jueves, 31 de marzo de 2011

Protegiendo a toda costa.

Un alumno insulta gravemente a un compañero; le veja delante de toda la clase. Es el héroe del grupo, el modelo a seguir y seguramente, tendrá que apartar a las chicas de su lado -y es que el éxito del adolescente sobre el adulto es tan hormonalmente excitante... El alumno se siente todopoderoso, no cabe en la silla ante el éxito logrado, y la hazaña correrá como la pólvora en cuanto suene el timbre para ir al recreo. Sus secuaces, seguramente, cantarán y harán loas a lo ocurrido a través del teléfono móvil con conexión a internet que papá les regaló como premio a su docena y media de suspensos en la última evaluación.


El compañero se queja, protesta y patalea ante la jerarquía colegial. Papá ha venido raudo y veloz porque el compañero ha censurado la acción de su hijo y le ha dicho un par de cosas -esas que papá no supo decir a tiempo, cuando el alumno era aún como Niña Pequeña y pedía silenciosamente caso, tiempo y normas. Papá ha expuesto su queja y su más enérgica protesta. Su hijo es hiperactivo y seguramente con déficit de atención, y por eso se justifica que el alumno pueda insultar a su profesor, sacar el rotulador de diámetro más ancho para decorar su rincón de pared, escaparse de clase y no superar la mitad de las asignaturas del curso correspondiente. Es lo propio: la mala educación y la ausencia de normas se llama genéricamente ser hiperactivo -anota, Negre: "avisar a la RAE para añadir un significado más en esta palabra".


Porque yo lo valgo, papá defiende a capa y espada a su retoño. Da igual la ofensa. Da igual la grave vejación. Da igual la falta de normas. Da igual que su hijo se le haya escapado ya de control. Da igual que sea la enésima vez que sancionan al alumno. Da igual la falta de estudio, de hábito, de educación. Lo importante es que a su hijo se le ha recriminado en clase el haber insultado gravemente a un profesor.


Por favor, papá, mamá, ¿por qué no dejas de delegar tus responsabilidades en el colegio? Y, si tan mal lo hacen los profesores, ¿por qué no te encargas tú? La escolarización no es obligatoria, sino la educación. Enseña tú, ya que no educas, encárgate del curriculum de tu hijo adolescente -ya que has demostrado que no eres capaz de enseñarle urbanidad-, míratelas con Servicios Sociales y que tu hijo, sí -por favor- aparezca sólo en los exámenes finales.


Huy, no me daba cuenta. Si es que esto forma parte de la coherencia esa...

miércoles, 30 de marzo de 2011

Un día cualquiera (2)

Suena el despertador. 7:00 del miércoles. Manotazo, me doy la vuelta. Abro los ojos minutos después y compruebo que me he quedado dormida. En diez minutos he de ducharme, vestirme, recoger rápidamente la mochila del colegio, despertar a Niña Pequeña e irnos.

7:55. Desayuno en casa de mis padres: leche, cacao, unas galletas. Miro el reloj. En breve mi compañero vendrá a buscarme para subir juntos al colegio. Comienza el miércoles.

8:30. Hora de tutoría. He preparado junto con mi compañera una sesión para concienciar a los de la clase del abuso de las tecnologías en su día a día. Me sorprendo al comprobar que no están tanto en internet como pensaba al principio; una alumna se define como dependiente del teléfono móvil y otro no concibe que haya alguien en el grupo que no tenga televisión en casa: "tú no has tenido infancia, chaval". Mucho teléfono, mucho iPod y demasiada televisión. ¿Y qué hacen los padres, que les dejan acostarse a las tantas y ver series americanas que no corresponden a su edad?

Antes del recreo: el alumno graffitero hoy ha traído una gorra tuneada por él mismo, aunque no quiere decírmelo (igual se cree que no me he enterado de cuál es su firma). Les cuento uno a uno varias veces mientras repasan unos ejercicios; miro el reloj ansiosa y aguzo el oído: hoy hay simulacro de incendios, un alumno va con muletas y les tiene que pillar por sorpresa. Resultado final: no se quema nadie de mi grupo.

En el recreo: una alumna me invita a chucherías en compensación por una conversación perdida. Las tomamos de postre tras charlar sobre el contenido de nuestros respectivos bocadillos. Las madres solidarias están en el piso de arriba, afanándose en sus manualidades y preparando ya la campaña solidaria del colegio.

