lunes, 9 de mayo de 2011

La raza de los pieles de camello.

Existen entre nosotros miembros de una raza sin par, abundantes, poco discretos, pero constantes en nuestro devenir cotidiano: se trata de la raza de los pieles de camello.

Los miembros de esta raza acostumbran a ir vestidos en tonos oscuros u ocres, al modo del pelo del camello del desierto. La Naturaleza ha hecho de ellos una raza genuinamente femenina y longeva: la mayor parte de sus miembros son féminas que suelen reconocerse unas a otras por la tonalidad de sus prendas de vestir: zapatos en crudo, habitualmente con hebilla o cordón dorado, falda hasta las rodillas en conjunto marrón con la chaqueta de lana de tres cuartos, chal a los hombros o manta en ocre y cuadros, pelo corto con mechas peluqueras en amarillo apagado.

Aunque normalmente sus miembros femeninos están acompañados por especímenes masculinos, estos pasan a un discreto segundo plano, condicionados por el tono ejecutivo y a menudo agresivo de sus compañeras:

- ¿Me deja, por favor? -dice ella, los brazos en jarras, ante la fila que espera con poca paciencia a la apertura de la puerta del tren. El hombre que está detrás agarra las maletas y mira a un punto vacío más allá del pasillo del vagón.

Esta raza tiene una especial dedicación: la de colarse en las filas del autobús o hacerse paso en las prietas masas que esperan al transporte público -bien para subir o para bajar. Su especialización es tal que, mientras hacen petición en tono poco cortés -les va la identidad en lograr su objetivo, plenamente definido desde su nacimiento-, son capaces de ganar posiciones -quinto, cuarto, segundo, primer puesto de la fila-, haciendo uso a veces de medidas agresivas como codazos o excusas que se filtran y clavan en el cerebro de los oyentes:

- Disculpe, disculpe -dice siempre ella, agarrando su bolso ocre con mano cenicienta-: es sólo una preguntita -apunta, adelantando el pie derecho e impulsándose ya con el izquierdo.

Por último, los miembros más preclaros de esta raza, experimentados en la lucha por el espacio vital, suelen reconocerse con el uso de contraseñas cuyo significado el resto de los mortales sólo puede, apenas, intuir:

- ¡Qué desvergüenza, la de estos jóvenes! -grita una, brazo en alto con el bolso de antes a la altura del codo, pues un adolescente ha osado impedir sus acciones de invasión territorial. A este grito, dos o tres mujeres más habrán reconocido en la primera a una de ellas, y se sumarán al grito de victoria: ¡vaya educación!

- Perdone, disculpe, tengo prisa, un momento, por favor -dice otra, agarrando el codo del de delante y aplicándole un placaje lateral que le hará rotar sobre sí mismo, momento en el que ella avanzará terreno por el otro lado. Una o dos personas más, posiblemente, mirarán hacia atrás, valorarán la operación y estirarán hombros y brazos enteros hacia los laterales del cuerpo, dejándola pasar porque se han reconocido en la estrategia...

2 comentarios:

  1. Una raza conocida por todos y perfectamente reconocible en tu entrada: "¡Disculpe, disculpe...!" Perfecto el detalle del bolso como un arma más de su estrategia.

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  2. Pepe,
    y totalmente verídico, inspirado en la visión ocre de una señora con mucha prisa en el tren que me devolvía este fin de semana a mi casa, tras un viaje familiar...

    Un abrazo.

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