miércoles, 3 de marzo de 2010

La fiesta de los toros.


Corría el año 1600 a.C. El palacio de Cnossos, en la isla de Creta, asistía a un tremendo espectáculo: el salto del toro. Jóvenes malabaristas -hombres y mujeres- se juegan la vida ante el público mientras hacen quiebros ante el temible animal; le saltan en tres momentos mientras que otros, en trío, sorprenden al público con sus acrobacias frente al toro. En algún punto no muy lejano, el artista toma unas breves notas sobre un óstrakon de arcilla; después nacerá el mosaico protagonista.

Corre el año 2010 d.C. Parlamento de Cataluña, en España; sus honorables señorías llaman a debatir una cuestión crucial para el panorama político regional y nacional -español-: la permanencia o no legal de las corridas de toros en ese punto de la península ibérica. Personajes conocidos del mundo del toro presentan antes sus sesudas señorías los pros de su profesión, mientras que otra persona documenta a los padres de la patria catalanes sobre el daño físico que ejercen los instrumentos de la lidia sobre el toro.

Y yo, mientras, me planto ante uno de mis libros favoritos de arte griego y me pregunto cómo es posible que no haya llegado ya, inmediatamente, sin pérdida de tiempo, una orden ministerial que me prohiba tajantemente explicar el próximo curso a mis alumnos de 1º ESO atrocidades semejantes: ya hace 3600 años en Europa el toro de lidia era protagonista de la cultura continental. ¿Cómo no ha habido ningún ministro, por favor, que haya impedido, a estas alturas de curso, que los inocentes infantes de 12 años vean semejante atrocidad marcada en un un mosaico minoico?

Menos mal que sus señorías han empezado a darse cuenta de que en estos momentos España lo que necesita es un debate sobre la legalidad o no de la lidia en Cataluña. Hoy podré dormir tranquila.

No importa que tengamos cuatro millones de parados. No importa que España se quede a un lado en el panorama político de la UE. No importa que el peso del euro peligre por la crisis económica que atraviesa la nación -y eso que hace unos años otro sesudo político, ahora presidente del gobierno, decía que opinar esto era ser casi un traidor a la patria. No importa que haya niños que no puedan estudiar y sean convertidos en esclavos y soldados. O que haya millones de pequeños contagiados de SIDA por el mundo. O que cientos de parejas estén deseando adoptar uno y se queden en lista de espera años y años. O que haya niñas forzadas a casarse y madres tempranas. O que millones de mujeres sean víctimas de mutilación genital. O que apenas un 40% de las mujeres musulmanas tengan acceso a una mínima cultura.

Por favor. Claro que no importa todo esto. Lo importante, sin duda, lo fundamental para avanzar política, económica y moralmente en Cataluña, España, es si la lidia se puede permitir o no. Olé con sus señorías.


Y, por favor, no os perdáis esta estupenda entrada de Joselu en su blog Profesor en la Secundaria sobre el panorama actual de nuestros jóvenes o esta otra de Juan Antonio en su blog Ah de la vida sobre lo que ha ocurrido a un profesor.

Pero vamos, que no importa tampoco.


4 comentarios:

  1. Gracias por la mención. Y etupendas reflexiones sobre los problemas que más acucian al país, manda collons, ¿no?
    Un beso.

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  2. De nada, Juan Antonio; un placer literario y profesional leer tu blog.

    Petonets ;-)

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  3. Gracias, Negrevernis, por tu mención. Me ha alegrado la tarde. En cuanto a tu reflexión sobre la polémica de los toros en el Parlament de Catalunya, la veo de una forma diferente a ti. Vivo en Cornellà cerca de Barcelona. Yo no soy a priori enemigo de la fiesta taurina, pero me parece interesante que se debata. Hay poderosos argumentos en los dos sentidos. Yo no la prohibiría es cierto, pero sé que yo nunca he ido a una corrida porque no la hubiera soportado. Es un espectáculo realmente cruel. Sé que los que van no gozan del dolor del toro sino de la lucha. Sé que el toro de lidia no existiría si no hubiera corridas de toros, pero la conciencia no se me queda totalmente tranquila. Creo que no pasaría nada si se prohibieran en Catalunya a pesar de que en Barcelona llegó a haber tres plazas de toros en los años veinte. En todo caso, ayer salió a la palestra Esperanza Aguirre con el capote reivindicando la fiesta como patrimonio cultural y su figura que detesto, casi me inclina al lado contrario. Si yo que soy protaurino he sentido bascas al verla, ¿qué pensarán otros con otras coordenadas ideológicas y políticas. No es un mal debate, aunque haya otros de mayor calado. Un cordial saludo.

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  4. Cierto, Joselu. Pero a mí lo que me rechina es la inquina de la situación, el velo de humo en que esto se podría convertir... Yo, que desciendo de una familia catalana de hondas raíces -las últimas investigaciones apuntan ya al s. XVI-, creo que Cataluña tiene que hacer su aportación al patrimonio cultural -por supuesto-, pero ahora el panorama del país requiere otras cosas.

    Creo que lo que está en juego, una vez más, en tu tierra, es la libertad de decidir. O, como decía hoy el periódico "El Mundo", si es bueno para la nación el que cada Comunidad tenga su propia jurisdicción -también- en materia de ocio.

    Y recuerdo que en Canarias la fiesta se anuló hace años. El debate es viejo.

    Un gusto mencionarte. Un placer leerte.

    Saludos.

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