El vecino de abajo hoy estaba enfadado. Tanto, tanto, que no le ha quedado más remedio que subir los quince escalones que separan su casa del vecino de enfrente -uno de mis vecinos de enfrente, según se mira, en diagonal:
- ¿Pues no ves? ¿Te das cuenta? ¡Es un lugar de juegos! -le dice, airado, en el descansillo.
- Ya veo, ya.
- Claro, que si fuera invierno, pues bueno -apostilla la mujer del vecino de enfrente (según se mira, en diagonal)-. Pero, claro, así, en verano, no puedes cerrar las ventanas.
- Es una vergüenza -continúa el vecino de abajo-. Son los de siempre.
- Ya veo, ya.
- Claro, que si fuera invierno, pues bueno -apostilla la mujer del vecino de enfrente (según se mira, en diagonal)-. Pero, claro, así, en verano, no puedes cerrar las ventanas.
- Es una vergüenza -continúa el vecino de abajo-. Son los de siempre.
- Lo sé, lo sé: los de siempre, ya lo he visto -afirma con rotundidad y tono cansino el vecino de enfrente (ese, el de la diagonal).
- Pues he puesto la tele a todo volumen para no tener que oir sus conversaciones. ¡Sus conversaciones!
El vecino de enfrente (según se mira, en diagonal), y el de abajo se despiden. Y yo decido, por fin, que es el mejor momento para salir de mi casa, cerrar la puerta y bajar a ver qué pasa. Y es que hoy mis vecinos decidieron hacer una merienda sorpresa a los niños más pequeños del lugar, en la zona cero del parque -entiéndase, la zona de juegos-, lugar estratégicamente situado a la vera de la casa del vecino de abajo -también es mala suerte, oiga: 64 casas y le tuvieron que vender precisamente esa...
Yo sé que los niños molestan -y los preadolescentes, oiga. Aunque los de más de doce años son peores porque ellos lo hacen de manera consciente, sabiendo el poder que tienen de desequilibrar a las mejores mentes. Los niños incordian y seguro que generan rabia bullente en las venas del vecino de abajo, porque se dedican a balancearse en el columpio, tirarse por el tobogán, hacer castillos y sopas con la arena y caerse de vez en cuando. Y estas tareas, claro, son sonadas y sonantes.
Pero sin duda, los peores son los de siempre -entre los que me incluyo, claro, porque Niña Pequeña estaba hoy jugando con los gamberros y sonadores hijos de los de siempre-, con sus atronadoras conversaciones sobre el futuro colegial de sus pequeños, el menú improvisado de la cena o si limpiar o no la cocina el próximo fin de semana. Entiendo por tanto, que el vecino de abajo se haya quedado tan ancho provocando contaminación acústica con su televisión a toda pastilla para no escuchar semejantes atrocidades -aunque lo siento por sus amigos, los vecinos de enfrente según se mira en diagonal, que tienen un bebé de meses y no habrá podido dormir la siesta con semejante escándalo.
Pero como el vecino de abajo estaba hoy tan enfadado por haber invadido su espacio acústico, no me he atrevido a decirle que a mí tampoco me gustan los gritos que da a sus nietos cuando estos le visitan, ni las reacciones del vecino de arriba-arriba, cuando decide insultar a los hijos de los de siempre por jugar en el parque, ni los del otro vecino cuando permite a su hijo tirar latas de refresco vacías desde la terraza. Pero hay categorías: yo soy de las de los de siempre; y Niña Pequeña ha hecho su castillito de arena, por cierto, pegadito pegadito a la verja de la casa del vecino de abajo...
Pero como el vecino de abajo estaba hoy tan enfadado por haber invadido su espacio acústico, no me he atrevido a decirle que a mí tampoco me gustan los gritos que da a sus nietos cuando estos le visitan, ni las reacciones del vecino de arriba-arriba, cuando decide insultar a los hijos de los de siempre por jugar en el parque, ni los del otro vecino cuando permite a su hijo tirar latas de refresco vacías desde la terraza. Pero hay categorías: yo soy de las de los de siempre; y Niña Pequeña ha hecho su castillito de arena, por cierto, pegadito pegadito a la verja de la casa del vecino de abajo...
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