miércoles, 27 de julio de 2016

A mí sí me gusta mi trabajo

Hacía tiempo que no la veía, pero hoy nos encontramos en el aparcamiento; bueno, realmente no sé si me vio o me esquivó con la mirada, o hizo como si sí, pero va a ser que no, o quizá pensó que si ella no me miraba, yo me volvería invisible y así no tendría que hacerme frente y saludarme.

Porque debe de ser difícil para ella saludarme ahora, mirarme siquiera, en este tiempo estival, en el que el calor se desgrana perezosamente desde el mediodía y las horas van más lentas... Entiendo su dificultad, pues es madre de dos niños en edad escolar y durante ocho largas semanas -ocho taurinas, lentas y agónicas semanas- tiene que estar pendiente de ellos, día y noche, hora tras hora, y pensar cómo ocupar el tiempo de su retoños, impedir por todos los medios que se aburran en vacaciones, proveerles de distracciones, campamentos, deberes vacacionales y todo lo posible para que estén ocupados -porque, ya se sabe, si el cerebro no está a pleno rendimiento intelectual, busca su desconexión en forma de imaginación y esto, en la adolescencia, vete tú a saber, Negre...

Ella me dijo hace siete años -aún lo recuerdo, pues Él tuvo que salir en mi defensa, que yo estaba harta de oír y tener que escuchar- que no era justo mi horario de profesora, que los niños se aburren en vacaciones, que mira, Negre, a ver entonces quién me entretiene a los niños, que la conciliación laboral consiste en que yo dejara a mi hija con alguien para cuidar a sus pequeños en mi colegio, hasta las ocho de la tarde -otra vez: ocho, ocho semanas, ocho horas-, momento en el que ella  los recogería...

Desde entonces -siete años- ella disimula, no me saluda y me hace invisible con su mirada vacía. Y es que tengo un defecto: estoy de vacaciones, no voy a mi trabajo, no me ocupo de sus hijos. La he dejado sola, tiene que ver cómo entretener a sus retoños.

Y en septiembre, cuando volvamos a estar en el aparcamiento -cada mañana, cerca de las ocho... ocho semanas, ocho horas...- su hijo pequeño me verá al bajar las escaleras:

- ¡Hola, Negre! -dirá, como viene haciendo desde hace años.

- Hola, pequeño -responderé, ante la mirada silenciosa e invisible de su madre, porque, en el fondo,  a ella no le gusta mi trabajo.

'País...

    

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