12:35. Salgo de la clase de 2º. No lo admito delante de ellos, pero me gusta darles clase -aunque no estudien demasiado y me tenga que pelear para que hagan los deberes. Pero han sido capaces hoy de sacarme un par de sonrisas. No está mal después de un largo trimestre que se acaba. Bajo las escaleras pensando en el examen que les tengo que preparar y en quién les dará clase de mi asignatura el curso que viene.

14:15. Última hora del miércoles, el día que menos me gusta de la semana. He salido indemne de un par de provocaciones y solucionado lo de la nota de evaluación del alumno del fondo -que estaba mal calculada, aunque ya estaba aprobado- y los niños se han entretenido con pizarra digital -culmen del sistema (des)educativo actual: cuídame a los niños, que tengo prisa. Salgo sin pausa tras recoger en el despacho mochila y abrigo; se me ha olvidado la bufanda en marrones y chispea.

15:00. Él ha cocinado pollo al horno con tomate, casi lo que más me gusta. Comentamos las jugadas más interesantes de la mañana; no conoce a las familias ni a los alumnos, pero los relaciona con anécdotas pasadas y me sigue el hilo. Té de fresas para postre y telediario con las últimas noticias vergonzosas de los políticos españoles; más de lo mismo.

Después de comer. Dejo que se deslice el tiempo en el reloj del salón; tengo examen esta tarde, pero no quiero repasar porque me pueden los nervios. Ayer hablé con Carlos, mi compañero de mesa, a través del Facebook -casi lo mismo que hacen mis alumnos por Tuenti- y aventuramos algunas posibles preguntas. El curso ya pesa. Sigue chispeando.

17:45. Miro rápidamente el correo electrónico; una familia me ha mandado un par de mensajes interesantes y respondo; en el Facebook, dos mensajes de sendas amigas para quedar y una antigua alumna que me comunica la buena nota de su último examen de Historia. Preparo la mochila de nuevo: los apuntes de la asignatura -que no miraré-, los resúmenes -que procuraré ni tocar cuando llegue- y los esquemas -que repasaré en el bus, de camino a clase. Suerte.

martes, 29 de marzo de 2011

Presentes y donaciones.

Llenose la sala preparada para los regalos, presentes y agradecimientos por parte de las familias de los alumnos. Hoy era día de entrevistas de padres tras las notas de la segunda evaluación...

Pero más bien prefiero que me vengan a la cabeza los nombres de los padres de María, Jorge, Javier, Idoia, Israel, Miguel y todos esos que, a escondidas y como quien no quiere la cosa, están de nuestro lado.

lunes, 28 de marzo de 2011

Sobre la coherencia (2)

Cuando alguien está alejado del mundo educativo o no lo conoce por dentro, es fácil caer en incongruencias, descalificaciones, ideas preconcebidas y hasta manipulaciones varias. Me explicaré. Permitidme, amigos, que hoy me centre en mi entorno y en un conflicto muy cercano...

Belén es una persona íntegra y sensata, totalmente volcada en su vocación como educadora y profesora. Yo dejaría a Niña Pequeña, con los ojos cerrados, en sus manos, y estoy convencida de que, además, aprendería, no sólo de su asignatura, sino cómo ser mejor persona, creíble, certera y eficaz. Belén trabaja activamente, de forma ordenada, minuciosa, al detalle, despacio -pero sin pausa-, congruente con sus prioridades y hasta apoyando -me consta muy directamente- proyectos que no siempre son de su total agrado.

Belén es la directora de mi colegio. Y Belén es casi la personificación de la coherencia. Belén es una luchadora y la capitana de un barco que no le viene grande, sino, muy al contrario, como guante, bota y vestido. Y desde el puente de una nave que no es suya, sino de todos -profesores, alumnos, familias, personal no docente y colaboradores varios-, dirige, coordina, afina, apuntala, idea, programa, se silencia y espera.

Hoy escribo muy directamente a todos los que conocéis a Belén. Y a mi colegio. Y a nuestro proyecto. Escribo y le dedico mi entrada con mi total apoyo tras lo sucedido estos días, y sé que somos muchos los que estamos detrás de ella, plenamente a su favor, asombrados ante las descalificaciones, mentiras y manipulaciones recibidas. Si pincháis aquí podréis ver a lo que me refiero.

