jueves, 25 de diciembre de 2014

No es blanca Navidad.


Entre ayer y hoy decidieron por la calle cantar aquello de Blanca Navidad, por más que en esta Navidad no hay ni una nube en el cielo y sí le da suficiente luz solar a la flor de Pascua que me regalaron hace una semana en la floristería de la esquina. Donde yo vivo hay río, sí, pero por más que se empeñaran hoy los niños del coro de la misa de doce, ni un pez para mirar cómo bebe por ver a Dios nacido en este 25 de diciembre. No tengo pandereta ni zambomba, no estoy con mi suegra -y ni se me ocurre darle en mitad de la nuez, como reza otro villancico de estas fechas. A mí lo que me gusta, le decía hoy a Él, mientras preparaba la comida -no yo, que no me gusta y por no saber, ni distingo comino de orégano-, es lo del tamborilero aquel.

- ¿Por qué, Negre, porque mira que hay villancicos más bonitos para estas fechas? -me pregunta, mirándome de reojo con sus ojos azules.

- Porque es el más pobre de todos: por no tener, sólo posee un zurrón y le regala al Niño lo mejor de sí mismo: su canción, a ritmo de tambor -le digo yo sin respirar, del tirón, que cuando estoy inspirada, no hay quien me pare. 

Por eso le he prometido a Niña Pequeña que mañana, cuando paseemos por la Plaza Mayor de Madrid y vayamos de puesto en puesto, buscaremos un pastorcito -mejor, una pastora- que lleve un instrumento musical, y lo pondremos en el Belén de casa, que todavía hay espacio...


 

domingo, 7 de diciembre de 2014

De gatos y gatitas.

Una tarde cualquiera, de esas lluviosas y frío repentino; Niña Pequeña, Él y yo hacemos tiempo antes de entrar en el cine -sesión infantil prenavideña, noche de invierno antes de la cena- y se me van los ojos, quizá por cosa de la profesión, a un grupo de adolescentes cercano: muchas chicas, un par de chicos, una parejita. 

Armados de teléfonos móviles de última generación -a todas luces, mucho mejores que el mío y presumo que regalo de papáymamá, como premio a sus ¿buenas notas?- quizá se hablen entre sí a golpe de teclado de la misma manera que muchos años antes, en las mismas fechas de Navidad apresurada de centro comercial, mis amigos y yo nos quedábamos en las escaleras de un cine que ya cerró, comiendo dulces y hablando entre nosotros: eso sí, con palabras que se las llevaba el viento, porque los teléfonos sólo servían para llamar y quedar en la puerta de la taquilla. 

Niña Pequeña se ha quedado mirando fijamente al grupo y quizá se adivine en el horizonte de seis o siete años futuros en la cara de alguna de las jóvenes o en la melena que se atusa como un gato perezoso una de ellas: con manos hábiles busca los enredos que no existen, pero que ellos -gatos-, miran, ladea y se contonea dulzona alisando su melena castaña y perfectamente lisa, agrupa en una coleta alta, cuidadosa y bien pensada, con el arte de quien se sabe observado por ojos felinos que no se agazapan. 

- Mamá. 

-¿Hum?

- Mamá: esa chica tiene el pelo muy largo -concluye, admirada.

- Sí -sentencio; en sus ojos de ocho años recién estrenados veo las luces de la adolescencia...


 

domingo, 30 de noviembre de 2014

Feliz cumpleaños, Niña Pequeña (y van ocho)

Mamá  -llama Niña Pequeña.

- ¿Hum? -digo, mientras busco las llaves de casa en las profundidades del bolso.

- Mamá, ¿a qué hora nací yo? 

- De madrugada, Niña Pequeña -respondo, metiendo la llave encontrada, hallada y rescatada.

- Pues eso está muy bien, mamá -dice, mientras entra correteando por el pasillo.

- ¿Hum?

- Porque así, cuando me levanto, ya tengo ocho años -dice, alejándose hacia su cuarto.

Hoy Niña Pequeña ha cumplido ocho años en esa madrugada que linda entre ayer y ahora mismo.


   

miércoles, 26 de noviembre de 2014

Trabajo, dientes, Joaquín.

Volví a ver a Joaquín hace unos días, aunque él bien sabe que no por visita de cortesía ni por preguntar por su hijo, antiguo alumno mío y que a estas alturas ya debe de estar rozando su salida de la Universidad... Él siempre se ríe cuando me ve, le chisporrotean los ojos -porque es socarrón- y dice:

- Bueno, bueno, Negre, ¿qué tenemos aquí? 

Y luego añade, tras un par de segundos en silencio minucioso: 

- Vaya, vaya.

Y remata al fin, mientras miro de refilón el reloj de la pared:

- Claro, claro.

Joaquín es mi dentista, y Él también acude a veces -sólo a veces, porque le da un poco de miedo, aunque no lo reconocerá nunca. Me suele preguntar cómo se encuentra, aunque nunca atino y no sé muy bien si quiere saber, por cortesía, si le va bien o regular, si su boca sigue siendo un cúmulo de socavones y desperfectos o si, sin más, quiere entretenerme mientras sujeta el cabezal de alguno de sus instrumentos y pillarme desprevenida. 

- Después de la limpieza del otro día, Negre, toca mirar a ver qué hacemos con lo de rechinar los dientes por la noche, que eso ya lo habíamos hablado -dicta.

Si yo ya lo sé, que se lo expliqué antes del verano: que lo mío, esto de estar en el colegio, va a rachas y picos de trabajo, de ambiente, de interés o de motivación, y que cuando vienen malas, aprieto los dientes con fuerza, para evitar decir con más ganas lo que pienso. 

