miércoles, 27 de julio de 2011

Cuidado con los padres: niño cerca.

Un parque infantil es un ecosistema en el que todos los seres vivos allí presentes cumplen un papel perfectamente orquestado, desde la pobre hormiga que morirá pisoteada por un niño pequeño -mientras mamá le riñe en voz queda desde el banco más cercano: ¡niñooooo, deeeeja las hormiiigas, que no te han hecho nada!- hasta el abuelo solícito que mantiene un monólogo con su nieto de meses -venga, venga, Víiiictor, vaaaaamos al columpio, ¿eh?.

Al fondo, una niña rubia con flequillo y gafas de pasta berrea a su madre, posicionada estratégicamente en la sombra más próxima, flequillo rubio, gafas de metal:

- ¡Mamáaa! Miraaaaa, miraaaaa, mira cómo me tiro.... -chilla, mientras su madre continúa parloteando con su amiga. Compararán, seguro a las hijas de ambos: pues la mía ya está alta, ¿eh?, ya casi como la tuya, fíjate, el percentil... Mi amiga Pilar suele comentar que aborrece los corrillos, ya que, si de adultos no nos comparamos, ¿por qué hacerlo con los niños? Digo yo que porque madres, padres, tíos y abuelos en general conciben a sus retoños como una prolongación de sus propias frustraciones, el anhelo esperanzado de que ellos lograrán no el suyo propio, sino el de las tres generaciones anteriores. El milagro de la raza.

Niña Pequeña ha dejado el columpio. Alberto galopa a ocupar el espacio golosamente vacío, mientras una cola de niños llorosos y madres atentas al primer descuido lloriquean para parecer más débiles, como si la ley de la selva no imperara entre toboganes y casitas.... Un niño se tira por quinta vez en la arena, tras dejarse caer del balancín, a ver si mamá deja de charlar y se da cuenta del mucho daño que me hago...

Me detengo a fijarme en los padres que me rodean, orgullosos cada uno de ellos de tener un niño único, magistral, tal vez un matemático en potencia -si es investigador se irá al extranjero, porque aquí, pocas posibilidades... Una abuela traza su hiperbólica protección sobre su niña, mientras sube solita al tobogán más alto de la zona; reclama la señora su derecho a decidir sobre esta casi sangre de su sangre, en su época los niños se criaban en la calle, merendaban pan y chocolate duro, cuidaban a su edad a sus hermanos más pequeños

A mi lado, dos palomas de azul metálico se persiguen y picotean de forma vertiginosa en lucha por un resto de patata caída.

- Mamá -dice Niña Pequeña, mientras trota hacia mi posición; dejo mi libro-. Mamá, tengo sed. Cuídame la muñeca.

Qué poco me gustan estos parques...

2 comentarios:

  1. Pero es necesaria tu presencia para que puedas cuidarle su muñeca a Niña Pequeña cuando tiene sed. A nadie más que a ti la podría confiar.

    No son los parques, son los papás los que te gustan poco: lo explicas muy bien.

    ResponderEliminar
  2. Cierto, la muñeca no se la deja a cualquiera, y de hecho, cuando observa que hay cerca algún niño potencialmente peligroso para la integridad de ella, corre a dejarla junto a mí.

    Los papás hiperbólicamente orgullosos de sus hijos me ponen enferma...

    ResponderEliminar

No acepto comentarios anónimos. Si no nos dices quién eres, tu comentario no se publicará.

Visito tu enlace si tu comentario no es spam, anónimo o una falta de respeto.

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.