martes, 31 de diciembre de 2013

Dentro de unas horas, 2014.

Que el Señor te bendiga y te proteja,
que el Señor te mire con agrado
y te muestre su bondad;
que el Señor te mire con amor
y te conceda la paz.

(Nm 6, 24- 26)


Queridos lectores, asiduos, ocasionales, fortuitos, amigos de la Red... Os deseo a todos un buen año 2014.

 

lunes, 30 de diciembre de 2013

¿Tienes tú una estrella?

Él guarda estrellas plateadas en una caja cerrada, y afirma que con ellas puede hacer que se cumplan mágicamente todos los deseos. Ha dejado a Niña Pequeña llevarse en la mano unas pocas, porque tiene un futuro más amplio y lleno de peticiones, y yo quise verlas sobre la mesa del salón.

 
 Es como tener el cielo de Reyes entre las manos.

 

martes, 24 de diciembre de 2013

No nace hoy Papá Noel.

Este año decidí tomármelo con calma, incluso dejando a un lado las tareas colegiales pendientes que se vinieron conmigo al comenzar las vacaciones de Navidad. 

Y bajé a por las cajas donde estaban escondidos pastores, ovejas, Reyes, Niño... Me traje las bolsas de los corchos, las piedras y las ramas recolectadas de los alrededores. Niña Pequeña puso las estrellas en el fondo azul, Él aportó las luces de colores y la idea de comprar nuevas y más grandes el próximo año. Mientras colocaba con cariño cada pieza en su sitio, ya pensaba en aumentar la población de mi particular Belén en las próximas Navidades: un ángel, un árbol, tal vez algunos pastores, puede que una lavandera... Todo dispuesto para continuar la tradición iniciada en el s. XIII por San Francisco: acercar el nacimiento del Señor.

Mientras, os deseo, en la medida de lo posible, unos días solidarios y tranquilos, llenos de buenas intenciones que habrán de cumplirse con esmero e intención las siguientes semanas.

Feliz Navidad a lectores y visitantes esporádicos. 


Navidad 2013 by Slidely Slideshow


sábado, 21 de diciembre de 2013

Va de uñas.



Llueve intensamente y busco el camino más corto para llegar a casa, mientras el Negrevercarruaje lucha contra las salpicaduras de agua a golpe de limpias. Giro a la izquierda, cruzo la rotonda, señalo con el intermitente, me dispongo a afrontar la cuesta del puente, camino de la señal de stop a partir de la cual la llegada al garaje será más breve.

En medio de la curva un coche se queda parado. Alguien toca el microsegundo del claxon, impaciente -o maleducado-, pero yo espero, presumiendo que el conductor o conductora tiene una avería, o se le ha calado el coche, o está esperando a alguien, o... Avanza él o ella unos metros y el verde parachoques del Negrevercarruaje se asoma lo suficiente como para ver que aquel, aquella, sólo era prudente: una larga fila de coches espera y la pendiente es tan grande aquí que ha preferido aguantar su turno en la zona más horizontal del maléfico cruce; va despacio, procurando no frenar, seguro que suspirando por no parar del todo, frenar, poner el freno de mano, adelantar primera, combinar el paso de baile con embrague y acelerador. Negrevercarruaje no es manual, sino automático, más de diez años: no hay miedo a que se cale. 

- Mamá.

-¿Hum? -pregunto, mientras ruge el motor y ascendemos muy despacio, la maquinaria tirando del coche. 

- Mamá, nuestro coche no se puede calar, pero se agarra con las uñas a este puente para poder subirlo...

 

martes, 3 de diciembre de 2013

Doctor de juguetes doloridos.

Oigo trastear a Niña Pequeña por su cuarto; hace unos días protestaba:

- Mamá.

- ¿Hum?

- Mamá, se ha roto el ala de mi muñeca Campanilla -dice, enfadada consigo misma.

- No te preocupes: buscaré pegamento y lo podrás arreglar.

Niña Pequeña juega a ser mamá, y ha improvisado una consulta de juguetes doloridos. Desde el fondo del pasillo una voz queda.

- Doctor, doctor: mi muñeca tiene un problema.

- ¿Qué le pasa, mamá Niña Pequeña?

- Que tiene rototitis...


 

sábado, 30 de noviembre de 2013

Feliz cumpleaños, Niña Pequeña.

Mamá -llama Niña Pequeña.

- ¿Hum? -respondo, desde el otro lado del pasillo.

