Hoy mi padre decía que este era el día de los niños, que la fiesta de Reyes tenía sentido sólo por y para ellos.
Mentira.
Porque hoy, por una vez, adultos y niños convivimos a lo largo de la noche, desde el mismo y preciso instante en que dejamos nuestros zapatos a la espera de que se obre el milagro, en la fiesta más deseada del año. Y digo milagro y no magia. Porque es eso a lo que asistimos por la mañana, tras estar convencidos de que cada uno de nosotros oyó en algún momento de la noche el sonido de la llave especial de los sabios de Oriente, el carrito de los juguetes, el barritar de un camello, las pisadas suaves de los pajes. Asistimos, los adultos reflejados en la espera emocionada de los niños, al milagro que se produce en forma de regalos brillantes, lazos de colores, paquetes dejados armoniosamente.
¿No es un milagro esta tensión previa de dónde guardar todo sin que se enteren los demás? ¿El deseo íntimo, expresado sólo por los más pequeños -tal vez porque nosotros, adultos, estamos olvidando poco a poco cómo se hace eso-, de que nuestro sueño se haga realidad ya, sin tener que esperar? Es un milagro que los adultos seamos capaces, por un día, de olvidarnos de rencillas, envidias y competitividades, y pensemos, siquiera durante el instante precioso, el segundo en el que se congelan los relojes, que hay algo inmensamente trascendental: decir al otro tú me mereces la pena.
Hoy es la fiesta de la Epifanía. Y este es el milagro de fondo, lo quieran o no los más acérrimos luchadores por el laicismo. La especialmente gran fiesta de la Iglesia Ortodoxa: el día en el que Dios se manifestó al mundo. Y ese es el motivo de los regalos: el milagro de que, aunque algunos no quieran, la mayor y más radical novedad del Cristianismo se ofrece presente a toda la Humanidad: Dios se ha empeñado en encarnarse. Y qué pena, como me decía hoy mi amigo Nacho, tener que abrir regalos antes...
No es la fiesta de los pequeños. ¡Qué lástima si así fuese! Es la de mayores y niños. La de creyentes y no creyentes. Es el milagro de que, al menos por un día, creemos firmemente en los Reyes Magos y en sus posibilidades.
Hoy hemos podido ver más sonrisas "per cápita" que ningún día del resto del año. Es un buen dato, con los tiempos que corren. Es más: si eso no es un milagro, que venga Dios y lo vea.
ResponderEliminarUn abrazo.
Por ahí va, Perikiyo, por ahí va.
ResponderEliminarUn abrazo.
Así lo creo yo también: es un milagro auténtico, real. Para mí, lo más importante de los Reyes Magos fue su fe: motivos tuvieron para desfallecer de ella, pero los vencieron todos. Como escribe hoy P. Fintan Kelly en su meditación en Catholic.net: "De hecho, su brújula no era tanto el astro luminoso en la bóveda de la noche, sino la luz de su fe encendida en sus almas".
ResponderEliminarA mi Pepa y a mí nos ha tocado este año no poder "trabajar" por delegación de SS.MM. durante la noche. Y lo hemos echado mucho en falta.
Con permiso, Negre: tú has extendido con acierto el sentido profundo de la fiesta de la Epifanía, ¡pero! no aprecio contradicción con lo que te manifestó tu padre.
Un abrazo.
José Luis
José Luis, porque entiendo en las palabras de mi padre que, sin niños, no es posible la fiesta, mientras que yo afirmo, en tu línea de la estrella de la fe, que el ser como niños nos permite entender la fiesta. El milagro se extiende a niños y mayores, cosa con la que mi padre no está de acuerdo.
ResponderEliminarUn saludo.
Ah! comprendo perfectamente tu argumento y estoy de acuerdo.
ResponderEliminarJosé Luis