Ayer me prometí una vuelta en autobús hacia mi casa lo más tranquila posible; cansancio metido en la mochila, aunque menos de lo previsto para ser miércoles, el más difícil de mis semanas. Saqué el libro, acomodé la mochila entre mis pies, el paraguas (granizó a mediodía), la bolsa con la última compra de ultimísima hora -le gustará a Niña Pequeña, seguro.
Tengo prisa por acabar este libro, una de esas lecturas más o menos obligatorias de mis clases de la tarde: me esperan ya los apuntes y poco tiempo por delante. Debo terminar estos días, a más tardar en el fin de semana, ponerme luego al día de esta asignatura a la que he faltado un poco más de lo debido por cuestiones de trabajo. Así que el tiempo es dorado y breve y este rato hasta casa me permite avanzar unas páginas más.
Se sentó a mi lado, impasible; colocó también la mochila entre sus pies, el abrigo más o menos sujeto en las rodillas. Lo vi venir según caminaba por el pasillo. Le precedía la música electrónica que se escapaba de sus ridículos auriculares de bolsillo, demasiado pequeños para retener tantos decibelios. Era como uno de mis muchos alumnos que se pasean como si fueran de la policía secreta, audífono en la oreja como un apéndice más... Comprobé en segundos que era inevitable: su música y él habían elegido el asiento que se encontraba a mi lado.
No he podido mantener mi lectura a la velocidad que mi poco tiempo me permite; las líneas se cruzaban mientras mi compañero de viaje nos acribillaba con su estruendo auditivo. Me pregunto si será capaz de hablar en un tono de voz normal...
Tengo prisa por acabar este libro, una de esas lecturas más o menos obligatorias de mis clases de la tarde: me esperan ya los apuntes y poco tiempo por delante. Debo terminar estos días, a más tardar en el fin de semana, ponerme luego al día de esta asignatura a la que he faltado un poco más de lo debido por cuestiones de trabajo. Así que el tiempo es dorado y breve y este rato hasta casa me permite avanzar unas páginas más.
Se sentó a mi lado, impasible; colocó también la mochila entre sus pies, el abrigo más o menos sujeto en las rodillas. Lo vi venir según caminaba por el pasillo. Le precedía la música electrónica que se escapaba de sus ridículos auriculares de bolsillo, demasiado pequeños para retener tantos decibelios. Era como uno de mis muchos alumnos que se pasean como si fueran de la policía secreta, audífono en la oreja como un apéndice más... Comprobé en segundos que era inevitable: su música y él habían elegido el asiento que se encontraba a mi lado.
No he podido mantener mi lectura a la velocidad que mi poco tiempo me permite; las líneas se cruzaban mientras mi compañero de viaje nos acribillaba con su estruendo auditivo. Me pregunto si será capaz de hablar en un tono de voz normal...
Dentro de unos años supongo que tendremos una generacion de sordos!
ResponderEliminarBuenas noches, madame
Bisous
Son curioros esos individuos, que utilizan un artefacto de comunicación, para incomunicarse.
ResponderEliminarSaludos, y suerte en el próximo viaje en el bus.
Y encima, queridos amigos, su música no era muy de mi agrado...
ResponderEliminarUn abrazo.
Mi máquina lentísima, no me dejó hacer un mayor recorrido en tu blog.
ResponderEliminarFelicitaciones por el premio de Blog del Día.
En cuanto a viajes en bus, puedes hacer todo un libro (o blogs); y esa molestia que experimentaste me recordó a lo que pasa en los cafés (lugares donde escribo), donde hay personas que hablan para todo el salón; incapaces de hablar sólo para su mesa...
Un gusto haberte visitado.
Juan.
Juan,
ResponderEliminargracias por tu visita y tus felicitaciones. Te veo poeta en tus blogs. Que siga así: la poesía siempre expresó mejor que nada lo que no se puede decir con palabras.
Abstráete de los cafés.
Un abrazo.