- Mamá: siete años son todos los dedos de una mano y dos de la otra -afirma, más que pregunta.

- Exacto -resuelvo yo, mientras extiendo la colcha de la cama. Recuerdo hoy, perfectamente, que hace siete años exactos Niña Pequeña nacía en una madrugada fresca.


     

miércoles, 20 de noviembre de 2013

De cuando la cocina es alquimia.



Bajé más lento las escaleras cuando me dirigía a sacar el Negrevercarruaje: un muro de olor denso a bollo horneándose reclamó toda mi atención cuando su aroma intenso y oscuro me sujetó la mano de la barandilla. Un paso tras otro detenido en el borde del siguiente escalón y la calidez del corazón enharinado -tostado por fuera, mantequilla todavía por dentro- sostenido en torno a mí, envolviéndome con volutas esponjosas.

Casi pude ver la miga mostrándose infantil, naciente, en su bandeja y el sudor de yogur cristalizado en burbujas por toda su superficie; imaginé a mi vecina -pues sólo unas manos de ama de casa vocacionada serían capaces de materializar el aire con azúcar, sal, harina y levadura- agachándose para ver el tono del pastel a través de la puerta de cristal del horno, una mano apoyada en la rodilla derecha y sujetando descuidada la manopla de cocina, la otra preparada en el borde del programador. 

Y si yo hubiera tenido en ese momento cabello largo, estoy convencida de que el dulzor se me hubiera posado -no agarrado: imposible- sin darme cuenta para acompañarme, esponjoso, hasta la mismísima puerta de las escaleras del garaje.

 

domingo, 17 de noviembre de 2013

Bienvenido, frío.

Lucha el otoño contra el invierno este fin de semana en algún punto de Madrid.

Primera nevada.










 







 

viernes, 8 de noviembre de 2013

Por una vez pensado, el tiempo.


He estado pensando en que tengo poco tiempo. O, más bien, debería escribir: "el tiempo ha estado pensando que yo tenía mucha tarea". O, quizá, más correcto: "las tareas han estado pensando que se comían el tiempo". Y, además, suelo quejarme de mi falta de tiempo. O me quejaba, creo, porque el tiempo se ha detenido últimamente en mi propio sistema de gestión de tareas, que no las hace, ni las arregla, ni las tunea, ni las elimina, pero sí las almacena para que no se pierdan por los rincones del calendario, la agenda de tapa azul o los papeles de colores sujetados por clips que antes esparcía por la mesa de mi despacho. 

Ahora, claro, tengo algo más de tiempo para pensar en qué aprovechar el tiempo, aunque el reloj del salón, el que me regaló Tíamariadolores, sigue caminando despacio e indescifrablemente para Niña Pequeña, una aguja detrás de otra, con el lenguaje incomprensible de las líneas de su esfera. Me levanto temprano, más temprano que de costumbre, y aunque nadie me entrega secretamente un premio, mi tiempo mañanero se dilata al ritmo del vaho de mi leche con cacao del desayuno, mientras tecleo, corrijo y planifico. Y el tiempo ese que se escondía detrás de las cortinas de la sala ahora aparece transformado y sin prisa. 

No está mal. Estoy orgullosa de haber encontrado más tiempo, que no sabía dónde estaba, de tan oculto. Y si el Negrevercarruaje no se encontrara en el taller, quizá ese tiempo se expandería a límites que no alcanzo a ver ahora. Por lo pronto mañana por la mañana, si nadie lo remedia, el tiempo se quedará retenido entre una taza de té y un libro de muchas páginas, mientras espero a que Niña Pequeña salga de su semanal clase extra de inglés...

 

lunes, 4 de noviembre de 2013

De cuando yo tengo la culpa.

Me mira el alumno del fondo a la derecha desde su nuevo sitio en otro rincón de la clase. Intenta parapetarse detrás de su mochila deportiva, moderna en azul y blanco, pero poco apta para llevar los tejemanejes del día a día. Le devuelvo la mirada de refilón, mientras se acomoda el pelo ligeramente largo, al gusto de su madre, y apoya desganado el mentón en la mano derecha. Su mesa, verde, brilla impoluta en ausencia de cuadernos, estuche, libro. 

- ¿No crees que deberías aprovechar el tiempo de clase y trabajar? -le pregunto, inocentemente.

- ¿Estás queriendo decir que no estoy haciendo nada? -responde desafiante, la mano derecha en el aire, el mentón alzado con el orgullo del adolescente que se come el mundo.