Hablaba ayer de la coherencia. Y la coherencia pasa por defender el proyecto educativo que se elige para nuestros hijos, asumir lo que se firma, aceptar -aunque no se esté de acuerdo- las leyes educativas vigentes, darse cuenta de que los profesores quieren lo mejor para nuestros retoños -sí, incluso cuando les mandan deberes, les piden estudiar o les sancionan. Y la coherencia pasa, incluso, por asumir las consecuencias de los criterios de evaluación y titulación impuestos por la Ley, escritos por el colegio elegido, aprobados por la Inspección educativa.

Yo es que no sé si pensar que lo que se busca -con todo lo que ha pasado- es el aprobado fácil sin asumir las consecuencias... O tal vez es que, una vez visto el toro por los cuernos, hay que salir por donde se pueda... Y, oiga -sí, tú-, si alguien no está de acuerdo con algo de la ley educativa, ¿qué tal pelear mejor en las urnas? Igual hasta se consigue algo...

sábado, 26 de marzo de 2011

Sobre la coherencia (1)

Esta semana estuvieron en el colegio dos antiguos alumnos. No son de esos alumnos luminosos que de vez en cuando me refrescan las ganas de entrar en las clases. No. Uno de ellos consideraba el colegio una cárcel, un antro de odio y represión del que su madre tuvo a bien sacarle antes de acabar Secundaria, hace ya algunos años.

Días después de su decisión, la madre de este alumno encarcelado me encontraba en un centro comercial, mientras yo esperaba pacientemente mi turno ante la amable señorita de la caja. Ella no reculó al verme: todo lo contrario. Habiendo avistado presa -yo-, se dirigió a mí con su peor cara y su mejor sonrisa falsa:

- Pues sí, Negre, estamos muy contentos de que mi nene ya no esté en tu colegio.
- ¿Ah, sí? Me alegro de que estéis todos felices. Y tu niña, ¿qué tal? -preguntaba yo, recordando a la hermana del alumno encarcelado, antigua alumna de bastantes buenas notas y mejor educación que la recibida por su madre...
- Muy bien, gracias, también muy contenta porque su hermano ya no está en ese colegio, que es una cárcel y fue una opresión para mi chaval. Fíjate que hasta está aprobando.
- No le exigirán mucho, entonces. Me alegro. Que venga a vernos cuando acabe su carrera universitaria -contesté yo.

El alumno encarcelado vino unos meses después a una fiesta colegial, con tan mala suerte que yo estaba encargada de vigilar la puerta del centro, a fin de impedir que gente extraña al colegio campara a sus anchas.

- ¿Y ya sabe tu madre que estás aquí? -le pregunté.
- No, claro. Si yo a esta hora tengo clase.
- Creo que deberíamos llamarla, ¿sabes? Porque aún tenemos tu ficha. Es lo que pasa en las cárceles...

Le vi esta semana, plantado en el pasillo, mientras hablaba con uno de sus antiguos profesores. Con la mala suerte de que mi compañero había sido -también como yo- uno de sus mayores carceleros. Me dirigió la misma sonrisa falsa que su madre, mientras yo saludaba al otro alumno -uno de esos que estuvo obligado a calentar silla en Secundaria, por obra y gracia de nuestro sistema (des) educativo.

- ¿Qué haces aquí? ¿Te gusta la cárcel?
- Deberíamos avisar a su madre -apostilló mi compañero, conocedor de la historia.
- ... -silencio; el chaval, seguramente, no entendía de ironías.
- Eres muy poco coherente. Deberías marcharte de esta cárcel.

¿Quién fue peor? ¿El colegio, encargado de evitar la evolución intelectual de este alumno? ¿O la madre, dispuesta a mantener a su hijo en un centro educativo considerado carcelario por ella misma? Y es que esta madre había pretendido, meses atrás, que a su hijo le aprobáramos la ristra de suspensas que llevaba detrás y entrara en el grupo de Diversificación, sin tener en cuenta que la ley educativa manda.

Pero, ya se sabe: hay familias que prefieren modificar la ley a su antojo y conveniencia. Sus niños van primero y la manipulación -de notas, exámenes, títulos-, su arma. En breve, posiblemente, hablaré de esto...

jueves, 24 de marzo de 2011

¿No fue el equinoccio?

Y se ocultó la primavera.

Queridos amigos: volvió la lluvia, el frío, mi bufanda tricolor en marrones y naranjas; Niña Pequeña lucha contra la otitis -de nuevo- y la gripe se empieza a adueñar de mí.

martes, 22 de marzo de 2011

Tengo todo lo que necesito.

Profe, yo en mi casa tengo todo lo que necesito -me dice alguien.

- Ah, pues aprovecha las oportunidades que se te dan -le contesto.