- No, si yo lo entiendo, pero que como sigas así van a acabar tus muelas partidas...

Y pienso yo que vaya fuerza que tiene mi trabajo, que me sale por las encías... Suspiro y le dejo maniobrar mientras toma medidas de los moldes de la que será la nueva camisa de fuerza nocturna de mis incisivos, premolares y molares. 

- Te llamo en unos días para que vengas a ver el resultado final y probar la funda...


 

martes, 11 de noviembre de 2014

La Envidia se envuelve en hojas de parra.

Estos últimos días están siendo un balcón desde donde observar, de lejos y como si nada, episodios: viñetas como de cómic que tienen a la envidia como eje temático. La Envidia. 

Envidia no es sana, no me engañe, Sr. Tiempo: Envidia es corrosiva bajo apariencia de voz dulce y atención fraterna; es una bestia agazapada que mudará su piel y erizará hasta la cola cuando se vea en peligro o a la presa preparada: allí, en el punto débil, la sangre palpitando rítmica y caliente, la ocasión propicia. 



Envidia es pútrida porque tiene carencias; quizá no la quisieron o no la amaron lo suficiente o tal vez se mira en un espejo roto que no puede reparar. Envidia quiere más y no puede, así que se esconde bajo falsa apariencia de las interesadas preguntas personales y la Soberbia, que es su hermana gemela; grita porque nadie la enseñó el arte del silencio y no levanta el pie del acelerador porque le fracturaron, seguro, el corazón en algún momento. Envidia, Sr. Tiempo, es una serpiente que se enrolla sobre sí misma y rumia diálogos entre hojas de parra.

La Envidia ha invadido lo que no debería ser una cueva de ladrones. Y son algunas familias -envidiosas ellas- las que convierten en descalificaciones lo que no es más que dolor y pérdida: el no saber cómo evitar que el que fuera un bebé es ahora un alumno pequeño...

 

martes, 4 de noviembre de 2014

miércoles, 29 de octubre de 2014

Hoy no pasa el día sin...

Bulle el pasillo del último piso y burbujean las clases en espumosa actividad; es un cóctel dorado de comentarios, miradas y palabras dichas en el silencio que precede al sonido del timbre y el cambio de clase. Y luego, el profesor. O la profesora. Mis compañeros. Yo. Entramos. Entro en el aula con la careta de profesora y las alertas puestas a los cientos de estímulos del micromundo de la clase que me ha tocado, segundo, primero, cuarto, letra A, letra B. 

Entro y acordamos sin mirarnos que la función va a comenzar, los actores principales están sentados en sus sillas, pupitre preparado, cuadernos, bolígrafos floreciendo en los estuches, mi agenda mostrando los platos de fiesta de hoy. Comienza la clase y se desgranan los minutos: tantos años delante de adolescentes y aún me sorprendo -ayer, hoy- observando sus caras, atenta a las reacciones de cada uno, las miradas que se lanzan, los que escuchan, los que se escuchan, los que se fueron hace tiempo porque su prioridad va por dentro y yo delante, al lado, detrás de ellos, hablando, dirigiendo la orquesta de la sesión de hoy, con el minutaje puesto en cada actividad y la clase dividida en bloques definidos: hablo, hablan, bromeamos, el espacio de la clase siempre mío para poder escuchar la melodía de esta función bien hecha y lo abarco paseando -ay, mi espalda-, tocando cada mesa, preguntando, recordando clases pasadas. 

Hay veces que sí, que me gusta esto.



 

sábado, 25 de octubre de 2014

La primera vez de este curso.

El latir de la vida de una clase lleva otros impulsos diferentes a los de los corazones normales: se acelera su ritmo al colocar las filas para un examen y bombea más oxígeno del debido mientras el profesor reparte las hojas de preguntas, pero se ralentiza hasta el sonar pausado de unas zapatillas de franela cuando el tutor ordena cambios de sitio o se pide sacar la agenda para anotar dos fechas importantes. Lo que a los ojos de otros -aquellos, profesores- es base en el futuro de la vida de esos adultos en ciernes es sólo un sonido lejano para ellos y ellas: un horizonte tan improbable como imposible, pues estos, sí, piensan que todo lo pueden. 

Por eso no me sorprendió cuando mi tutoría -quince, dieciséis, hasta diecisiete años- me trasmitió la honda preocupación de la clase: cuáles serían las fotos que todos verían proyectadas en el día de su graduación, en un alejado junio del año que viene. Poco importaban las semanas de esfuerzo que se les iba a exigir, la posibilidad de no superar las asignaturas y tener que repetir curso, los días desgranados en horas de pupitre con la excusa de no ser niño ni adulto y cumplir con la obligación de estar en un colegio: de octubre a junio, en vuelo directo, hacia el sentir popular de mi aula de veintitrés alumnos, el desasosiego por no aparecer cómo ahora, juveniles, lozanos, ya no somos niños, y sí con las fotos secretas tomadas en excursiones y tutorías como si nada...

Y una propuesta: ellos, más organizadores de lo que podría haber sido previsible, se habían agrupado en sus teléfonos móviles y, en algún momento entre mi preparación nocturna de sus siguientes clases de Latín o la corrección de una docena de ejercicios de Religión, habían barruntado la solución al conflicto: se harían unas fotos en la entrada principal del colegio, habían venido preparados, con camisetas especialmente pensadas para ese día y línea de ojos discreta en negros. Fue entonces cuando la alumna de la segunda fila, a la derecha, sacó con la normalidad de la que sólo los adolescentes son capaces, un peine nacarado de la mochila, se compuso el flequillo de colores imposibles y dijo las palabras claves: 

- Ya estamos preparados. 

