Me lo dijo la peluquera hace tiempo. Yo lo vi hace poco, recién después de la ducha, aunque no le di importancia, tal vez porque a Él le pasa lo mismo o porque soy consciente de que la rueda del tiempo no se puede parar.
Recordé al momento cuando hablé con ella, a la que hacía años que no veía, una larga melena rubia donde unas finas hebras hasta le daban el aire de princesa de libros de fantasía: si hubiera sido hombre me había quedado embobada, mirando el viento jugar entre sus dedos, mientras hacía como que quería recogerse el pelo -y sus finas hebras- en una coleta. Y eso que nunca había llevado el rubio cabello recogido: siempre largo, o en melena sobre los hombros, pero siempre del color de la ceniza blanquecina.
Así que me di cuenta hace poco, sí, e hice memoria de todos aquellos conocidos a los que les empezaba a ocurrir lo mismo. Más o menos de mi edad, casi todos mayores: primos, compañeros, casi hermanos o hermanas, todos habían compartido conmigo antes estudios en el Instituto, viajes, confidencias en un portal. Todos, sí, parece que ahora jugábamos con hebras como las de mi amiga. No era el reflejo de las lamparitas del baño, ni el luminoso del sol sobre mi corto pelo, ni
restos inexistentes de mechas rojizas, como las que hace años llevé. No.Recordé al momento cuando hablé con ella, a la que hacía años que no veía, una larga melena rubia donde unas finas hebras hasta le daban el aire de princesa de libros de fantasía: si hubiera sido hombre me había quedado embobada, mirando el viento jugar entre sus dedos, mientras hacía como que quería recogerse el pelo -y sus finas hebras- en una coleta. Y eso que nunca había llevado el rubio cabello recogido: siempre largo, o en melena sobre los hombros, pero siempre del color de la ceniza blanquecina.
Así que me di cuenta hace poco, sí, e hice memoria de todos aquellos conocidos a los que les empezaba a ocurrir lo mismo. Más o menos de mi edad, casi todos mayores: primos, compañeros, casi hermanos o hermanas, todos habían compartido conmigo antes estudios en el Instituto, viajes, confidencias en un portal. Todos, sí, parece que ahora jugábamos con hebras como las de mi amiga. No era el reflejo de las lamparitas del baño, ni el luminoso del sol sobre mi corto pelo, ni
Ya no voy a ignorarlo por más tiempo. Tengo una cana.
Yo no tengo canas, pero cuando paso lista, empiezo a notar algunas ausencias sobre mi frente.
ResponderEliminarVamos, que ya tengo entradas.
Qué le vamos a hacer, el tiempo pasa y nosotros también nos vamos pasando.
Un abrazo.
Sabes, mi primera cana la descubrí el día que cumplí los cuarenta. Obviamente la cana estaba allí desde antes, porque era larga y plateada y hasta bonita, diría, pero... ¿por qué tenía que encontrarla el mismo exacto día que pasaba a las cuatro décadas? Para mí que Murphy me odia.
ResponderEliminarMe encantó tu entrada. :)
Perikiyo, aunque intentemos disimularlo, tú y yo tenemos la misma edad... Diremos entonces que estas cosas son propias del desgaste y las preocupaciones ;-)
ResponderEliminarUn abrazo.
Ana Laura, rozando estoy esa edad. Yo he querido evitar las evidencias.
ResponderEliminarUn saludo.
Es la forma que tiene el tiempo de anunciar su invierno. Pero no se preocupe, que avisa con muchísima antelación. Una sola cana significa que aún le falta mucho para llegar.
ResponderEliminarFeliz comienzo de semana
Bisous
Un anuncio del invierno. No se me había ocurrido, madame.
EliminarFeliz semana.
Lo vuestro (tuyo y de tus comentaristas) es aún poesía, Negre: ¡una cana! ¿Habrá algo más bonito que la primera cana de uno? Servidor ha pasado ya a los miles (deben ser miles, sunpongo) de canas y cada vez me gustan más. Es verdad que mi peluquera me ha dicho que las tengo preciosas, pero no es eso lo que me hace disfrutarlas sino el verlas cada día y sentirme, sin embargo, más chaval que nunca. Lo horroroso es que además de canas me han salido ¡calvas! y eso me ha enfadado mucho por haber aparecido estas en un lugar imprevisto: ¡el occipital descente derecho! Si hubiera sido en el cénit o en las entradas de los frontales superiores, como les salen las calvas a los santos y a los intelectuales de pro, pues aún que te va, pero no: ha tenido que ser en un lugar antiestético y asimétrico, como si fuera yo tísico o sifilítico. ¡Un horror! ya te digo. Ahora, la solución será no cortarme el pelo y así esconderlas, pero ya no podré cortármelo al "dos" cada tres meses, que es lo que a mí me gustaba. Cuidad mucho vuestra cana, que no sabéis lo que tenéis.
ResponderEliminarAna Laura: al cumplir cuarenta años no pasaste a las cuatro décadas, las cumpliste: ahora has incoado tu quinta década. Eso es bueno, porque las mujeres, al contrario que los hombres, os ponéis más guapas según cumplís años.
Una abraçada a totes.
José Luis
Bueno, José Luis, veo que el tema está dando para mucho. Aunque estoy pensando si volver a las mechas caoba...
EliminarUn abrazo y buena vuelta.
Yo estoy de pleno inmerso en ese invierno en el que ya no puedo contar mis canas y hace tiempo que mis entradas dejaron de preocuparme. Ahora veo el paso del tiempo en los otros:mis exalumnos que tienen a sus hijos en primaria y que siguen colgados de la pared en las orlas del colegio tal como permanecen en mi memoria.
ResponderEliminarPepe, esto que comentas sobre tus exalumnos me pasa a mí también. Se fueron y yo me quedé con su imagen de 16 años, y ahora van volviendo, goteando, para dejar por la mañana a sus hijos en las clases...
ResponderEliminarUn abrazo.