Observaba anoche fascinada cómo mi compañera de mesa se centraba en comer una naranja en el postre. Y me pareció que tremenda tarea debería ser considerada, como poco, disciplina olímpica de demostración.
Una naranja no es un alimento fácil. Se resiste a ser vilipendiada con cuchillo y tenedor, aferrándose a su cáscara con blancos filamentos, desangrándose en color sobre el plato de postre.
Una naranja deja sus restos, como despojos abandonados, para no permitir que la conciencia del comensal quede tranquila. Ahí persiste su tenacidad de no desaparecer del todo, gajos maltrechos o irregularmente cortados, poco apetecibles.
Forcejeaba mi compañera de mesa, concentrada plenamente en su tarea, el ceño fruncido, enfrascada en el empeño. Se resistía la naranja en cada acometida, buscaba la mujer por dónde hundir el cuchillo con mayor efectividad.
De poco le sirvieron a la naranja sus reticencias, vencida al fin y desecha...
Una naranja no es un alimento fácil. Se resiste a ser vilipendiada con cuchillo y tenedor, aferrándose a su cáscara con blancos filamentos, desangrándose en color sobre el plato de postre.
Una naranja deja sus restos, como despojos abandonados, para no permitir que la conciencia del comensal quede tranquila. Ahí persiste su tenacidad de no desaparecer del todo, gajos maltrechos o irregularmente cortados, poco apetecibles.
Forcejeaba mi compañera de mesa, concentrada plenamente en su tarea, el ceño fruncido, enfrascada en el empeño. Se resistía la naranja en cada acometida, buscaba la mujer por dónde hundir el cuchillo con mayor efectividad.
De poco le sirvieron a la naranja sus reticencias, vencida al fin y desecha...
Con este motivo, Miguel Hernández hubiera compuesto una octava real o un soneto prodigioso. Por ese estallido de luz que es la naranja, de luz, de aroma y de sabor exquisitamente equilibrado.
ResponderEliminarPosiblemente, Joselu.
ResponderEliminar...Pero yo siempre preferí a Lorca...
Saludos.