Las horas son escurridizas. Y caprichosas.
Las horas se deslizan; se deslizaban rápidamente cuando mi marido y yo éramos novios y yo iba a visitarle a su León natal. Eran ansiosas durante el viaje, condenadamente rápidas cercana la despedida, dolorosas y goteantes en la vuelta a Madrid.
Lentas y eternas cuando no se sabe a dónde conducen, rápidas, veloces, rabionas, cuando parecen que se agotan y yo no tengo tiempo suficiente para hacer con precisión todo lo que me propongo. Interminables en la Noche de Reyes cuando crees oir el paso lento de sus Majestades por las baldosas del salón. Tintineantes en la despedida de un año.
Pero mi horas son, sobre todo, caprichosas, porque yo me empeño en moldearlas, domesticarlas y tenerlas bajo control para exprimir toda su capacidad en una tarde, y ellas se empeñan en diluirse como quieren entre mis múltiples listas de tareas importantes y urgentes.
Por eso esta tarde quise ordenarla escrupulosamente en espacios de ocio y trabajo, en tiempo de calidad para estar con mi hija y en ratos cortos de leer y oir jugar a leer a la peque. Imposible. El capricho de las horas -hermanas de las Parcas, Thalo, Carpo, Eunomía, Dike, Eirene- me ha conducido a usar esta tarde única e irrepetible a jugar con la plastilina con la pequeña Rut.
Por eso las horas también sirven -además- para ser gastadas sin pedir el cambio.
Las horas se deslizan; se deslizaban rápidamente cuando mi marido y yo éramos novios y yo iba a visitarle a su León natal. Eran ansiosas durante el viaje, condenadamente rápidas cercana la despedida, dolorosas y goteantes en la vuelta a Madrid.
Lentas y eternas cuando no se sabe a dónde conducen, rápidas, veloces, rabionas, cuando parecen que se agotan y yo no tengo tiempo suficiente para hacer con precisión todo lo que me propongo. Interminables en la Noche de Reyes cuando crees oir el paso lento de sus Majestades por las baldosas del salón. Tintineantes en la despedida de un año.
Pero mi horas son, sobre todo, caprichosas, porque yo me empeño en moldearlas, domesticarlas y tenerlas bajo control para exprimir toda su capacidad en una tarde, y ellas se empeñan en diluirse como quieren entre mis múltiples listas de tareas importantes y urgentes.
Por eso esta tarde quise ordenarla escrupulosamente en espacios de ocio y trabajo, en tiempo de calidad para estar con mi hija y en ratos cortos de leer y oir jugar a leer a la peque. Imposible. El capricho de las horas -hermanas de las Parcas, Thalo, Carpo, Eunomía, Dike, Eirene- me ha conducido a usar esta tarde única e irrepetible a jugar con la plastilina con la pequeña Rut.
Por eso las horas también sirven -además- para ser gastadas sin pedir el cambio.
Si es que, ¿quienes somos nosotros, pobres mortales, para poner firmes a las divinidades griegas?
ResponderEliminarDeliciosas horas gastadas en plastilina. Son el mejor regalo que podemos hacernos a nosotros mismos. Creo que realmente lo necesitamos, porque, en ocasiones... puede haber algo que de pronto sea mas importante?
ResponderEliminarBuenas noches, madame
Bisous
Perikiyo,
ResponderEliminarconociendo cómo se las gastaron con Ulises, no me atrevo yo a enfurecerlas...
Saludos.
Madame,
ResponderEliminarhay cosas importantes que hay que aparcar ante la urgencia del deseo de un niño pequeño.
Feliz tarde.