Allá que fuimos, por primera vez ellos y yo de acuerdo en un propósito común: empezar a preparar su despedida, la que yo tendré que planificar, aunque ocho meses antes de lo que yo, adulta, pensaba. ¿Libros, mochilas, cuadernos, estuches, archivadores? Accesorios quinceañeros o signos de distinción de la tribu. Hoy, alumnos, mañana, quién sabe con qué iconos. 


 

miércoles, 15 de octubre de 2014

¿A qué sabe un beso?

Pan y queso saben a beso, me decían: textura tierna de aquel membrillo que tapaba como dulce edredón el bocadillo de las tardes de campamentos de mi adolescencia... Creo que lo que más me gustaba era la suavidad carnosa del dulce, que aplastaba con la lengua contra el paladar -chist, chist- hasta romperlo en trozos, imaginaba que redondos y brillantes; se mezclaban en la boca cada uno de ellos con la aspereza del queso y la corteza: fuerte y seco aquel, sabrosa y crujiente la otra, terso y diáfano el membrillo, ámbar de azúcar. 



No sé cocinar: cocina Él y trastea en la química de pucheros y sartenes; pero no sabe hacer membrillo (sí su antigua novia, dice, que cogía la fruta de los terrenos de su padre, allá en el pueblo); pero esta semana preside la segunda balda de la nevera un pequeño plato de golosina, regalo de una amiga.

- Toma, Negre, que sé que te gusta -me dice Él, acercándome pan, queso, membrillo brillante.

Y dejo por un momento lo que estaba haciendo: corregir, poner notas, burocracia, papeleo, mirar de reojo el libro de Latín, imprimir un papel,..., para poner todos mis sentidos -¿se podrá oler el gusto?- en romper la esponjosa pulpa...

    

lunes, 6 de octubre de 2014

La decepción al llegar a 150 años.

Niña Pequeña había pasado ya a la sala del dentista y, con las prisas, me había dejado mi libro en casa; no tenía mucho más que hacer que esperar pacientemente -con los restos de paciencia del día que los alumnos me habían dejado ya a las seis de la tarde-; quizá por eso oí la conversación que ella, con ese acento argentino dulce y cadencial que nos gusta a los españoles, tenía con la enfermera.

La suavidad de cada palabra me llegó como en una danza vocálica y me recreé en su tono dulce y pausado. Ella había viajado hacía poco, en el lapso de tiempo que va entre una revisión dental y otra, a Granada. Y el son meloso de sus palabras se mezcló con mis propios recuerdos de una tetería al pie de la Alhambra, el delicioso olor de las especias y el color de las luces del palacio califal; ella no tenía una buena sensación: había descubierto que el Generalife, rebosante hoy de frescor y flores, había sido, en realidad, una huerta, que las puertas de madera de antes habían dejado paso a otras más modernas, cediendo calor a soldados en forma de vigas y fogatas, los suelos, reconstruidos, los dorados, revisados por el paso del tiempo, y pensaba yo que hasta el misterio de leyendas de harenes y rubíes, hoy cuentos infantiles. 

Se mostraba decepcionada; yo veía en mi lejanía la tetería de techos de madera y cojines arabescos, a Él caminando cerca de las murallas, recién casados, olores y sabores que en mi imaginación convertía en luces y brillos, y lo que ella lamentaba destrucción y ocultamiento por el tiempo, yo lo llamaba el paso lento, inexorable, inmenso, cadencioso como su acento, de la Historia. Y es la Historia la que ha jugado con el aire y el espacio, moldeándolo en forma de arcos, ha sorteado setos, flores, huertos y sombras para saltar juguetona en el agua de las fuentes, la que ha hecho crecer, envejecer y transformarse la maderas de aquellas puertas...

- Menuda decepción -le dice a la enfermera, mientras juega distraídamente con su monedero.- Resulta que los suelos sólo tienen 150 años...

- Ya veo -le contesta aquella-. Qué mala suerte.

Qué mala suerte... Sólo 150 años nos contemplan...

    

martes, 30 de septiembre de 2014

Tengo una alumna al fondo, a la derecha.

No la conozco: ni siquiera la he visto antes en el pasillo, allá por el tercer piso. Pero hoy he tenido que entrar en el aula que alguien le había asignado; está sentada al fondo, a la derecha, donde se sientan esos jóvenes a los que mi amigo Óscar mira con ojos de misericordia y por los que no da su brazo a torcer, empeñado en rescatar lo irrescatable.

- Profe -llama.

- ¿Hum? -respondo; distingo un tono de sorna en su mirada de ojos claros. No debería de estar yo aquí a esta hora, pero un compañero se puso enfermo y tuve que ponerme al frente de los jóvenes, contenerles -más bien- hasta que sonara el timbre y anunciara el cambio de hora. 

La miro y quiero verla, aunque me resbalo al observarla por su tez clara y comprobar la sonrisa de la que ha repetido, sin duda, agotando ya todas las posibilidades: es la media sonrisa que se gastan los adolescentes cuando se suben a lo alto del mundo, indolentes y seguros de que todo es suyo y no han conocido -aún- caídas. 

-Profe: esto no lo voy a hacer. Soy nueva. -afirma.

La miro de nuevo; llevo puesta la careta de profesora y muchos de años experiencia me dicen al oído -como aquel esclavo que susurra al general romano victorioso- que está marcando su zona y tira un anzuelo para ver hasta dónde puede disponer de territorio. Doy la vuelta a mi careta y le ofrezco el mejor perfil. 