- Sí, profe -continúa-. No tengo ni que salir de mi cuarto.

- ¿Hum?

- Claro -me indica-. En mi cuarto tengo una mininevera, televisión de plasma, ordenador y consola. No necesito nada más para pasar la tarde.

- ¿Y cuándo estudias y haces los deberes? -le pregunto.

- Con media hora tengo suficiente, profe. Luego, si eso, ya se lo copio a alguien -me dice con desparpajo.

Los datos son reales. La conversación... podría serlo. O no. Yo ya dije aquí en otra ocasión que a los alumnos no les da la vida, lo cual es cierto: la vida puede más y es fascinante. Eso sí: algo les falta: un dispensador de comida en la habitación.

Ahora, cuando lleguen las notas de la segunda evaluación a casa, que no se extrañe ningún padre...

domingo, 20 de marzo de 2011

Hoy no me puedo levantar...

No quiero levantarme. Anoche agoté las horas del reloj en la madrugada, terminando de poner, marcar y revisar las notas de la segunda evaluación. Niña Pequeña está resfriada y ha combatido contra la fiebre, de nuevo. Él se ha levantado a preparar los desayunos: hay ruidos en el salón. Me estiro en la cama, recojo el edredón, ocupo el espacio fresco aún con los dedos de los pies. La persiana, mal bajada, deja pasar resquicios del primer domingo soleado en varias semanas. Respiro hondo y entorno los ojos, intentando inútilmente recuperar el sueño que se me ha perdido...

lunes, 14 de marzo de 2011

El hombre contra la máquina.

Por una vez me siento ante el ordenador (el segundo empezando por la izquierda) sin intención de imprimir nada: sólo escanear una factura, enviar rápidamente por correo electrónico, levantarme de la silla para seguir haciendo cosas. Miro de reojo a mi compañera y amiga, afanada en preparar la tutoría de hoy: imprime, recorta, pega, busca, vuelve a imprimir, revisa, me pregunta dos cosas. Sí, por favor, yo también quiero que me imprimas eso, me sirve.

Escaneo mientras tanto la factura. Riiiiiis, riiiiiis, riririri, dice el escáner. Abro el correo electrónico; no recuerdo la dirección, pero mi abarrotada bandeja de entrada guarda el último. Envío la imagen, añado unas líneas. Me despido. Apago el escáner. Sigo el cable hasta el enchufe. Desconecto.

Y el tiempo se detiene. Sin darme cuenta he desconectado también la impresora donde se concentraba mi compañera. Y esto es una de las peores cosas que pueden suceder en la sala de profesores.

- Ahora la impresora se endemoniará -comenta otra.

Reiniciamos el aparato, mil perdones. La máquina se lo piensa dos veces. Raaaaas, raaaaas, rararara, cruje. Empieza a coger hojas de forma diabólica, escupiéndolas al doble de la velocidad de la luz: chup-chup-chup-chup. Un punto negro en una esquina, tres líneas en lenguaje incompresible de signos y letras inconexas: la impresora, o bien está pidiendo auxilio a un ser interplanetario o está practicando encuentros en la tercera fase. Chup-chuup-chuuup, vomita folio tras otro, ante nuestro estupor. Mi compañera se abalanza a por el ratón, selecciona la impresora, cancela la impresión, en un inútil esfuerzo por vencer en la batalla del hombre contra la máquina. Nada que hacer. La impresora está poseída por el demonio y sigue su ritmo ancestral de supervivencia: chaschaschas, hoja, hoja, hoja, punto, punto, letras, punto.

Opto por el sistema más rápido: aprieto el botón verde. La impresora comienza un baile frenético de luces y colores anaranjados, trepida, tal vez erupcione de un momento a otro. Parpadea y, tras emitir un estertor de chup-chup-raaaaas, se apaga. El ser humano ha vencido al monstruo.

Me llevo, triunfal, la única hoja que ha podido salir de su boca. Haré mañana fotocopias. Directamente.

sábado, 12 de marzo de 2011

Mansa, fina, aguda lluvia.

Esta mañana llovía agudamente, en forma de gota fina que fue dejando mi paraguas -ya de por sí un poco roto por el uso y los años, pero el más grande de mi casa- empapado. Caminaba despacio, pacientemente, diciéndome una y otra vez la máxima favorita de mi madre: "hasta el cuarenta de mayo no te quites el sayo", deseando internamente que asomara el buen tiempo para poder hacer que Niña Pequeña estrenara su nuevo vestido de tono fucsia.

