martes, 25 de diciembre de 2012

De pastiches y guirlaches.


Solíamos ir allí en estos días de Navidad. Y encima de la mesa, redonda, de aquellas con brasero de siempre bajo faldas verdes de camilla, había una bandeja de dulces. ¡Qué digo una bandeja! A mis pocos años, aquello semejaba, si no lo era en realidad, a una masa montañosa de deliciosos postres, a cada cual mejor que el anterior. Y yo, que como viendo, sabía que extendía la mano indecisa por no saber qué elegir de aquel todo compacto de turrones, guirlaches y brillantes bombones dorados, coronados por una lluvia de peladillas blancas de varios tamaños, que se derramaban por los laterales de aquella construcción golosa y tentadora. 

A mis ojos, creo que con los mismos años que Niña Pequeña goza ahora, la bandeja grande, tanto como la que usábamos en casa para servir las torrijas -hasta que mi madre decidió que, como ella no las comía, nadie las comería-, aquella enorme e inmensa fuente era un homenaje a la golosina hecha chocolate amarronado, bizcochuelos, mazapanes, frutas escarchadas que parecían adornos de árbol y perlas plateadas.

Ni siquiera la amenaza de mis padres ("¡niña, que luego no cenarás!") podía atajar mi ansias de dulce, en aquella casa que era, luego lo supe, la de los primos lejanos del abuelo. Ya no vamos, aunque sí los veo a veces, de lejos, recordando las faldillas verdes, la cocina antigua de hierro, de las de siempre, y cuando hace unos días pasé por allí -la cortinilla de maderas ligeramente echada, la puerta semiabierta-, tentada estuve de entrar y comprobar si, después de los años, seguía aquella bandeja trufada.

 

lunes, 24 de diciembre de 2012

Anatomía de la Historia y yo (2)

Comparto con vosotros mi segunda publicación en la revista digital Anatomía de la Historia. Seguro que no podréis impedir sonreír -al menos- cuando leáis cómo explican mis alumnos la historia del mundo grecolatino. Pinchad aquí para poder leerlo.

Y recordad que hoy es un milagro: Dios en un pesebre... Feliz Noche.




 

jueves, 13 de diciembre de 2012

martes, 11 de diciembre de 2012

¡Señora, use los intermitentes!

Intermitente (s. v. adorno): 1. Dícese del elemento no figurativo situado en los laterales de los vehículos a motor en número múltiplo de 2, usado con función decorativa o para resaltar ambos lados del aparato, a fin de no rozar con las columnas del garaje. 2. Elemento decorativo de carácter luminoso utilizado ocasionalmente por los usuarios de los vehículos a motor, con el objeto de despistar al vehículo contrario mientras se hace una maniobra indebida (v. pirula).

 

viernes, 7 de diciembre de 2012

Mesón comidas de pan y chocolate.

Aquel día pasé por esa calle. Siempre que doblaba la esquina, justo donde antes había una casa baja, blanca, de tejado rojo y jardín de los de antes -losa, banco en la calle y macetas con geranios-, me acuerdaba de ella y de las veces, pocas, en las que la acompañábamos a la guardería, aunque ya era mayor, como nosotras, pero su madre le decía que la esperara allí porque ya la conocían y le darían la merienda: pan con chocolate, y también para las amigas. 

No sé qué había al final de la calle entonces, aunque sí, es cierto: ni me acuerdo de la calle, sólo de la esquina, la guardería, ella y el pan con chocolate. Pero hoy pone mesón donde antes me daban pan con chocolate, y se me antoja diferente y de letras que evocan tierra, murallas y piel chamuscada al fuego. Mesón y comidas, que no sé si es como dar de comer al hambriento y al obrero del final, por donde pasa el río y donde siempre hay obra porque parece eterna o es que no se cerró nunca y yo me lo creo porque paso poco por allí. No hay murallas, no hay castillo, no hay plaza y no sé si habrá pan, chocolate o piel para chamuscar, pero tiene el menú en la puerta, pintado como antes: a golpe de tiza sobre fondo negro de propaganda de bebidas...

Ella ahora trabaja en el otro lado de la ciudad, que lo sé yo porque la he visto...


  

domingo, 2 de diciembre de 2012

La imagen del abandono.

Tuve que pararme ante su puerta metálica rota, esa que había desaparecido en la esquina. Un cristal roto en el piso inferior y la madera trastabillada de la puerta indicaban que, pese a la apariencia de abandono del edificio, alguien intentaba sobrevivir -o esconderse, o aguantar, o esperar, qué sé yo- más allá de los muros. 

Pero a mí sólo me sobrevivieron los recuerdos de la casa, de aquellas cuando había hasta un restaurante y mis dos amigos íbamos -sí, cierto: muy de vez en cuando- a comer a su amplio salón en forma de ele. Nuestra mesa favorita era la más esquinada, como para mirar sin ser vistos al resto de los comensales.

Hoy no había nada, sólo otoño en el pequeño jardín, al otro lado de la puerta que aún resistía, sujetada a nada, el muro desnudo para los que huyeran de la noche. Desde los barrotes escuálidos fotografié el tiempo congelado.