lunes, 31 de enero de 2011

¿Un alumno hiperactivo?

Verá, es que mi hijo es hiperactivo -dice el padre, justificando así el comportamiento del alumno.

Noto de un tiempo a esta parte que las aulas están llenas, plagadas, casi invadidas, por alumnos hiperactivos. Hace unos años todos eran superdotados -o eso decían los padres: mi hijo es que suspende porque se aburre, ¿sabe? Es lo que les pasa a los superdotados. Y "superdotados", lo que se dice "superdotados", que yo sepa he tenido dos en once años que llevo de docencia en este colegio.

Como decía, no dudo que algunos de mis alumnos sean hiperactivos. Puede que varios. No sé si "muchos". Pero yo, disculpe el Departamento de Orientación, me sorprendo de encontrarme diariamente rodeada de ellos...

- No, si yo comprendo lo que me dice, pero disculpe a mi hijo: es hiperactivo -contesta la madre.

El sujeto en cuestión se debate ante la indecisión de convertir la hoja de ejercicios en una palomita de papel o en un barquito. Al no poder decantarse por una cosa u otra, opta al fin por tirar los libros de la cajonera al suelo y lanzar sin disimulo un cuaderno al alumno de la esquina. No contento con eso, saca de su estuche -algo mugriento, para qué negarlo- un rotulador talla maxi y decora con él la portada del cuaderno de su compañera de mesa.

- Supongo que usted podrá entender que no estudia porque es hiperactivo -me ilustra el padre.

Ante la falta de concentración, el alumno opta por subirse a una mesa y taconear vertiginosamente, mientras lanza exabruptos por su boca -no sé cómo la profesora de Lengua no tiene en cuenta la cantidad de sinónimos que este muchacho es capaz de decir por segundo... Ahora que tiene toda la atención del grupo dirigida a su espléndida figura, se sienta sobre la mesa -ante el estupor de la pobre alumna del fondo, pues la pobre sólo quiere que le dejen aprender un par de cosillas de la asignatura-, de espaldas a la pizarra, anunciando a voz en grito -hiperactivo no sé, pero tal vez pregonero...- que él puede hacer siempre lo que le dé su Real Gana. Cosas del actual sistema (des)educativo: la cosa es sopa de ganso, caldo y dos tazas. No sea que aprendan y conozcan...

- Disculpe usted a mi hijo. Es hiperactivo. En casa pasa lo mismo: nunca podemos lograr que recoja ni nos conteste bien -se lamenta la madre, mirando de reojo mi cuaderno de notas, a ver si pilla algo...

Mire usted, señora, señor, no sé si hijo tendrá hiperactividad -que lo dudo, porque ya he visto a unos cuántos que sí la tienen... Lo que tiene es mala educación.

O, más bien, ninguna.

domingo, 30 de enero de 2011

Me gusta leer...

Domingo. Suena el despertador. Lo apago, invariablemente, en su insultante hora. Leve, ligerísimo dolor punzante en la espalda. Me arqueo, coloco la almohada -en lo fresco-, estiro las sábanas, el embozo, la manta. Me doy la vuelta y espero un poco más a que las agujas del reloj lleguen al tres...

Ducha, jabón de coco, hidratante oloroso -regalo de Reyes. Desayuno sin diamantes de cereales de chocolate y leche fría, crujiente todo, una revista cerca y parloteo de Niña Pequeña -¿podré ver luego los dibujos, mami? Estirar -de nuevo- el mantel, las migas, una, dos, tres cucharas y las tazas. Mañana recuérdame comprar una nueva caja de cereales, tal vez galletas...

Mediodía. Libros de texto. Papeles. Ordenador. Colgar el material para los alumnos, repasar los dossieres, remirar los exámenes de recuperación, ilusos todos. Fecha de evaluación, entrega del penúltimo trabajo, dos ejercicios para comprender... Callo mi mente al pensar -también punzante- si esto sirve para algo -como me pregunta la alumna de 1º, la más cercana a la pared. No, tal vez no, o sí, no sé. La conciencia limpia del que sabe que el trabajo está hecho y nada más.

Tarde. Mis apuntes, mi examen del miércoles. Uno, dos, cuatro, sí: desgrano los temas. Poco tiempo, resumen, esquema, esqueletos. Niña Pequeña juega a cocinitas, mamás y bebés. Baño, crema, pijama. Tengo sueño, mami. Cena: pescado, puré de zanahoria, yogur. Cepillo de dientes y jesusito. A dormir.

