lunes, 31 de octubre de 2011

Él, yo y el cine.

Generalmente tengo poco tiempo para ver la televisión, mucho menos para ir al cine. Pero hace unos días Él decidió regalarnos un rato lejos de los cuadernos y exámenes de los alumnos, regado con una fuente de palomitas y refrescos de burbujas. Hacía tanto tiempo que no íbamos al cine que la planta de las salas de proyección estaba en obras y la taquilla trasladada momentáneamente en el subsuelo.

Y anoche, vencida por los trabajos de mis alumnos de 1º, me escondía en mi manta de cuadros, mientras paseaba por las imágenes de una de las películas que más me ha hecho pensar últimamente:




...Deseando, en el fondo, algo como esto a unas cuántas personas más o menos cercanas:




Las entradas del cine se han quedado prensadas por un imán en la puerta de la nevera. Hasta la próxima vez.

domingo, 30 de octubre de 2011

Carta a Maruja en Negrevernétika.

Tocó mañana de limpieza general, y así se lo he contado a mi vecina Maruja (pincha aquí para leerlo).

Algunas respuestas de exámenes.

Hacía tiempo que no compartía con vosotros algunas de las respuestas de exámenes de mis alumnos. Si pincháis aquí podéis leer...


sábado, 29 de octubre de 2011

Qué baratos somos...


Querido comentarista anónimo:

Sé que te molesta profundamente que haya gente como yo, sí, un ejemplo de mala profesionalidad, mala trabajadora, mala profesora. Mala estudiante, sin duda, ya que, a pesar de estar terminando una nueva carrera universitaria, no he debido ser capaz -según tú- de aprobar una oposición.

Sé que soy incómoda, sí. Posiblemente tú, que debes de ser amigo o amiga de los sindicatos, votante de algún partido político incapaz de sacar el país de la crisis económica, social, educativa y política, sí, tú, explicas mejor que yo la crisis de la Edad Media, analizas sin duda óptimamente las causas y consecuencias del texto de las 95 Tesis de Lutero, ayudas a hacer sin límite de tiempo el esquema general de la Prehistoria. Seguramente, sí, tú, en virtud de que trabajas en la escuela pública, dedicas más minutos de calidad a la corrección del ejercicio 27 de la p. 48 -ya sabes, ese que siempre se les atranca, el de la pirámide feudal. Tú, sin duda, tienes la solución y la palabra definitiva para arreglar el tema educativo.

Y digo yo, si tan valiente eres, ¿por qué no das la cara? O, mejor, ¿por qué no diste la cara hace ocho años o hace doce, cuando comenzó esta serie de reformas educativas que no han conducido a ninguna parte? Claro, es más fácil esconderse en el anonimato.

Por cierto, ¿sabías cuántos de sus sesudas señorías han estudiado en colegios concertados -por ende, religiosos? Uno de tus flamantes politicastros comunicaba hace unas semanas que se veía obligado a llevar a sus hijos al Colegio Británico -pobrecito- porque donde vive no hay colegios públicos bilingües. Qué curioso que haya siete en su misma ciudad...

Hace dos semanas escuchaba a una alumna del instituto de enfrente quejarse:

- Claro, claro, están luchando por nosotros, y por eso también nosotros hacemos huelga -les decía a sus amigas-. Pero, ¿quién nos va a explicar ahora los temas que han pasado por dados y que entrarán en la selectividad?

Estuve por decirle que cuando uno toma una decisión, debe asumir las consecuencias. Pero, querido comentarista anónimo: que se lo expliquen en su instituto.

jueves, 27 de octubre de 2011

Peor para tí, profe.

Principio de la mañana. Entro en la clase del pasillo principal del edificio, a la derecha. Hoy toca una clase más tranquila: los alumnos del grupo están trabajando bien. El alumno del fondo, a la derecha, pronto se decanta, pues mientras el resto trastea con lápices, cuaderno, libro, rotuladores prestados, él decide mostrarme el escaso interés que tiene por mi asignatura. ¡Ay, qué dolor! Como si a los dioses les importara mucho...

