Hace poco Pepe Boza, de Medioambiente simbólico, me pedía un post sobre mi pasada ausencia en las redes sociales y la "incomunicación"... Un mes de aislamiento forzado y elegido a la vez, con motivo del fin de mis estudios; sólo al leer el comentario de Pepe me paré en pensar si había sido incomunicación...
He faltado un mes. Y por el peso de los correos electrónicos sin contestar, ha sido como una losa caída sobre todos los servidores de las que soy asidua.
- Negre, te lo mando esta misma tarde por correo...
- Bueno, como quieras, pero ya sabes que igual no lo leo hasta dentro de unas semanas.
- ¿Cómo?
Así, imposible: no te contesto de inmediato, no estoy, cierro la conexión de datos del teléfono, olvido la contraseña de Facebook, abandono mi identidad digital. Y así durante un mes, cuatro semanas, una treintena de días, un puñado de horas. Un mes sin circular por la red y me vienen a la mente aquellas cartas de Elena, mi amiga de León, sí, de la ciudad de Él, pero mucho antes de conocerle, de cuando llegaba una carta suya cada semana y miraba con impaciencia a la siguiente su pronta respuesta a la mía. Y a cada cual, con un sobre más original: los hacíamos nosotras, recortábamos de revistas fotos publicitarias, seleccionábamos el envoltorio en función del contenido de la carta.
- Negre, tienes carta de tu amiga, esta de León -decía el cartero cuando coincidía con él a mediodía- Curiosos sobres los vuestros, siempre sé que son de vosotras.
Ahora miro el buzón y, claro, ya no hay carta de Elena porque me manda por mensajería instantánea una foto de su hijo pequeño, actualiza su perfil de Facebook y le respondo por un tuit: 140 caracteres que vuelan sin ser reconocidos...
No te he echado de menos en la red. O sí: aún no me ha dado tiempo. Pero el peso de la ausencia ha sido leve, realmente: ¡cuántas horas dedicadas a actualizar(me), revisar, comprobar estados, mirar novedades, leer rápidamente apenas los titulares del periódico digital! Un mes de incomunicación en la que los minutos, sí, eran realmente oro, metal precioso reconvertido en apilar apuntes, subrayar en rojo, aprender la poesía semanal que le mandan en el colegio a Niña Pequeña.
- ¿No vas a usar el ordenador esta noche, Negre? -pregunta Él.
Pues eso. Que ahora tengo tiempo. ¿Lo bebo? ¿Lo embebo? ¿Lo uso? ¿Lo gasto?
Disfrútelo, madame, que para eso es la sustancia de la que está hecha la vida.
ResponderEliminarBienvenida de regreso a estos mundos virtuales!
Buenas noches
Bisous
Bien reencontrada, madame.
ResponderEliminarTe agradezco la respuesta al envite, Negre. Siempre es interesante pararnos a pensar en el "significado" de la red en nuestra vida. Un apartamiento voluntario de un mes es toda una experiencia reseñable. La cuestión es saber si la conexión es libertad y oxígeno o yugo y esclavitud...
ResponderEliminarDeliciosa la historia de la correspondencia personalizada.
La cuestión es
Si me apuras, Pepe, añoro aquella correspondencia con mi amiga leonesa, porque era un balón de oxígeno semanal, sano, original, divertido... Lo que me aportaba leer y releer sus cartas (que aún guardo) no me lo ha dado la Red. Aquello era encuentro profundamente personal e íntimo. Lo de ahora, lo nuestro, es ágil, rápido, inmediato, pero se ha perdido la pasión...
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