- A mí me parece que no estás haciendo mucho... -respondo, curiosa por ver cómo va a acabar el diálogo.

- Pues ahora sí que no voy a hacer nada -contesta, apartando la mochila con el pie y recostando su cabeza en el suave hueco del codo. 

El desafío queda en el aire, como un órdago echado al viento de la mesa del mus. Mía es la culpa de su desgana, por mi culpa, por mi gran culpa; yo, la causante de su desidia juvenil, no me cabe duda. Me mira desde su nuevo sitio, sus ojos sólo dos rendijas de aire absurdamente amenazante, le supongo que contento por haber encontrado la excusa que no sabía verbalizar: tan pobre su vocabulario que sólo sabe dejar caer perezosamente su flequillo...

    

jueves, 17 de octubre de 2013

Razones para estar cansado.

Hoy estoy cansada. O no, perdón. Hoy no respondo de mí ni de mis músculos, ni de mis parpadeos ni de la punta de mis dedos. Hoy aflojo y me dejo llevar por la pereza de un día agotador que ha vencido a mi agenda de cosas pendientes y cosas-que-haré-cuando-me-dejen-las-de-ahora. Hoy, esta noche, estos dedos no son míos y los pies se dejan llevar entre los calcetines, y la manta no queda doblada encima del sofá y la televisión habla sola sin interés, y el teléfono quedó silenciado y las tareas escondidas en la agenda virtual y la luz tenue encendida y la cena sin hacer para dejar paso sólo a un vaso de leche con galletas, que no es cena, pero como si lo fuera, porque las sartenes dejaron de tener interés y ni por un instante haré el esfuerzo de extender el mantel sin arrugas. 

Hoy, hasta mis alumnos de 2º dijeron profe, que hoy pareces cansada... Hoy me dejaré llevar por mi cama y sus dos mantas, que ya empiezo a tener frío en estas noches de otoño que engañan en la mañana, y permitiré a mi último libro ser leído antes de dormir...



 

jueves, 3 de octubre de 2013

Carta a Maruja (30): Jaimito no puede dormir.

Basado en un hecho real, no he podido evitar escribir a Maruja: ya sabes, mi vecina. 

Puedes leer la carta pinchando aquí


   

sábado, 14 de septiembre de 2013

De cuando comprar es una batalla.


Coloqué ordenadamente mi compra en la cinta de la línea de cajas: las dos cajas de cereales, una botella de leche, de tapón azul, una lechuga tipo iceberg -la que tanto odiaba mi madre... y quizá por eso es la que como siempre-, las rodajas de pescado congelado y detrás, cerrando la fila, media docena de huevos morenos medianos. Delante de mí, un matrimonio joven se afana por guardar todo en bolsas verdes y blancas, sujetando a dos niñas rubias que procuran no caerse del asiento del carro de la compra. 

Miro a un lado, a otro: por aquí suelo encontrarme con antiguos alumnos o madres de otros, dispuestas a concertar entre pasillo y pasillo una tutoría informativa, que es algo a lo que se presta en estos casos la elección entre una mayonesa o un bote de tomate frito. Niña Pequeña se entretiene con la cadena de las cajas. Y es entonces, en el preciso instante en que ella intenta enganchar los dos extremos del hierro en un único pivote, cuando siento una respiración pesada sobre mi cuello; agarro firme mi bolsa verde y amarilla y miro de reojo hacia la derecha, y es ahí cuando la veo: dos piernas calzadas con sandalias de cuero marrón, falda plisada de flores, bolso al hombro y cesta azul. Y rematándolo todo, la platina cabeza de una señora mayor, con sus rizos de peluquería de viernes por la tarde, los ojos mirando al frente, como si nada pasara, mientras procura adelantar posiciones en la fila por la derecha. 

Adivino rápidamente su intención, de forma que recoloco mi bolsa vacía delante de mí y viro levemente a la derecha, interponiendo entre ella y yo mi mochila. Ella recula de forma casi imperceptible, pero noto su disgusto cuando la esquina de su bolso roza con mi espalda y recompone su figura a unos milímetros de mí. 

El matrimonio avanza en la colocación de su compra; ella se encarga de pagar con tarjeta de supermercado, mientras él empuja carro, bolsas y niñas hacia la salida. Nos separan ya dos o tres baldosas, pero me mantengo en mi posición, apretando contra el suelo una bandera imaginaria de lucha y conquista, mientras que la señora de detrás resopla al ver el hueco entre mi lechuga iceberg y las cajas de cereales. No avanzo ni un milímetro y marco la frontera entre mi botella de leche y ella con el cartón de próximo cliente, ataque al que responde deslizando brevemente su cesta azul, como quien no quiere la cosa, hasta mi talón derecho.