- Llevamos un buen rato de clase y aún no has empezado -le digo-. Saca el cuaderno, abre el libro, siéntate bien, guarda por ahora la agenda -empiezo a ordenar de forma más o menos amigable.

- No quiero -responde. Tenemos la pelea verbal asegurada, me digo.

- ¿Y eso? -me hago la sorprendida, aunque ya le conozco de otros años y sé sus cuatro puntos débiles; entre ellos, ser adolescente, consentido, rebelde porque el mundo me ha hecho así y tú no lo puedes evitar.

- Lo voy a hacer en casa -hace como que busca en la cajonera, encuentra lo que parece el cuaderno de mi asignatura. Miro de reojo, comprobando que los deberes de hace una semana siguen sin estar hechos.

- Ponte al día en lo que queda de clase, haz lo de la semana pasada -le digo, con voz un poco menos amigable. Sus padres son sus colegas, de forma que ya tiene suficiente pandilla.

- No quiero. Te he dicho que lo voy a hacer en casa -dice, mientras me mira con lo que él debe de creer que es una torva y brutal mirada de las nueve y cuarto de la mañana.

- Pues ya sabes cómo va esto -zanjo la cuestión-. Si no trabajas, el perjudicado eres tú.

- No, lo eres tú. Si yo no trabajo, peor para tí -sentencia, con su mirada agresiva de primera hora. Seguramente se cree que lanza chispas desde sus oscuras pupilas.

- No, para mí no, porque yo no soy tu amiga -digo, mientras abro mi cuaderno de notas, sabiendo que está vigilando mis movimientos de refilón. Me retiro de la lucha verbal tras blandir bolígrafo rojo y anotar por enésima vez que no hace nada. Por si acaso, no sea que venga papá- amigo o mamá- colega a decirme que lo que pasa es que no comprendo la forma de trabajar de su hijo. Hoy tengo clase en la Universidad, está diluviando, un derrame en un ojo tal vez fruto de la tensión del trabajo, y no voy a pararme a discutir, mira por dónde, sobre el gran inconveniente que supone para mi vida que el alumno del fondo, a la derecha, decida no hacer los tres míseros ejercicios y el comentario de texto de hoy.

lunes, 24 de octubre de 2011

La princesa Niña Pequeña.

Hoy llevé a Niña Pequeña a su pediatra; que no cunda el pánico: una revisión rutinaria donde me indicaron que debía llevarla al oftalmólogo -dados los antecedentes de miopes familiares- a lo largo de sus casi prontos cinco años. En la sala de espera vimos princesas saliendo de sus lápices:



sábado, 22 de octubre de 2011

Llegó el otoño.

Declaro inaugurado mi otoño, tras haber realizado el ritual propio de este día: poner la calefacción (tras constatar que por la mañana ya hace más frío que toda la semana anterior junta), buscar los pantalones de pana de Niña Pequeña (porque el vaquero o los leotardos de colores no han podido evitar hoy que sus pies estuvieran fríos) y comprobar que los árboles que están junto a la hiedra de mi vecino empiezan a amarillear...

Qué gusto poder notar el peso cálido de mi chaqueta gris de lana...

jueves, 20 de octubre de 2011

Luna, lunera y Niña Pequeña.

Mamá -llama Niña Pequeña, mientras mira por la ventana. Nos hemos levantado hace poco; en casa de los abuelos le darán el desayuno mientras yo empiezo mis primeras clases en el colegio.

-¿Hum?

- Mamá, está la luna -afirma, rotunda. Son aún las siete y media y está empezando a amanecer, tímidamente. La luna, gorda, redonda, bien blanca ahí.

- Claro, Niña Pequeña, porque todavía es un poco de noche -contesto, mientras busco su cazadora. Hace frío en el relente.

- Mamá, la luna tiene una estrella al lado -continúa informando. Sé que es Venus, pero ya se lo diré: ¿para qué explicarle que ahí arriba hay estrellas, planetas y otros mundos?

- Claro, Niña Pequeña. Está muy cerca.

- Yo sé porqué está ahí esa estrella, mamá -dice, acercándose-. Es que la luna es una mamá y la estrella es su bebé.