- Sé que eres nueva ("sé quién eres: te conozco, sé tu terreno"). Supongo que no es la primera vez que estás en un colegio ("sé que llevas al menos dos años perdida en la Cosa Educativa, pero mamá y papá burbujas te consienten todo cuando les miras así, de acuoso azul de tu ojos") e imagino que alguien te enseñaría el año pasado ("sé que no es la primera vez que pisas este curso, aunque creas que no") a operar de forma básica ("porque sí: tus compañeros son aquellos, lo sé, a los que hace tres años, cuando tenían doce, hubo que enseñarles a restar con llevadas, cosa que Niña Pequeña ya sabe hacer con sus siete años") -le respondo. 

Me mira en azul desvaído, o tal vez verde, mientras su compañero, el otro del fondo a la derecha, escucha mi pensamiento, pero responde entre líneas y en silencio. Yo no debería estar aquí, si no hundiéndome en la burocracia que la Cosa Educativa considera fundamental para mejorar el bajo nivel intelectual de los jóvenes adolescentes del país: listar número de niños y niñas por clase, anotar cuántos provienen de familias separadas, repetir ad infinitum sus asignaturas pendientes -recorro la mirada por el aula: muchas, porque la Cosa permite acceder a otro curso aunque sean diez las áreas suspendidas el curso anterior. 

Aquí y ahora, siete alumnos de esta clase de veinticuatro no sabrán restar con llevadas, más de diez no entenderán el enunciado de las tareas, la mitad hace un año que debería estar fuera de las aulas, tres o cuatro fracasarán escolarmente y repetirán curso, uno abandonará y el alumno que tengo enfrente mientras escribo estas líneas volverá a ser, de nuevo, protegido por su madre, moneda de cambio y pelea con su ex marido; cuando sea adulto no será capaz de mantenerse disciplinado y constante en su trabajo, porque siendo joven no supo aprenderlo.

No me importa. Esta tarde la burocracia intentará ahogarme, pero yo estaré ayudando a hacer los deberes a Niña Pequeña, la felicitaré porque una vez más ha leído y comprendido con éxito -y su tutor la premió el esfuerzo- y repasaremos juntas las tablas de multiplicar.

-Y aunque no lo creas, Niña Pequeña, hay papás y mamás que no ayudan a sus hijos a hacer los deberes ni a ser mayores -le diré, de nuevo. 

- Pero, mamá: si son papás y mamás deberían ayudar a sus hijos a ser mejores personas, ¿no? -me dirá, de nuevo.

 

sábado, 27 de septiembre de 2014

¿Qué pasa con mis post-it?


Él ha estado enfermo la semana pasada.

- Negre...

- ¿Hum?

- Negre, creo que me estoy volviendo ya un poco hipocondríaco...

Lo miro a través de mis gafas moradas, mientras tecleo rápidamente: lo justo que puedo entre llevarle al médico, ayudar a Niña Pequeña a hacer los deberes y apuntar otra tarea pendiente más en la lista de cosas por hacer... No suele enfermar -y cuando lo hace, durante años ha acabado en un operación quirúrgica de algún tipo-, y quizá por eso me ha confesado hoy, mientras comprobaba que había adelgazado, que esta semana pasada ha reinado el caos y el desorden en casa...

No soy una persona especialmente ordenada: sólo con mis libros, que ordeno meticulosamente por temas en las estanterías de la casa y reviso asiduamente para asegurarme de que ninguno se ha movido del sitio que yo le he marcado previamente; por eso, seguramente, me gusta que las cosas sigan en su ritmo rutinario, no sea que se me escapen por algún sitio y ya no las encuentre: la torre de la plancha, la mochila de la piscina de Niña Pequeña, el rato diario para preparar tareas colegiales y el bolso colocado en su armario, preparado para marchar al día siguiente...

Él se puso enfermo la semana pasada y fue la rutina la que se escapó por la pequeña ventana de mi cocina: la torre de la plancha creció, la mochila de la piscina se quedó a medio hacer y tres bolsos diferentes convivieron en el mismo espacio. No hubo tiempo para tareas colegiales, a pesar de que les pedí que se colocaran por orden de urgencia e importancia en las dos bandejas amarillas del despacho, y no quisieron obedecer. Sólo los deberes semanales de Niña Pequeña se mantuvieron imperturbables en su nueva mesa de estudio: tan nueva que aún está ordenada...


Se acumulan las cosas pendientes: la Cosa Educativa tiene eso, mucho de Cosa y poco de Educativa, y septiembre es un mes de burocracia. Él se quedó suspendido la semana pasada, en un limbo entre la salud y el duermevela, que arropé con mis post-it y urgencias. También ellos enfermaron y se mantuvieron sostenidos hasta hoy...


 

domingo, 21 de septiembre de 2014

¿Cómo es el último día del verano?

No suelo madrugar cuando no es estrictamente necesario.

- Negre, ¿por qué pones el despertador, si hoy no tienes que ir a trabajar? -me pregunta Él, asomando una mano entre las sábanas...

- Por eso: para saber que hoy puedo dormir un poco más -respondo, dándome la vuelta y apagando el reloj.