- Disculpa, se ha ido solo -me dice.

Me encojo de hombros, saludo al amable muchacho que me atiende -clin, clin, clin-, guardo lentamente leche, cerales, lechuga. La señora de detrás ya está colocada de nuevo, pronta a pagar. De su cesta azul emerge, solo, una bolsa de crema de champiñones precocinada...

domingo, 8 de septiembre de 2013

El dolor es un cuchillo.

Un dolor lacerante y agudo como la última tecla de un piano. Un agujero que se ahonda por momentos, imparable. Un estallido crispante aferrándose con sus uñas a la garganta y el aire que no pasa. Dedos de personas a las que nunca se debió conocer...



 

domingo, 1 de septiembre de 2013

Enseñanzas playeras y vuelta a casa.



Que levante la mano quien no haya visto nunca un castillo de arena. O quien no lo haya hecho alguna vez, empujado por el ahínco del más pequeño de la familia, todo ilusión y el empeño puesto en la pala de playa agarrada firmemente. 

Y el padre que va, solícito, a cumplir -una vez más- una de las tareas que le vienen dadas desde su progenitura: inaugurar las vacaciones y bautizar la arena de la orilla con la construcción del emblemático edificio. Desde mi puesto de observación bajo la sombrilla -azul, de rayas, base de operaciones del baño familiar a mediodía- contemplo de reojo el afán de niño y padre, que acaba conviertiéndose en el capataz de la obra, enviando al pequeño a justo la orillita, allí donde mueren las olas y dejan estas una arena fina, fina, oscura, "apretada, papá", perfecta de argamasa para el castillo de marras. El padre, mientras, acaba por volcar los cubos que, uno tras otro, le va trayendo el niño; uno tras otro, lento, pausado, cada vez con más distancia entre este y el siguiente, hasta que acaba, al fin, la pala abandonada junto a la muralla, el cubo ladeado y el padre, de rodillas, terminando la obra, que para eso uno debe concluir lo que se empezó. 

El niño, mientras, ajeno a la enseñanza paterna de constancia y esfuerzo, se deja mecer en sus manguitos por las suaves olas...


 

martes, 13 de agosto de 2013

Cerrado por vacaciones (hasta el día 1)

No mido el paso del año por cada una de las hojas gastadas del calendario de mi cocina: es el cambio de curso escolar lo que realmente mueve mi ciclo biológico. Un año nace en septiembre y muere en junio, para ir renaciendo poco a poco en julio y agosto, con la cadencia de las lecturas que se fueron quedando pendientes. 

Me voy de vacaciones, unos días. Para recargar baterías -del móvil, del portátil, de...- y encontrar ilusiones con las que alimentarme en septiembre, cuando vuelva a abrir las puertas blancas de las aulas que me asignen en el instituto. 

Espérame.



     

lunes, 12 de agosto de 2013

Cuatro años juntos (ya)

Querido lector, lectora, amigo ocasional, llegues o no tras trastear en la Red, me conozcas por las redes sociales o estés aquí porque te confundiste al teclear otra cosa...

Gracias. Cuatro años de blog.

    

sábado, 10 de agosto de 2013

Cenicienta es Niña Pequeña.



Esto es un sueño hecho realidad -dijo Cenicienta, girando sobre sí misma, admirando su reluciente vestido moteado de brillos bajo la luna llena. 

-Pero recuerda, jovencita, que deberás regresar antes de la medianoche -el hada madrina la miró severamente, la varita mágica aún recta y desafiante tras el hechizo-, pues todo volverá a ser como antes. 

En otro lugar, más tarde, en otro mundo... 

-Gracias, ¡graaaacias! -casi chilló Niña Pequeña cuando Él le dio permiso para ir al baile de fin de año-. ¡Es un sueño hecho realidad! -se echó en sus los brazos,
rozando apenas su mejilla con los labios.

-Pero recuerda, jovencita, que deberás regresar como tarde una hora después de medianoche -casi le reprendió Él, todavía poco convencido de su última decisión-. Mañana seguirán siendo las cosas como antes.

 

jueves, 8 de agosto de 2013

La mejor prueba de afecto.