Tiene razón.

lunes, 17 de octubre de 2011

Sin tarjeta SIM

Maldita sea su estampa, sí: la de mi conexión móvil de internet, que decidió ayer dejar de funcionar. Lo probé todo: abrí su tapa, limpié la tarjeta, le traté con cariño, usé las amenazas, desinstalé y reinstalé la conexión, revisé su maraña de claves y hasta leí con fruición el somero manual de instrucciones de la caja. Nada. Un cúmulo de catástrofes y los juguetones deseos de los dioses hicieron aparecer, una y otra vez el aviso: "No se reconoce la tarjeta SIM. Asegúrese de que hay una tarjeta SIM introducida".

Y yo sé lo que es una tarjeta SIM, pardiez, que soy de la generación que veía en la tele los dibujos mangas de los '80, cuando aquellos muñecos de ojos como platos compraban a través de una pantalla y tecleaban frenéticos como si hablaran con otros. Dichosa conexión, que ganas me daban de decirle por teclado -a ver si así me hacía caso- que la tarjeta endiablada estaba introducida en su habitáculo, limpia, resplandeciente en azul y verde, esperando a ser leída para yo traspasar la pantalla.

- La has quemado, Negre, seguro -me dijo Él-, que ya te he dicho yo que no es bueno estar tanto tiempo conectada, que pareces una de tus alumnas.

Maldita sea su estampa. Hoy mismito por la tarde me paso al ADSL con wifi...


viernes, 14 de octubre de 2011

Oiga, ¿no hay tizas blancas?

Subo a la clase, allá en el pasillo, al fondo, a la izquierda. Hoy va lenta la conexión de internet, cosas del directo, de forma que decido rápidamente volver a los métodos de antes; recojo la pizarra digital, calculo el espacio de pizarra verde -tradicional, clásica, de las de toda la vida- y lo que necesitaré para explicar esto que escucha con poco afán mi público adolescente de hoy, el tiempo que queda hasta que suene el timbre avisando del comienzo del recreo. Me da tiempo y hasta podré explicar pausadamente los deberes para el lunes.

No hay tiza blanca en el borde amarillento de la pizarra.

Busco en mi estuche. Nada: ni un resto -y eso que siempre me guardo un pequeño trozo para estas emergencias. El compañero de enfrente me informa a través de la alumna que le envío que tampoco tiene, pero que si quiero una de color naranja no hay problema, que tiene; de refilón veo cómo la profesora de matemáticas, dos clases más allá, pelea con las ecuaciones en tiza amarilla. Así que no me queda más remedio que echar mano de la tizas de colores y selecciono la más adecuada para la clase de hoy: indudablemente, el color rosa le va muy bien a la explicación de las relaciones sociales en la Edad Media.

Suena el timbre. La parte de pizarra no ocupada por lo digital resplandece en rosa: flechas, cuadros y mayúsculas en reluciente polvillo asalmonado. Antes de bajar de nuevo me paso por la clase en la que entraré dentro de media hora, al otro extremo del pasillo. Esta vez alguien me ha dejado encima de la mesa los restos de una tiza amarilla. Explicaré latín de forma luminosa, entonces.

A este paso, la tiza es lo que va a resultar ser una innovación educativa...

sábado, 8 de octubre de 2011

Un billete de 19 euros.

Bajo a Madrid, como cada una de las dos tardes en las que este primer semestre tengo clase en la Facultad. He comprobado que he gastado ya los diez viajes de mi abono de autobús, de forma que calculo el tiempo que tendré que emplear en ir hasta el cajero más cercano, el estanco de enfrente y esperar el primer autobús que salga, y todo mientras tecleo frenéticamente los ejercicios de una lectura para mis alumnos de 2º de ESO. Apuro los minutos mientras apago el ordenador, que últimamente va más lento que de costumbre, a pesar del antivirus, el limpiador ocasional y la reordenación del disco duro que hice ayer; no me ha dado tiempo a contestar todos los correos electrónicos del colegio, que se quedan pendientes hasta mañana... o pasado.