Hoy, sin embargo, sí me levanté pronto; me esperaban  en la bandeja -física- de cosas pendientes -sí, ya- unas cuántas pruebas iniciales por corregir: esos exámenes que sus sesudas señorías de la Cosa Educativa piden que se hagan a principio de curso, por aquello de pulsar las competencias que los alumnos tienen desarrolladas -o no-, a fin de adaptar los contenidos al nivel de cada uno de los infantes y adolescentes. Una de esas cosas, claro, que se deciden a puerta de despacho, entre charla  y charla de whatssup y que no conducen a ningún lado, porque que me digan a mí cómo adapto yo nada a cualquiera de mis sesenta y dos alumnos de 1º de ESO; vamos: cómo adapto yo nada desde el momento en el que entro en la clase y siempre pasa algo, en una jungla de estímulos constantes y adolescentes de hormonas a flor de piel en número indefinido. Que no es que no quiera, señoría, que es que treinta y un alumnos por clase -con posibilidad de llegar a treinta y tres o más- no es un aula, sino una jaula, donde sólo a golpe de tiza seco se puede respirar, porque ya los muchachos no son como los cuarenta que compartíamos espacio en mi extinto octavo de EGB.

Después de reafirmar mi convencimiento de que las pruebas iniciales no sirven para nada -sobre todo, porque a estos alumnos ya les conozco del curso pasado y sé por dónde respira cada uno, y a los que no conozco, los veo y ya por la experiencia lo adivino- me he lanzado a la calle. Hoy había quedado en una luminosa mañana con un buen amigo, y el domingo me ha sorprendido con aire suspendido de eso, de final de semana: un señor paseando el perro, todos los semáforos en rojo, una joven en bicicleta, dos señoras comprando. La atmósfera sostenida a las diez de la mañana de un domingo cualquiera, con el aire perezoso del último día del verano y las primeras hojas marrones ya despuntando. Por no haber, no había ni cola en el dispensador de billetes del tren y la zona azul hoy no estaba vigilada. 

El tren es lo que ha hecho despertar a la mañana; quizá fue el pitido insistente de la puerta del vagón, que no cerraba bien, aunque se quitó de repente y todos dejamos de mirarnos de reojo, o quizá las ventanas rayadas, que impidieron todo el tiempo eso de mirar al vacío y pensar en nada, que no está mal, para variar: no sé, porque me sumergí en las páginas electrónicas de mi ebook sin tener que avisar a nadie de que hay que hacer deberes, recoger la habitación, descongelar algo para cenar o pedir que se baje el volumen de la televisión. 

Mañana será el primer día del otoño, la luz se volverá más cálida y la atmósfera, posiblemente, se llenará de hojas y polvo suspendido. Quizá en algún momento de la semana me decida, finalmente, a guardar la ropa de Niña Pequeña y dejar de luchar contra lo inevitable: ha crecido y no le valen ya las cosas...

    

jueves, 18 de septiembre de 2014

Jasón, Cadmo y la tierra mojada.

Hoy me pilló la lluvia cuando paseaba -Él me había dicho, al verme dudar, que no llovería, que había viento, pero se equivocó...-, y el campo se transformó a mi paso como aquel arado sobre el que Jasón sembró los dientes del dragón Cadmo: aunque en vez de soldados, nacían violetas y subía olor esponjoso de tierra mojada. 



 

miércoles, 10 de septiembre de 2014

¿Y si me deseas un feliz inicio de curso?

Hoy se escondían unas tras el colorido flequillo y disimulaban por el fondo de la clase pantalones de verano ya casi fuera de temporada; no vino el alumno del fondo, a la derecha, pero sé que ha podido -al fin- hacer lo que deseaba y estudiar lo que el tiempo no le había permitido antes (y quizá -sólo quizá- le echaré de menos, porque era noble). Corría entre las baldosas del pasillo la ilusión por un curso nuevo y la curiosidad por saber qué habrá escondido en las primeras horas del trimestre por estrenar: envueltas primorosamente, con cinta plateada y flor de pegatinas, se enredaban las presentaciones de los tutores, el horario provisional, los materiales de perfume a nuevo y los puestos en las aulas que ocuparon antes otros. 

Y huele a la novedad de lo que se conoce y a nervios disimulados de inicio de curso, de esos que me hacen recordar a mis primeros alumnos (hoy, algunos ya con niños pequeños que juegan en el patio por el que antes corrieron sus padres) y mi primer día de clase con ellos: aquella intensidad del ir a poner la mano sobre el picaporte de la puerta y saber que una treintena de pares de ojos me mirarán con mezcla de extrañeza y confianza mal disimulada, el colocar con seguridad falsa la carpeta sobre la mesa del profesor y dejar las tizas preparadas lo más cerca del borde la mesa. 

Hoy, sí, me acordé de uno de mis alumnos luminosos y renové mi esperanza en un curso que comienza, acepté el saludo de un padre agradecido, coloqué dos veces la nueva caja de materiales de mi tutoría -que no es nueva, pero como si lo fuera- y dejé que saliera de mí una sonrisa. Hoy, comienza el curso, y mañana, o luego, ya veremos.


 

domingo, 31 de agosto de 2014

¿Cómo se usan los intermitentes de un coche?

Instrucciones. 

Lea atentamente las siguientes instrucciones antes de proceder.

1. Observe su vehículo por fuera. Compruebe que a ambos lados, en la parte delantera y en la trasera, se encuentran los pilotos de color amarillo-auto, en número impar (uno a cada lado en la parte delantera, uno a cada lado en la parte trasera). Algunos modelos pueden integrar variaciones, como pilotos de menor tamaño situados en los bordes de los espejos retrovisores. 

2. Entre en el habitáculo; tras hacer las comprobaciones de seguridad (véase p. 2), y hacer contecto (véase p. 4)compruebe que junto al volante, en su parte izquierda, se encuentra una pequeña palanca móvil. 

