Estación de Alcalá de Henares -40'49 N, 3'34 O. Son casi las seis y media de la tarde y en diez minutos llegará el tren que me devolverá a mi casa, en otra latitud y en otra longitud; hoy no trabajaba en el colegio, pero sí fuera de él. La mochila que ahora reposa en este lado del banco tiene el peso de varios trabajos y ejercicios de mis alumnos: la ida y la vuelta en el tren es larga y así puedo adelantar la tarea esta invisible de ser profesor -me viene a la cabeza, de nuevo, aquella familia que me preguntó cómo podía estar segura de que los profesores corregían de verdad...
Al otro lado de la vía una mujer tira, literalmente, de una niña, cinco o seis años, tal vez; su nieta, seguramente, que lloriquea al borde del grito llamando a su madre. La mujer no se desespera, aparentemente, imagino que consciente del espectáculo que ya supone su nieta intentando imponer sus propias normas. La niña se para al borde de la escalera del paso subterráneo, mientras que su grito de protesta se expande por toda la estación.
- ¡Mamaaaaá! Nooo, ¡ma-máaaaa!
La abuela se para y sin soltar la pequeña mano, se encara con ella. Su postura se me adivina firme desde este lado de la vía. La mujer mira de reojo a las vías, el tren está a punto de llegar y la nieta se niega a abandonar su reivindicación.
- ¡Ma-ma-máaaa! Que noooo.
Un joven se acerca a la mujer al ver que intenta, en vano, agarrar de la niña por la cintura y transportarla escaleras abajo. El chico sigue adelante, tras mirar por encima del hombro. Casi me apetece dar la vuelta con mi mochila al hombro y cargar con la niña.
- ¡Mamáaaaaa!
Logran las dos bajar dos escalones y la niña, o bien en un despiste, o bien mientras coge aire para la siguiente protesta, parece aceptar la idea de llegar al otro andén. La abuela se gira, tira de ella, la niña se ha hecho fuerte clavando los talones en el tercer escalón, exclamando su grito de guerra: no está dispuesta a acatar más órdenes, se atrinchera en su protesta, señala hacia la puerta mientras la mujer mira ora a un lado, ora al otro. Dos minutos y llegará el tren: no da tiempo.
Entra en la estación el tren. La queja de la niña se pierde en el aire; no veo a la abuela, pero ha perdido la batalla, tal vez la guerra.
- Ma-ma-ma-máaaaaa. ¡Que te he dicho que no, que no quiero!
Al otro lado de la vía una mujer tira, literalmente, de una niña, cinco o seis años, tal vez; su nieta, seguramente, que lloriquea al borde del grito llamando a su madre. La mujer no se desespera, aparentemente, imagino que consciente del espectáculo que ya supone su nieta intentando imponer sus propias normas. La niña se para al borde de la escalera del paso subterráneo, mientras que su grito de protesta se expande por toda la estación.
- ¡Mamaaaaá! Nooo, ¡ma-máaaaa!
La abuela se para y sin soltar la pequeña mano, se encara con ella. Su postura se me adivina firme desde este lado de la vía. La mujer mira de reojo a las vías, el tren está a punto de llegar y la nieta se niega a abandonar su reivindicación.
- ¡Ma-ma-máaaa! Que noooo.
Un joven se acerca a la mujer al ver que intenta, en vano, agarrar de la niña por la cintura y transportarla escaleras abajo. El chico sigue adelante, tras mirar por encima del hombro. Casi me apetece dar la vuelta con mi mochila al hombro y cargar con la niña.
- ¡Mamáaaaaa!
Logran las dos bajar dos escalones y la niña, o bien en un despiste, o bien mientras coge aire para la siguiente protesta, parece aceptar la idea de llegar al otro andén. La abuela se gira, tira de ella, la niña se ha hecho fuerte clavando los talones en el tercer escalón, exclamando su grito de guerra: no está dispuesta a acatar más órdenes, se atrinchera en su protesta, señala hacia la puerta mientras la mujer mira ora a un lado, ora al otro. Dos minutos y llegará el tren: no da tiempo.
Entra en la estación el tren. La queja de la niña se pierde en el aire; no veo a la abuela, pero ha perdido la batalla, tal vez la guerra.
- Ma-ma-ma-máaaaaa. ¡Que te he dicho que no, que no quiero!
Uf, me acuerdo de una vez que mi niña pequeña se abrazó de un detector de alarmas en la entrada de la tienda a la que yo deseaba acceder, y no se movió de allí -gritando y llorando que no quería entrar- hasta que yo también perdí la batalla y me resigné a no comprar lo que tenía planeado...
ResponderEliminar(en realidad lo que deseaba era seguir caminando y hacerme la que no tenía ninguna relación con esa criatura insoportable en la que había mutado mi hija adorable, pero bueno, eso no se puede hacer)
Confirmo con tu historia, Ana Laura, que la abuela perdió el tren, aunque ignoro si la niña logró quedarse con su madre... Creo que todo el andén estábamos pendientes del desenlace.
ResponderEliminarUn abrazo.
¡Ay, los abuelos! ¿Cuándo, alguien, erigirá un monumento en reconocimiento a su labor?
ResponderEliminarSi ya es duro y difícil -en ocasiones hasta el desistimiento- para los padres ¿cuánto no lo será para los abuelos, a los que ya se les exige hasta buena forma física y mental?
Saluditos
José Luis
Cierto.
EliminarAunque yo lo que percibía era que la abuela estaba pagando los caprichos de una niña consentida. Y de esto tienen mucho que hablar los abuelos...
Un abrazo (hoy nieva)