Existe entre nosotros una raza de gente especial, con la que nos codeamos tal vez diariamente: la raza de los ayays.
El ayay es, con frecuencia, una persona que practica el ser víctima, convencido internamente de que así mantendrá siempre cerca el foco de atención. Suelen ser personas que asumen los traumas y dolores de los demás y los hacen propios, lo cual puede ser interpretado como un servicio a la sociedad, por lo cual tal vez les debemos estar agradecidos por la empatía y sensibilidad que muestran hacia sus congéneres.
El ayay mostrará un repertorio de males internos y externos de difícil explicación científica, pero se deslizará lentamente hacia las salas de espera de consultorios médicos, a fin de hallar una persona más que desconozca su dolencia. Explicará a quien quiera oirle que lo suyo son cosas de la edad, que ya se sabe, pasa para todos y te espera a la vuelta de la esquina; se empeñará después en convencerte de que a tí te ocurrirá lo mismo, pasado el tiempo pertinente, pues la llamada de la madurez tardía es inevitable a todo ser humano. Entonces habrás perdido, como el ayay, la ilusión por la vida, las aficiones que siempre cultivaste y puede que, si se te ha dado bien, un buen puñado de amigos.
El ayay, además, tiene el don de pasear su lamentación a lo largo del día, sin que varíe ni un ápice a mejor, pero sí siempre evolucionando a cotas negativas. Te preguntará qué tal estás mientras terminas de pelearte con tu despertador -riiiiiing, siete de la mañana-, para después desgranarte los males que le han acontecido mientras tú dormías, analfabeto de lo que ocurría al otro lado de tu tabique. Esos males, además, serán siempre una sucesión cuasi infinita de lo de ayer y antes de ayer, aderezados por alguna breve novedad que te será descrita con mínimos detalles, para acrecentarse a la hora de la cena. Y es que al ayay, ya se sabe, es un maestro en el arte de mojar sus ganas de ser víctimas en café con leche de melancolía...
Sí, hoy fue el cumpleaños de mi padre.
El ayay es, con frecuencia, una persona que practica el ser víctima, convencido internamente de que así mantendrá siempre cerca el foco de atención. Suelen ser personas que asumen los traumas y dolores de los demás y los hacen propios, lo cual puede ser interpretado como un servicio a la sociedad, por lo cual tal vez les debemos estar agradecidos por la empatía y sensibilidad que muestran hacia sus congéneres.
El ayay mostrará un repertorio de males internos y externos de difícil explicación científica, pero se deslizará lentamente hacia las salas de espera de consultorios médicos, a fin de hallar una persona más que desconozca su dolencia. Explicará a quien quiera oirle que lo suyo son cosas de la edad, que ya se sabe, pasa para todos y te espera a la vuelta de la esquina; se empeñará después en convencerte de que a tí te ocurrirá lo mismo, pasado el tiempo pertinente, pues la llamada de la madurez tardía es inevitable a todo ser humano. Entonces habrás perdido, como el ayay, la ilusión por la vida, las aficiones que siempre cultivaste y puede que, si se te ha dado bien, un buen puñado de amigos.
El ayay, además, tiene el don de pasear su lamentación a lo largo del día, sin que varíe ni un ápice a mejor, pero sí siempre evolucionando a cotas negativas. Te preguntará qué tal estás mientras terminas de pelearte con tu despertador -riiiiiing, siete de la mañana-, para después desgranarte los males que le han acontecido mientras tú dormías, analfabeto de lo que ocurría al otro lado de tu tabique. Esos males, además, serán siempre una sucesión cuasi infinita de lo de ayer y antes de ayer, aderezados por alguna breve novedad que te será descrita con mínimos detalles, para acrecentarse a la hora de la cena. Y es que al ayay, ya se sabe, es un maestro en el arte de mojar sus ganas de ser víctimas en café con leche de melancolía...
Sí, hoy fue el cumpleaños de mi padre.
Que horror,madame. Pero por desgracia es una especie muy extendida, que no parece en peligro de extincion. Y eso que estan siempre tan enfermitos!
ResponderEliminarBuenas noches
Bisous
Así es, madame.
ResponderEliminarYo creo que es más cosa mental que física...
Feliz tarde.
Jeje, mira que ya desde el primer párrafo me imaginaba al protagonista.
ResponderEliminarUn piano nunca abierto no deja de ser símbolo del final de las ilusiones.
Burro, burrito doloroso:
ResponderEliminarpero tal vez sí los libros de poesía abandonados.
A mí es que el victimismo hace que me salgan ya placas en la garganta.