Como la irresponsabilidad. Y es que no todo es justificable, como el que dos niños -preadolescentes, en plena definición de su libertad: hacer lo que me dé la gana- de mi vecindario hayan optado como el ocio más creativo el romper a base de patadas los dos columpios de bebés que había en mi casa. Lo comprendo: la juventud de hoy es rebelde, irrefenable en sus impulsos, deseosa de construir mundo.
En consecuencia, ejerciendo en pleno uso su libertad -pobre país-, nada mejor que romper porque sí -con alevosía y reconociendo su acción de forma hilarante- los columpios de los niños pequeños. Mis vecinos, que, ya se sabe, todo lo justifican y arreglan diciendo que la culpa es de la escuela, han dictado sentencia: cosas de niños.
Pues eso, que como es cosa de niños, digo yo que me devuelvan mi parte proporcional y justa de la derrama con la que se pagó hace un año ese parque infantil. Porque el dinero, el mío, es cosa de adultos.
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