En general no me gustan las reuniones familiares, salvo aquellas que aúnan varios condicionantes puntuales: organizadas por mí, en un contexto temporal- familiar breve y protagonizadas por mi reducidísimo puñado de primos (que no viven aquí y quizá por ello, en las puntuales ocasiones en las que nos juntamos, suelen salir bien estas cosas), acompañados o no por su más o menos extensa prole. Todo lo demás me parece un baile caduco de sonrisas forzadas y disimulos variopintos, como un teatro vacío de significado y exceso de significante, donde cada miembro de la familia ejerce su papel.
En estas reuniones familiares yo suelo contar mentalmente las horas y minutos que me faltan para salir de un espectáculo que nunca me interesó y en el que, por motivos tribales, me veo inmersa de vez en cuando. Procuro, así, ladear la cabeza y asentir estoicamente cuando el abuelo o la abuela de turno me presenta su retahíla de consejos sobre cómo debo educar y qué es lo mejor para Niña Pequeña, sin recordar que en una prueba de paternidad los genes mayoritarios serían los de sus padres, que a más inri, poseen su guarda y custodia legal y, por lo tanto, son los que deciden por ella hasta su mayoría de edad. Este suele ser un aspecto que los patriarcas y matriarcas del clan suelen olvidar, considerándose con el supremo derecho de poder decidir sobre la palabra, vida y obra, de los más pequeños. Y suele ser, por tanto, el aspecto que más nos hace a Él y a mí renegar cada vez más de los encuentros familiares.
En estas reuniones familiares yo suelo contar mentalmente las horas y minutos que me faltan para salir de un espectáculo que nunca me interesó y en el que, por motivos tribales, me veo inmersa de vez en cuando. Procuro, así, ladear la cabeza y asentir estoicamente cuando el abuelo o la abuela de turno me presenta su retahíla de consejos sobre cómo debo educar y qué es lo mejor para Niña Pequeña, sin recordar que en una prueba de paternidad los genes mayoritarios serían los de sus padres, que a más inri, poseen su guarda y custodia legal y, por lo tanto, son los que deciden por ella hasta su mayoría de edad. Este suele ser un aspecto que los patriarcas y matriarcas del clan suelen olvidar, considerándose con el supremo derecho de poder decidir sobre la palabra, vida y obra, de los más pequeños. Y suele ser, por tanto, el aspecto que más nos hace a Él y a mí renegar cada vez más de los encuentros familiares.
Pues madame, yo no tengo hijos, pero detesto igualmente las reuniones familiares. Siempre me han pesado muchísimo. Aun así, las de verano son más llevaderas :)
ResponderEliminarFeliz tarde
Bisous
Madame, no sé qué decirle... Con el buen tiempo a mí me apetece esto aún menos...
ResponderEliminarFeliz tarde.