Llegué a la primera parada del autobús -la que nunca uso, a pesar de estar tan cerca de mi casa: nunca recuerdo el horario de pasada. Y allí estaba: un preadolescente, equipado con los colores del equipo de fútbol regional, bolsa de deporte en ristre, sin otra protección frente a la mansa lluvia que su pelo oscuro. Miraba a lo lejos, al final de la calle, por si el bus -sí, el que siempre me pregunto si pasa por aquí- llegara ya y acabara con el caladero. Nada fuera de lo normal, si no hubiera sido por el detalle de que el joven limpiaba con esmero, bajo la fina lluvia, sus gafas, con un pañuelo de papel...


P.D: he estado ausente unos días de la red, por lo que espero que mis lectores me disculpen. Asuntos laborales me tienen actualmente más atareada de lo normal, pero volveré a ser presencia en una semana.

sábado, 5 de marzo de 2011

Es marzo y aún nevando...

Nevó anoche espesamente.

- Mamá -llama Niña Pequeña, mientras caminamos laboriosamente hacia la piscina.
- ¿Hum?
- Mamá, he cogido nieve en el guante -dice.
- Cuídala para llevársela luego a papá.
- No, mamá, ya no puedo -contesta.
- ¿Por qué, Niña Pequeña?
- Porque he hecho magia y ahora tengo agua en la mano...

jueves, 3 de marzo de 2011

Un empaste retocado.

Salgo de casa a en punto, pues la cita con Joaquín es a y media. El frío trepa como una araña y me refugio en la bufanda con doble vuelta. Aprovecho el paseo para ordenar mentalmente mi tiempo tras la consulta y hacer una recapitulación de la semana. Paso el puente, todos vamos encogidos, como simulando protegernos de la futura nevada.

Llamo al timbre dos veces. Joaquín no ha llegado aún, pero estará al caer, porque sé que soy la primera de la tarde. La enfermera me sonríe y yo simulo una tranquilidad que no siento. Llega él, entro.

- Bueno, bueno, Negre, voy a recordar qué pasaba...

Suspiro. Mientras él se viste de su higiénico azul me preparan. Miro los pósters llenos de dientes y bocas, intentando adivinar si Niña Pequeña tiene toda esa cantidad de piezas.

- Vamos a empezar la faena, Negre. No tragues la anestesia.

Pinchazo hondo y con ganas, con la destreza que sólo Joaquín tiene, que me explica de paso que su hijo -un antiguo alumno mío- está en la sierra, con el tiempo que hace. Miro el reloj de la izquierda. Hace efecto la anestesia, se hincha la lengua, se adormece casi el ojo, pierdo el control sobre mis labios. Joaquín revisa la obra, guarda la jeringa y se acerca el instrumental tras comprobar como si nada mi ficha. No soy precisamente donante de dientes...

Ñiiiic, ñiiiic... Riiiissssss.

Recuento de nuevo las láminas del falso techo. 25 en total, una hilera extra que desde mi debilitada posición no alcanzo a ver bien. Cuatro manos se afanan en arrancarme la amalgama de mi antiguo empaste como alma que lleva el diablo.

Ñiiiic, ñiiiic... Risssss. Riiiiiic....

Saltan chispas y casi huelo a quemado. Si pudiera cerraría la boca mientras dejaba escapar una lágrima de pánico; aprieto las manos, cruzados los dedos y disimulo. Joaquín comenta que está casi todo limpio y sólo tiene que retocar. Como Miguel Ángel, que es inmortal y sacaba Piedades del corazón del mármol que las encerraba... El algodón me da arcadas mientras lo coloca en las encías para ayudarse a maniobrar con sus instrumentos de tortura. Aprieta, retuerce, pinzas, vuelve a apretar y calienta.

- Ya queda menos, Negre. No cierres la boca y aguanta ahí -me dice, mientras recorta y vuelve a apretar, calentar y secar. Miro de reojo el reloj de la izquierda; sé que faltan pocos minutos, no es la primera vez que me veo en una de estas.

Joaquín se retira para contemplar, tal vez, su obra. Tan fácil para él como para mí estar rodeada ahora de los eternos trabajos de mis alumnos. Le miro en muda súplica y contengo la respiración.

- Ya está, Negre. Espero no tener que verte en seis meses -ríe-. No comas hasta que se te pase la anestesia.

Son casi las diez de la noche. La anestesia sigue teniendo efecto. Me espera la cena, que, afortunadamente, hoy mi marido decidió cocinar fría.