Los pies enredados entre las azuladas cuerdas, convertidas las suelas de las sandalias, casi de forma imperceptible, en diminutas extremidades de aspecto prensil. Las manos se estiran decididas hacia su objetivo, bajo la atenta mirada de los vigilantes al otro lado del recinto. Colores que emborrachan en amarillos, rojos y verdes. Y el cuerpo que se retuerce en una escalera diminuta y móvil, resbala por el leve agujero de un panel translúcido, queda medio aprisionado al ascender por una falsa tela de araña de cuerda y alambre, para, finalmente, erguirse, diminuto, brazos en alto sujetando obstinadamente la barra que le indica que ha llegado a su objetivo:
- ¡Mamáaaa! ¡Mira cómo me tiro por el tobogán!
- ¡Mamáaaa! ¡Mira cómo me tiro por el tobogán!
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