3. Empuje la palanca del apartado 2 hacia abajo. Compruebe que se ilumina una pequeña flecha orientada hacia la izquierda en el salpicadero del coche; la iluminación estará acompañada por un repiqueteo, que le indicará que los pilotos de color amarillo-auto del lado izquierdo están funcionando. 

4. Salga del coche. Compruebe que los pilotos de color amarillo- auto del lado izquierdo lucen de forma intermitente.

5. Entre en el habitáculo del coche. 

6. Empuje la palanca del apartado 2 hacia arriba. Compruebe que se ilumina una pequeña flecha orientada hacia la derecha en el salpicadero del coche; la iluminación estará acompañada por un repiqueteo, que le indicará que los pilotos de color amarillo-auto del lado derecho están funcionando.  

7. Salga del coche. Compruebe que los pilotos de color amarillo- auto del lado derecho lucen de forma intermitente.

8. Entre el habitáculo del coche. Sitúe la palanca del apartado 2 en su posición original. 

9. El uso de  los pilotos intermitentes está indicado para la señalización de la dirección de su vehículo hacia la izquierda o la derecha. 


     

jueves, 28 de agosto de 2014

Crónicas marinas (6): Niña Pequeña y Sorolla.

Joaquín Sorolla tenía la luz en la punta de sus pinceles y la dejaba caer sobre sus lienzos; amaba la playa, al sol retenido entre las olas y los perfiles definidos de los niños que jugaban a pie de arena junto a él, mientras tomaba apuntes de lo que su aguda mirada fotografiaba junto al caballete.



 A Niña Pequeña le gusta el mar y dejarse mojar en la arena húmeda de la playa; por eso se tumba para dejar que el agua deje reflejos de metal en su piel, luchando con su espalda contra el empuje de las olas -aunque las mira de reojo, no sea que no sean suficientemente altas y tenga que ir a buscar otro juguete.Y hoy ella me recordaba al maestro de la luz...



 

lunes, 25 de agosto de 2014

Crónicas marinas (5): de cuerpos apolíneos.

Tienen la suficiencia que sólo poseen los adolescentes en pleno momento de coger tiempo al tiempo, que no pasa por ellos porque, es más: se detiene ante sus cuerpos musculosos y cuidados de gimnasio. Sabedores de rozar belleza de éfebos, se pasean entre las toallas de la piscina: bañadores mínimos -verde uno, rojo el otro-, mientras mandan mensajes a velocidad de vértigo por su teléfono móvil de última generación; gritan de un extremo a otro y bailan espaciadamente con rápidos pasos alrededor de la joven socorrista. Encandilada ella, no resiste el hechizo y les sonríe: brillan sus dientes perfectos mientras se arregla la coleta rubia. 

Los dos -Cástor y Pólux- nos permiten subir nuestra mirada hacia ellos y regalarnos los oídos en la hasta entonces mansa y pausada tarde de piscina: han traído su música y altavoces; conectan todo con el alargador que la hipnotizada socorrista les cede -como no podía ser de otra manera- y suben al máximo el volumen. Y yo no sé si acercarme a ellos y agradecerles el repertorio musical que atruena entre las olas de cloro, recordarles que el tiempo pasará y sus cuerpos se ajarán, mortales, o, simplemente, desear a sus padres una larga, dura y dolorosa adolescencia.

 

sábado, 23 de agosto de 2014

Crónicas marinas (4): mastica agua.

La sandía es una fruta que se bebe mientras se mastica y se deshace en gotas de agua de jugosa pulpa. Y creo que es por esto que se convirtió en mi fruta favorita, aunque a Él le gusta más el melón, que es más serio y se deja notar y no consiente que la mordida le transforme en delicioso líquido, resistiendo, verde, blanco.


 
 

jueves, 21 de agosto de 2014

Crónicas marinas (3): o cómo ir de incógnito.

Aunque sean vacaciones para mí -mis vacaciones, les diría a esas familias que a fecha de hoy aún insisten en mandarme correos electrónicos con preguntas sobre los exámenes de septiembre de sus retoños-, no ha cambiado un ápice mi opinión: no me gustan las personas con gorra en sitios cerrados. Sí, sí, sigo en mis trece, incluso después de los años pasados desde que lo conté aquí, al anonimato de la red. 

Por eso, me muerdo la lengua y me quedo con las ganas -que estás de vacaciones, Negre, contente, me dice Él- para no decir nada a esas dos adolescentes de escasa Secundaria que pululan en mi comedor vacacional y con las que comparto el agua clorada de la piscina y el saludo mañanero por los pasillos de este lugar. Y no abro la boca, aunque se me van los pensamientos, al verlas con sus gorras beisboleras blancas mientras comemos fideuá y ensalada, a tres o cuatro mesas de distancia. 

- No entiendo, Negre -me dice Él, mientras se afana con el postre.

- ¿Hum?- digo, mirando de reojo a Niña Pequeña, que ha tirado por enésima vez la servilleta al suelo.

- Esas chicas -señala con la punta de su redondeada barbilla-. Van a la piscina y a la playa a tostarse al sol, tan ricamente, con esta calorina, y no llevan gorra. Y ahora se la ponen para comer.

- Bienvenido al mundo adolescente -contesto, intentando concentrarme en el helado.

- Claro, que la culpa es de sus padres...

- Pues eso digo yo durante diez meses al año -concluyo, saboreando los restos de helado de mi cuchara-. Pero no digas nada, que son vacaciones y voy de incógnito...



