miércoles, 10 de junio de 2015

Esclavos del sistema (des)educativo.

Ayer alguien definía para mí qué es el fracaso escolar; afirmaba, con datos, que un niño o un adolescente con unos resultados muy negativos durante, al menos, dos años seguidos, indicaban que no sólo estamos ante un joven vago o desmotivado, sino ante un claro ejemplo de fracaso escolar: un desfase curricular evidente que impedía, a corto plazo, que el sujeto lograra desarrollar unas competencias lingüísticas y matemáticas aptas para desenvolverse en el mundo laboral. Añadía yo que tampoco en lo académico, cuando por alguna de las aulas pululan adolescentes de quince o dieciséis años en niveles académicos de once o doce años...

Hoy me recluyeron en un aula con varios de estos esclavos del sistema educativo. En pleno desarrollo de los exámenes de recuperación y finales -otro debate sería si esta forma de evaluar es útil para alguien, ellos y nosotros-, cansada la familia de tener adolescentes indomables e intelectualmente arruinados, reposaban calentado silla y ocupando el mobiliario escolar que otros aprovechan y pagan. El sistema (des)educativo actual no les deja abandonar, marcharse en busca de aquello para lo que, quizá esta vez sí, valgan, brillen y den esplendor. Pantalones caídos, camisetas con mensajes de esos que molan, profe, flequillo desfilado sobre los ojos y banda sonora incorporada en forma de móvil y auriculares y un futuro que no se puede escribir ya porque dejaron de creer en él en favor de un presente placentero e inmediato.

Hoy, ahora, esta mañana, me encontraba, me encuentro entre ellos y me pregunto qué será de..., si serán capaces, cuando logren la mínima madurez que las aulas les exigen y a las que ellos no llegan, de valerse por sí mismos, sin el escudo de sus familias ni la mirada de sus profesores. Ellos, que chillan su frustración y ganas de ser alguien en forma de conflictos y discusiones, derrumbados ahora -brazo, codo, hombro, dejarse llevar por una vida que no entienden- sobre las mesas verdes de esta clase. Ni silencio interior ni calma exterior, normas, dime qué tengo que hacer, pero suavemente, el mundo escondido en la funda protectora de un teléfono móvil. Es final de curso y hay que excavar firmemente para encontrar una brizna de esperanza...

 
 

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