sábado, 30 de noviembre de 2013

Feliz cumpleaños, Niña Pequeña.

Mamá -llama Niña Pequeña.

- ¿Hum? -respondo, desde el otro lado del pasillo.

- Mamá: siete años son todos los dedos de una mano y dos de la otra -afirma, más que pregunta.

- Exacto -resuelvo yo, mientras extiendo la colcha de la cama. Recuerdo hoy, perfectamente, que hace siete años exactos Niña Pequeña nacía en una madrugada fresca.


     

miércoles, 20 de noviembre de 2013

De cuando la cocina es alquimia.



Bajé más lento las escaleras cuando me dirigía a sacar el Negrevercarruaje: un muro de olor denso a bollo horneándose reclamó toda mi atención cuando su aroma intenso y oscuro me sujetó la mano de la barandilla. Un paso tras otro detenido en el borde del siguiente escalón y la calidez del corazón enharinado -tostado por fuera, mantequilla todavía por dentro- sostenido en torno a mí, envolviéndome con volutas esponjosas.

Casi pude ver la miga mostrándose infantil, naciente, en su bandeja y el sudor de yogur cristalizado en burbujas por toda su superficie; imaginé a mi vecina -pues sólo unas manos de ama de casa vocacionada serían capaces de materializar el aire con azúcar, sal, harina y levadura- agachándose para ver el tono del pastel a través de la puerta de cristal del horno, una mano apoyada en la rodilla derecha y sujetando descuidada la manopla de cocina, la otra preparada en el borde del programador. 

Y si yo hubiera tenido en ese momento cabello largo, estoy convencida de que el dulzor se me hubiera posado -no agarrado: imposible- sin darme cuenta para acompañarme, esponjoso, hasta la mismísima puerta de las escaleras del garaje.

 

domingo, 17 de noviembre de 2013

Bienvenido, frío.

Lucha el otoño contra el invierno este fin de semana en algún punto de Madrid.

Primera nevada.










 







 

viernes, 8 de noviembre de 2013

Por una vez pensado, el tiempo.


He estado pensando en que tengo poco tiempo. O, más bien, debería escribir: "el tiempo ha estado pensando que yo tenía mucha tarea". O, quizá, más correcto: "las tareas han estado pensando que se comían el tiempo". Y, además, suelo quejarme de mi falta de tiempo. O me quejaba, creo, porque el tiempo se ha detenido últimamente en mi propio sistema de gestión de tareas, que no las hace, ni las arregla, ni las tunea, ni las elimina, pero sí las almacena para que no se pierdan por los rincones del calendario, la agenda de tapa azul o los papeles de colores sujetados por clips que antes esparcía por la mesa de mi despacho. 

Ahora, claro, tengo algo más de tiempo para pensar en qué aprovechar el tiempo, aunque el reloj del salón, el que me regaló Tíamariadolores, sigue caminando despacio e indescifrablemente para Niña Pequeña, una aguja detrás de otra, con el lenguaje incomprensible de las líneas de su esfera. Me levanto temprano, más temprano que de costumbre, y aunque nadie me entrega secretamente un premio, mi tiempo mañanero se dilata al ritmo del vaho de mi leche con cacao del desayuno, mientras tecleo, corrijo y planifico. Y el tiempo ese que se escondía detrás de las cortinas de la sala ahora aparece transformado y sin prisa. 

No está mal. Estoy orgullosa de haber encontrado más tiempo, que no sabía dónde estaba, de tan oculto. Y si el Negrevercarruaje no se encontrara en el taller, quizá ese tiempo se expandería a límites que no alcanzo a ver ahora. Por lo pronto mañana por la mañana, si nadie lo remedia, el tiempo se quedará retenido entre una taza de té y un libro de muchas páginas, mientras espero a que Niña Pequeña salga de su semanal clase extra de inglés...

 

lunes, 4 de noviembre de 2013

De cuando yo tengo la culpa.

Me mira el alumno del fondo a la derecha desde su nuevo sitio en otro rincón de la clase. Intenta parapetarse detrás de su mochila deportiva, moderna en azul y blanco, pero poco apta para llevar los tejemanejes del día a día. Le devuelvo la mirada de refilón, mientras se acomoda el pelo ligeramente largo, al gusto de su madre, y apoya desganado el mentón en la mano derecha. Su mesa, verde, brilla impoluta en ausencia de cuadernos, estuche, libro. 

- ¿No crees que deberías aprovechar el tiempo de clase y trabajar? -le pregunto, inocentemente.

- ¿Estás queriendo decir que no estoy haciendo nada? -responde desafiante, la mano derecha en el aire, el mentón alzado con el orgullo del adolescente que se come el mundo.

- A mí me parece que no estás haciendo mucho... -respondo, curiosa por ver cómo va a acabar el diálogo.

- Pues ahora sí que no voy a hacer nada -contesta, apartando la mochila con el pie y recostando su cabeza en el suave hueco del codo. 

El desafío queda en el aire, como un órdago echado al viento de la mesa del mus. Mía es la culpa de su desgana, por mi culpa, por mi gran culpa; yo, la causante de su desidia juvenil, no me cabe duda. Me mira desde su nuevo sitio, sus ojos sólo dos rendijas de aire absurdamente amenazante, le supongo que contento por haber encontrado la excusa que no sabía verbalizar: tan pobre su vocabulario que sólo sabe dejar caer perezosamente su flequillo...