 

martes, 19 de agosto de 2014

Crónicas marinas (2): te regalo las olas.

Hoy luchábamos contra el viento entre la espumeante arena fina y la sombrilla de la vecina playera de delante: en segunda línea de playa, entre una familia francesa y una pareja italiana nos hacíamos fuertes: Niña Pequeña, Él y yo, las sombrillas y los complementos de una mañana de olas. El aire se nos enredaba y hacía ondear bandera amarilla y toallas, para hacer más creíble que los niños jugaban a ser piratas cerca del rompeolas.

¿Para qué sirven las esterillas en estos casos? Obvio: para llevarse más arena -sí: de esa que no me gusta- a casa, escondida en el doble fondo de la bolsa de los complementos aquellos y bajo la funda rosa de la silla de auto de Niña Pequeña. Porque sigue sin gustarme la arena, por mucho que nuestra vecina playera se afane en quitarla con un tubo y haga, poco a poco, un agujero para clavar -que no poner- su sombrilla verde de rayas blancas; la aparta, la apila, la deja más o menos cerca, pero ella -la arena- volverá a su sitio natural, y entonces, claro, la Naturaleza habrá ganado una vez más la batalla. 

- ¡Mamá! -grita a lo lejos Niña Pequeña-

-¿Hum? -digo, soltando el auricular derecho, la canción a medias. 

- Mamá, que me voy a saltar las olas. 

- Ah.




 

lunes, 18 de agosto de 2014

Crónicas marinas (1): desconecta.

Llega el momento señalado en el calendario: una línea roja que se extiende hacia el final de la hoja, y que marca los días que serán diferentes; serán más largos, más ligeros, con más luz, con más calor, con sabor a cloro de piscina y color azul de mis sombrillas de playa. Sabrán a arroz y agua fresca y al tacto, serán cremosos y suaves bajo el sol. Se esconderán en las maletas, entre las chanclas y los libros de un viaje, y aparecerán de repente al olor del jazmín de las ocho de la tarde y maullidos de gatos esperando una propina. Y será después -sólo después-, cuando la línea roja de mi calendario esté llegando a su final, cuando volveré a pensar en el olor de los olivos que hay al lado de mi casa y el rumor de los árboles que peinan el aire de mi colegio...



 

martes, 12 de agosto de 2014

Este blog cumple hoy cinco años.

Hoy es un día de cumpleaños: el de este blog y el de su hermano mellizo, En clase. Hoy hace cinco años que comenzaban ambos a rodar por la blogesfera. Cinco años después, los dos han servido para establecer relaciones sociales online, conocer otros blogueros (muchos de ellos, profesores), abrir una vía de comunicación más entre mis amigos, lectores, familias de alumnos, alumnos,... Mis blogs y yo hemos acudido a cursos de formación, hemos enseñado a otros, nos hemos presentado ante profesores y andamos por las redes sociales. 


A todos los que habéis leído alguna de las entradas de ambos blogs, aplaudido, criticado, comentado, reído, llorado, sugerido, votado, copiado (ejem) o estudiado con ellas, a todos, muchas gracias. 

Y tras cinco años, muchas son las entradas que han sido especialmente leídas o queridas por mis lectores; os dejo aquí diez de las entradas más leídas de cada uno de los blogs mellizos, para que las recuerdes... o las conozcas. 

Oculimundi: 
  1. Te deseo, tiempo.
  2. De pastiches y guirlaches
  3. Hoy es un día tan especial...
  4. Aviso de la escuela de padres.
  5. Dar de baja mi modem USB
  6. ¿Y qué hay en mi cuaderno?
  7. 3, 2, 1: Nochebuena.
  8. Dulces de Halloween.
  9. Feliz cumpleaños, Niña Pequeña.
  10. Esta estación ni fría ni caliente
En clase:
  1. ¿Qué es la Rosa de los vientos?
  2. Las herramientas del hombre prehistórico.
  3. ¿Qué es la escritura cuneiforme?
  4. La constelación de Orión. 
  5. Simón Bolívar, el libertador. 
  6. La Venus de Willendorf. 
  7. Cómo hacer una exposición oral. 
  8. El Tratado de Tordesillas. 
  9. Leyendas de la Virgen de Montserrat. 
  10. Las tres Gracias (Rubens)
   

martes, 5 de agosto de 2014

5

Me quedé con ganas de preguntarle porqué tenía el reloj adelantado cinco minutos exactos; comió y cenó a mi lado, y su reloj, en la muñeca izquierda, me iba marcando de soslayo los minutos empleados entre plato y plato. Cinco minutos marcaban las agujas doradas de la esfera. Ni uno más ni uno menos. No sé si es quería ganar la prisa al tiempo...

sábado, 2 de agosto de 2014

La piscina tiene tesoros.

Cuando era pequeña -es decir: cuando yo era una Niña Pequeña- iba con frecuencia a la piscina de TíaMaríadolores; era grande, rectangular, rodeada de hierba y con pocas sombras cerca, cosa que no importaba mucho porque yo sólo me dedicaba a estar en las soleadas olas de agua clorada, mientras mi tía se horrorizaba por mis yemas de dedos arrugadas y el tiempo pasado en el agua.

Imagino que ella se sentía responsable de su única sobrina, mientras mis padres, imagino, harían una tarde de vida ausente de hijos y preocupaciones varias. Por eso mi tía acababa asomándose al borde marrón y redondeado de la piscina, dejando claro a su sobrina -yo- que ya era la hora de salir, cambiarse y merendar, amén de que cuando los dedos se arrugan por efecto de la humedad es el momento ineludible de abandonar el agua. Innegociable hasta el día de hoy: las yemas de los dedos son como el reloj water resistant de la infancia.

