miércoles, 13 de abril de 2011

Profesores de excelencia, sí.

Sigo con interés la noticia sobre la implantación del Bachillerato de Excelencia en la Comunidad de Madrid. Tema que anunciaba polémica, ya que sus sesudas señorías no tienen mucho más que hacer que criticar por si acaso, devolviéndose la pelota unos a otros -me pregunto, de paso, si no les importaría asomarse a la vida real y los casi cinco millones de parados del país... Opción esta de centrarnos -por fin- en los alumnos con las mejores calificaciones a nivel general, y no sólo a través del Bachillerato Internacional (que ya se viene aplicando en Madrid desde hace años, y nadie ha dicho nada...).

Leía hoy en el periódico, mientras comía -hoy, judías y pechuga de pollo-, que los profesores de la experiencia piloto serían seleccionados entre quienes lo desearan por una comisión de profesores universitarios designados por Educación. Y aquí es donde se me plantean mis dudas. Presupongo al leer la noticia, mientras mastico lentamente un bocado de filete de pollo, que estos profesores deberán tener unos conocimientos específicos de alto nivel: digamos, por ejemplo, una homologación bilingüe con alto dominio en algún idioma moderno. Me parece bien. Presupongo, además, que esos profesores habrán estudiado sus carreras universitarias y, tal vez, se tengan en cuenta sus notas medias o capacidad demostrada de investigación. Presupongo, al fin, mientras localizo otro bocado de filete, que esos profesores deberían tener experiencia docente demostrada -porque en las universidades, seamos claros, no se enseña a dar clase y donde se aprende es a pie de calle.

Correcto. Estos presupuestos -que me los imagino sin poder confirmar la información, entre bocado y bocado- me parecen de lógica casi aplastante.

Pero los mejores profesores -los de mejores notas, los de buenas investigaciones, los de control idiomático- deben ser para todos los alumnos, no sólo para los mejores. De la misma manera que defiendo, por ahora, esta propuesta de excelencia para dar una oportunidad educativa digna a los alumnos con mejores capacidades, también afirmo que mis mejores profesores no lo fueron por su alta capacidad intelectual.

Presuponía yo entonces, cuando estudiaba en el instituto público de aquí enfrente, según se tuerce a la izquierda, que mis profesores estaban cualificados para darme sus clases. Pero Maite, que sigue dando clase de Historia del Arte aquí enfrente, según se tuerce a la izquierda, me enseñó, sobre todo, que el esfuerzo se premia, y lo hizo desde su notable autoexigencia como docente: sus clases estaban bien preparadas, hiladas, controladas, sabiendo en todo momento sin resquicio de duda cómo comentar una obra u otra. Juan no me enseñó sólo Lengua en el extinto COU, sino también cercanía a la hora de explicarme y simplicidad didáctica en sus resúmenes. Con Santos aprendí la autodisciplina que se imponía para programar cada minuto de su precioso tiempo al darme clase de Latín. Elena me enseñó en sus clases de Literatura que sin leer no se puede vivir. Jerónimo y Pedro, en EGB, me hicieron caer en la cuenta que un profesor dice más con sus actitudes que con la tiza en la mano.

Y, además, con todos ellos tomé apuntes, estudié, preparé mi entrada en la Selectividad. A algunos les debo la paciencia que me falta -porque la experiencia enseña y no llegué a los años suficientes para ello- cuando el alumno ese deja de ser hiperactivo para convertirse en maleducado. Varios de mis compañeros de trabajo son buenos y excelentes profesores, por su dedicación, cercanía y aire de familia: el equilibrio entre el ser presencia y referente y la exigencia que te debo para que aprendas a ser tú mismo.

Y esta excelencia para el Bachillerato excelente, ¿cómo se mide?

Hoy, además, vino Miguel a verme, otro alumno de los luminosos, gritando por dentro para romperse después delante de mí. Quizá por eso esta mañana yo fui, un poquito, una profesora de excelencia.

4 comentarios:

  1. Un profesor preguntándose qué es ser un buen profesor sólo puede contestarse como lo has hecho tú, Negre, acudiendo a los tuyos. Probablemente sean una mezcla de luminosidad y trabajo bien hecho.
    Ambas cosas no son, en efecto, fáciles de medir en un registro de calidad, por ejemplo.

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  2. Cómo se mide "esta excelencia para el Bachillerato excelente", no lo sé yo, pero aquí te mando una entrevista en la televisión chilena (unos minutos de paciencia mientras se descarga) en la que se habla del asunto.

    http://www.24horas.cl/videosRegiones.aspx?id=42282&idRegion=8

    Me ha encantado tu reflexión. Es verdad: al final –y para toda la vida– lo que aprendemos de un profesor no es lo que nos explica sino lo que él mismo es.

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  3. Ser profesor de excelencia es, sin duda, tener una buena preparación científica y pedagógica, porque el maestro, el profesor es el que SABE, y el que sabe transmitir.
    Pero además, como muy bien dices, ser profesor de excelencia consiste, quizá, en saber transmitir la pasión por saber, el placer por descubrir la belleza, trasladar al alumno el gusto por el placer intelectual, desafiar con retos, hacer pensar, hacer creer, hacer crecer... Ser profesor de excelencia es acompañar en las dudas, en los riesgos,en las incertidumbres al que se está abriendo a la vida.Ser profesor de excelencia es suscitar preguntas más que dar mascadas las respuestas.
    Tus profesores, los míos, nuestros compañeros, son profesores de excelencia porque día a día se baten el cobre por educar, transmitir valores y sacar de los alumnos lo mejor de ellos.
    Querida Negre: no voy a poder leerte en los próximos días. Las vacaciones y un viajecito por Sevilla y su pasión me lo impedirán. Nos reencontramos por Pascua.
    Buenas y merecidas vacaciones con Él y con Niña Pequeña.
    Pedro.

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  4. Muchas gracias, amigos, por vuestra participación.
    Tras leer vuestros comentarios creo que compartimos esta experiencia de haber tenido cerca a un profesor que nos dijo algo más que sus clases y conceptos.

    Pedro, buen viaje y nos vemos a la vuelta; nos unirá estos días la Pasión.

    Un saludo a todos.

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