Cojo la mochila, la rosa fucsia de pocos euros que compré en septiembre, cuaderno de anillas grande, estuche blanco, una pequeña botella de agua y el libro de turno para ir matando el rato hasta que llegue a Madrid. Tardo quince minutos en llegar al cajero más próximo, saco el dinero justo para pagar el abono que me durará cinco días. El estanco es también el de la acera, junto a la esquina: no es el que más me gusta, porque prefiero ir al otro, al de la calle principal, donde trabaja la madre de una amiga de Niña Pequeña, que se llama como yo y me resulta sólo por eso más simpática que el señor barbudo que me atiende con desgana en este otro.

El señor barbudo emerge de entre las sombras de la trastienda de su estanco.

- ¿Hum? -pregunta sin palabras, mirándome como si yo tuviera el mono de los cigarrillos que jamás he encendido.
- Un abono para Madrid, por favor -respondo con poca gana. Con este señor me pasa como a mis alumnos: no me motiva, profe.
- 19 euros -dice, mientras me lanza al pequeño mostrador de cristal la escueta tarjetita blanca y roja.

Le tiendo mi billete de 20 euros, brillante por estar recién salido del cajero. Ni tiempo me ha dado de ver su aspecto o sentirlo en el billetero.

- Gracias -me despido, mientras escondo rápidamente el euro de vuelta.

El señor barbudo no me dice nada, envuelto una vez más en las ondas negruzcas de la parte de atrás de su estanco. No entiendo por qué se venden libros de bolsillo aquí, junto a cachimbas, encendedores y bolígrafos dorados...

miércoles, 5 de octubre de 2011

Reunión de padres (o más bien, madres)

Los nuevos alumnos que tengo en mi tutoría en algún momento fueron bebés, tiernos retoños que hicieron en algún momento las delicias de sus progenitores, dieron sus primeros pasos, echaron sus dientes de leche con lágrimas y llantos -y, en el caso de Niña Pequeña, con más de una gastroenteritos asociada-, tuvieron su primer día de colegio,en aquel babi de cuadritos rojos y blancos y reborde amarillo, algunos maestros muy vocacionados les enseñaron a leer y escribir, otros pocos hasta les obligaron a hacer tareas en casa. Vinieron los regalos de Reyes Magos, las fiestas de cumpleaños, los corrillos en la puerta del colegio y aquello de que la profesora de turno pedía que se forraran los libros...

Ayer conocí a casi todos los padres y madres de la tutoría que este año me ha tocado. Y no sé si fue porque este año comenzamos la experiencia de los libros digitales, o porque eran nuevos, o porque les pedí insistentemente que pusieran normas a sus hijos, no recogieran la habitación adolescente y vigilaran la agenda escolar, que me pareció leer en sus caras que un monstruo malvado se había comido a su bebé y les había regurgitado a un desconocido joven de once o doce años...


domingo, 2 de octubre de 2011

Una buena pregunta de...

Mamá -llama Niña Pequeña desde su habitación.

- ¿Hum? -pregunto.

- Mamá, ¿existen los ángeles? -pregunta con voz cantarina, adivino que trasteando a la vez con sus muñecas.

Levanto la vista de mis apuntes de mi último curso de Teología...

sábado, 1 de octubre de 2011

Ah, delicioso y sencillo...

Lo prefiero antes que la tortilla, esa que llamamos francesa y que Niña Pequeña defiende de forma taxativa que yo hago mejor que Él. Lo reservo en el borde del plato, con su blancura brillante y lo apetecible de su prometedora suavidad; ni muy hecho ni tan duro que se estropee el sabor o la textura de seda que dejará, seguro, su resto en mi paladar. Él se sorprendía al principio, cuando yo preparaba cada mordisco con un poco más de sal de lo habitual, minúsculos granos casi invisibles que iban coronando cada mordedura, dejando casi lo mejor para el final, retrasando -como al leer un buen libro- el momento de hacerlo desaparecer, definitivamente, en mi boca. Y su corazón amarillento, redondo en su perfección culinaria, desmigajándose entre el hueco blanco del envoltorio cocido lentamente mientras escribo...

Hoy Él prepara una vez más la cena -gracias. Hoy me regala, una vez más, cambiar la tortilla por un delicioso huevo duro.