miércoles, 23 de septiembre de 2009

Salir a la calle con un niño pequeño: la Odisea.

Cinco de la tarde -por ejemplo-; verano -otro ejemplo-. Buen tiempo -claro. ¿Resultado? Decides salir con tu niño pequeño al parque. Tenías claro que este momento iba a ocurrir -dejaré para otra ocasión cuando alguien de tu familia decidió regalar a tu hija un carrito de muñecas y al final acabas siendo tú el que lleva el dichoso carrito porque ella prefiere jugar con una hoja...

Y decides llevar el carrito. Es un buen invento el carrito de un bebé, porque además de llevar al niño, pones en el hierro del mango la bolsa del pan, en la capota sin abrir las servilletas que se te olvidó comprar por la mañana, en el otro hierro otra bolsa con yogures y todavía tienes una mano libre -porque, oportunamente, tus amigas te aconsejaron comprar un carrito de asa única- para llevar el bolso.

Pero cuando vas al parque con un niño pequeño, además -¡además!- debes no olvidar que el kit completo de tu hijo consiste en:
  • el agua -biberón, botella, termo pequeño si hace mucho calor, porque luego oirás si no la musiquilla de mamáaaaaaaaaa, aguaaaaaaaaaaaa durante 15 minutos seguidos.
  • las toallitas -como dice mi amiga Laura: el cuarto de baño en tu bolso.
  • la ropa de recambio -porque en la guarde ya le quitaron el pañal; te das cuenta entonces de lo utilísimo que era este utensilio en tu vida: tu hijo decidirá necesitar hacer uso del baño exactamente cuando ya estás en el portal...
  • la chaquetita -esa prenda que dice mi marido que las madres llevan para poner a sus hijos cuando ellas tienen frío.
  • el cubo y la pala -aunque el niño decidirá más tarde que prefiere la pelota, el muñeco, el cochecito de su bebé, el camión, el patinete o la moto de juguete.
  • las galletas -ha merendado, pero en medio del columpio te dirá que tiene hambre...
  • el plástico de la lluvia -lo más doblado posible en la parte baja del carrito, porque si no no cabe el cubo ni la pala.
Me hacía gracia a veces oir a mi amigo Juan Carlos cuando llegaba con retraso a algún sitio y nos decía que la culpa había sido de su niña.

Claro, ilusa de mi: yo no sabía lo que el destino me iba a deparar años después...

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