Y yo salía del agua, claro, pero escondiendo los tesoros encontrados en lo más profundo del subsuelo acuático: unos cuadrados azulejos en color azul, que no tenían más utilidad, evidentemente, que esperar a ser arrancados por los niños, como espléndidos zafiros de las paredes o del suelo de la piscina.

Hoy encontré nuevos tesoros en un parque. No había piscina, no había subsuelo, no había niños y no estaba mi tía, pero estoy segura de que Niña Pequeña -esta vez no yo, sino ella- sabrá apreciar el tono rosado de las nuevas joyas, que no serán zafiros, sino cuarzos rosas...


 

miércoles, 30 de julio de 2014

Carta a Maruja (33): el bolsillo de mi abuelo.

No sé qué opinará Maruja de esos pantalones cortísimos a los que se les ve los bolsillos. Para saberlo le he escrito una carta que podéis leer aquí.

    

lunes, 28 de julio de 2014

jueves, 24 de julio de 2014

Un Playmobil en la playa.

La foto no es mía, pues no ha llegado aún el momento de hacer crónicas marinas vacacionales, sino de un compañero del colegio -compañero, amigo, jefe: no necesariamente por ese orden. Me reía ayer al ver la foto, pues supongo que el ingeniero de la obra habrá sido su hijo pequeño y él, padre aplicado y paciente, le habrá ayudado a hacer el diseño, quizá con el castillo de Calatrava en el horizonte como modelo. 



Y es lo que tiene la playa, por mucho que a mí me guste poco; creo, no: confirmo, que lo peor es su arena. Sí, sí: su arena: millones de años de desgaste y erosión materializados en granitos minúsculos de minerales y restos óseos que tienen la virtud de esconderse entre los hilos de la toalla y el borde del tapón de la crema de protección solar. Una arena que se mastica como si nada con el bocadillo de tortilla de la tarde playera y se inmiscuye en la botella de agua, que está fría, sí, pero no me sabe a nada más que a eso: a frío y a la espera de que llegue la hora de comer para escaparme de esta cárcel microscópica. 

Menos mal que el pequeño hijo de mi compañero ha empezado a recogerla...

 

domingo, 20 de julio de 2014

Esos padres que llaman a silbidos a sus hijos...

Qué espléndido sonido! Diáfano, agudo, penetrante, cristalino, nítido: casi, casi puedo ver en el aire las tres notas que lo forman, en amplias redondas con puntillo, bailando hacia un destino final que marcan con una flecha invisible. Un sonido puro que se airea vivo desde la puerta del balcón de mi izquierda y atraviesa velozmente su camino hacia el objetivo marcado. Es un silbido tan ensayado que parece ya natural, como un lenguaje auditivo predesignado por el emisor y su oyente, un niño de unos once años que juega en el filo de la noche a la pelota, abajo: la consigna no verbal que indica al muchacho que su padre, con silbo diamantino, le llama para que suba ya a casa. 

Y yo, que soy su vecina, acostumbrada a que le llame así en las tardes de verano, me pregunto por qué no concertará una hora de llegada a casa con el hijo adolescente, antes de que este sienta la llamada del can...

    

viernes, 18 de julio de 2014

Piscina. Verano.

Tarde de verano, tras la llamada a la puerta de las vacaciones y toca ir a la piscina, a la municipal, claro. Y no me gusta porque allí están el alumno del fondo, a la derecha, la madre que aún se empeña en hacer tutorías a pie de cloro y ola desinfectada y un sol justiciero que bombardea todas y cada una de las sombras en las que me cobijo. 


Se le arrugan las yemas de los dedos a Niña Pequeña y promete, sí, absorber todo el agua para refrescarse antes de los tres pitidos y el cierre oficial por hoy de la piscina. Por si acaso, quizá porque le gusta estar sola a ratos, se acerca a la niña, a esa otra que ha venido con su madre y su hermano pequeño; tiene un nombre exótico que acompaña a su porte de hija del Nilo y unos rizos que amenazan con enredarse con el fondo de la piscina. Se buscan las dos con la mirada, pero la apartan a la vez cuando están cerca, no sea que se note que quieren jugar juntas, pero no revueltas; Niña Pequeña se sumerge encantadora y su biquini blanco resalta en el fondo azul y la otra espera, paciente, para imitar sus movimientos dentro de su bañador negro.

Vigilo esta sombra que se va moviendo, y con ella yo, toalla, revista, libro, gafas de sol; saludo a Niña Pequeña desde la seca orilla y la animo a jugar, porque adivino que el cansancio le hará mella al final de la tarde y todo irá rodado para enroscarse en las sábanas naranjas de su cama al venir la noche. 

   

viernes, 11 de julio de 2014

Niña Pequeña es un oso.

Mamá -llama Niña Pequeña.

- ¿Hum? -respondo, levantando la vista del artículo de Historia que estoy leyendo.

- Mamá, toma: tienes que pintarme la cara con estas pinturas. -dice seriamente, tendiéndome una caja a estrenar de lápices para pintar caras. 

- Vale -me gusta dibujar-. ¿Y eso? -pregunto, mientras dejo la revista de Historia y me acomodo en la silla. Cojo la caja de pinturas y la voy abriendo, porque conozco lo testaruda que puede llegar a ser Niña Pequeña...

- ¡Mamá! -protesta-: porque voy a ver ahora los dibujos de los osos amorosos y tengo que estar como ellos, con corazones en la cara. 

- Ah.