viernes, 15 de mayo de 2015

¿Hoy qué ceno?

No suelo ir allí con frecuencia porque me pilla a desmano, aunque trabajan tan bien que hace tiempo pusieron en el interior del establecimiento cuatro banquitos de madera para disfrute de la clientela y evitar el cansancio de la larga cola de hombres y mujeres en espera de su turno para pedir. Cambiaron de local hace años, pero él sigue al frente del negocio, ayudado por su mujer y, desde hace no mucho, por quien creo que debe ser un familiar, que preparar silenciosamente las bandejas de productos en la trastienda con meticulosidad y limpieza. 

Pero el sábado aproveché que era tiempo de recados y de hacer todo aquello que durante la semana se queda atrasado, derivado por la urgencia del trabajo y la ayuda escolar a Niña Pequeña. Llegué pronto, aún las clientas de la mañana no se agolpaban en el pequeño espacio que dejan los mostradores, los cuatro bancos -cuatro- estaban vacíos, examiné el género. Me maravillé, una vez más, de la rapidez del cuchillo de él para cortar -chac...chac...chac- el pedido, la precisión de ella al colocar el resto en las hojas de papel parafinado de rayas blancas y naranjas, ningún movimiento excesivo e inútil, precisión matemática: bandeja, pesa, papel, doblez, bandeja, pesa, papel, doblez, ella y él bailando de forma concisa en el limitado espacio de sus cámaras frigoríficas y mostradores fríos. 

- Mamá-
- ¿Hum?
- Mamá, ¿hoy qué ceno?
- Rollitos de jamón y queso, Niña Pequeña, que sé que te gustan.

Ella se relame mientras sonríe de soslayo -ya sabe, desde hace tiempo, mujer.

- Mamá, ¿a que fuiste a la pollería que te gusta?
- Claro...

    

domingo, 3 de mayo de 2015

Lanza y rocín tras caer enferma en la batalla.

Se me fueron las fuerzas el jueves a mediodía, deslizándose sin prisa y sin pausa mientras yo luchaba en mi batalla particular de tiza y pizarra. Y no pude más. Y tuve que sentarme en aquella silla de profesor, la negra, la que está junto a la mesa grande y que nunca -por costumbre, por norma, porque el profesor debe circular por la clase y hacerse presente a sus alumnos de manera constante- uso. Y se me acabó la energía, la fuerza y la palabra y me rendí y dejé que el dolor me recorriera sin mostrar batalla. Y pedí permiso para marcharme a casa antes de terminar el trabajo, doblada, vencida, pálida y agotada como tierra yerma exprimida. Y yací tres días en cama, defendiéndome contra una fiebre que no parecía mía, pero que lo era, y un estómago que estaba fuera... Y hoy he vuelto de nuevo a coger lanza en astillero y adarga antigua, sin rocín ni galgo corredor. Se acabó el bregar contra molinos de gigantes.