Noche. Mi libro.

Retiro el marcapáginas. Me siento en mi sofá, lado derecho, cojín rojo -tal vez, mejor, el azul. Llevo mi pijama, calcetines -hace frío. Busco donde me quedé, mientras pienso en los otros libros nuevos que me esperan en la estantería del fondo, recomendación de un amigo. El despertador sonará mañana insolente y será aún de noche -ni azul ni oscuro. Pero será mañana.

Aquí me quedo. Encontré el párrafo.

sábado, 29 de enero de 2011

Venciendo a la fiebre.

Niña Pequeña ha estado enferma esta semana. Oído. Garganta. Estómago. Rodillas, muñecas, tobillos. Todo parecía atacado. Y con la única compañía de la leve toalla amarilla como compañera, ella, la toalla, yo, a lo largo de las madrugadas. Una toalla amarilla, suave, quizá de algodón, recuerdo involuntario de mi visita a un centro de salud en Guatemala; toalla húmeda y fresca para intentar vencer a la fiebre noche tras noche. Toalla casi imprescindible cuando, termómetro en ristre, los números volaban vertiginosos: 36, 37, 38, 39.

sábado, 22 de enero de 2011

No me gusta el café.

En la sala de profesores, junto a la cuarta ventana, escondido apenas entre un pequeño montón de papeles inservibles -a la izquierda- y una torre de ordenador en desuso -a la derecha-, hay un vaso olvidado con leves posos de café. Con el tiempo el vaso se multiplicó y aguanta ya estoicamente otros dos encima de él, bien encajados, tal vez creciendo al ritmo que va avanzando el curso escolar.

El vaso nos mira con respeto reverencial desde su silencioso escondite, escuchando las conversaciones quedas entre un profesor y una familia sorprendida en el delito de tener ya un hijo adolescente y no haberse enterado aún de eso; nos sigue con mirada ajena de curiosidad en los ires y venires, cargados unos con un periódico bajo el brazo, otros con veintenas de cuadernos por corregir -en el enésimo intento por buscar la excusa del aprobado. Es mudo testigo de la sucesión de cumpleaños de profesores o buenas noticias celebradas ya no en la cafetería de abajo, sino en el mismísimo corazón misterioso de la vida colegial: uno se casa, otra espera un hijo, unos cuántos planean la excursión de Segundo Ciclo -preguntándose, de paso, si el esfuerzo merecerá la pena...

El vaso, con sus posos, su rastro aún oscuro de café y su translúcida apariencia, es familia de las dos cajas abandonadas en el armario, llenas de exámenes del curso pasado -propiedad de una compañera que se marchó y las dejó como legado-, la bolsa de pelotas de tenis que nadie parece ver en la sala de reuniones, el amasijo de cables desordenados de los cuatro cajones de la izquierda y los cuatro ordenadores que permanecen encendidos al final de la jornada, en abierta oposición al cartel que los acompaña -"apaga tu sesión cuando te vayas".

miércoles, 19 de enero de 2011

Sus señorías se traducen en el Senado.

Mis sesudas señorías:

A veces creo que ustedes viven en otro planeta, tal vez más allá del final del arcoiris -supongo, que además, quitándole el cubo de oro al duende que lo vigile.

Vale que yo les considero la clase más corrupta de este país y los más tristes hipócritas del Estado.

Vale que ya nos imaginábamos que se pondrían todos de acuerdo para no reducirse las pensiones con la que está cayendo -ahí, donde aprieta el dinero, no hay diferencias de izquierdas y derechas.

Vale que era de suponer que aprobarían obtener el cien por cien de las pensiones con sólo once años cotizados como diputados -cuando el resto de los españolitos, esos que les votan cada cuatro años, debemos estar 41 años para obtener lo mismo.

Vale que ya no se puede confiar en ninguno de ustedes, muy ilustres y sesudas señorías del Parlamento -y yo preparando una excursión al Congreso para mis alumnos de 2º, donde les venderé que están en el corazón de la democracia nacional; y con la cara bien alta, que para esto de hacer teatro delante de adolescentes no hay quien me gane...

