Imagina tu jersey favorito, tal vez ese azul grueso que te regalaron -sí, en la fiesta de Navidad, es cierto, y cierto también que cuando ya no sabían qué regalarte-; o tal vez el gris perla de punto y cuello alto, o el liso -odias los estampados-, por supuesto de cuello redondo -¿quién inventaría el cuelo de pico?
Imagina un hilo de tu jersey. Ese hilo fino, finísimo, casi discreto, tanto que casi, casi no se ve, aunque bien que te das cuenta todas las mañanas que eliges esa prenda para ir a trabajar. Pero alguien te dijo una vez -tal vez tu madre, o tu abuela, o tu mujer, porque es una sabiduría que se transmite genéticamente- que no puedes tirar de él y arrancarlo, con todas tus fuerzas de recién levantado. Aunque es lo que te gustaría, claro, porque sabes ya que guardarás esta noche el jersey, cuando vuelvas del trabajo, tras acostar a tus hijos, y el hilo seguirá ahí, orillado en la costura del lateral o próximo al cinturón. Pero se te habrá olvidado dentro de siete horas, hasta la siguiente vez.
Imagina que irás con tu hilo tras el desayuno y al trabajo. Que estará contigo toda la jornada en la oficina, en tu tienda, en la fila de espera de la panadería, en el coche. Será, pues, tu aliado más fiel -no obstante, lleva contigo casi desde que te regalaron el jersey. Nunca te atreviste a tirar de él ni mucho menos, a darle esa puntadita que tu madre le habría dado para arreglarlo. Mejor así casi, porque lo doblas un poco, lo pegas descuidadamente en recto a la costura lateral y ni se ve. ¿Quién se va a fijar en tu hilo?
Mis alumnos son a veces como ese hilo. A veces dan ganas de dejarlos junto a su costura particular hasta que dejen de intentar batallas sin futuro contra sus profesores. Por aquello de "peor para ti, profe", que hoy también se repetía tras regañar a la alumna de la izquierda, incapaz de reconocer que se había equivocado con su actitud. Pues eso. Ni una puntadita: mejor dejarla ahí, en su afán de ganar su de antemano batalla perdida, tras cerrar cuaderno y libro, cruzarse de brazos y mirar obcecadamente a un punto cualquiera del techo, mientras yo seguía con mi clase.
Me recordaba a lo que contaba mi padre de la mili: "que se fastidie mi coronel, que hoy no como rancho". Hale.
Imagina un hilo de tu jersey. Ese hilo fino, finísimo, casi discreto, tanto que casi, casi no se ve, aunque bien que te das cuenta todas las mañanas que eliges esa prenda para ir a trabajar. Pero alguien te dijo una vez -tal vez tu madre, o tu abuela, o tu mujer, porque es una sabiduría que se transmite genéticamente- que no puedes tirar de él y arrancarlo, con todas tus fuerzas de recién levantado. Aunque es lo que te gustaría, claro, porque sabes ya que guardarás esta noche el jersey, cuando vuelvas del trabajo, tras acostar a tus hijos, y el hilo seguirá ahí, orillado en la costura del lateral o próximo al cinturón. Pero se te habrá olvidado dentro de siete horas, hasta la siguiente vez.
Imagina que irás con tu hilo tras el desayuno y al trabajo. Que estará contigo toda la jornada en la oficina, en tu tienda, en la fila de espera de la panadería, en el coche. Será, pues, tu aliado más fiel -no obstante, lleva contigo casi desde que te regalaron el jersey. Nunca te atreviste a tirar de él ni mucho menos, a darle esa puntadita que tu madre le habría dado para arreglarlo. Mejor así casi, porque lo doblas un poco, lo pegas descuidadamente en recto a la costura lateral y ni se ve. ¿Quién se va a fijar en tu hilo?
Mis alumnos son a veces como ese hilo. A veces dan ganas de dejarlos junto a su costura particular hasta que dejen de intentar batallas sin futuro contra sus profesores. Por aquello de "peor para ti, profe", que hoy también se repetía tras regañar a la alumna de la izquierda, incapaz de reconocer que se había equivocado con su actitud. Pues eso. Ni una puntadita: mejor dejarla ahí, en su afán de ganar su de antemano batalla perdida, tras cerrar cuaderno y libro, cruzarse de brazos y mirar obcecadamente a un punto cualquiera del techo, mientras yo seguía con mi clase.
Me recordaba a lo que contaba mi padre de la mili: "que se fastidie mi coronel, que hoy no como rancho". Hale.
Imagino mi jersey favorito. Veo colgando algún hilito en el elástico de sus mangas que me hace sentir alguna inesperada cosquilla en los pulsos de mis muñecas. Veo también en alguna de sus zonas, las de mayor roce, acumulaciones de bolisas prometiéndome la felicidad de hacerlas desaparecer con mi aparato al afecto. Veo enganchones ya consumados, en las bolsas desgastadas de sus codos sin coderas. Imagino mi jersey de ir por casa, el más viejo que tengo, el que más me gusta usar, el que no dejo que Ella haga desaparecer, mi favorito.
ResponderEliminarOjalá despierte tu alumna de la izquierda.
José Luis.
Son como algunos postres: después de sacarlos del horno hay que dejarlos reposar.
ResponderEliminarJosé Luis, yo tuve un jersey verde de lana gruesa, lleno de enganchones, bolitas y algún que otro roto en el hombro, durante años...
ResponderEliminarTal vez a mi alumna de la izquierda tenga que darle un repaso con la bolsa de costura. No lo sé.
Un saludo.
Tienes razón, Pepe. Hay que esperar... Pero a veces, la espera se hace algo difícil...
ResponderEliminarUn saludo.