En el post-it anaranjado pone, en letras grandes, que debía llamar para pedir información. Marco con calma, realmente con pocas ganas -no quiero hacer ese curso de Inglés, no quiero que me digan lo que tengo que hacer. Espero, cuento -como siempre- los tonos.
Uno. Driiiiin, driiiin. Noto cómo mi teléfono marca el número de forma tímida: lo propio en estos casos; no nos conocemos ni ella -la voz que debería contestarme- ni yo. Tal vez estás al otro lado, hablando con tu compañero de trabajo, apuntando con bolígrafo gastado la última anotación sobre alguien que llamó antes que yo. Coge el teléfono, seré amable.
Uno. Driiiiin, driiiin. Noto cómo mi teléfono marca el número de forma tímida: lo propio en estos casos; no nos conocemos ni ella -la voz que debería contestarme- ni yo. Tal vez estás al otro lado, hablando con tu compañero de trabajo, apuntando con bolígrafo gastado la última anotación sobre alguien que llamó antes que yo. Coge el teléfono, seré amable.
Dos. Driiiin, driiiin. El sonido de mi teléfono se abre paso por las puertas entreabiertas de los despachos, seguro; una oficina, tal vez, de esas de paredes falsas sin techo, gris clásico y moderado. Una papelera cilíndrica y aséptica corta el rebote de un entretono. Te espero un poco más, comprendo que hay gente a la que tienes que atender.
Tres. Driiiin, driiiin. Veo las mesas sin papeles, una silla de ordenador que alguien no encajó bien en su hueco antes de irse, dos post-it amarillos junto a la pared falsa y grisácea, las cortinillas de oficina echadas para evitar el resol de la primavera. No te encuentro; el microondas está bien cerrado, blanco de abandono apresurado.
Cuatro. Driiiin, driiiiin. Mi teléfono se hace notar como onda expansiva, toma la curva cerrada que conduce, seguro, a algún baño -siempre hay algún baño a la vuelta de la esquina. Contengo apenas la respiración: no sé si quiero que me contesten, no sé si quiero que respondan, no sé si quiero, en fin, siquiera hablar contigo.
Cinco. Driiiin, driiiiin. Suena el móvil de forma acerada, tan gris como las paredes de la oficina, tan oscuro como un burócrata cansado. Se para en seco: no hay un baño al otro lado de la esquina, no hay más que polvo en suspensión brillando en entreluz, polvo de hadas brillantes, diría Niña Pequeña. No estás. No quieres contestar. No quieres cogerme.
Cuelgo. Cinco está bien. Te ha dado tiempo a estar y darte cuenta de que te llamaba. No quiero la información. No quiero hacer el curso. Lo he intentado.
Tres. Driiiin, driiiin. Veo las mesas sin papeles, una silla de ordenador que alguien no encajó bien en su hueco antes de irse, dos post-it amarillos junto a la pared falsa y grisácea, las cortinillas de oficina echadas para evitar el resol de la primavera. No te encuentro; el microondas está bien cerrado, blanco de abandono apresurado.
Cuatro. Driiiin, driiiiin. Mi teléfono se hace notar como onda expansiva, toma la curva cerrada que conduce, seguro, a algún baño -siempre hay algún baño a la vuelta de la esquina. Contengo apenas la respiración: no sé si quiero que me contesten, no sé si quiero que respondan, no sé si quiero, en fin, siquiera hablar contigo.
Cinco. Driiiin, driiiiin. Suena el móvil de forma acerada, tan gris como las paredes de la oficina, tan oscuro como un burócrata cansado. Se para en seco: no hay un baño al otro lado de la esquina, no hay más que polvo en suspensión brillando en entreluz, polvo de hadas brillantes, diría Niña Pequeña. No estás. No quieres contestar. No quieres cogerme.
Cuelgo. Cinco está bien. Te ha dado tiempo a estar y darte cuenta de que te llamaba. No quiero la información. No quiero hacer el curso. Lo he intentado.
Yo también odio hablar por teléfono. Es una sensación extraña. Me pongo nervioso, incluso para pedir una insulsa cita para la ITV del coche.
ResponderEliminarPero, -por curiosidad- si no quieres hacer ese curso de inglés, ¿por qué llamas?
Un abrazo.
Lo que realmente odio es la llegada de la factura...
ResponderEliminarHe llamado porque hay cierta presión en mi trabajo por tener un buen nivel de inglés, y lo tengo un poco "oxidado". Nunca me emocionó esto de aprender idiomas. Pero me temo... que otra vez será (el curso ya no lo hacen hasta el año que viene).
Un abrazo.
Yo oí una vez a una conferenciante inglesa, excusarse ante el público porque su español estaba un poco "orinado" (de orín) y quería decir lo mismo que tú con tu "oxidado"..... se escucharon educadas sonrisas.
ResponderEliminarSí, sí, cinco tonos son más que suficientes para excusarte la atención de la odiosa factura y dejar tu conciencia limpia–dixan. Te adorna la virtud de la sensatez.
El relato es precioso. Dar vida a la onda sonora y dejar que sea ella la que informe del espacio enemigo es una idea fantástica. Yo lo presentaría a algún certamen de microrelatos.
Lo del inglés ...¡otro año, cualquiera, será!
PD: Hoy no me deja publicar con mi cuenta google, no lo entiendo.
Me alegro de que te guste, "anónimo". Lo de un certamen ni se me había pasado por la cabeza. Quién sabe.
ResponderEliminarUn abrazo.
Por supuesto que son suficientes cinco tonos. Son la distancia de la salvación.
ResponderEliminarMagnífico relato.
No he podido evitar acordarme de...
ResponderEliminar"La estancia tiene un recuerdo partido por medio, de oficina y sala de círculo con timba. De repente el grillo del teléfono se orina en el gran regazo burocrático."
Luces de bohemia, escena VIII (8ª, si te pilló la LOGSE). Don Ramón María del Valle-Inclán.
Pepe, "la distancia de la salvación"... sin olvidar que mientras acaba el cuarto ya preparo la mano para colgar...
ResponderEliminarUn saludo.
Antiguo y luminoso alumno, no pensaba en ese texto al escribir, pero seguro que el subconciente de mi antiguo 8º de EGB estaba por ahí.
ResponderEliminarUn abrazo.