre el currículo de ESO de mayo del 2007. Sí, es cierto, una minimísima parte del temario aborda qué es la familia y cuáles son los mejores valores para lograr una buena convivencia. Y es aquí donde ha estado saltando la chispa sobre esta asignatura todos estos años. Sin saber, entonces, que en Sociales de 3º de ESO los alumnos deben estudiar las instituciones políticas españolas y de la Unión Europa, la organización política del mundo, la comida saludable, las bases de un sistema democrático, el movimiento solidario y las ONG's. Y nadie ha protestado, oiga.

No manipula el temario, sino las editoriales, los autores de los textos escolares, y hasta el propio profesor. ¿O es que no se puede manipular al explicar las causas de la Guerra Civil Española? ¿Y cómo se puede -o no- explicar el avance nazi en la Europa de los años 30? ¿Y qué me dicen mis lectores sobre cómo abordar el largo periodo comunista de la extinta Unión Soviética? ¿Y el movimiento sobre el desarme? ¿Y las relaciones internacionales actuales? Ejemplos que pongo sólo de la asignatura a la que más años llevo dedicada. Y ya que estamos, ¿no hubiera sido más provechoso que esa hora que perderemos en explicar más de lo mismo a los adolescentes se hubiera invertido en una hora más de Historia en 1º de ESO? ¿O en una asignatura de motivación a la lectura?

Espero que el nuevo sesudo ministro incluya en la reforma cosas tan poco manipuladoras como pensar qué hacer con los alumnos que no quieren estudiar y tienen que estar calentando silla, o con los pasos de curso con doce o catorce suspensas, o con la escasa valoración social del profesorado, o con el abandono escolar más alto de la Unión Europea -esa de la que hay que explicar su historia e instituciones-, o con los escasos conocimientos en Matemáticas y Lengua de nuestros jóvenes, o con las desconsideraciones de las familias hacia la labor de los profesores. Cosas así, vaya. Mientras tanto, me parece a mí que vamos a tener mismos perros, con distintos collares...