Hace unos días una camiseta de Niña Pequeña salió mal de la lavadora. De haberlo sabido, seguro que mi vecina, la del piso de arriba, hubiera sonreído para sí, ella que es tan hacendosa y yo tan poco práctica para el hogar... La camiseta en cuestión -blanca, naranja, de dos telas y estampada en flores- apareció teñida de suave azul, fruto de una lucha interna en el tambor del electrodoméstico con otra prenda. Y ante algo así no cabe pensar más cosa que una camiseta teñida es como una batalla perdida en el mundo de la cotidianeidad, un fracaso hogareño; no sabemos qué ocurre en el interior de una lavadora, qué batallas se libran en su seno, qué será de nuestra ropa -de nosotros, de nuestra imagen- hasta el momento mismo en que ya está por fin tendida -sana y salva- de sus pinzas de colores.
Mi vecina, la del piso de arriba, tan hacendosa ella, seguro que conoce varias formas de arreglar semejante desaguisado. Yo no, porque no nací para cuidar la casa, ni saber de trucos secretos para mejorar el karma de las esquinas del salón, ni para conocer cuántos tipos de cuchillos de partir el pan hay por el mundo. No. Como no le digo a ella, que es tan hacendosa, mis padres optaron por dejarme estudiar sin perder un minuto, relegar mis tareas hogareñas a estirar las sábanas de la cama y poco más. Soy una superviviente en el mundo hostil que es mi cocina -sobre todo cuando no está Él.
Recordando los sabios consejos de uno de mis alumnos, abrí el portátil -a grandes males, grandes remedios-; allá, en la Red, encontré la druídica combinación de hervir laurel, poner a remojo una noche y volver a lavar como ritual mágico que podría resolver el equilibrio existencial entre los colores de la camiseta, el tambor de mi lavadora y mi propia insatisfacción personal.
Los resultados han sido tan buenos que los he publicado en Facebook, donde no sé si está mi vecina, la del piso de arriba -tan hacendosa ella.
Recordando los sabios consejos de uno de mis alumnos, abrí el portátil -a grandes males, grandes remedios-; allá, en la Red, encontré la druídica combinación de hervir laurel, poner a remojo una noche y volver a lavar como ritual mágico que podría resolver el equilibrio existencial entre los colores de la camiseta, el tambor de mi lavadora y mi propia insatisfacción personal.
Los resultados han sido tan buenos que los he publicado en Facebook, donde no sé si está mi vecina, la del piso de arriba -tan hacendosa ella.
Ya lo había visto en Facebook.
ResponderEliminarMe lo apunto. ;)
¡Caramba, caramba! Así que laurel hervido, prenda a remojo y luego a lavar normal. ¡Buáhhhh! Voy a dejar a Ella sentada en la silla de enorme admiración a Yo, porque ..... ánda que no le desequilibra (con razón) que le pase esos de las prendas teñidas sin querer en una colada fallida.
ResponderEliminarPerikiyo, es que hubo varias personas que querían saber si funcionaba el remedio anunciado. Por eso fue necesario explicar el final en la Red Social.
ResponderEliminarUn abrazo.
Ah, José Luis, si es que mi madre luego me confirmó que es un claro remedio casero transmitido de generación en generación, pero en algún punto se rompió la cadena de ADN y a mí no me había llegado semejante herencia... Ha quedado como nueva. A ver qué te dice Ella.
ResponderEliminarUn saludo.
Es una de mis continuas desgracias. Así que laurel hervido... vaya, vaya. Gracias, Negre.
ResponderEliminarPepe, doy fe de que el remedio funciona. Hoy llevaba Niña Pequeña la malograda camiseta y no se nota nada el desaguisado cometido.
ResponderEliminarUn saludo.