domingo, 6 de septiembre de 2009

La importancia del silencio.

Hoy no iba a escribir.

No por nada en especial: es que el día ha estado muy liado, es tarde, hay poco tiempo, está la cena sin hacer y el lavaplatos esperando con impaciencia que le dedique a él también sus minutos de gloria.

Pero ha pasado algo fantástico en mi casa. Un hecho que no ocurre con frecuencia y por eso lo convierte en especial, lo revaloriza, le da un toque, una luz y casi un resplador.

Hoy, ahora, en este mismo y preciso instante en el que vivo, hay silencio en mi casa.Lo cual se traduce en varias cosas:
  • no suena la música del CD (que no está mal diariamente: el problema viene cuando mi marido prefiere poner sus músicas y yo lucho denodadamente por imponer mi humilde opinión)
  • mis vecinos hoy han empezado a preparar el horario del cole (supongo, porque no oigo nada en el patio)
  • el teléfono móvil está apagado (vamos, que se está cargando la batería)
  • mi hija hoy no está aquí (lo cual quiere decir que es una fuente bastante recurrente de decibelios...)
Y todo esto me hace recordar la de veces que les digo a mis alumnos que hay que escuchar el silencio. Claro, decir esto a un adolescente en plena ebullición de exigencia de sus derechos (inalienables, probables, deducibles, imparables, jamás acompañados de deberes), es una empresa con dudoso éxito. Las caras de estupefacción, primero, de sorpresa, después, y de sonrisitas y miraditas son siempre presumibles (como sus derechos, vaya). Y es que un adolescente parece que tiene derecho, por serlo, a producir un batiburrillo de sonidos, gritos, gracietas, contra el cual no cabe ninguna lucha ni resistencia.

O tal vez es que no tienen muy claro, seguramente, que sin silencio no puedes pararte a ver cómo va tu vida, o a pensar dos segundos si tu decisión es acertada, o a decidir si no sería mejor guardar lo que mi incontrolable lengua está dispuesta a decir ahora, aquí mismo y en este instante...

Bueno, yo lo digo todos los años. Por eso dice mi amigo Nacho que lo nuestro es sólo sembrar (a veces pienso que las semillas están algo caducadas, pero esa es otra historia...).

Tal vez quieras conocer alguna de mis listas de cosas...
O saber de otras sorpresas que me ocurren...
O, simplemente, conocer más de mi colegio...

5 comentarios:

  1. Ay, madame, con lo que yo aprecio el silencio, y las pocas veces que lo tengo!
    Lo aprecio desde que era niña. La mayoria de los niños adoran los gritos y el bullicio, pero a mí no me ocurria. Recuerdo que incluso el ruido de voladores, petardos y fuegos artificiales me rompia los nervios y me echaba a llorar.
    Ay, querido silencio amigo, aliado, inspirador, que pocas veces te quedas conmigo.

    Feliz comienzo de semana silencioso, madame

    Bisous

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  2. Madame,
    Esta tarde sigo disfrutando de este no sólo ausencia de ruido, sino concentración para cierto trabajo que tengo pendiente, en compañía de su silenciosa visita y otras.
    Feliz tarde de lunes sin estridencias, madame.

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  3. Buenas tardes, Montse.
    El ruído me incomoda, pero un silencio total me inquieta. Debe ser mi espíritu urbanitas acostumbrado al fondo sonoro. Sólo busco silencio cuando tengo que concentrarme en crear, para el resto del día prefiero tener compañía (volumen mínimo..., je je)
    Saludos.

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  4. Hola, Alfredo.

    Creo que nosotros, como profesores, estamos muy acostumbrados a un cotidiano nivel de ruido. Pero a mi me molesta cada vez más...

    Pero un poquito de silencio de vez en cuando no viene mal, al menos para cortar un poco con la rutina diaria.

    Saludos.

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  5. Yo no hablo de las clases. Allí es necesario un silencio mínimo para el trabajo, si te dejan.
    Yo hablo del silencio del que no oye nada. Un silencio completo puede doler tanto como un ruido estridente.
    Si paseo por el campo me gusta escuchar a los pájaros o al viento. Si estoy tumbado en la orilla del mar me relaja percibir el murmullo de las olas. Si estoy en casa me gusta oir a mis hijos jugando...

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