viernes, 22 de enero de 2010

No pasa el tiempo para un profesor.

Me sorprendía esta mañana observando a unas alumnas en una clase; no tienen conmigo una relación especialmente buena ni tampoco especialmente mala -de hecho, percibo, más bien, una cierta sintonía con una de ellas.

No me fijaba en ellas por nada en especial: había acabado prácticamente mi clase, el tutor me había pedido unos minutos para comentar unas cosas y allí me encontraba yo, apoyada en el radiador, escuchando, mirando o examinando -como me dicen a veces ellos...

Pero estas alumnas tenían nombre, apellidos, una cara a la que asociar el sonido de sus voces, un número de lista que hace tiempo que he dejado atrás -no me gusta nada reconocer a los alumnos por su posición en un parte de clase... Me sorprendía recordando cómo era yo con sus años, mis inquietudes, mi curiosidad por aprender algunas cosas -una de esas alumnas, además, es mágicamente curiosa y todo sonrisas en clase, lo cual, con frecuencia, sin que ella lo sepa, me anima, no es algo habitual eso...-, hasta mis ganas con frecuencia de caer bien a uno u otro profe porque me resultaba simpático. Cuantísimo les queda por vivir y aprender aún, me he dicho.

Cuánto les queda, más bien, a todos estos adolescentes que me rodean diariamente. Con frecuencia me doy cuenta de que un profesor está como estacado en el tiempo, metido en un mundo que palpita siempre con los mismos anhelos de jóvenes con edades año tras año repetidas. Ellos mejoran, crecen, se van del colegio, casi siempre maduran, pero mientras que el tiempo se enreda más allá de los cristales de mi tutoría anual, yo siempre veo la misma adolescencia bullendo en las clases. El tiempo no pasa para un profesor.

Lo cual, claro, sería una suerte si yo no comprobara, cada día de mi cumpleaños, que ya devoré otro...


4 comentarios:

  1. Me siento tan identificada con tus escritos que, a veces siento que te has metido en mi cerebro y has sabido leerlo. En el fondo también compartimos inquietudes. Gracias. Sigue escribiendo. Irene

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  2. Gracias, Irene.
    Aunque no vendría mal la capacidad de poder meterse en la cabeza de otro de vez en cuando... Nos ahorraríamos problemas...
    Un saludo.
    Y estoy segura de que tu padre te escuchó aquel día...

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  3. Un escrito fantástico, me ha gustado mucho, pero me quedo con una duda: ese anclaje en el tiempo del que hablas, te gusta? Es simple curiosidad, al fin y al cabo probablemente yo también sea profesora en un futuro no demasiado lejano.
    Por cierto, tu escrito me ha recordado a una famosa rima de mi amigo Gustavo Adolfo...

    "¿Te ríes...? Algún día
    sabrás, niña, por qué.
    Tú acaso lo sospechas,
    y yo lo sé."

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  4. Rukia,
    gracias...
    El anclaje en el tiempo no está mal... si te gusta controlar las situaciones, tener las clases muy preparadas. Pero siempre parece que el tiempo no pasa.
    Pregúntate, más bien, si no te importará ser profesora...

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