Pero... me pregunto... ¿realmente era necesario gastarse 350 000 euros anuales en auriculares y traductores para el Senado? Así se saca adelante un país, claro. Lo que necesita España es que entre españoles nos traduzcamos. A alguien se le ha olvidado el Título Preliminar, art. 3 de la Constitución vigente.

Qué país. Si es que así nos va...

martes, 18 de enero de 2011

Estoy quemada.

Sí, mi trabajo me quema. Mi trabajo se está convirtiendo a marchas forzadas en una labor de papeleos, explicaciones y justificaciones, en un espacio donde estar a la defensiva porque si mandas deberes a los alumnos, malo -eres el duro del colegio: "he suspendido seis, y Sociales"-; si no les mandas trabajo, peor -menudo vago, vaya profesional... Si llamas a la familia para avisar de que su retoño lleva tres meses sin el cuaderno, eres un pesado, pero si no llamas, no te preocupas por mi niño.

Sí, estoy quemada. Estoy cansada de tener que explicar a las familias que los adolescentes no pueden tener de todo y usarlo mal, que les hacen falta normas y límites, que deben ganarse las cosas y no lograr todo a lo fácil. Me quema, me cansa, me consume, descubrir que la mayoría de los alumnos no son torpes, sino vagos. Señora, señor: v-a-g-o-s, con todas sus letras -sus consonantes, sus vocales, su palabra llana sin tilde porque acaba en -s... La mayor parte del alumnado no necesita clases de apoyos, hora de refuerzo, profesor de Compensatoria, terapia psicológica escolar y tutoría de valores. Son holgazanes, perezosos, ligeros, indefinidos, imprecisos. No leen, no trabajan a diario, viven en el Tuenti, no les interesa su alrededor...

No es que esté quemada: estoy achicharrada. Porque en mi colegio habremos ganado en organización y calidad, como esta mañana me recordaba una compañera. Tal vez. Puede ser. Pero hemos ganado en burocracia y hemos perdido lo que nos llamaba -o lo que me llamaba- a este trabajo: la relación personal, la cercanía, el gusto por hacer las cosas.

La vocación, vamos.

domingo, 16 de enero de 2011

Mi vecina tiene un pantalón que...

Mi amiga, mi vecina la de enfrente, no sólo hace gala de zapatillas de las de estar en casa de argénteos brillos, sino que su aspecto se ve realzado por el pantalón -¿quién no tiene un cómodo par de pantalones que no importa manchar con las labores diarias de una casa?

Como sus zapatillas -únicas, brillantes, ande yo caliente y ríase la gente-, así también el pantalón, oscuro -alguien lo llamaría "fondo de armario", en vez de negro-, aventuro yo que comprado en la misma tienda, adornado él también por esos puntitos, unas lentejuelas refulgentes, brillos plateados que hieren la luz del descansillo.


viernes, 14 de enero de 2011

44.

Felicidades, querido, amado, compañero, amigo sin duda, sonrisa eterna. Todos los días son fiestas y sonrisas, entretenimiento, mimos y cuidados, desde que te conozco. Un día soy yo el protagonista, muchos, cierto, pero hoy lo eres tú, y espero que muchos más, contigo al lado. Ojalá siempre te mantengas tan feliz.

Hoy es el cumpleaños de mi marido. 44.

jueves, 13 de enero de 2011

Hoy di clase.

Hoy cerré la puerta casi suspirando, pero esta vez no de alivio, sino porque por fin podía dar clase en uno de los grupos de 1º. Dar clase, así, sin eufemismos: explicar, presentar las beldades del arte griego, pararme tranquilamente a comentar un parrafito del libro, contestar preguntas -por primera vez tras tres meses, dudas con sentido y no comentarios a destiempo. Incluso permitirme una sonrisa.

Hasta este día era rechinar de dientes, respirar hondo, abrir la puerta, poner mi peor rostro, mirar duro, contar mentalmente los minutos que aún me faltaban para acabar la clase -recién apenas sonado el timbre del comienzo- y armarme de paciencia -que no tengo mucha, pero mi constancia la suple.

