Este año retomé mis estudios, nunca olvidados, pero tampoco a pleno rendimiento; las situaciones familiares, lo cotidiano y algún toque de estrés adicional hicieron hace tiempo que aparcara volver a las aulas como alumna. Pero este curso era tan bueno como el siguiente o cualquier otro para regresar a la mochila, los folios -en algunas cosas, soy una clásica- y la carpeta de apuntes.
Es curioso ver las cosas desde el otro lado; nunca del todo sólo como alumna, claro, porque ya llevo dentro eso que dicen deformación profesional, pero sí es cierto que critico un poco ácidamente a mis colegas profesores que me corrigen ahora ejercicios y trabajos. Y me sirve esto de mirar desde la orilla lo educativo para darme cuenta de lo importante que es ser conciso y claro en la explicación, llevar las clases bien preparadas por lo que pueda surgir y no dejar demasiadas cosas a la improvisación -de todas formas, en el aula se toman tantas decisiones que hay espacio para que las cosas fluyan a su modo...
Mis compañeros de afán no son precisamente treintañeros. Más bien, por el contrario, talluditos y maduros que están de vuelta universitaria; algunos, además, con familia como yo y algún hijo más o menos pequeño. No todos. De hecho, creo que estoy en franca minoría.
Pues bien, hoy, esperando a que llegara la profesora -lo reconozco, por cierto: qué pasadas se pueden hacer las clases y qué despacio pasa el tiempo cuando lo que escuchas no está bien estructurado-, uno de mis no tan jóvenes compañeros le comentaba a otro que él, en su labor profesional -por lo que decía, le supongo profesor jubilado- prefería enseñar a dejar las cosas claras antes que a dar datos. No estaba yo en total desacuerdo con él. ¿De qué me serviría a mí que mis alumnos no supieran reconocer lo importante de lo secundario? Poca cosa puedo hacer cuando se enfrentan a un texto y no saben por dónde pillarlo...
Pero yo descendía más a lo terreno: enseñar, incluso, a dejar ordenada la mesa de trabajo en el aula, no estar rodeado de papeles, guardar las cosas de la asignatura anterior, colgar el abrigo en la percha y no conformarse con dejarlo encima de cualquier alféizar -si las madres vieran lo que sus hijos son capaces de hacer con el material escolar...- y quitar de mi alrededor todo aquello que me distrae o molesta para trabajar. Vamos, mi día a día. Y no me disgustan estos gestos educativos porque me lo enseñaron a mí siendo adolescente y ahora, en mi treintañerismo, me doy cuenta de lo que pretendían aquellos profesores de la extinta EGB. Mis recuerdos de los '80...
Está claro que no todo el que sabe mucho de algo, está preparado para enseñar.
ResponderEliminarSaludos.
Y en las universidades esto no se aprende, lo que es una lástima, porque ciertas cosas, como lo que yo estudié, están abocadas a la enseñanza.
ResponderEliminarSaludos.