miércoles, 30 de julio de 2014

Carta a Maruja (33): el bolsillo de mi abuelo.

No sé qué opinará Maruja de esos pantalones cortísimos a los que se les ve los bolsillos. Para saberlo le he escrito una carta que podéis leer aquí.

    

lunes, 28 de julio de 2014

jueves, 24 de julio de 2014

Un Playmobil en la playa.

La foto no es mía, pues no ha llegado aún el momento de hacer crónicas marinas vacacionales, sino de un compañero del colegio -compañero, amigo, jefe: no necesariamente por ese orden. Me reía ayer al ver la foto, pues supongo que el ingeniero de la obra habrá sido su hijo pequeño y él, padre aplicado y paciente, le habrá ayudado a hacer el diseño, quizá con el castillo de Calatrava en el horizonte como modelo. 



Y es lo que tiene la playa, por mucho que a mí me guste poco; creo, no: confirmo, que lo peor es su arena. Sí, sí: su arena: millones de años de desgaste y erosión materializados en granitos minúsculos de minerales y restos óseos que tienen la virtud de esconderse entre los hilos de la toalla y el borde del tapón de la crema de protección solar. Una arena que se mastica como si nada con el bocadillo de tortilla de la tarde playera y se inmiscuye en la botella de agua, que está fría, sí, pero no me sabe a nada más que a eso: a frío y a la espera de que llegue la hora de comer para escaparme de esta cárcel microscópica. 

Menos mal que el pequeño hijo de mi compañero ha empezado a recogerla...

 

domingo, 20 de julio de 2014

Esos padres que llaman a silbidos a sus hijos...

Qué espléndido sonido! Diáfano, agudo, penetrante, cristalino, nítido: casi, casi puedo ver en el aire las tres notas que lo forman, en amplias redondas con puntillo, bailando hacia un destino final que marcan con una flecha invisible. Un sonido puro que se airea vivo desde la puerta del balcón de mi izquierda y atraviesa velozmente su camino hacia el objetivo marcado. Es un silbido tan ensayado que parece ya natural, como un lenguaje auditivo predesignado por el emisor y su oyente, un niño de unos once años que juega en el filo de la noche a la pelota, abajo: la consigna no verbal que indica al muchacho que su padre, con silbo diamantino, le llama para que suba ya a casa. 

Y yo, que soy su vecina, acostumbrada a que le llame así en las tardes de verano, me pregunto por qué no concertará una hora de llegada a casa con el hijo adolescente, antes de que este sienta la llamada del can...

    

viernes, 18 de julio de 2014

Piscina. Verano.

Tarde de verano, tras la llamada a la puerta de las vacaciones y toca ir a la piscina, a la municipal, claro. Y no me gusta porque allí están el alumno del fondo, a la derecha, la madre que aún se empeña en hacer tutorías a pie de cloro y ola desinfectada y un sol justiciero que bombardea todas y cada una de las sombras en las que me cobijo. 


Se le arrugan las yemas de los dedos a Niña Pequeña y promete, sí, absorber todo el agua para refrescarse antes de los tres pitidos y el cierre oficial por hoy de la piscina. Por si acaso, quizá porque le gusta estar sola a ratos, se acerca a la niña, a esa otra que ha venido con su madre y su hermano pequeño; tiene un nombre exótico que acompaña a su porte de hija del Nilo y unos rizos que amenazan con enredarse con el fondo de la piscina. Se buscan las dos con la mirada, pero la apartan a la vez cuando están cerca, no sea que se note que quieren jugar juntas, pero no revueltas; Niña Pequeña se sumerge encantadora y su biquini blanco resalta en el fondo azul y la otra espera, paciente, para imitar sus movimientos dentro de su bañador negro.

Vigilo esta sombra que se va moviendo, y con ella yo, toalla, revista, libro, gafas de sol; saludo a Niña Pequeña desde la seca orilla y la animo a jugar, porque adivino que el cansancio le hará mella al final de la tarde y todo irá rodado para enroscarse en las sábanas naranjas de su cama al venir la noche. 

   

viernes, 11 de julio de 2014

Niña Pequeña es un oso.

Mamá -llama Niña Pequeña.

- ¿Hum? -respondo, levantando la vista del artículo de Historia que estoy leyendo.

- Mamá, toma: tienes que pintarme la cara con estas pinturas. -dice seriamente, tendiéndome una caja a estrenar de lápices para pintar caras. 

- Vale -me gusta dibujar-. ¿Y eso? -pregunto, mientras dejo la revista de Historia y me acomodo en la silla. Cojo la caja de pinturas y la voy abriendo, porque conozco lo testaruda que puede llegar a ser Niña Pequeña...

- ¡Mamá! -protesta-: porque voy a ver ahora los dibujos de los osos amorosos y tengo que estar como ellos, con corazones en la cara. 

- Ah.

 

miércoles, 2 de julio de 2014

¿Por qué es importante mi bata?

Ha comenzado el tiempo vacacional. El mío, vaya. Y no porque lo diga la órbita de la Tierra en inclinación adecuada con el Sol ni porque el termómetro juegue a subir y bajar. No. Nada de eso. El tiempo vacacional -el mío, vaya- comienza en el instante preciso en el que mi bata blanca del colegio se descuelga del perchero del despacho y llega en una bolsa verde hasta el tambor de mi lavadora. 

Por eso el tiempo vacacional -sí, el mío- se divide en tres momentos claves: Navidad, Semana Santa y Verano. Así, con mayúsculas. Porque es más grande y a mi bata le dará tiempo a quedar blanqueada, planchada, perfecta para empezar su vuelta al cole -y yo con ella- dentro de dos meses. Por si acaso, esta vez me guardé de revisar sus tres bolsillos, para no lavar con suavizante los pequeños trozos de tiza que luego mi amigo Nacho me pide para sus clases, ni para dejar que sonara -claclac, claclac- el pin de mi nombre dando vueltas en lo profundo de mi lavadora nueva. 

Y cuando mi bata esté ya seca, lista para ser planchada -que ya lo hago yo, Negre, que tú esto de camisas y tu bata no lo haces bien, me dirá Él-, volverá a la bolsa verde, aquí en el pasillo de la entrada, dispuesta en línea de salida y deseosa -la primera- para comenzar en septiembre a las aulas.