martes, 27 de octubre de 2009

El silencio me permite escucharme.

Para mí el silencio es fundamental; soy, en principio, una persona tranquila que se programa su tiempo para sacarle el mejor partido. El silencio me permite trabajar y preparar mis clases -esto seguro que es una novedad para alguien, porque soy consciente de que muchos piensan que los profesores aparecen de forma espontánea en sus clases e improvisan más o menos con lo que se les viene a la cabeza en ese momento.

El silencio me hace descansar y poder parar, reflexionar, darle vueltas al partido que voy tomando con mi día, organizar el día que está por venir u optar por sentarme a leer un rato. Un gesto silencioso nos permite sonreir de la mano de la sorpresa de un alumno o la sonrisa inesperada del joven que no se esperaba tan buena nota. Una mirada silenciosa puede hacer callar al más pintado en una clase revoltosa o animar a seguir hablando al compañero que expone una idea.

Por eso salía hoy con algo de pena de mi trabajo, esta mañana. Porque constataba con la actividad especial programada para hoy que mis alumnos viven en un mundo volátil de ruído; no pueden ni saben disfrutar de diez minutos de silencio. Todo a su alrededor hace bocina y sólo dentro de su estruendosa tribu adolescente se sienten con identidad. A la orden del día está el no sé y me sorprendía -se ve que no aprendo- al oir que uno se sentía feliz porque tenía todo y más. Me regalaban la amarga imagen del conformismo absoluto y una supuesta felicidad basada en que sus padres les protegen de todo lo que les pueda hacer daño -no sea que, pobrecitos, la vida les golpee.

Yo sé que hay otros jóvenes, ocultos como esos padres que se preocupan al cien por cien de la educación de sus hijos. Sé, porque he convivido con ellos, que hay adolescentes que se sienten buscando y cambiando y que no se entienden porque no se saben.

Y me molesta esto. Me molesta que sus padres no les hayan enseñado que el chicle, mejor en casa y no en clase, que hay que guardar el turno de palabra -pero, claro, imagino que en sus casas sus palabras son deseos absolutos y prioritarios-, que los mayores son fuente de conocimiento de la vida y que por eso hay que respetarlos o que los padres no son los amigos de los hijos. Las cosas son así.

Me molesta que no sepan que el silencio se puede oir, porque jamás aprenderán de sí mismos.


6 comentarios:

  1. Tenemos muchas cosas en comun, segun veo, madame, porque yo tambien valoro enormemente el silencio. Lo necesito. Y no es cuestion de edad, porque ya me ocurria cuando era niña. Detesto el ruido, y es de siempre. Me crispa los nervios.

    Feliz tarde, madame

    Bisous

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  2. En casa somos muchos pero siempre existe ese momento de silencio que comentas.
    Soy madrugadora y antes de amanecer todos descansan y es mi momento de silencio para organizar el día de arriba a abajo y dejar a la casuistica el menor espacio posible.

    Aunque no lo parezca siempre hay un poco de silencio.

    Besos

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  3. Madame,
    quizá porque yo lo necesito, valoro mucho cuando una clase está en silencio trabajando o tengo un rato para mi. El trabajo se acelera, la concentración es exponencialmente mayor...
    Feliz tarde.

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  4. Anónimo,

    esto que comentas es mi dinámica en verano, cuando mi marido y yo no coincidimos en las vacaciones y me encargo al cien por cien de nuestra hija hasta que él llega... ¡Y cómo mejora el rendimiento del día cuando se ha podido organizar con calma y las tareas urgentes se han hecho!

    Pero reconozco que a mi lo de madrugar no me gusta demasiado...

    Saludos.

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  5. Comparto contigo ese deseo, esa búsqueda del silencio; sin embargo, por aquello del "adptarse o morir" he tenido que ser capaz también de apañármelas en medio del ruido, y he aprendido a concentrarme en lo importante pase lo qu pase alrededor.
    Y en cuanto a la dejación de algunos padres, cuánta razón en lo que dices...
    Un beso.

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  6. Juan Antonio,
    ¡qué agradable visita la tuya a este blog!

    Quisiera tener yo esa campana de aislante al ruído... De momento voy aprendiendo a convivir entre las cosas del trabajo y el ruído -menos molesto- de mi hija al lado...

    Gracias por tu visita. Un abrazo.

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