Ayer me llamó mi amiga Maricarmen; era una llamada que estaba esperando -con expectación, porque es una gran persona, y de esas hay pocas últimamente rondando por aquí. Empieza a ser una institución el ir a comer a su casa unos días antes de comenzar el curso, por aquello de hacernos a la idea de que lo bueno veraniego se acaba y estamos ahora a otra onda.
Coincidió que por la tarde, mientras mi hija jugaba con los hijos de otros vecinos en el parque de aquí al lado salió en la conversación cómo era el ambiente en el trabajo de algunos de nosotros. Claro, el comentario de para mucho, o, al menos, para muchos tipos de comentarios.
Lo cierto es que yo no tengo queja. Tal vez porque llevo ya tanto tiempo con las mismas personas que me conozco -nos conocemos- los puntos débiles y fuertes de cada uno. Pero lo más curioso es que comenté que el trabajo no es el sitio para hacer coleguitas y me miraron como si... ¡Oiga, pero si tengo razón! ¿Usted no va a trabajar? Pues limítese a eso, que yo a mis amigos los prefiero elegir yo, no que me los impongan. Claro, no quiero decir con esto que dentro de una semana, cuando empiece el curso, le ponga la zancadilla a ese compañero con el que sólo comparto el saludo de por la mañana (y no está mal, porque hay gente que no saluda ni al conductor del autobús, encima que te lleva a donde quieres). Pero como me molesta que, de vez en cuando, alguien en mi curro me diga que nos tenemos que llevar bien; ¿cómo que nos tenemos?
Así que me parece muy bien lo de la comida hoy en casa de mi amiga, es como la despedida del verano en forma de banquete de mis vecinos. Total, ayer me mandó mi dire un mail para que no se me olvidara que empezamos ya...
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