Me gustan las castañas. Y muchas tardes paso junto al puesto de un castañero en una de las calles más concurridas de Madrid. Y, además, parecía ayer por la tarde que todo invitaba a pararse y pedirle una docena, así , bien calientes, acordes con el rato otoñal y medio lluvia que sufría la ciudad...
Comer castañas es dejarse los dedos manchados del fuego donde se han asado y enfrascarse en acabar con su piel antes de que ella se quede en minúsculo resto junto al fruto. Es saborear que el carbón ha chamuscado una parte, pero no te importa porque es lo que tiene disfrutar de una docena de castañas. Y calentarse el bolsillo dejando que la mano descanse sobre el papel. Y, además, leer luego por curiosidad ese fragmento de revista que el castañero ha usado para darte el paquete de castañas...
Por eso comer castañas es casi un arte que hay que paladear y que se saborea y que, para mi, tiene el nombre propio de mi amigo Damián, porque nos debemos un largo paseo por un parque de Madrid rompiendo el otoño mientras comemos y hablamos. Siempre que tomo castañas me acuerdo de él y ayer por la tarde no fue menos, claro. Sigo sin saber dónde está Damián, pero la docena de castañas de ayer y el paseo por esa calle de Madrid -donde le vi, por cierto, la última vez hace años-, me lo trajo a la cabeza.
Comer castañas es dejarse los dedos manchados del fuego donde se han asado y enfrascarse en acabar con su piel antes de que ella se quede en minúsculo resto junto al fruto. Es saborear que el carbón ha chamuscado una parte, pero no te importa porque es lo que tiene disfrutar de una docena de castañas. Y calentarse el bolsillo dejando que la mano descanse sobre el papel. Y, además, leer luego por curiosidad ese fragmento de revista que el castañero ha usado para darte el paquete de castañas...
Por eso comer castañas es casi un arte que hay que paladear y que se saborea y que, para mi, tiene el nombre propio de mi amigo Damián, porque nos debemos un largo paseo por un parque de Madrid rompiendo el otoño mientras comemos y hablamos. Siempre que tomo castañas me acuerdo de él y ayer por la tarde no fue menos, claro. Sigo sin saber dónde está Damián, pero la docena de castañas de ayer y el paseo por esa calle de Madrid -donde le vi, por cierto, la última vez hace años-, me lo trajo a la cabeza.
A mi tambien me gustan, aunque no tanto como a mi madre, que ya es locura.
ResponderEliminarMe gustan esos puestos de castañas en invierno, tan calentitos que apetece arrimarse, y que me den las castañas en el tradicional cucurucho de papel de periodico.
Feliz fin de semana, madame
Bisous
y a mi me recuerda a mi tierra añorada y querida
ResponderEliminara la lluvia.
el magosto.....como le llaman alli a la epoca de recoleccion de castañas,a mi mar....
a la humedad de acostarte en sabanas empapapadas,a mi madre...........
que se le va a hacer
diana
Cuando quieras puedes venir a comer castañas a casa, la cita sería los domingos por la tarde a partir de las 7,00h hechas en la chimenea con una sarten perforada de mi suegra que tendrá más de 30 años pero salen buenísimas. Siempre hacemos dos kilos y la veda se habrío el pasado fin de semana.
ResponderEliminarNo alegramos mucho de que te gusten tanto.
Besos.. con sabor a castaña.
Madame,
ResponderEliminarqué razón tiene con lo de querer arrimarse al cucurucho castañero...
Feliz fin de semana.
Diana,
ResponderEliminarespero que mantengas el recuerdo de tu madre acompañado del sabor caliente de las castañas y de tu mar. Tampoco estás tan lejos de la mar ahora...
Saludos.
Anónimo2,
ResponderEliminarno suelo acudir a casa de anónimos, así que si te identificas, yo llevo las servilletas y el estómago vacío para hartarme de mi fruto seco favorito.
Saludos.
Negrevernis, no soy anómino nos conoces de maravilla (Goldarbeiter)
ResponderEliminarBesos
Jejeje, me lo imaginaba :-)
ResponderEliminarBueno, buscaré las servilletas pues...
Saludos