Y es que hoy no estaba el alumno que creaba histerismos generalizados y provocaciones amenazadoras -"hoy no voy a parar hasta sacarte de quicio, Negre", me dijo en más de una ocasión antes. Tal vez se cambió de centro, casi no lo sé. Batalló él por ser el más duro, el más llamativo, el constante centro de atención, el de las peores formas y menos ganas. No es el primer alumno que he tenido así -ni será el último, tal cual está el patio social-, pues uno hubo hace muchos años que en una clase intentó provocarme hasta la extenuación dando patadas a las paredes y a la puerta -"lección de estoicismo", llamé mentalmente a la clase aquella en ese mal día. Pobrecitos, dicen los padres: se aburren y suspenden porque son superdotados -la excusa paterna de moda durante un tiempo, hace cursos también.

Pero, mira, oiga, hoy no estuvo mal. A ver cuánto dura.

miércoles, 12 de enero de 2011

La raza de los Noseabundos.

Existen entre nosotros unos seres únicos, que viven prácticamente de incógnito: los noseabundos.

Los noseabundos se mimetizan perfectamente con el exterior, adoptando preferentemente apariencia joven: pieles suaves y brillantes de adolescentes, melenas rizadas de casuales peinados, cabellos cortos masculinos cuidadosamente engominados,... Tienen una tendencia especial por vestir prendas anchas -ellos-, muy anchas, procurando mostrar el borde de la ropa interior -de color discretamente acorde con el color de los cordones de las desabrochadas zapatillas. Ellas, con un gusto más variado, se decantan por camisetas estrechas y pantalones vaqueros de talle bajo, con la misma intención de mostrar sin provocar.

Por eso los noseabundos son difíciles de identificar; de hecho, su actitud ante la vida es similar, intentando pasar disimuladamente entre la masa. Sólo podemos saber que estamos ante uno de ellos al entablar conversación:

- ¿Qué tal estás hoy?
- No sé.
- ¿Tenías algo de deberes del colegio esta mañana?
- No sé.
- Pero, ¿de verdad que no te ha pasado nada de nada?
- No sé.
- ¿Cómo crees que podrías mejorar las últimas notas del colegio, con todos esos suspensos?
- No sé.

Los miembros de esta raza, sin embargo, tienen una intensa, profunda y extensa vida social, aunque no lo parezca, pues tienen una amplia bolsa de contactos (los seres más activos, con la etiqueta de +400) en las redes sociales de Internet, con preferencia por Tuenti. Es allí donde despliegan todo su poder y espíritu crítico ante la vida que dejan pasar:

- ¿Has visto a Menganítez, el de la clase de al lado, cómo iba hoy vestido?
- Huy, no sé.

Pero, ¡cuidado! Los noseabundos tienen una gran capacidad, un poder inmenso -del cual no son conscientes, debido a su capacidad de mimetismo e invisibilidad-: pueden contagiar a otras personas, convirtiendo así su hábitat natural en un estado óptimo de ingravidez temporal, un espacio en el que se encuentran cómodos y a gustito. El lugar estará contagiado cuando, por ejemplo, los adultos de los que se rodean ponen en marcha una conversación similar a esta:

- Venimos a hablar con usted porque no comprendemos cómo es posible que en tres meses nuestro hijo no haya tenido ni un examen ni deberes ningún día.
- No es posible, ¿no les ha dicho que cada tres semanas tenía un prueba escrita?
- No sé.
- ¿Ni que hace meses que tenía que entregar...?
- No sé.
- ¿Ni que tenía deberes el fin de semana de...?
- No sé. Pero ya le hemos quitado la televisión, la consola, el teléfono, el MP3, el MP4, la radio y el DVD del cuarto...

Llegados a este punto, el noseabundo, inflitrado entre los miembros adultos del grupo más cercano, habrá logrado su objetivo principal: que le dejen en paz. Y es que esa es otra característica de los miembros de esta raza: el pensamiento general y muy extendido a través de sus +400 amigos de que siempre serán jóvenes de vida diluídamente fácil.

domingo, 9 de enero de 2011

Comenzando el segundo trimestre escolar...

Estimadas familias. Madres. Padres:

Dediqué mis vacaciones navideñas a la lectura (podéis comprobarlo pinchando aquí o aquí), preparar mis clases de enero y febrero y recuperar tiempo perdido en tareas de la burocracia colegial (esto no me ha dado tiempo a hacerlo todo, lo admito). Además, he hecho mis deberes como alumna que también soy por las tardes, dado que en muy poco tiempo me examinarán... Bueno, ya se sabe: los profesores no trabajan y tienen muchas vacaciones (yo no sé los demás, pero yo, no paro... de hacer cosas).

