viernes, 19 de junio de 2015

Hoy, de jabones.

No les hace falta -le dice ella a la otra. Es delgada, morena de tan joven, casi huele aún a Secundaria recién acabada. La otra, de edad indefinida. Reconozco a las dos, quizá por ser de mi misma ciudad, quizá por sus años inconclusos o pudiera ser que sus hijos, pequeños de Primaria, sean alumnos en mi colegio. 

- No les hace falta ningún regalo a los profesores -insiste la joven. La otra le ha contado cómo la clase se ha ido organizando para tener un detalle con la profesora de los pequeños- porque es su trabajo. A mí no me regalan nada por trabajar. 

La otra se remueve en su asiento, quizá asombrada por la sincera de su amiga. A mí todo me huele a buenismo, pero la conversación es pública e interrumpen mi lectura, mientras espero a que Niña Pequeña salga de su clase de natación. Comentan las dos de jabones, fulares y pequeños bolsitos playeros, ella sin mucho entusiasmo -quizá su hijo suspende, habla en clase, le pusieron una llamada de atención por escrito-, la otra arrimada al detalle.

Hoy recordé a ella y a la otra, pues fue día de entrega de notas finales en el colegio, correos de familias, algún buen deseo de verano, gracias furtivos -que no se note mucho- de unos pocos alumnos y de sus padres y madres. Me regalaron un jabón. Un pequeño fragmento de jabón cuadrado, blanco y cremoso, que huele a fruta y a aceite natural y promete suavidades y brillos; casi puedo hundir mis dedos en su cuerpecito de pez y dejarlos desaparecer poco a poco en fruto y mantequilla. Si fuera cera, podría pintarme.

Moldearlo.

No me hace falta el trozo de jabón, de tienda natural ecológica. Pero habla de detalle familiar, recuerdo, gracias, estamos contigo, paciencia, hacer lo que se pueda, querer lo que se debe en forma de crema afrutada y abrazo aromático. 




    

domingo, 14 de junio de 2015

Carta a Maruja (36): baile en la cocina

Llevo unos días observando a mi vecina Maruja, y sé que algo le pasa, aunque hoy buscó la solución a golpe de puchero. Le he mandado una carta, y la puedes leer pinchando aquí



 

miércoles, 10 de junio de 2015

Esclavos del sistema (des)educativo.

Ayer alguien definía para mí qué es el fracaso escolar; afirmaba, con datos, que un niño o un adolescente con unos resultados muy negativos durante, al menos, dos años seguidos, indicaban que no sólo estamos ante un joven vago o desmotivado, sino ante un claro ejemplo de fracaso escolar: un desfase curricular evidente que impedía, a corto plazo, que el sujeto lograra desarrollar unas competencias lingüísticas y matemáticas aptas para desenvolverse en el mundo laboral. Añadía yo que tampoco en lo académico, cuando por alguna de las aulas pululan adolescentes de quince o dieciséis años en niveles académicos de once o doce años...

Hoy me recluyeron en un aula con varios de estos esclavos del sistema educativo. En pleno desarrollo de los exámenes de recuperación y finales -otro debate sería si esta forma de evaluar es útil para alguien, ellos y nosotros-, cansada la familia de tener adolescentes indomables e intelectualmente arruinados, reposaban calentado silla y ocupando el mobiliario escolar que otros aprovechan y pagan. El sistema (des)educativo actual no les deja abandonar, marcharse en busca de aquello para lo que, quizá esta vez sí, valgan, brillen y den esplendor. Pantalones caídos, camisetas con mensajes de esos que molan, profe, flequillo desfilado sobre los ojos y banda sonora incorporada en forma de móvil y auriculares y un futuro que no se puede escribir ya porque dejaron de creer en él en favor de un presente placentero e inmediato.

Hoy, ahora, esta mañana, me encontraba, me encuentro entre ellos y me pregunto qué será de..., si serán capaces, cuando logren la mínima madurez que las aulas les exigen y a las que ellos no llegan, de valerse por sí mismos, sin el escudo de sus familias ni la mirada de sus profesores. Ellos, que chillan su frustración y ganas de ser alguien en forma de conflictos y discusiones, derrumbados ahora -brazo, codo, hombro, dejarse llevar por una vida que no entienden- sobre las mesas verdes de esta clase. Ni silencio interior ni calma exterior, normas, dime qué tengo que hacer, pero suavemente, el mundo escondido en la funda protectora de un teléfono móvil. Es final de curso y hay que excavar firmemente para encontrar una brizna de esperanza...

 
 

martes, 2 de junio de 2015

¿Qué haces con el tiquet del parking?

Frenar el Negrevercarruaje suavemente, equilibrar pie derecho, caja de cambios, la ventanilla que baja automáticamente, el botón que es apretado, el tiquet del garaje y salpicadero. La tentación vencida de sujetar la tarjeta con la boca, como en un suave beso apresurado, como si no fuera posible alargar la mano para dejarla: la prisa por seguir, levantar el pie del freno, acelerar ligeramente, subir -o no- la ventanilla, buscar dónde aparcar en este parking cercano a la estación.