Me costó 60 euros del ala, pero ya lo tengo: un papel tamaño folio, con membrete lateral y superior oficial del Estado, donde se me indica que, provisionalmente, pues usarlo como carnet de conducir hasta que Tráfico me envíe el nuevo, definitivo.
Hace unos días renové mi carnet de conducir. Una compañera del colegio me preguntaba, con sorna, que para qué iba a renovarlo, puesto que
no tengo coche ni siento mucho afán por conducir. Cierto. Es más: me atrevo a afirmar que mi carnet, realmente, no estaba tan usado después de diez años
-no, no echen cuentas sobre los años que tengo, puesto que no me lo saqué con dieciocho-, sino que lucía en todo su esplendor rosado dentro de la funda azul aterciopelada que me habían dado en la autoescuela. Pero el tiempo pasa para todos, incluso para mi cartulina de tráfico, de forma que pregunté cómo se hacía esto de pasar el trámite.
- Muy bien,
Negre -me dice la amable señora-. Estás muy por debajo de la media de fallos en este ejercicio.
- Fenomenal -contesto, con mi mejor sonrisa falsa, esa de lunes por la mañana. Me callo decirle que el videojuego este de las bolitas verdes sobre carriles blancos que se mueven es mucho más sencillo que el Súper-Mario de
mi Nintendo, donde ya estoy en la pantalla ocho.
- Muy bien también aquí, porque has parado antes de llegar al final de la línea -me dice, mientras observo la pantalla: una línea blanca terminada en un rectángulo blanco, donde, aparentemente, se esconde una bola blanca pilotada por mí. Genial: no me chocaré en mi coche virtual contra el muro.
Se empeña ella luego en que descifre, sin mis gafas de miope, las enrevesadas letras mayúsculas del fondo de la pared, luminosas e indescifrables sin mis lentes. Claro, mucho mejor cuando me pongo las gafas. Si es que eso ya se lo decía yo, ya, pero tanto empeñarse...
Tras comprobar que no estoy en tratamiento psicológico ni psiquiátrico,
-"a pesar de tu profesión", apostilla ella; curiosa mujer, pienso-, que no tengo paranoias, ni oigo voces en mi cabeza, ni me mareo, mi tensión está dentro de los límites normales
-más bien hacia abajo-, me firma el tarjetón. 60 euros para mi carnet renovado, foto incluida donde, una vez más, no apareceré con mi mejor perfil.
Cuando mi padre descubre, unas horas más tarde, que a él le costó 80 euros hace dos o tres años en el mismo sitio, se asombra y enrabieta.
- Claro, papá -le comento-. Pero a tí no te hicieron la prueba del videojuego, ni la de la línea, ni tuviste que descifrar las letras del tablero luminoso, y mentiste sobre lo del tratamiento psiquiátrico y no les dijiste que no ves bien del ojo izquierdo ni que has perdido reflejos con el paso del tiempo. Y eso se paga, evidentemente.