Muerte agarró casi por sorpresa. Sería necedad o mentira o todo a la vez o locura o insensata esperanza, si dijera que no esperaba la noticia, y ahora la ausencia duele un poco cuando veo su foto en mi estantería, rodeados todos por esa atmósfera de los que viven lejos y se reencuentran -cuchicheos, abrazos, buenas palabras, planes de bienvenida- un tiempo breve para ponerse al día y esperar a la siguiente vez de otra visita. Podría decir que fue una lucha que viví desde la distancia que separa un teléfono de otro, 663 kilómetros, sin querer ver que él ya había escrito su dedicatoria final. 

TíoAdolfo está ahora en el mejor de los lugares posibles.

    

viernes, 2 de agosto de 2013

Leer para vivir mis otras vidas.

Él está en tierras leonesas, que es como decir más allá de las montañas, pero entre ellas y la meseta, acompañado por Niña Pequeña, porque un hidalgo no va sin escudero. 

Y a mi me queda el silencio, la botella de agua muy fría en la mesa, sin que nadie la mueva, la aparte, se la reserve o decida saciar su sed con agua ajena. Con la ausencia de Él y de ella el reloj transcurre más lento y más sonoro, así que decido buscar refugio seguro en alguna de mis promesas veraniegas, aquello que dije que haría sin falta, porque es urgente descansar de otros y volver a uno mismo. 

Estos días, sí, sólo leo y estoy viviendo otras cien vidas distintas.


 

domingo, 28 de julio de 2013

Carta a Maruja (29): ensaladilla

La ensaladilla es uno de mis platos favoritos; pocas cosas pueden superar el placer que me produce paladear la mayonesa uniendo cada uno de sus pequeños ingredientes. Y he tenido que contárselo a Maruja, porque, mientras preparaba mi comida de hoy, me he dado cuenta de que este, sí, es un plato que puede hacer tambalear el pequeño orden familiar. Lee aquí

 

viernes, 26 de julio de 2013

Indispensable crema.


No imagino cosas mucho más sedosas que la mantequilla, aunque tal vez la suave piel del melocotón tenga casi su tacto fino. Esponjosa y suave, maleable en olas mientras la acaricia el cuchillo romo, para no dañar su graciosa superficie, ligera, sutil, exquisita al paladar que ronronea de placer mientras se deshace en cremosas gotas. De raso y terciopelo dorado, en el dulce matrimonio goloso del ritual del desayuno.

 

lunes, 22 de julio de 2013

¿Qué le pasa a mi correo electrónico?




La bandeja de entrada de mi correo electrónico está vacía, desamueblada: soledad tecnológica por vacaciones, que es como estar desangelado.


 

viernes, 19 de julio de 2013

Horario de abuela, lentitud de niño.

No corras -ordena la abuela desde su atalaya, en el frontal del parque infantil. 

El niño, cargado con sus cinco o seis años de energía, se para, la mira de frente; diría yo que la está analizando, tal vez sopesando las capacidades motoras de su yaya, directamente inversas a la velocidad que podría conseguir en una larga escapada. Parpadea y le veo girar levemente sobre su rodilla derecha. Escapa. 

-¡No corras, eh! -grita aquella, mientras se levanta. El delantal de flores de su falda se mece al viento suave, mientras planta la suela de su zapatilla azul, de mujer mayor, en la arena del parque. Ella, abuela, matrona y por lo tanto, dueña y señora del nieto, a expensas de la madre -que para eso ella crió con soltura, ella solita, sí, que el marido de esto no entiende, a todos sus hijos. 

El nieto vuela ya por la arena, atravesando el tobogán por debajo, sorteando ágilmente a Niña Pequeña, que sonríe mientras observa cómo yaya anda resuelta para coger al nieto. Desfachatez infantil: correr en el parque. El niño se para junto a los columpios, tanteando a la abuela, mihura, vitorina, en esa carrera de capea.

- Que te he dicho que no corras, ¡eh! -continúa la mujer, que no mira, decidida, por dónde va: la misión es capturar al pequeño, devolverle al redil, hacerle obedecer como a un manso. No es la hora de correr en el reloj de la yaya, sino de estar sentado en el borde del parque, junto a ella, luciendo nieto de educación infantil no obligatoria, mirar sólo los columpios, suspirar por el tobogán, esperar a que la abuela decida que ya es la hora de la merienda o de actuar como todos los niños en el parque.

-Mamá -dice Niña Pequeña, desde el banco saltarín.

-¿Hum?