Mañana comienza el segundo trimestre. Mañana regresan vuestros hijos a los colegios e institutos. Los niños y adolescentes no necesitan que sus vacaciones terminen porque se aburren (¿puede aburrirse Niña Pequeña entre sus juguetes y aventuras imaginarias?); lo que necesitan, más bien, es tiempo de calidad junto a sus familias.

Podréis ya respirar. Han terminado las vacaciones de Navidad.

Atentamente,

sábado, 8 de enero de 2011

Mi vecina tiene unas zapatillas que...

Los Reyes Magos regalaron a mi vecina, la de enfrente, unas zapatillas.

Un par de zapatillas es un regalo útil y cómodo, que es algo muy de los Reyes cuando estás ya en una cierta edad medianera, porque, ya se sabe, los Reyes son magos y saben que tú lo que necesitas es estar a gusto -especialmente cuando tu vida social se ve transformada e iluminada por visitas a amigos en tus mismas condiciones: con hijos, poco tiempo y ojeras de mal dormir en las largas trescientasypico noches del año. La versión masculina de las zapatillas del 6 de enero será un lustroso par de calcetines, claro.

Pero no son sólo unas zapatillas. Son unas zapatillas rosas, brillantes, casi de peluche por la suavidad que adivinan, y apuntan maneras de cálidas. Y cuando digo "brillantes" es eso, literalmente: casi luminosas por la esplendidez de sus lentejuelas plateadas. Relucientes en cientos de brillos, magníficas, fulgurantes -imagino- en los pasos de portal a portal en medio de la lluvia -plic, plic, plic. Y cuando sube mi vecina para que Niña Pequeña y su niña jueguen a mamás y bebés, es casi imposible no deleitar la vista ante el rutilante par de zapatillas.

- ¿Qué pasa? -dice, mientras se ríe ante mi cara de pasmo- Bien calentitas que son.

Cierto. Sin duda. Inmensas.

Y que conste que mi vecina, la de enfrente, es también una amiga...

miércoles, 5 de enero de 2011

Duda de Reyes.

¿Zapatilla? ¿Zapato? ¿Botín, sandalia, chancla, de estar por casa, deportiva, de agua?

Hoy es la noche de Reyes.

Y ante el recuerdo en avalancha de mis acciones a lo largo del año pasado, no sé que calzado debo dejar en el salón, a fin de no pecar en exceso o por defecto...

martes, 4 de enero de 2011

sábado, 1 de enero de 2011

Hoy fue un Día Feliz.

Primer día del nuevo año. Me asomo al balcón. No hay vida en el exterior y las comunicaciones exoplanetarias no funcionan. Mis vecinos duermen o hacen como que sí: las persianas se mantienen bajadas, a pesar de rayar casi el mediodía. Frío. Vapor al respirar. Alguien hace footing pensando quizá que es la amanecida. Entro al salón.

Nos vamos a dar un paseo con Niña Pequeña. Mediodía. Sigue sin haber signos de vida inteligente más allá de la puerta del jardín. Gorro, bufanda, yo con guantes porque soy la más friolera de los tres. Nos aventuramos cuesta arriba hacia el centro comercial más cercano: tal vez haya un sitio abierto y una excusa para tomar el prometido batido de chocolate.

Llegamos. Dos seres de conciencia humana y edad más que mediana están apoltronados en las sillas del bar que sí está abierto -y limpio. Un cartel a la entrada avisa que hoy, como el día de Navidad, estarán abiertos hasta la hora de comer. Y es que todo el mundo tiene derecho a descansar después de la noche de ayer, claro. No hay batidos de chocolate, pero sí de fresa y un refresco para el padre de la criatura. En honor al primer día del año, en vez de patatas fritas de bolsa, unos canapés.

.....

- Mamá -dice Niña Pequeña, mientras juega un rato en el baño.
- ¿Hum?
- Mamá, hoy ha sido un día muy bonito -afirma seriamente; el patito de goma se ahoga en una nube jabonosa antialérgica para pieles muy atópicas.
- ¿Por qué?
- Porque hoy es el Día Feliz de Nuevo Año -me indica con aire despreocupado-. Todo el mundo lo decía.