-¿Para qué trae esa abuela al nieto al parque, si no le deja hacer nada? -pregunta ella, con aire extraño.

- Pues eso digo yo, Niña Pequeña: que algunas abuelas se creen que los niños tienen el horario de adultos...

 

lunes, 15 de julio de 2013

Niña Pequeña lo tiene claro (2)

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A/A sus sesudas señorías.

Muy sres. míos:

Sé que estos días están uds. muy ocupados por serios problemas políticos y no es mi intención importunarles una vez más ni distraerlos de aquellos asuntos que preocupan especialmente a la nación -no hablo del paro, no, ni del 26% de desempleados de ese país, que ya sé yo que están todos en ello, luchando codo con codo para sacar esto adelante...

Sé que están uds. entregando todo su tiempo en asuntos vitales como son tapar su propia corrupción, que no se note quién roba más de sus sesudas señorías o procurar que la opinión pública -que viene a ser como el corrillo de madres de la puerta de mi colegio en hora punta- no se dé cuenta de que los políticos han dejado de ser eso, servidores del país, para ser sus propios amos a expensas del pueblo al que debían servir...

Nada más lejos de mi intención que robarles un minuto de su tiempo. Ni siquiera iré a la casa del pueblo, al Parlamento, no sea que mi presencia allí donde estoy representada -un ciudadano, un voto: participe usted cada cuatro años en el gobierno- no sea bien hallada. Les envío por eso la presente acompañada, sin más, por una nota de atención  de Niña Pequeña, que ya saben uds. que lo tiene claro, pero ¡ella qué sabe!

Por si tienen un momento, vaya, para mirar hacia aquí abajo...


 

jueves, 11 de julio de 2013

Un acto de fe: ir a la piscina.


Esta tarde voy a la piscina. No a una cualquiera, no: a la municipal, aquí al lado, vamos, según bajas, y no con cualquiera, sino con dos vecinas y sus hijos. Y Niña Pequeña. Y yo, naturalmente.

Ir a la piscina con niños es un acto de malabarismo-o el cómo transportar todos los accesorios imprescindibles, absolutamente necesarios para bañarse: manguitos, gafas, toallas varias, chanclas, zapatos de calle, cubo, patito de goma, pelota de Disney- y de fe -la confianza ciega en que nada se perderá, la certeza de no comprender cómo con sólo una pasada de crema factor 50 Niña Pequeña no se quema y yo acabo tiznada en rojo-, y creo que hay pocas cosas que me incomoden más como prepararme para mojarme en un vaso acuático salvo, claro, ir a la playa, con su incomodidad gratuita de arena fina y canallesca, infiltrada hasta los últimos resquicios de la toalla que nunca uso. 

Mi amigo Josémanuel dice que esto de la piscina y de la playa es una involución, que tantos millones de años para salir del agua y acabar ahora volviendo a ella. Pero aquí estoy: el termómetro hierve, el toldo no puede retener ya por más tiempo el rectángulo de sol que se desplaza inexorable por el balcón, las nubes se han quedado suspendidas. 

He encontrado mi toalla azul, la que nunca uso. Hoy, me la llevo.

 

miércoles, 10 de julio de 2013

Carta a Maruja (28): o el no ser.

Asumo que jamás seré como mi vecina Maruja. Lo intento, lo prometo, por estas, pero ella hace cosas tan increíbles que he tenido que escribirle una nueva carta (y ya van 28): pincha aquí para leerla.

 

miércoles, 3 de julio de 2013

Gritando la necesidad de desconectar.

La estantería que guarda mis carpetas del trabajo, el ordenador que no funciona, los botes de bolígrafos y los libros de actividades está pidiendo unas vacaciones. O que la ordene; más bien, que la libere de la carga de vigilar que los folios no se desparramen por el suelo o que los recambios de la impresora se mantengan más o menos en su sitio a lo largo de los diez meses del curso. 

Y seguro que encontraré en alguno de sus rincones los rotuladores -rojo, azul, verde- que perdí en el segundo trimestre y la caja de tizas de colores, porque decidí sustituirla en las clases de Geografía por los mapas proyectados desde la pizarra digital. Hay, además, algunos post-it amarillos que anotaciones que olvidé  y una grapadora que ya no cumple, desde hace tiempo, su función, pero por si acaso, dejo en la segunda balda, no sea que en algún momento me dé tiempo a ver qué le pasa. 

Hasta los muebles del salón piden ya unas semanas de descanso...